domingo, diciembre 07, 2014

FABIOLA REINA ESPAÑOLA DE LOS BELGAS

Boda de Balduino y Fabiola, el 30 de noviembre de 1960. Eran otros tiempos, y corrían otros vientos, en España sobre todo. La España de Franco, en la que se conocieron el rey y la futura reina de los belgas. Algo que no se habrá dejado de recordar en Bélgica periódicamente desde que aquí resido. A mí gran sorpresa, todo eso parece ahora no olvidado –recordado en cambio, de forma escueta- sino perdonado por todos, en el momento de su fallecimiento. En los medios como en la clase política, y en la opinión pública. Un signo de los tiempos –que me llega a lo más hondo- y una prenda de futuro para españoles como para belgas, los tiempos inciertos que se avecinan
Fabiola reina española de Flandes. Así rubrica su autor un artículo necrológico en la edición de hoy del diario “El Mundo” sobre la reina de los belgas que acaba de fallecer. Reina española de los belgas, de todos ellos flamencos y valones, aunque siempre me pareció que lo era más de unos que de los otros, mucho más apreciada y estimada en la mitad Sur (francófona) que en la mitad Norte (flamenca) del país. Siempre ya digo, hasta hoy, hasta hace unas horas, porque a la vista de las reacciones en las veinticuatro horas trascurridas desde su fallecimiento me veo obligado a admitir que entre flamencos incluso fue –y lo sigue siendo a la hora de su muerte- mucho más respetada y estimada de lo que daban a entender las apariencias.

Durante muchos años de mi estancia aquí –tras mi llegada en marzo del 87 (el 11 de marzo exactamente)- viví lo confieso sin ambages con el trauma o el síndrome (como se le quiera llamar) del 23-F que me pilló lejos de España –en Francia donde residía por aquel entonces- y fue por culpa de su desenlace que me dejó un sabor amargo de frustración como a tantos, lo confieso. Y eso sin duda influyó en mi óptica a la hora de juzgar personajes egregios como era el caso de la reina Fabiola. Me vi (a mi pesar) envuelto incluso en un turbio asunto de amenazas de muerte en contra de ella, que me valió varias horas de interrogatorio en marzo del 2011, de lo que me vi puesto en libertad sin cargos el mismo día, y de lo que sin duda solo me vi libre de toda sospecha cuando al año siguiente el asunto se vio archivado definitivamente –falta de resultados concluyentes- por la justicia belga.

¿Por qué me vi entonces bajo sospecha e investigado? Fue la pregunta que no dejaría de hacerme desde entonces, y sin excluir otros factores que me escapan por completo, es obvio que mi acto de protesta en el 2000 delante del palacio real de Bruselas influyó en verme puesto de nuevo en la picota de los medios y sometido a interrogatorio durante varias horas. Pero hubo algo sin duda mas también y debió serlo la imagen o el perfil desde el punto de vista ideológico que arrastraba yo de antiguo, desde antes incluso de mi detención en Fátima. Falangista. Un etiqueta que si trae (aún) cola en la España de hoy no digamos en Bélgica como me acabaría percatando de ellos a mis propias expensas. Un individuo pues -en la imagen-robot de que de mí se formaron sin duda aquí algunos- sospechoso “a priori” de republicanismo y de desafecto a la monarquía española y por ende a la de los belgas.
Foto publicada en los medios belgas del momento de mi detención el 23 de marzo del 2011, cuando me vi sometido a interrogatorio durante varias horas antes de verme libre y sin cargos ese mismo día, investigado a causa de repetidas amenazas de muerte anónimas contra la reina Fabiola. Justo un año más tarde la justicia belga declararía el caso cerrado falta de resultados concluyentes. ¿Por qué me vi entonces bajo sospecha? Sin duda que mi acto de protesta delante del palacio real de Bruselas doce años antes -el 26 de mayo del 2000- influyó en el tema. ¿Sólo? A otro perro con ese hueso. La etiqueta política e ideológica que arrastraba yo de antiguo jugó a mi juicio no poco también en verme investigado. Falangista. Una etiqueta que si trae cola aún en España, todavía más en Bélgica
Y en la medida que creo haber pagado (ya) por todo aquello en Bélgica me siento también con total libertad a la hora de juzgar el papel de la reina (consorte) Fabiola, esposa del difunto rey Balduino, en estas entradas libres e inconformistas. De Fabiola se difundió de antiguo una imagen entre españoles –sin duda en los años del tardofranquismo- que me influencio innegablemente aún muy joven, y era sobre todo por lo que se contaba de su propia familia, de su madre en concreto de la que se decía que en los años cuarenta mantenía ciento y no sé cuántos perros en su palacete de la calle Zurbano madrileña, en aquellos años de tanta escasez y penurias no sólo para las clases más humildes sino también para la clase media.

