domingo, marzo 29, 2015

76 ANIVERSARIO TAMBORES DE GUERRA EN EL PAÍS

Estampa de la ejecución –con todas las de la ley (de su tiempo)- de los condes de Egmont y de Hoorn por orden del duque de Alba en la Grand-Pace de Bruselas (qe se conserva grosso modo como entonces) La política de rigor del Gran Duque siguiendo consignas e instrucciones del Escorial- deslindó los campos en liza de una vez por todas y puso al destape la guerra secreta que la insurrección protestante venía haciendo a la Monarquía católica que la obligó a quitarse los disfraces y a luchar a partir de entonces a cara descubierta. Un parábola de la guerra civil interminable de los Ochenta y Tantos Años. Guerra “asimétrica”, a del 36, guerra secreta
Beligerancia, una palabra que en su acepción perteneciente al campo del derecho internacional confieso que siempre me intrigó un poco. Y fue tras la lectura de las novelas carlista de Valle Inclán donde se retrataba (genial) al célebre cura Santa Cruz y al que un carlista de una rama rival acusaba –entre sollozos- de impedir con la guerra que aquel hacía por su cuenta que les fuera reconocida –a ellos- el que las potencias- por parte de las potencias o las naciones (no recuerdo ya la palabra que empleaba) la beligerancia.

Esto es, el ser parte beligerante en una guerra declarada y para ello es preciso reconocer primero la existencia de un conflicto armado de una guerra o de un estado de guerra. Ese era el primer paso, indispensable, condición sine qua non, de una victoria, el empezar por hacer público y notorio –como si se tratase de una epidemia (de este o del cólera o del Ébola)- el estallido de la guerra. En los países bajos, lo que perdía a los católicos era una situación de insurrección generalizada en, la que el poder de la Monarquía católica –asentada en el Escorial- vacilaba en la actitud a adoptar mientras la insurrección iba ganando terreno a pasos aginados, y lo que salvo al final lo que salvarse pudo –lo que a final daría la Bélgica actual (y también el Luxemburgo)- fue por escandaloso que les pueda parecer a algunos (españoles como belgas) la llegada del duque de Alba y la política de rigor –por orden del Escorial- que siguió desde el momento de su llegada –en particular con la ejecución, con todas las de la ley (de entonces)- de los condes de Egmont y de Hoorn- que deslindó los campos de una vez por todas y obligo al bando insurrecto a dejarse de máscaras y disfraces y a hacer la guerra a cara descubierta a partir de entonces.

Y eso fue también lo que siglos más tarde llevó a los ingleses a salir de ganadores –en cierto modo y medida- de conflicto en Irlanda del Norte, un conflicto que ellos nunca reconocieron de forma abierta, que siempre se negaron a calificar de guerra, aunque lo era por tanos y tantos conceptos, sino con expresiones vaga y ambigua como la de “The Troubles” (en español disturbios, o problemas)
Y nunca es tarde si la dicha es buena pero me harían falta casi treinta años de estancia en Bélica para verle el rostro y acabar dándole un nombre a esta guerra (sucia) interminable –de los Ochenta y Tantos Años- que se prosigue todavía.

Como unos broncos despertares, los tambores de la guerra interminable que se oyeron intermitente en Bélgica los años que aquí llevo residiendo. Con el desasosiego del escucha o del centinela que oye o ve acercarse el eneigo sin saber distinguirle (bien) ni poder llegar a localizarle o a reconocerle más que de una forma vaga e imprecisa. Así le paso al que esto escribe en ese frente internacional –tan delimitado y no menos activo (haciendo erupción de forma intermitente)- de la guerra vil internacional que pasaba y sigue pasando como una fatalidad (hispana) ineluctable, se diría- por esas tierras de los antiguos países bajos. Secretos y misterios de la guerra asimétrica, que diría un geo estratega.

Y así, hoy sábado, en esta mañana aterida de primavera tan típica de estas latitudes he vuelto a oír –como si me desperezase del todo de la modorra matinal- los tambores de guerra otra vez, de esa guerra que no se acaba a la lectura de la edición de hoy del diario el País, en el aniversario nota bene de la entrada de los nacionales en Madrid, un debate sobre el franquismo -en un diario fundado y dirigido por franquistas e hijos de franquistas-, a base de grandes artículos/reportaje en su suplemento literario Babelia dedicado bajo el prisma omnipresente e insoslayable de la memoria de los vencidos.

