jueves, diciembre 11, 2014

FABIOLA DE LOS BELGAS Y EL DUQUE DE ALBA

Don Fernando Álvarez de Toledo (retrato de Antonio Moro), el Gran Duque de Alba. Un asignatura pendiente –mucho más vieja y antigua y urgente que la de Leon Degrelle- de la reconciliación definitiva entre españoles y belgas. El Duque de Alba irreprochablemente fiel –lo que muchos belgas le reconocen- a la política de rigor que le dictaba desde el Escorial el rey Felipe II, salvó lo que salvarse podía, y es porque obligó a la insurrección protestante que llevaba incubándose desde hacia tiempo, a salir a la luz y a actuar a partir de entonces a cara descubierta, con lo que hubo un deslinde general de los campos en liza, de un lado la Unión de Utrecht, protestante, y del otro los católicos de la Unión de Arras -bajo la enseña de la cruz de San Andrés o de Borgoña-, el partido de los amigos de España por estas tierras
Tardé creo que una hora larga en ver cumplido mi empeño de rendir homenaje póstumo a Fabiola de Mora y Aragón reina española de Flandes como la habrá homenajeado la prensa española. No éramos cuatro gatos desde luego, el cortejo fúnebre –en el momento que yo llegué- daba casi la vuelta a la manzana –enorme- del Palacio Real de Bruselas, y entraba al palacio –pasito a paso- tras atravesar las grandes verjas y el patio enorme a la entrada e iba subiendo las enormes escalinatas aquellas hasta el primer piso, hasta entrar –siempre paso a paso- en una gran antecámara donde estaba instalada la capilla ardiente y donde se encontraba el féretro de la reina de los belgas, de cuerpo presente, que a fe mía que me deparó cierta sorpresa, porque no me lo esperaba o más bien porque no me había visito nunca en una igual –lo confieso- de rendir homenaje fúnebre a una figura egregia la que fuera, sin duda que fue por eso.

Para descender de nuevo en una fila paralela a la de los que subían, pasando justo antes de la salida delante de varios libros de pésame puestos a la disposición del público, en uno de los cuales dej constancia –con mi nombre y apellidos- de mi visita yd e mi homenaje sincero –“en testimonio de respeto, lealtad y agradecimiento”- a la reina difunta. En su mayoría -los integrantes del cortejo me refiero- eran personas ya de una cierta edad –como yo (dirán aquí algunos)- y también familias con toda una recua de hijos o nietos en redor lo que le da baal aire fúnebre del acto ciertas dosis de optimismo, en prenda de futuro sin duda alguna. No me vi nunca en una igual ya dio y si me lo hubieran dicho hace tan sólo tres años ni me lo hubiera creído, entretanto ha llovido mucho por tierras de Flandes como hubiera escrito Eugenio Montes, y en España más si cabe con todo lo sucedido de crucial y de tan decisivo en todo este tiempo para el presente y el futuro de los españoles.

Abdicó el monarca anterior Juan Carlos en favor de su hijo, en un contexto de (gruesa) marejada interior que se vería ilustrado por la movida de los indignados y sus secuela y coletazos en los tres años ya trascurridos desde la eclosión en la Puerta del Sol de 15-M, y m actitud haca la monarquía española evolucionó sensiblemente aquí todos ya lo saben, en relación con la familia real española y por vía de consecuencia –lo quisiera o no- un poco también en relación con otras monarquías europeas y en particular la de Bélgica mi lugar de residencia habitual desde hace ya tantos años.
Ostende, el paseo junto a la playa. El pasado sepultado, y por eso que no pasa. En los tres años que allí viví –del 90 al 92- no vi nunca el menor rastro conmemorativo del sitio de Ostende (1601-1604) y mucho menos del pesado tributo de sangre –hasta cien mil muertos según ciertas fuentes (belgas)- que pagaron entonces los Tercios españoles. Un pasado enterrado en la memoria colectiva de los belgas valones y flamencos que salía no obstante a relucir inesperadamente el tiempo que viví allí en la irrupción sorprendente de ciertas fisonomías –tan familiares para el que esto escribe- de algunos de sus habitantes, hombres y mujeres (…)
Y así, por una ironía del destino, un español residente en Bélgica se habrá visto rindiendo homenaje de adiós a una reina española de los belgas en un palacio real que fue mandado construir durante el régimen holandés a seguir a Waterloo sobre las ruinas -algo que los muchos turistas españoles que frecuentan el lugar ignoran olímpicamente porque no hay nada ni nadie que se los recuerde (y mucho menos los guías de lengua español que parecen conocerse al dedillo la historia belga y muy poco la española- de la que fue fortaleza de Coudenberg, residencia desde los siglos medievales de los duques de Brabante y de los posteriores gobernantes de esas tierras –entre ellos Margarita de Parma, hija (natural) de Carlos V, el duque de Alba, los archiduques Alberto e Isabel, hija de Felipe II- y posteriormente–a seguir a la paz de Westfalia- de los gobernadores españoles de los Países Bajos (de Sur, léase los Países bajos católicos, o “les Pays-Bas Espagnols”)

