miércoles, diciembre 03, 2014

JAVIER RODRíGUEZ Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Con un BMW flamante se presentó Teresa Romero en su pueblo de la provincia de Lugo con su marido. Ni en tren de alta velocidad ni en el coche de línea, ni siquiera en coche un poco más utilitario y menos deportivo. Todo un síntoma del ascenso social –y económico (de padres a hijos y nietos y biznietos)- de sectores sociales que de una u otra manera perdieron la guerra en el 36 –aunque siguieron haciéndola por su cuenta y riesgo-, en cuarenta años de democracia. Con su pan se lo coman…hasta cierto punto. No hasta el punto de reírse de media España si no de España entera, erigiéndose en plan de victimas como están haciendo ahora. En befa y escarnio sobre todo de aquellos –muchos- de su compatriotas que por no ser de extracción obrera como ellos y carecer de los mismos niveles de protección social –y sindical-, garantía de un empleo estable y seguro, subsidios de desempleo, pensiones etcétera, etcétera, se ven hoy condenados a un horizonte de desempleo sin futuro, a la desprotección total y a las colas de Caritas, y en suma a una indefensión social, económica (y política) humillante y vergonzosa, sin coche deportivo, ni gimnasio a diario, ni un empleo estable –tanto ella como él- y a prueba de todas las crisis de lo que deberían dar las gracias a la sociedad a la que pertenecen en vez de culpabilizarla toda en bloque en tiro por elevación contra sus autoridades (legítimas)
Ya lo dije y lo repito que no me caso con nadie, y creo haberlo fehacientemente demostrado hasta la fecha. Ni con el PP ni con sus enemigos (acérrimos y viscerales) Y viene a cuento de las recientes declaraciones del consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez que han levantado no poco revuelo en los medios –de la prensa escrita y de internet- y también (me figuro) no poco “incendio” en las redes sociales. Me he estado leyendo detenidamente las discusiones apasionadas que habrán desatado sus palabras y creo haberme hecho una composición de lugar suficiente para poder partir una laza en este asunto; sin miedos a verme mal interpretado, ni inhibiciones ni complejo de ninguna clase.

La polvareda de indignación que habrá despertado con sus palabras el consejero madrileño entre muchos de los intervinientes en esas discusiones digitales se ven dominadas por un reproche insistente, a saber el de no saber comunicar: no le atacan cuanto al fondo de verdad o de mentira de lo que dice sino que la ira y la aversión incontenible que desierta entre muchos (de los intervinientes) se pierde o derrama en unan nube de argumentos y ataque ad hominem, centrados sobre todo en su forma de comunicar que juzgan torpe o provocadora y en el mejor de los casos contraproducente. Y me viene a la mente la célebre intervención de Francisco Umbral en el programa de Mercedes Milá, cuando dijo aquello de “yo he venido aquí a hablar de mi libro” que por lo que oí después en alguna ocasión sirvió de ejemplo o de contraejemplo a partir de entonces entre especialistas y docentes en materia de ciencias de la información de falta de comunicación o de no comunicación en definitiva.
Javier Rodríguez, consejero de Sanidad madrileño. Un hombre (injustamente) en la picota. Médico de profesión (nota bene) y no un diplomático. Le acusan y le someten ahora a linchamiento no por lo que dice o dijo sino por no saber comunicar (dicen) Pero lo que dice está más claro que el agua ,para mí y para todo el mundo. Que el sistema sanitario en sustancia funcionó bien en el tema del Ébola y de la enfermera contagiada, que gracias a ello Teresa Romero está viva –y coleando y haciendo declaraciones televisivas-, y que podría dar gracias al cielo o a quien fuese de estar viva -en vez de desatarse en insinuaciones y incriminaciones-, lo que hasta ahora no hizo (dicho sea de pasada) Un rebrotar de la guerra civil (del 36), esta campaña innoble como la fue la del Prestige y la de los atentados del 11 de marzo. Con la diferencia que esta vez habrán mordido el polvo del fracaso porque la enfermera se curó (contra lo que algunos de sus partidarios tal vez en su foro intimo querían) Moraleja, las leyes del mundo de la comunicación no funcionan (bien) en la sociedad española por culpa del guerracivilismo (latente) -haciendo irrupción intermitente- desde hace casi ochenta años
Todo discutible o relativo en un dominio empírico o científico como el del que esa disciplina o esa temática de la comunicación (audiovisual) forma parte por propia definición aunque sea. Porque Umbral se ganó sin duda entonces la inquina de algunos –muchos, pocos- pero consiguió comunicar mal que bien, y hacer pasar en el público asistente y en la opinión pública un mensaje del que se le podía reprochar todo salvo la falta de claridad. Había ido allí a hablar de su libro -"La década roja" una diatriba contra Felipe González, y una trangresión lingüística por lo de "roja", un término rigurosamente tabú en España entonces (y aún ahora)-, llevaban ya no sé cuantos minutos de programa "y de su libro ni se había hablado ni se iba hablar” lo que desató entre paréntesis la hilaridad de los asistentes, que ya es una forma de comunicación, se me reconocerá. Porque tenía razón, más que otra cosa.

