domingo, mayo 31, 2015

DUQUE (CONSORTE) DE ALBA Y DOÑA ROGELIA

Acompañando al maestro Rodrigo (en la foto), el padre Federico Sopeña, responsable de la iglesia de la Ciudad Universitaria (Complutense madrileña) a finales de la década de los cincuenta, que popularizó unas misas vespertinas que frecuentaba mis propios padres. El padre Sopeña ofició también por entonces la primera comunión del autor de estas líneas. Para mí solo y para mi familia (...) Y a la época pre-conciliar de la iglesia de la Ciudad Universitaria que aquel encarnó sucedería una década más tarde la de Jesús Aguirre, y otra décadas más tarde -al final del ciclo-, tendría lugar en aquel mismo lugar una conferencia de Louis Althusser, figura emblemática de marxismo intelectual y uno de los principales ideólogos del mayo francés el 68, defensor nota bene de la dictadura del proletariado. La Iglesia española, al contrario que las distintas instancias u organismos del régimen anterior, no necesitaban de infiltración alguna desde fuera en la medida que la des falangistización (o des franquistizacion) y el desmarcarse del régimen era algo que se veía pilotado de mano firme desde el Vaticano, y desde la Nunciatura a partir de la terminación de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Y Jesús Aguirre, futuro duque (consorte) de Alba, figura emblemática de cura vasco y joven lumbrera de la iglesia del posconcilio, no era desde luego más infiltrado de lo que lo podían ser por aquellos años (mediados los sesenta) doña Rogelia y el (futuro) marido de Doña Rogelia
La Iglesia y el Estado. Esa fue la glosa (sardónica, brasilera) que le mereció delante mío a un militante brasileño de la TFP -católicos integristas investidos de la misión de fundar una TFP española (léase la Sociedad Cultural Covadonga)-, tal como yo se la oí a principios de la década de los setenta, la noticia del enlace matrimonial de Jesús Aguirre, antiguo cura (jesuita), aún entonces muy joven, con la duquesa de Alba que se había quedado viuda.

El padre Jesús Aguirre, no era un cura cualquiera, sino una de las (jóvenes) lumbreras de la iglesia española del posconcilio que había traducido a Karl Rahner al español, quien se había visto investido de la tarea de convertir al catolicismo, léase de bautizar o de levantar el velo de sospecha que rodeaba en la posguerra la filosofía existencialista tal y como la expuso Martin Heidegger, un filósofo alemán de extracción católico romana, educado en el catolicismo pre conciliar más estricto en su infancia y en su juventud –hijo de un sacristán de un pueblecito católico de la Selva Negra, y educado en un seminario bajo el pontificado de Pio X, el papa anti-modernista-, que acabaría rompiendo amarras con la disciplina eclesiástica y la obediencia canónica y abrazando la causa del III Reich (aunque por poco tiempo), tras el acenso al poder del nacional socialismo.

Jesús Aguirre era además vasco, y como tal pertenecía a un sector o franja o exponente geográfico del catolicismo que se podía jactar en los años de la posguerra europea de encarnar a una variante de catolicismo (vasco) un poco más católicos que todos los otros católicos -como los iguales de la granja/animal de Georges Orwel eran también un poco más iguales que otros-, lo que se pudo decir también de los católicos irlandeses y polacos, provistos de credenciales democráticas -léase anti-fascistas- bastantes, que echaban cruelmente en falta en cambio el resto de los católicos españoles, hasta entonces estrechamente comprometidos con el régimen de Franco.

Doña Rogelia y su (futuro) marido –también nos enteramos ahora- eran en aquellos años de la primera mitad de la década de los sesenta miembros del SEU (un respeto), una organización fantasma ya para aquel entonces, de la que no quedaba más que unas estructura anquilosadas por no decir fosilizadas y desertadas por el estamento estudiantil ya desde la década anterior, tras el desenlace de la crisis interna del régimen que desataron los incidentes de San Bernardo de febrero de 1956, en los que se vio envuelto de lado de la disidencia (subversiva) anti-régimen, un figura tan emblemática de la Falange primera y de la primera fase del régimen anterior, como lo fue Dionisio Ridruejo.

