lunes, diciembre 29, 2014

ESPAÑA NO ES GRECIA NI POLÍTICAS DE LA COMPLUTENSE LA POLITÉCNICA DE ATENAS

España no es Grecia. Ni nuestro pasado recíproco más o menos reciente –pese a las innegables similitudes- comparable tampoco. El régimen de los coroneles –espantajo público número uno de mi generación (a mí que me registren)- cayó, se derrumbó bajo la presión internacional. Franco en cambio murió en la cama y en el ejercicio de sus atribuciones de jefe del Estado. Es lo que escuece a Pablo Iglesias y sus adeptos. Llevan cuatro años soñando con una situación insurreccional como la que se produjo –de desenlace tan sangriento- (en 1974) en la Politécnica de Atenas. Estuvieron a un tris de conseguirlo el 25-S (del 2012) pro la ocasión no volverá a presentárseles. O sea que no sé cómo van abrir el candado del 78 y poner en práctica todas esas otras cosas que el mesías dice. Podemos o el sueño de una noche de verano. Y ni siquiera
¿Se cavó acaso la tumba el partido griego de Nueva Democracia decidiendo encarcelar y criminalizar a la cúpula entera de Amanecer Dorado? Lo vamos a saber dentro de muy pocos días. La hora parece que sonó -según todos los pronósticos de la prensa global- para el candidato en política griega de Barak Obama. Y en España mientras tanto se frotan las manos los que apostaron por Podemos, y así alguien tan emblemático –tan marginalmente emblemático me refiero- como Sigfredo Hillers ("No Importa") lo ve ya encumbrado hasta el punto que le asciende por su cuenta y riesgo al cargo de académico de la de Morales y Políticas o poco menos.

Me echaba a mi en cara Sigfredo Hillers en la época que me quedé mas solo que la una por defender posturas que eran o aparentaban ser las suyas propias en la antigua Facultad de Políticas y Económicas de la Complutense en los años –finales de los sesenta- que inmediatamente precedieron a la separación de las dos facultades en edificios distintos y el reenvío de una y otra –con poco tiempo de intervalo- al campus de Somosaguas, me echaba en cara como digo –amargamente y sin la menor comprensión- la frustración sorda que era la mía ante la impotencia manifiesta en la que nos veíamos de hacer pasar un mensaje ideológico que no fuera el que (arrolladoramente) se difundía en aquellos años dentro y fuera de las facultades tan monolítico y tan radioactivo.

A él desde luego que para entonces estaba ya casado (y con hijos, o camino de ello) y gozaba de una situación profesional estable por modesta que fuera –¡como se la envidiarían hoy muchos con la que lleva cayendo!- la situación (al borde del ataque de nervios) al interior de las facultades de la Complutense y en particular en las más conflictivas de la misma como “Galerías Castañeda” (Políticas y Económicas) le merecería unos análisis y unos diagnósticos que a mí que andaba ya por cuarto curso de carrera y que había bregado todo lo que pude –durante tres años completos- intentando mantenerme a flote enarbolando una bandera en aquellos ambientes y en aquella encrucijada de tiempos y de vientos tan azarosa y tan incierta, me parecían propios de marcianos o ridículamente estratosféricos.

No había ya ni un minuto que perder en intentar convencer ni a uno siquiera de los que discurrían en aquel magma informe y viscosos de universitarios de mi época que la Falange y el régimen eran dos cosas distintas, que Franco no era falangista que la verdad/oficial era mentira y que la verdadera/doctrina/joseantoniana era del tipo esotérico, propia de iniciados, de un puñado de ellos tan solo que se reunían entre ellos solos para rumiar a solas y predicarse unos a otros la trinidad fundamental del mensaje, a saber la nacionalización de la banca, la reforma agraria y la autogestión (sic) de la empresa (y no sé cuántas otras zarandajas), sino que se trataba de salir corriendo de allí en estampida –que fue lo que acabé haciendo- para que no nos contaminase aquel ambiente deletéreo y te dejase marcado de por vida como ocurriría con tantos de mis compañeros de generación (y de carrera)

Y viendo a ese mismo Sigfredo Hillers cuarenta años después entusiasmarse de esa forma tan pueril con Pablo Iglesias me digo que el tiempo al final habrá puesto las cosas en su punto y la impostura al descubierto. Sigfredo Hillers me recriminaba a mí tan amargamente entonces –en presencia del resto de sus partidarios- mi presunta incapacidad a hacer prosélitos en aquel ambiente, en aquellas circunstancias, porque en el fondo estaba de alma y corazón con ellos, hasta con los más radicales y extremistas aunque no lo manifestase por razón de su circunstancia –de trabajador de cuello duro (léase de chaqueta y corbata)- y porque había también sin duda otras serie de factores e imponderables que solo habré vendido a descubrir o a intuir tantos años después. Y por eso Sigfredo Hillers ve hoy en el líder de Podemos que podría ser (casi) su nieto -y que al mismo tiempo no deja de ser el heredero y legatario de los indignados aquellos-, el nuevo mesías de la Política y de la Universidad en España (y de la Academia)

La vuelta a la naftalina, anunciaba un clarividente artículo sobre el fenómeno de Podemos en la prensa española hace unas semanas. El retorno de viejos espectros y fantasmas. Aviso a los navegantes. España no es Grecia. No lo es su presente, no lo es sus pasado más o menos reciente y por lo tanto no tenemos por qué pensar o creernos a pie juntillas que el destino tenga escrito en los astros que nuestro futuro nos lo marquen ellos como así parecen estar dando a entender unánimes las horas que corren observadores y analistas. Grecia, cuna de la memoria, como lo señaló tan acertada y proféticamente Dominique Venner antes de su muerte. Y es un su pasado donde se impone el mirarnos al espejo a la hora misma que el presente vacila (seriamente) por aquellas tierras.

Se equivocó la paloma, se equivocaba, creyó que el río era el mar y la noche, la mañana, se equivocaba, se equivocaba, cantaba (lúgubremente) una canción de recital progre de aquellos años que venia del otro lado del charco (de la Argentina) Y Sigfredo Hillers se equivocaba (fatalmente) de bando, él y los que le seguían en aquel recrudecerse de la guerra civil del 36 (o de los Ochenta Años) que no quería decir su nombre, en un nuevo capítulo de enfrentamiento guerracivilista larvado apenas. Su bando, el suyo el de los suyos –el de su padre republicano (y a todas luces represaliado) del que nunca me hablaría- era el otro, y por eso renegaba (cómo llamarlo de otra forma) tan acrimoniosamente de los que al contrario que él lo teníamos claro, tal vez no del todo de cual era nuestro bando pero si desde luego que no lo era aquel a donde a toda costa él quería que se nos hiciera un hueco.

Como lo volví a tener claro –al contrario que él y sus (contados) amigos y devotos y partidarios- cuarenta años después tras la eclosión de la movida (funesta) de los indignados. El último capítulo hasta la fecha de la guerra civil de los Ochenta Años. En espera del que sueña con abrir Pablo Iglesias –abrir capítulos de guerra civil y abrir candados (sic) constitucionales- si los oráculos le son favorable en las próximas elecciones griegas. Ni lo sueñe. Que España no es Grecia, ni Políticas de la Complutense tampoco la Politécnica de Atenas

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