Los agoreros pronosticaban un fiasco de asistencia pero no habrá habido tal, y se puede decir que Fabiola se despide de los belgas con todos los honores y en un ambiente de respeto generalizado –y de afecto incluso- por más que no haya habido desbordamientos entre el pueblo llano –como los hubo a la muerte de sus esposo, Balduino, que tampoco nadie se esperaba. Y el escándalo financiero que deslució (ligeramente) su imagen pública hacia el final de su vida –tan aireado en los medios-tras verse discretamente verse mencionado y comentado en las primeras horas tras el anuncio de su muerte habrá acabado viéndose relegado a un olvido absoluto
Edición en neerlandés de la obra “Por el Rey y por la Patria” -“Pour le Roi et la Patrie”, en su edición original- una obra que cayó en mis manos y me leí de un tirón hace ya casi quince años, consagrada esencialmente a la actuación de la nobleza belga durante la segunda guerra mundial, decantada en sus practica totalidad del lado de la Resistencia y del bando aliado, y en la que –en su primera parte- se pasaba no obstante revista a una serie de jóvenes belgas miembros de la aristocracia que lucharon –con gran destaque- en la guerra civil española del lado de Franco y los nacionales, y cayendo incluso hericamente alguno de ellos en el campo de batalla. Y de la lectura de esos capítulo de la obra –de la pluma de Marie-Pierre D'Udekem d'Acoz, prima hermana de Matilde, la actual reina de los belgas- se llegaba la conclusión que la adhesión (incondicional) a la España nacional fue la regla de la nobleza belga durante nuestra guerra civil. Salvo una rara excepción: la de Paul Nothomb, oveja negra de una ilustre familia pro franquista, amigo de Malraux, y su copiloto (ametrallador), alistados con los rojos los dos, y bombardeando objetivos civiles juntos los dos en el frente norte de batalla las primeras semanas de la guerra

De respeto generalizado como digo, a ambos lados de la frontera lingüística, porque una de las cosas que habrán llamado la atención de comentaristas y observadores habrá sido las honras fúnebres que el actual gobierno belga habrá decidido por su cuenta y riesgo en favor de la reina difunta, y a fe mía que habrá sorprendido a más de uno entre ellos al que esto escribe, si se tiene en cuenta que el actual gobierno belga –compuesto de forma obligada por representantes de las dos (principales) comunidades lingüísticas- ostenta en el seno del gobierno belga actual una clara fuerza el partido ganador de las últimas elecciones generales (del pasado mes de mayo) que fueron los nacionalistas flamencos de la N-VA (Nueva Alanza Nacionalista Flamenca) –de centro derecha- cuyos principales dirigentes hicieron profesión (repetidamente) en el pasado reciente de republicanismo sin esconder tampoco sus miras separatistas (a más o menos largo plazo)

“Verdad del lado de aquí error del lado de allá” decía Pascal refiriéndose a España y Francia, y lo que vale para los franceses vale también en cierto sentido para los belgas que se encuentran igual que los franceses “de este lado” (de los Pirineos) Vale también para estos países bajos (del Sur) donde del decir de Eugenio Montes “se ve diluido –en favor del paisaje de lluvias y lloviznas el sentido de los límites y de las lejanías” Una puesta en favor de la unidad de este país territorialmente tan reducido por no decir “imposible” –en el omento de su nacimiento por lo menos este homenaje oficial imprevisto e inesperado a la reina de los belgas? Un guiño de nacionalistas flamencos a un pasado incorrecto común, el que no dejaban de compartir con la España de franco (hasta un determinado momento de la evolución de la segunda guerra mundial) –de la que provenía la esposa española del rey Balduino que según ciertas fuentes habría conocido ya a su futuro esposo durante el conflicto europeo en San Sebastián donde aquel en un momento u otro de aquellos años estuvo aquél residiendo (…)

Hace ya una decena de años quince incluso, cayó en mis manos un libro de una escritora e investigadora belga, prima hermana de la actual reina Matilde, Marie-Pierre d’Udekem d’Acoz, que bajo el titulo “Por el Rey y por la Patria” trazaba una radiografía colectiva de la actuación de la nobleza belga durante la segunda guerra mundial que en su casi totalidad tomaron partido en cuerpo y alma por la causa aliada, lo que se veía precedido en una primera parte de la obra –apasionante a fuer de objetiva y ben documentada- de un pase entrevista de los miembros de la nobleza belga que habían tomado parte activa en la guerra civil española del lado de los nacionales y de lo que se deducía una adhesión abrumadoramente mayoritaria prácticamente unánime –salvo una sola y ruidosa excepción (…)- de la nobleza belga de lado de la España de Franco durante nuestra guerra civil algo que se habrá visto innegablemente rodeado de tabúes en décadas de posguerra –hasta hoy- tanto de parte española como de parte belga.

¿Desatará los labios y las plumas (y las teclas) la muerte rodeada del respeto y del aprecio y del afecto de los belgas de la reina Fabiola? ¿Llegará hasta una revisión de la historia oficial siempre en vigor en Bélgica del llamado “régimen español” por estas tierras que se extendió ininterrumpidamente durante (casi) tres siglos (desde el reinado del emperador Carlos V hsta el tratado de Utrecht)? ¿Hasta una rehabilitación incluso de la figura denigrada hasta hoy por estas tierras del Duque de Alba?

¿Como en Rusia –mutatis mutandis- donde tras la caída del Muro dio inicio un proceso de rehabilitación de la dinastía de los Romanov hasta el punto que la antigua sede imperial acabaría recobrando su nombre de San Petersburgo? ¿Utópico el pensarlo por políticamente incorrecto? ¿Por geopolíticamente imposible habida cuenta de la (buena vecindad) del reino belga con el de los Países Bajos?

Asignatura pendiente como sea de la definitiva reconciliación entre españoles y belgas la figura del duque de Alba, jefe de la aristocracia española –él como sus sucesores hasta hoy- de la que procedía la reina Fabiola.

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