jueves, marzo 12, 2015

11-M, LOS ATENTADOS QUE REENCENDIERON LA GUERRA CIVIL DEL 36

11-M y 15-M, una homonimia casi completa. ¿Y qué significaba? ¿Qué era lo que nos querían decir con eso? Está claro que algo más que producir un simple efecto de simpatía ambiental o vocal. Hasta el punto que cabe sentar la tesis que lo mismo que el 11-M fue la crónica de unas muertes anunciadas, el 15-M lo fue de una insurrección (“pacifica” entre comillas) planeada y programada por adelantado que en la medida que no era más que un reavivar la guerra civil (más o menos larvada) del 36 que los atentados del 11-M habían reencendido dividiendo tan abruptamente de nuevo a los españoles –entre izquierdas nota bene y derechas- venía a arrogarse siete años después un precedente en aquella trágica efemérides, como un día de triunfo –o de vísperas de triunfo (electoral)-, mientras que sus cachorros indignados no podían dejar de ver en aquellos atentados una operación de guerra –de la guerra civil interminable- culminada con éxito total y como tal llamada a ser rememorada lo más claramente y descaradamente posible que lo permitieran las circunstancias. Así si se explican el 15-M y su nomenclatura, si no, seguiremos condenados y supeditados al culebrón (progre) interminable –e insoportable- de buscarles o dictaminarles sus motivaciones a los perro flautas y a sus compañeros de viaje
¿”El atentado que dividió a los españoles” como lo evocan hoy –once aniversario de la tragedia- algunos medios? Digamos más bien el atentado que resucitó la guerra civil que dividió a los españoles hace ochenta y tantos años y a fecha de hoy lo sigue haciendo. No soy del PP, nadie puede acusarme de ello, aunque tomase partido o posición en algunos temas candentes en sentido radicalmente opuesto al de sus principales detractores ( y acusadores)

Pero está claro para mí que tras los atentados del 11-M, justo a seguir –el 13 y e 14-M- el PP, en lo que tenía a los ojos de la opinión y en la realidad también de la verdadera historia de la transición (y del régimen anterior) de herederos del régimen de Franco fueron el blanco predilecto de una operación insurreccional de altos vuelos que tendría éxito. Y eso condicionaría y lastraría la situación política española hasta la fecha.

La madre Manjón –horresco referens!- dice ahora que sigue habiendo víctimas de primera y de segunda refiriéndose sin duda a su asociación que ella ve víctima de ninguneo por lo que actualmente nos gobiernan. No hay tal, no hay víctimas de primera ni de segunda, hay víctimas de izquierdas y de derechas como tal vez no los haya en ninguna otro país de Europa ni del mundo tn siquiera. Y acusa al gobierno ahora de olvidar a la víctimas y ella en cambio hace poco seguía haciendo la apología de la causa palestina –en homenaje a su hijo (muerto) ¿y también a los amigos de su hijo, musulmanes integristas de notoriedad pública?- olvidando, ella que acusa de amnesia a los otros, la estrecha alianza entre los jihadistas y ciertas corrientes (dominantes y hegemónicas) de la resistencia palestina.
El “pásalo” del 13-M, del que Pablo Iglesias se habrá atribuido la paternidad ahora con sus cómplices (o colegas) de Políticas de Somosaguas. Una ofensiva insurreccional en toda regla a seguir a los atentados del 11-M en la que tanto aquellos como los indignados en general no podían dejar de dejar de ver una jornada de triunfo (y de euforia) o un operación de guerra (civil) coronada con el éxito casi setenta años después del Primero de Abril, por más que no puedan proclamarlo en voz alta todavía. Aunque les delatan los detalles, como la nomenclatura que adoptaría el 15-M, siete años más tarde, como un homenaje apenas disfrazado a aquella infausta jornada
Acababa de salir yo de la cárcel de Bruselas tras varias horas de detención, tras haberme presentado aquel mismo día a las siete y media de la mañana, siete minutos antes (siete) de que empezaran a explotar las cuatro obmas en Atocha, y tras haber recibido una orden de detención -depositada en mi buzón- el día seis (cinco día antes) en el último dia del plazo en él marcado pues, tras la denegación (unos quince días antes) de la demanda de indulto que había presentado mi abogada dos años antes –en mayo del 2002- después de verme condenado a cuatro meses de prisión –después nota bene de haber cumplido ya tres meses y doce días seguir a detención delante del palacio real-, el 16 de mayo del 2000 con ocasión la visita del rey Juan Carlos a Bélgica.