Una imagen –más bien en negro- que se vería reforzada en mí con unas declaraciones mucho más tarde –viviendo ya precisamente en Bélgica- de José Luis de Villalonga, amigo personal del rey Juan Carlos y Grande de España, además de escritor y periodista, evocando la inmediata posguerra en su domicilio familiar en Barcelona cuando –decía- se asomaba a la ventana a la hora de comer y no veía más que obreros y mendigos famélicos pidiendo limosna en las aceras, y que mientras tanto le iban sirviendo diez y siete platos (sic) en la mesa, mientras que su madre le decía : ”pobres los ha habido siempre y los habrá, además han perdido la guerra -¿no?- ¡pues que se j…!” Y lo contaba o así me pareció entender, como a modo de retractación pública o de autocrítica.

Como fuera, tan grande no fue el pecado (histórico) de la aristocracia española perdida en un mundo tan complicado y tan conflictivo –y para ellos más- como lo fue el siglo XX que Umbral decía “haber amado tanto” A seguir sobre todo al 45. Tan grande no fue su pecado, no, y tan grande no debió ser el error (sic) de Fabiola –como así lo califica en declaraciones oídas hoy en la radio estatal belga francófona, del antiguo jefe de gobierno el socialista Elio Di Rupo, que la persiguió y puso en la picota- lo que le valió el verse en los papeles poco antes de su muerte y de ver así no poco empañada la buena imagen que guardaba entre sus súbditos.
Instantánea de mi detención delante del Palacio Real de Bruselas el 26 de mayo del 2000 con ocasión de la visita del rey Juan Carlo a Bélgica. Yo guardaba entonces, lo confieso, un resentimiento profundo en contra del monarca español entonces reinante, en particular por culpa del 23-F y de su desenlace. Y ese fue sin duda el motivo determinante, en el fondo, de mi acción de protesta de entonces. Hoy, como ya lo declaré abiertamente y repetidas veces en este blog, hago votos sinceros que su hijo y sucesor, Felipe VI, acabe enderezando los yerros del reinado anterior y reconciliando (de ver-dad) a los españoles entre ellos, poniendo –previamente- fin de una vez por todas a la guerra civil española del 36 que ochenta años después sigue dando coletazos, se reconozca o no se reconozca. En España y en el extranjero (por ejemplo aquí en Bélgica)
Y confieso que me dio mucha pereza siempre entrar en el fondo de ese asunto, como por lo general en temas de herencias y de impuestos o de impuestos y de herencias. Hoy, leyendo comentarios en discusiones digitales en lengua española tras su muerte sobre el tema, me percato –a mi gran sorpresa- que en España existe otra sensibilidad muy distinta de la que reina hoy por hoy en Bélgica en materia de imposiciones, y así no pocos comentarios de los que leí hoy califican de confiscatorio (sic) el sistema belga en vigor y el hecho de que el Fisco belga –lo que fue el motivo directo de la creación de la Fundación por la que vino el escandalo- le quitase a la reina viuda y sin hijos un porcentaje tan elevado –hasta un setenta por ciento (...)- de bienes que eran suyos propios, legítimamente adquiridos, por el simple motivo de tratarse de una viuda sin hijos. Como lo era, y además –para mayor inri- española y como tal “eslabón débil de la familia real belga” tal y como lo declaré en la entrevista que me hicieron en la prensa aquí a seguir a mi interrogatorio por el tema de las amenazas de muerte contra ella.

Un eslabón débil que se habrá visto reforzado post mortem, si no lo estaba ya antes, de por los funerales nacionales y el luto oficial -de una semana- que se habrá decretado en su honor. “Dile al justo que todo está bien”, reza la biblia canónica (y me imagino que también las apócrifas) Y de Fabiola se puede decir que todo lo habrá hecho bien viviendo y muriendo en la estima de sus compatriotas de adopción belgas. En un país además, marcado –como lo recuerda la prensa española en las semblanzas necrológicas que le dedican- por un innegable “rencor histórico” en contra nuestra. Difuso sin duda, subliminal e imponderable, y por ende más escurridizo aún y de reapariciones imprevisibles, en las situaciones más inesperadas y de la procedencia más insospechada, entre la clase política como en el pueblo llano y a un lado y otro de la frontera lingüística.
Leon Degrelle, con ocasión de la que fue una de sus últimas apariciones en público (12 de junio de 1989) en la Costa del Sol donde residiría (temporalmente) –siempre a caballo entre Málaga y Madrid- hasta el final de su vida. El que esto escribe no llegó a conocerle personalmente, aunque por razón de mi medio familiar y sociológico de procedencia aunque solo sea, guardo sobrados motivos de pensar que la figura del líder rexista belga gravitó de cerca sobre mí y mi trayectoria desde muy joven. Y como sea, arrastré siempre hasta hoy un sentimiento insoslayable de haber tenido que pagar mi cuota innegable de responsabilidad política –tal vez como otros españoles aquí residentes- por cuenta del refugio que encontró Degrelle en España y entre españoles hasta el final de su vida, durante los años (cerca de treinta ya) que llevo residiendo en Bélgica. ¿Cambiarán las cosas las cosas a partir de ahora con el clima de borrón y cuenta nueva que parece auspiciar los medios y la clase política en Bélgica con ocasión de la muerte de la reina española de los belgas? ¿Perdonarán –y olvidarán (de ver-dad)- algunos belgas a partir de ahora al líder rexista (y pro nazi) belga como parecen ya haber perdonado –a la hora de su muerte- a la reina Fabiola y a su pasado franquista?
Y no creo que sea exagerado afirmar que ese fuera un factor del primer orden a la hora de dar una explicación (mínimamente convincente) de la connivencia y complicidad que en algunos sectores pudo encontrar aquí en el pasado –en los momentos más álgidos de sus escaladas terroristas-  la banda ETA, como se pondría clamorosamente de manifiesto en febrero del 96, con ocasión del contencioso de las extradiciones fallidas de una pareja de presuntos etarras refugiados en Bélgica. Hoy todo eso –en lo que a los belgas se refiere por lo menos- es agua pasada. O así lo quiero creer por lo menos, y pienso sinceramente que así sea.

