lunes, junio 09, 2014

YO Y MI MALA IMAGEN

Bombardeo de Roma por los aliados con un saldo de más de tres mil muertos entre la población civil, el 19 de julio de 1943, seis días antes de la caída del régimen fascista, y la sustitución de Mussolini por el mariscal Badoglio (monárquico y anglófilo) El papa Pio XII haría suya, solícito, la consigna del nuevo gobierno pro aliado, de "Roma citta aperta" Y era en la pura lógica vaticana del doble juego -antes y después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial- entre nazi fascismos y democracias. Causa principal de la derrota del Eje en la guerra de los servicios secretos, y preludio a su vez de la Derrota Total
No creo en las meigas, pero hay las. El célebre dicho gallego forma parte de antiguo de mi filosofía personal como aqui algunos ya sabían y otros sin duda habrán acabado adivinándolo. Hace ya un rato que intervengo a diario en la red en foros de discusión primero antes de que pasase a intervenir en blogosferas o animar mi blog propio y personal justo después.

Recientemente en Madrid, en un encuentro de alto/nivel (un decir) que tuve con vistas a la distribución de mi libro "El padre falangista de Francisco Umbral", se me dio claramente a entender, que como lo evoca la imagen literaria "del viajero y su sombra", a mí me sigue persiguiendo la (mala) sombra de una imagen en negro, sobreentendido (aunque bien entendido que no sé me dijo con todas las letras), la del cura que atentó contra el papa, o más abrupto y explícito aún, la del agresor de Juan Pablo II, que me diga de San Juan Pablo II (de Polonia)

Decía Nietzsche que la persecución o vigilancia policial -como la que se cebó con él tras renunciar (voluntariamente) a la ciudadanía de la Comunidad (sic) Prusiana para asi poder aceptar un puesto de docente de la universidad estatal de Basilea en Suiza- tiene de ventajoso (un decir también) o de positivo el que los agentes de la persecución acaban conociéndonos o conociéndonos mejor a fuerza de pisarnos los talones o de echarnos el bofe en la nuca. Y los celadores del nuevo santo polaco que se sienten incumbidos sin duda de la santa/obligación de supervisar mi conducta, de controlar mis andanzas y de merodear tras mis pasos acabarán tal vez pronto o tarde cayendo en la cuenta que habían equivocado la noche como dicen los belgas, y tomado por blanco u objetivo el que no era.

Semper idem. Hoy como ayer, antes como después de la canonización del papa polaco. ¿Que acaso los hay -muchos pocos- entre españoles, que le veneran, que están dispuestos a sacrificarse a dar la vida incluso en defensa de su memoria? Con su pan se lo coman. La verdad les hará libres. Recientemente tuve una conversación nada trivial -que me dio a fe mía (¡y como!) hueso duro de roer (...)- sobre el tema Ucrania. Mi interlocutor sin duda cargado de razones me hizo poco menos que una exposición sucinta o resumida e ilustrada y en cerrado tono apologético al mismo tiempo –aun sin darse cuenta tal vez- del célebre compromiso maurrasiano entre creyentes y no creyentes, entre católicos (practicantes y obedientes) y los que el célebre pensador monárquico (o neo/monárquico) francés llamaba “positivistas”, librepensadores que por itinerarios propios y al margen de la fe religiosa y del magisterio eclesiástico habían acabado erigiéndose en adversarios de la república (francesa) y del sistema democrático.
"Je suis partout" ("Estoy en todas partes") fue una publicación prestigiosa y de gran calidad periodística y literaria, órgano principal de la Colaboración en Francia. En la foto, un reportaje durante la guerra civil española (en 1938) Sus redactores acabaron siendo en su casi totalidad maurrasianos disidentes que abrazaron sin reservas la causa de la Alemania nazi, o por emplear una fórmula periodística de moda en Francia los años setenta, que "habian sucumbido a la tentación fascista" Y que acusaban a Maurras (entre otros cargos) de haber claudicado ante el Vaticano y haber sellado un compromiso que permitió -tras el nombramiento de Pío XII- el levantamiento de la excomunión pontificia que pesaba contra él y la Acción Francesa
En Ucrania -venía a decir mi interlocutor (y amigo y camarada)- no era una lucha entre católicos y ortodoxos por sus respectivas áreas de influencia lo que se ventilaba sino cohque de nacionalismos de signo opuesto entre nacionalistas ucranios (o ucranianos) y nacionalistas pro/rusos. Y me daba en prueba un hecho irrefutable reflejado en el dato innegable de la participación conjunta de católicos/uniatas y de ortodoxos –mayormente obedientes al Patriarcado (auto céfalo) de Kiev- en el movimiento de protesta del Euro/Maidán meses pasados.

