Instantánea del cante de la salve rociera –de cante flamenco- durante la ceremonia de funerales celebrada hoy en memoria de Fabiola, reina de los belgas. En la foto, de negro, una prima hermana de la reina. Mis respetos (en señal de discrepancia) ¿Voluntad de la difunta –esa salve rociera- o apaño de última hora de la iglesia española o de los grupos que mangonean en su seno y que han hecho (abusivamente) de lo flamenco andaluz su buque insignia en materia litúrgica? Y más aún de puertas afuera (...)Salve rociera. ¡Aparte de mí ese cáliz! Rendí tributo de homenaje sincero de palabra y obra como aquí ya lo tengo explicado en mis útimas entradas, a Fabiola reina española de los belgas y tal vez eso me da más libertad interior y quizás también un suplemento de fuerza moral a la hora de expresarme en tonos críticos como aquí lo voy a hacer por el espectáculo (insólito) esta mañana en la catedral de Santa Gúdula (y San Miguel) de Bruselas.
Siempre me desconcertó y me desazonó un poco también -lo confieso aquí sin tapujo ni rebozos- la polisemia tan desconcertante (¡no me digan!) de la palabra flamenco (en español) ¿Será que el cante nació aquí, en Flandes? Esa es la pregunta –un tanto obsesionante- que me venía otra vez a la mene repasando en video las instantáneas del funeral de esta mañana a la memoria de Fabiola reina española de los belgas. Un legado del Flandes hispánico –de los Países Bajos católicos del Sur, “les Pays Bas espagnols”- de los tiempos (¡ay dolor!) del emperador Carlos V nuestro señor. Gitanos aquí no faltan (gitanos del norte, me refiero, y no menos gitanos desde luego) Tal vez que ante el espectáculo de hoy en la catedral haya que rendirse a la evidencia.
Liturgia/flamenca, algo más que simplemente “vernácula” o posconciliar, en honor de la reina española. ¿Lo pidió ella? La duda se permite. Pidió música en su funeral? eso parece que si está claro pero si sus preferencias fueron tal vez para una selección –mezcla de lo antiguo y lo moderno- de Magnificat y Ave Maria, de himnos (liederen) germano/flamencos (de Flandes) y de canción contemporánea melódica a lo Jacques Brel-, no reza en cambio que fueran también para esa Salve flamenca que al final fue ofrecida de pasto a la curiosidad y a la sorpresa del público asistente al funeral al interior del templo.
Euroferia (andaluza) Vitrina durante décadas en la capital de la UE de la Junta (socialista) de Andalucía, que por las trazas atraviesa –tras dos años sin celebrarse- por una zona de turbulencias (…) ¡Albricias! Una espina –entre otras- que llevé clavada en la garganta desde que aquí resido. ¿Por qué tendría que tener lo flamenco/andaluz el monopolio de la representación –y de la imagen (de marca)- de España por cima de los Pirineos? Motivo de desprestigio más que otra cosa, clisé o caricatura de Leyenda Negra y secuela –una más en suma- de la guerra civil del 36 que todavía dura, en España y fuera de ella. La misma vergüenza viendo expuestos ese tipo de carteles por las calle en Bruselas que la que me produjo ahora la salve rocieraApaños de última hora se me antoja, de la iglesia española y de los que cortan el bacalao en su seno hopy por hoy que no se si serán kikos o no pero si que era “liturgia” del estilo –de palmoteo –y guitarreo- del que ello tanto gustan. No solo ellos, las monjitas de Lerma también de lo que ahora recuerdo. Entre paréntesis: ¿qué se hizo? Nunca más se supo (…) Fabiola además, al contrario que la duquesa de Alba, no era ni de adopción ni de ascendencia andaluza. Dejémoslo pues más bien en un ocurrencia –e imposición- de los organizadores y de sus asesores (civiles y eclesiásticos) españoles.
O tal vez que la idea partiese del mismo grupo que interpretó la salve, una coral de la comunidad española (y emigrante) de Vilvoorde, un respeto. Una localidad neerlandófona, Vilvoorde, en el límite de la frontera lingüística de los alrededores de Bruselas. ¡Españoles de Vilvoorde, aparte de mi (otra vez) ese cáliz! Testigos de primera mano de mi Odisea –de linchamiento y persecución en los medios (y no solo)- por partida doble, por españoles (de origen al menos) y por mi trayectoria que se vería revestida de trazos de un errar sin rumbo en ciertos momentos de mi estancia –de tantos años ya- aquí en Bélgica, en los que me vi prácticamente a la intemperie, como cuando acabé dando con mis huesos por unas semanas a penas (diciembre del 91-enero del 92), en Vilvoorde precisamente (…)
La antigüedad es un grado, sin duda. Y los emigrantes españoles en Bélgica vienen de los sesenta –y algunos de ellos de finales de los cincuenta, lo que explicaría que esta comunidad se hayan creído de pronto (tal vez) –como reza la canción (de Cecilia) aquella- “la novia en la boda el niño en el bautizo y el muerto en el entierro” Y de la comunidad de Vilvoorde siempre oí decir además que venían todos ellos, como un trasplante de población -en un fenómeno un tanto atípico y en cierto modo (e-inexplicable se me reconocerá- de la localidad cordobesa (y minera) de Peñarroya, inexplicable sin el factor guerra civil (del 36), por supuesto-, lo que explicaría la sesión de liturgia flamenca en el funeral de la reina.