Acababa de salir como digo, en libertad definitivamente, gustando las primeros minutos de libertad recobrada –hay que vivirlo para saberlo- cuando al pasar por la estación central de Bruselas las pantallas (varias) de televisión encendidas todo meter, me devolvieron a la brutal realidad, por segunda vez aquel dia.

Y el hecho de que aquella efemérides tuviera tanta incidencia en mi vida personal al mismo tiempo que marcaba a sangre y fuego a las víctimas de los atentados (españolas en su inmensa mayoría) no era más –asolo ahora caigo cabalmente en la cuenta- que una señal premonitoria del reencenderse de la guerra civil (del 36) siempre latente entre españoles.

En los tres días que siguieron hasta las elecciones españolas fui testigo frustrado e e impotente de una campaña de propaganda que so pretexto de denunciar las mentiras (sic) de José María Aznar cobraba a paso agigantados -entre un rasgado de vestiduras de las vestales de la pureza de la pureza democrática (¡ay por dios!) en los medios belgas- todos los visos de un resucitar de la Leyenda Negra anti-española a base de carteles enormes del hasta entonces presidente del gobierno español caricaturizado de Micky Mouse, todo en negro y con bigote (negrísimo) en una caracterización que suele utilizarse a menudo por cima de los Pirineos para designar a meridionales (de la Europa del Sur), cubriendo así las paredes y las paradas de autobuses, por todas partes en la aglomeración de Bruselas, convenientemente condimentado godo ello con los comentarios a cual más mordaz y beligerante –en contra de Aznar y del PP- de comentaristas y analistas, en un escenario de agitación (o agit propi) que era lo nunca visto en Bélgica y que de hecho en los casi treinta año que aquí llevo residiendo nunca vi que se reservara a nadie ni a país alguno, ni nada parecido.

La ETA, implicada directamente o no en aquello, no firmo menos su acta de defunción con aquellos atentados pero es obvio que el declive inexorable que experimentaría a partir de allí una banda terrorista que hasta entonces había unido a todos los españoles en contra de ella durante más de treinta años, dejaría paso a la irrupción, otra vez, de la vieja división de a sociedad española –entre izquierdas y derechas- que en sus causas y raíces se remontaba a la guerra civil del 36, la guerra de los Ochenta (y tantos) años como yo la llamo.

Y esa división guerracivilista que trajo contigo la era Zapatero, que se traduciría primero en la crispación que traería en la sociedad española ciertos debates de sociedad y en particular la promulgación de la ley de la Memoria Histórica acabaría desembocando hacia el final (como por casualidad) del segundo mandato del anterior mandatario socialista en la eclosión de la protesta callejera de los indignados que produjo una grave conmoción social en la sociedad española y acabaría traduciéndose en sucesivas intentonas insurreccionales –en particular la del 25-S (Operación Toma del Congreso) la más grave y peligrosa de todas ellas- que acabaron viéndose saldadas por el polvo del fracaso pero que no dejarían menos de plantar la semilla de la indignación callejera sediciosa –e insidiosa- en amplias capas y segmentos de la sociedad española.

Lo que ahora intentan cosechar algunos de los principales comparsas del 15-M y me refiero a Podemos y a su líder que como él mismo lo habrá confesado recientemente en los medios, él y los suyos tuvieron un protagonismo decisivo (y no menos funesto) en las tres jornadas cruciales que siguieron a los anteados de Atocha. Y a buen entendedor pocas palabras sobran

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