Y consiguió sobre todo lo que quería con su intervención intempestiva, que se hablara de su libro, y sin duda también de él y tal vez también en su fuero interno, el robarle minutos a la presentadora del programa, como así fue. Con las palabras del consejero de sanidad madrileño pasa ahora algo parecido. No comunica, dicen, quiera decir que no consigue hacer mella en un sector de la opinión indispuesto contra él por sus precedentes declaraciones en los inicios de todo este folletín (tan dramático) –de las que cabe decir que el tiempo le habrá dado no poco la razón a su autor-, cuando se produjo el contagio de la enfermera simplemente por su filiación política o por su físico, de aspecto (ligeramente) obeso, o simplemente por su estilo (y desenfado) y su forma de hablar.

Y sí comunica en cambio, digan lo que digan, porque consigue hacerse oír y expresar lo que quiere decir o si se prefiere, la verdad que lleva dentro, cargado de razones sin duda alguno de lo que da idea que muy pocos de sus detractores entran al trapo verdaderamente de lo que dice. Hay no obstante una cuestión de fondo subyacente en todo esta polémica en torno al consejero de sanidad madrileña. España, la sociedad española actual es una sociedad víctima o presa de un estado considerable de crispación y de polarización, que dura ya desde hace años, y que yo dataría a partir de los atentados del 11 de marzo. Se me dirá que como en los demás países donde reina la libertad de expresión y el libre debate democrático.

No exactamente, y no es solo una cuestión de temperamento o de idiosincrasia (temperamental) de que seamos más apasionados o de más sangre caliente o menos sangre fría y menos flemáticos que en otros países europeos (occidentales) Se trata de que somos un país en estado de guerra (civil) larvada o en estado endémico que resurge con fuerza de forma intermitente, un fuego en ascuas al que el la menor chispa o incidente hace reencender de nuevo en llamas, atizando unas bases que parecían ya extintas y pagadas. Fue que sucedió en el Prestige, fue también lo mismo con el 11 de marzo, y vuelve a ser lo mismo ahora con el caso del virus Ébola y de la enfermera contagiada, con la diferencia que ahora a tentativa de los guerracivilistas se habrá visto saldada por un estruendoso fracaso.
Umbral en el programa de Mercedes Milá en 1993. Su intervención que se hizo célebre de “yo he venido aquí a hablar de mi libro” pasa entre especialistas y docentes de la comunicación como un contraejemplo de cómo (no) se debe comunicar. El mismo reproche que se hace ahora al consejero de Sanidad madrileño en su contencioso con la enfermera curada del Ébola. Pero Umbral dijo lo que quería decir, porque le impedían hablar (de lo que hoy se sabe) por presiones políticas -marca PSOE- de último minuto en aquel programa, y se le oyó y se le sigue oyendo después de muerto, y el consejerode Sanidad madrileño ha dicho ahora verdades como templos, que en una sociedad normal hubieran pasado el filtro o la rampa de la comunicación audiovisual sin mayores problemas, ocurre que una parte de la sociedad española lleva ochenta años enferma (hereditaria) de guerracivilismo lo que le impide aceptar y reconocer que la guerra termino ya entonces (en el 39)
La enfermera no murió, contra todos los pronósticos y no pudieron hacer de ella (muerta) un ariete subversivo o un arma secreta contra el gobierno y por encima de él contra el orden institucional como sí lo consiguieron en anteriores ocasiones, con el Prestige y con los atentados del 11 de marzo. Y eso es lo que explica en el fondo la rabia contenida (un decir lo de la contención) que se siente en muchos de los comentarios a las declaraciones del consejero madrileño.