Y en el preciso momento que se sigue poniendo en España en entredicho la legitimidad (sic) del orden institucional en vigor, no deja de encerrar no pocas dosis de ironía el hecho que la clase política belga sin excepción (digna de mención, me refiero) haya rendido homenaje en su fallecimiento a la reina española de los belgas, desde la derecha monárquica y conservadora hasta los socialistas. Y hasta una figura del mayor realce del partido socialista francófono, fuera de toda sospecha, ex presidente del partido, antiguo ministro federal y actual alcalde de Charleroi que se permitió hace poco en cambio un desplante en público al nuevo ministro del interior (flamenco) acusado en los medios (francófonos) de un pasado políticamente incorrecto y tachado de neonazi incluso por algunos.

A Fabiola en cambio los belgas a todas luces le habrán perdonado su pasado incorrecto –léase franquista- que los medios no habrán dejado de recordar y evocar (sobria y escuetamente) a la hora de su muerte. Y esa clemencia y ese perdón –que a fe mía que nos llega a algunos en lo más hondo- es sin duda un signo (magno) de los tiempos, y prenda de futuro a la vez, tanto para belgas como para españoles

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El exilio de Leon Degrell en España puedehaber sido un factor mas en la fobia antifranquista o antiespañola de algunos "antifascistas"...
Sin embargo, Jean Thiriart, autor de Europa, un imperio de 400 millones de habitantes, es un pensador o ideologo europeista que deberia ser mas conocido y estudiado.

Juan Fernandez Krohn dijo...

En el pie de foto de una de las que añadí hoy a mi entrada te respondo un poco en el tema de león Degrelle. A mí para ser sincero Degrelle me eso un poco en Bélgica. Me vi expulso durante varios años de la Universidad Libre de Bruselas por difundir entre estudiantes una publicación confidencial que sacaba yo entonces en Bélgica con un artículo necrológico en el momento de su muerte (en el 94) Y nadie me quita la cabeza que en todos los fregados judiciales mediáticos y otros en los que me vi envuelto en Bélgica durante todos estos años el fantasma de Degrelle que sigue poblando las cabezas de muchos belgas no dejó de gravitar sobre mi, como sobrevolando por encima de mi cabeza. Por mi condición de español en Bélgica y por la etiqueta ideológica que aquí me prestaban (unánimemente) los medios de falangista de franquista, d’extrème-droite” etcétera, etcétera. De un español no “como los otros” (de aquí) los de la emigración de los sesenta, me refiero y sus descendientes, supuestamente (y hasta prueba de lo contrario) todos de izquierdas y guerracivilistas. Y por supuesto nunca, digo bien nunca me llegó el menor signo de solidaridad por mínimo que fuera de todos sus amigos españoles de Degrelle –amigos tuyos tal vez también, no lo sé-, como si no me conocieran (…) Del otro personaje que mencionas, oí hablar siempre mucho aquí en medios restringidos lo que contrastaba con su ausencia ruidosa –más que la del Ausente casi- en los medios y en la vida pública aquí, de lo que se oía y se veía me refiero, hasta el punto que llegué preguntarse seriamente si más que de un personaje real de carne y hueso se tratase de una nomenclatura (de nombre y apellido) o de una fachada apenas. Sé de él –lo que nunca se aireo mucho- que procedía de un medio sociológico y familiar de izquierdas de antes de la Segunda Guerra Mundial- que fue rexista y durante la guerra y que hacia el final del conflicto pasó a integrar un círculo de partidarios incondicionales de Alemania, de “Amigos del Gran Reich Alemán” (AGRA), y que viajaba mucho por el mundo entero en la (ex) Unión Soviética incluso de antes de la caída del Muro de donde estaba justo de regreso en el momento de su muerte de un ataque cardiaco, creo, en el 92 (llevaba yo ya cinco años en Bélgica) De sus obras nunca leí nada ni cayó nada de él en mis mano ni ante mi vista tampoco, ni siquiera esa que mencionas, de la que no creo que haya ediciones recientes. Legó un bello nombre con el que bautizó su movimiento, el de Joven Europa, eso hay que reconocérselo. Me pregunto no obstante si Joven Europa no fue un poco como el Metro de Madrid por el que todo el mundo entra y sale, porque conocí aquí gente de extrema izquierda -anarcos- que habían militado (de muy jóvenes) en ella. Saludos