¿Música cuestión de gustos? Sin duda. ¿La música sacra también? Si hay que aceptar el axioma llamémosle posconciliar que identifica lo uno con lo otro, lo sacro con lo profano, pienso que habrá que convenir que si. Del gregoriano o de la polifonía barroca o incluso del romanticismo litúrgico decimonónico a los fandangos, sevillanas y bulerías hay un trecho no obstante, se me reconocerá, pero a todas luces la iglesia española hizo de la liturgia flamenca -gitana o agitanada- un poco como su buque insignia en materia de liturgia, por aquello sin duda de la opción preferencial por los pobres.
Y si se resiente (¡y como!)la memoria –individual o colectiva- que le vamos a hacer (se dirían), que lo primero son los “pobres”. Querías arroz, pobre ingenio, tres tazas llenas. Y así pues, todos los españoles y en particular lo que aquí residimos habremos tenido derecho a una salve andaluza (“rociera) y a españolas –de origen al menos- rubias trigueñas (las de las fotos por lo menos) en el centro de la escena, vestidas y ataviadas de gitanas (andaluzas), de volantes y mantilla y dando palmas –y taconeando- y tocando las castañuelas conforme el clisé tan manido (¡ay dolor!) por cima de los Pirineos por cuenta de España y de los españoles, de un tufo innegable a Leyenda Negra.
Entrada de Vilvoorde (en francés Vilvorde), en la periferia flamenca de Bruselas, que alberga de antiguo una importante comunidad española emigrante de donde venía la coral que dio la nota (flamenco/andaluza) en los funerales de Fabiola. Los vencidos –para entendernos- de la guerra civil española en la localidad cordobesa de Peñarroya y sus descendientes (…) Un colectivo entre todos los que componen la emigración española (y sus descendientes) en Bélgica, de emplazamiento particularmente estratégico, lo que le daría mayor importancia política que al resto de los emigrantes –emplazados en su gran mayoría en zona francófona-, en la medida que se instalarían, a la sombra de las factorías Renault allí situadas, en una zona geográfica bisagra por decirlo así entre las dos mitades lingüísticas de las que se compone Bélgica. Lo que les permitió gozar siempre de una doble protección y padrinazgo políticos, del socialismo francófono como el conjunto de la emigración española, y del nacionalismo flamenco (moderado o sin serlo) cómplice del terrorismo vasco en el pasado (como lo fue “mutatis mutandis” la actitud del PNV hacia la ETA) En Vilvoorde encontraron refugio la pareja de etarras –Raquel García Arranz y Luis Moreno Ramajo- que Bélgica y su jefe de gobierno de entonces Jean-Luc Dehaene posteriormente nota bene alcalde de Vilvoorde, se negaron (en febrero del 96) a extraditar y a entregar a la justicia española. Los que a todas luces –ya con la nacionalidad belga- siguen residiendo por esos parajes, en esa zona de la periferia flamenca de Bruselas. Que conste ahora que ese colectivo vuelve a ocupar el centro de la escena. Que todos tenemos memoria“Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, rezan unas de esas sevillanas que aficionan mucho para uso litúrgico o paralitúrgico ciertos grupos como los kikos que conocieron gran auge en la iglesia española durante el pontificado de Juan Pablo II. Una de mis coplas preferidas, me curo en salud aquí de inmediato. Que qué menos cabría esperar de alguien de ascendencia andaluza –aunque madrileño de nacimiento- como el autor de estas líneas. Mi dosis obligada pues –como en cada quisque- de flamenquismo “ma non troppo” No es óbice, como sea, que esta entrada me sirve ahora para quitarme una espina en la garganta que llevo desde hace ya tanto clavada.
Escribí aquí en alguna ocasión que el fenómeno de la emigración española en Europa tuvo –y sigue teniendo- no poco de guerracivilismo encubierto: se iban por motivos económicos y también en señal de protesta y de desafío contra una España que (según decían) les mataba o les dejaba de morir de hambre, en la imagen deshonrosa y demagógica y que alimentaron por cuenta suya muchos, con su cooperación o su consentimiento al menos, aquí en Bélgica, donde fueron (siempre) de victimas por partida doble, por huir de Franco, y del hambre (sic) y de la miseria. Lo que explicaría ese replegarse en sí mismos y esos trazos de -fisonomía y de comportamiento- de los que se verían (y siguen viendo) revestidos para observadores de fuera (españoles incluso), propios más bien de las minorías étnicas (...)