Omnipresente –o así al menos lo presentan- en el terreno de la literatura o de ese género sub literario que es el comic tan eficaz en el plano de la guerra de propaganda como el cine en los años treinta. Y vuelvo a toparme con algunos nombres y títulos con los que ya me topé –ay dolor- hace una quincena de años en la biblioteca del Instituto Cervantes de Bruselas –hoy en venta (el edificio me refiero)- ojeando sus estanterías hasta que dejé de frecuentarla ante el aluvión de ese tipo de literatura guerra civilista que llegó un momento que daba la impresión que no tenían otra cosa, con Jorge Urrutia nota bene al timón (el pretendido sobrino de Umbral) desde la dirección académica de los Cervantes en Madrid, que a la larga todo se explica y al final se acaban sabiendo las cosas (…)

La política cultural –del ministerio en cuestión no sé si habrá cambiado mucho de entonces hasta hoy –me figuro que algo, sí- per el diario el País sigue vuelta y dale con el tema. Como un aluvión imparable, lo que un repórter del mismo diario calificaba no hace mucho –refiriéndose a la guerra civil del 36- en un artículo reportaje sobre las cancines de la guerra civil (léase del ando de los vencidos) “acerbo global (sic) del que la guerra civil –léase la memoria de los vencidos de la misma- formaría parte. Cortinas de humo, sombras chinescas, juegos de espejos del callejón del gato, esa guerra de propaganda a la que participan conscientemente o no el diario global/español, como así ellos mismos se califican. Como lo dejan destapar el tono derrotista, como cansados de seguir dándole que te pego en el tema, del ramillete (un decir) de escritores guerra civilistas a los que los que se entrevista en uno de los artículos.

Almudena Grandes -y lo digo con el mayor respeto para su persona- me pareció de oírla de antiguo citar y nombra por todas partes, y sin haber prestado nunca atención (lo confieso) a testimonios gráficos en las que se viera retratada, proyectar la imagen de una vieja escritora republicana, o como esas niñas de la guerra -una ella de ellas sobre todo la presidenta (horresco referens de la asociación aquella en Bélgica)- que tanto dieron la vara hasta hace algunos años en Bélgica hasta que enmudecieron de pronto, para pasar a mejor vida no lo sé porque a fe mía que desde ya hace años nunca más se supo del caso que nos ocupa, exactamente desde la desaparición súbita –a principios de la década anterior- del semanario el Sol de Bélgica (que la susodicha barrenó en su último número con una articulo guerra civilista incendiario que más no cabe, a base del bombardeo nazi de Guernica, de la dictadura, del golpe de los fascistas y tutti quanti.

Una vieja escritora como las del exilio, sí, así me imaginaba yo a Almudena de Grandes hasta que a mi gran sorpresa descubro ahora que es bastante más joven que yo. ¿Lo da acaso la memoria, “su” memoria histórica? ¿Ese aire de vetustez que por suerte para la nombrada contradicen los testimonios gráficos, como ese en el que aparece hoy fotografiada? Se diría. Setenta y seis años pues ya pasados de la entrada de los nacionales en Madrid, y más de ochenta ya trascurridos desde el estallido de la revolución de octubre (del 34), la guerra continúa.

Como lo ilustra también si necesidad había otro reportaje parecido en la misma edición de hoy del País que da cuenta de la apertura de una querella por diez fusilamientos de la guerra civil. La primera admitida a trámite -reza triunfalmente el artículo- desde que se archivó la querella del juez Garzón. O Félix Culpa ! rezan los textos bíblicos. Y benditos estos largos (y duros) años en Bélgica que habrán acabado abriéndome los ojos hasta al punto de poderle dar un nombre, a esa guerra fantasma, a esa guerra civil interminable hija (bastarda) de un pasado que no pasa.

Dando así un paso firme y seguro hacia la beligerancia, esto es, a que se acabe admitiendo reconociendo abiertamente su existencia tanto dentro como fuera de España en la case pogicia española o en un sector de ella al menos, y ámbitos políticos, académicos y periodísticos de los países de la Unión Europea, de donde nos vino la gran avalancha propagandística de “una” memoria, del despertar del odio de clase y de guerra civil, tantos años después, y de la sed de revancha

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