Un fenómeno análogo al que se acabó produciendo a seguir a final de la segunda guerra mundial en el 45 al interior del Frente de Juventudes convertido en un nido o refugio de hijos de rojos escarmentados (Umbral dixit), que acabaron parapetándose en su seno, y análogo al destino de las instancias culturales y literarias del régimen en aquellas décadas que siguieron al final de la segunda guerra mundial como lo ilustraba recientemente el título –“Una nube de rojos”- de una semblanza biográfica publicada en la sección cultural del País, de Juan García Hortelano, escritor progre de los cincuenta y los sesenta y probo y modélico funcionario del régimen anterior –de la Administración Civil- al mismo tiempo, previo examen de oposición nota bene (1954)

Y la nube de rojos no lo era sólo en el sector cultural ni tampoco sólo en las estructuras fantasmas ya para entonces del sindicalismo universitario (el SEU) sino también -por lo que deduzco de recientes descubrimientos y revelaciones (mayúsculas) que me pillan de lo más cerca– del Instituto Nacional de Previsión embrión de la Seguridad Social que sobreviviría al régimen como glosa púdicamente el artículo que aquí estamos comentando sobre Doña Rogelia y sobre Jesús Aguirre, duque (consorte) de Alba.

Al Instituto Nacional de Previsión –refugium peccatorum en versión laica o seglar de aquellos años decisivos- pertenecieron desde la inmediata posguerra (europea, o mundial) tanto el abuelo de Pablo Iglesias como el suegro -claramente comprometido (como el anterior) con el bando de los vencidos del 36- de Doña Rogelia.

Y ocurre que la infancia del autor de estas líneas transcurrió en la vecindad y un poco en la órbita también de aquella institución -de ayuda y asistencia social y beneficencia- tan emblemática del régimen anterior, bajo cuyo patronato y patrocinio se encontraba el portal de al lado del grupo de casas de aviación donde trascurrió mi infancia, habitado (aquél) por familias numerosas -y numerosísimas- de funcionarios y empleados de Instituto, del que acabo de oír con cierto pasmo y estupor a uno de sus inquilinos de entonces -de mi misma edad grosso modo y con el que debí corretear no poco en mi años niños- el negar y desmentir (vehementemente) los orígenes franquistas (y falangistas) del mismo.

Repaso de historia secreta del régimen anterior, sobre la marcha: tras el desmantelamiento del maquis (finales de los cuarenta), se sucedería una estrategia de infiltración del régimen anterior y de sus instituciones apadrinada y patrocinada por el propio Stalin, a la cabeza entonces de una Unión Soviética en el cénit de su influencia y poderío.

Lo que se dejaría traslucir tanto en el sindicato vertical –uno de los pilares del régimen anterior- como en los organismos más emblemáticos de la política social de aquél. A lo que sucedería tras el concilio –en una nueva fase (o golpe de tuerca) de la desfalangistización (y desmilitarización) del régimen franquista- una operación de la mayor envergadura y de los mas altos vuelos de infiltración de las propias estructuras y organismos de la iglesia católica española.

De Jesús Aguirre no se puede decir sin duda que fuera un infiltrado: un jesuita vasco eso es lo que era, más que suficiente en la operación de realpolitik –de demolición por dentro del régimen de Franco- que tuvo en el concilio vaticano segundo su detonante y foco de instigación principal al mismo tiempo. ¿Se puede decir lo mismo de Doña Rogelia y de su marido? Las dudas se admiten desde luego

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.larespuestadeeuropa.blogspot.com.es/2015/05/129-carta-un-amigo-sobre-el-estado-de.html