Vinieron después los años negros del terrorismo de la ETA qe tuvo aquí en Bélgica en ciertos momentos al menos- sólidos apoyos que permitieron hablar de “santuario”, de pleno derecho. Y en todos este tiempo, gran parte del cual me pillo ya aquí en Bélgica, no me llego el mas mínimo eco de un testimonio o expresión de protesta o de una forma cualquiera de desolidarizarse de las acciones de la banda, de parte de la comunidad emigrante española en Bélgica y en particular de la comunidad de Vilvoorde que ahora habrá pasado a ocupar el centro de la escena –otra vez- en los funerales de la reina. Ellos que estaba sin duda más obligados que otros españoles.
Por la imagen que arrastraron desde luego (hasta hoy) entre algunos –a falta de prueba en contrario- de haber dado refugio a la pareja de etarras que provoco la crisis más grave (en 1996) desde el final de la segunda guerra mundial en las relaciones hispano belgas, que estuvo a punto de llevar a la ruptura de relaciones entre los dos países, como lo ilustra el que vivieron precisamente allí tras sus llegada a Bélgica huyendo de la justicia española, y como lo ilustra el que hasta hace no mucho y sin duda aun ahora también siguieran residiendo, no lejos de Vilvoorde (en la zona flamenca)
Hubo que esperar a los atentados del 11 de marzo que en un primer momento -aquí como en España- todos aquí y a no dudar la comunidad emigrante/española atribuyeron a la banda terrorista, para que la comunidad de Vilvoorde se desmarcase (un poco) de aquella imagen de complicidad, con la celebración de una misa por las victimas presidida por el alcalde de la localidad, Jean-Luc Dehaene uno de sus grandes padrinos y mentores belgas, y primer ministro en funciones precisamente cuando se produjo la crisis de las extradiciones más arriba aludidas, y a quien correspondió la negativa (resuelta) a la extradición de la pareja etarra (…)
¿Era acaso un paso atrás de pura táctica o un complejo de culpa más o menos inconsciente que les produjo la tragedia de Atocha? Como sea, en ninguna de las ocasiones (varias) que me vi puesto aquí (injustamente) en la picota de los medios, ningún español de la comunidad de Vilvoorde -ni ningún otro- me brindaría el menor gesto de solidaridad por mínima que sea. Más aun, por vuelta de diciembre del 91 en unos momentos particularmente delicados –por lo duro e inciertos y azaroso- de mi estancia en Bélgica residí unas semanas en Vilvoorde y al final tuve que desistir -en mi empeño de fijar allí mi residencia por el sentimiento irrefragable -la única vez que me habrá acompañado ese sentimiento viviendo aquí- que por las razones que fuera me veía persona no grata, blanco de un boicot apenas visible que de allí emanaba (de donde fuera)
Y la gota que debordo el vaso de mi decisión irrevocable –de marcharme de allí- fue un incidente estúpido –por lo carente de motivos (aparentes)- con una funcionaria del servicio de correos, que en lo álgido de la discusión se reveló española, y a todas luces miembro de esa comunidad tan emblemáticamente española como ahora oa presentan o nos la están vendiendo en los medios. ¿Rencores? No realismo, que me diga realismo histórico.
Bastó saberme español para que un tic de desconfianza se despertase en aquella emigrante/española (joven aún) Un fenómeno de guerra civil –de la guerra de los Ochenta Años o (del 36)- de la que vengo aquí disertando hace un rato- la hostilidad que a todas luces me brindó entonces la comunidad de expatriados aquella (que lo eran, como yo, por más que el calificativo escueza a algunos) ¿Se han cansado ya de guerra y apuestan en lo sucesivo por las palmas y las castañuelas? Sería sin duda (en parte) de alegrarse o agradecer.
Si no lo veo no obstante, como santo/tomas, no me lo creo. Primero pues que firmen la paz y entierren el hacha de guerra. ¿Que por qué lo digo, por qué me muestro así de abrupto y de desentonante en estas horas de duelo por la reina española de los belgas? Sencillamente porque Bruselas se ve teatro las horas que corren de la presencia de fautores de guerra civilismo españoles del primer orden, como lo son Pablo Iglesias y los demás eurodiputados de su partido, quienes a no dudar darán que hablar en un futuro próximo cuando se abre la campaña electoral española.
¿Vilvoorde y su comunidad emigrante entre los feudos (futuros) de Podemos? ¡Vivir para ver fantasmas míos! Si así fuera, las cosas estarían ya mas claras, y marcarían el principio del fin de esa pesadilla de incomprensión y de hostilidad larvada que me habrá acompañando el tiempo que llevo residiendo aquí en Bélgica. Y si no fuera así, paz donde hubo guerra y aquí no he dicho nada, pero ya digo que no me lo creo (del todo) ¡Salve rociera, vergüenza patria, vergüenza ajena!
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