¿Es (discretamente) obeso el hombre? Eso no quiere decir màs (para sus detractores) que es un corrupto que se ceba y alimenta de sus corrupciones. ¿No tiene inhibiciones en su lenguaje y dice lo que piensa y sin pelos en la lengua? Quiere decir (para ellos) que es un prepotente y un arrogante y un provocador y un torpe, o simplemente un monstruo de indelicadeza. Diga lo que diga, haga las aclaraciones que haga (repetidamente), y aunque pida perdón y se ponga de rodillas como ya se puso delante de la enfermera y su marido (ante las cámaras)

No es un problema pues de comunicación, sino de guerracivilismo, de una guerra que ochenta años después –lo dije y lo mantengo- sigue humeando y haciendo estragos todavía. En la opinión pública y en los medios, de preferencia que es el terreno de lidia que permite el juego democrático, pero que no deja de rebasar esos límites en cuanto que la ocasión se presenta. Dice que se alegra de que Teresa Romero “no haya muerto” –algo de lo que estuvo a punto, es cierto-, y eso basta y sobre para que los titulares de ciertos medios lo destaquen y se le vea puesto así en la picota, y sometido a linchamiento.

¿Sobrevivirá políticamente tras el cambio ministerial el Consejero de Sanidad madrileño? A fe mía que no lo sé, pero caiga o no, habrá prestado un gran servicio a la sociedad española poniendo de manifiesto o al destape con su posturas y sus palabras claras y valientes lo que muchos se niegan a ver metiendo la cabeza debajo del ala. Y es de ese problema de comunicación typical spanish que es mucho más que eso en la medida que afecta a los fundamentos mismos de muestra convivencia. Somos –secreto a voces- un país en guerra. Y tal vez haya sido necesario el residir durante largo tiempo –años, décadas- fuera por cima de los Pirineos y poder comparar así como son o marchan por aquí las cosas y como discurren los debates e sociedad o de política o de lo que sea para acabar cayendo cabalmente en la cuenta, como así habrá sido mi caso.
¿Cuantos ATS se habrán contagiado del SIDA –por manipulación de agujas contaminadas en la mayor parte de los casos- desde que se declaró la epidemia hace ya más de treinta años? ¿Cuántos de ellos pidieron indemnización y cuántos de ellos se erigieron en victimas como el caso que no ocupa? Condenados a vivir en cambio en una cuarentena de silencio y de apestamiento, sin comerlo ni beberlo, no más negligentes desde luego (hasta prueba de lo contrario) de lo que pueda haberlo sido la enfermera contagiada del Ébola
Teresa Romero podía haber escogido una salida muy airosa, pero por esa vía de pasionaria de la sanidad pública que es el guion al que se viene ajustando –por instigación de su marido o de quien sea- desde que salió del hospital curada está claro que no va a convencer a muchos (entre los que me encuentro) y desde luego que no sacarán los dividendos esperados aquellos que apostaron por su muerte buscado hacer de ella objeto de culto y de martirologio.

Sino que se verá fatalmente puesta en la picota con una sombra de sospecha permanentemente encima de su cabeza, por ser de tantísimos casos de personas -unas doscientas- que estuvieran expuestas directamente en esa crisis, la única que se contagió de Ébola. Por lo que fuera

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