El argumento, de peso y pertinente sin duda, no lo es no obstante hasta el punto de evacuar o de permitirnos hacer abstracción de otro factor del mayor peso en la crisis ucrania y lo es el papel y el protagonismo indiscutible del sector de la ortodoxia partidario u obediente al patriarcado de Moscú que es hoy, dentro de aquella, la obediencia abrumadoramente mayoritaria -dentro de la Ortodoxia rusa- en términos demográficos y de extensión e irradiación geográfica al mismo tiempo. Como lo ilustra el boicot que la gran mayoría de las comunidades ortodoxas de Palestina y zonas adyacentes habrán opuesto a Francisco (Primero) en su reciente visita a tierra/santa, por culpa del papel del Vaticano (y de sus correas de transmisión) en la incubacion de la crisis en Ucrania precisamente.

“Una visita de estado” calificaban sardónicos el patriarca de Moscú y los más altos jerarcas de su iglesia, el sueño que persiguió incansablemente el papa polaco a través de su pontificado de verse aclamado y como canonizado ya en vida desde lo alto del mísmísimo Kremlin en el más apoteósico y multitudinario de sus viajes planetarios de papa globbetrotter, por la jerarquía soviética, Gorbachov a la cabeza (con el que declaraba encontrarse "espiritualmente muy compenetrado") y por masas ingentes -todos juntos y bien revueltos- de comunistas y de creyentes (de la Ortodoxia)

Un sueño pontificio pos marxista o pos moderno (calamitas calamitatis!) que tras la caída del Muro se vendría estrepitosamente abajo, en la medida que la nueva iglesia –no poco purificada en una persecución innegable e incansable en las últimas décadas de régimen soviético- emergente en el seno de la ortodoxia rusa tras la implosión del régimen comunista no podía dejar de ver en el papa polaco –católico y además polaco (…)- el amigo (predilecto) de Gorbachov, causante mayor de todas sus desdichas (...)

A lo que el Vaticano respondería con una nutrida artillería dialécticas a base igualmente de acusaciones de colaboración con el comunismo, que habían brillado no obstante por su ausencia –no sólo durante el concilio- en todos los largos años de pos concilio, incluso en los que verían cumplirse el largo (e interminable) pontificado del papa santo de Polonia, marcados del principio al fin por la Ostpolitik del Vaticano con la Unión Soviética y los demás países dentro de su órbita.
Una especie de dogma inatacable reza en la politología en vigor de nuestros días, conforme al cual Juan Pablo II fue principal artifice de la caída del Muro. Nunca lo acaté ni me lo creí y sigo sin creérmelo. Un comparsa del mayor realce y de altos vuelos, eso sí, que marcó el paso detras de Ronald Reagan -gran vencedor de "la guerra de las estrellas", último capítulo de la guerra fría-, como lo habria hecho tras su predecesor Jimmy Carter con resultados sin duda muy diversos. Un pos marxista "avant-la-lettre", precursor de los indignados del 15-M -más marxistas (y subversivos) que los marxistas-, lo más que concedo a sus devotos y admiradores. Sin acrimonia
Un diálogo de sordos o una serie o cadena sin fin de malentendidos que se podrían resumir en dos acusaciones no menos verosímil y fundada la una que la otra, a saber que la Ortodoxia (en nombre de la guerra/patriótica contra el invasor/alemán) colaboró con Stalin y el régimen estaliniano y frente a ella la acusación de la Ortodoxia, que veía en la Ostpolitik vaticana –desde los tiempos de Pablo VI- no sólo muestra de “entente cordiale” con un régimen comunista (y ateo) sino herramienta insustituible de proselitismo pro católico a través particularmente de la iglesia uniata (en Ucrania y en otras zonas del mundo eslavo), en tierras y sectores de población, coto privado desde tiempo inmemorial del Patriarcado de Moscú y del conjunto la Ortodoxia. Diálogo de sordos, el cuento de acabar, ya digo.

Y me lo habrán confirmado mis recientes encuentros en Madrid, que me corroboran en la idea que arrastraba de antiguo. A saber que el Vaticano y sus potentes e influyentes corifeos tiene (aparentemente) ganada la batalla de guerra de propaganda, en amplios sectores de la opinión publica del planeta y en particular entre españoles, que trajo consigo la caída del Muro. ¿Victoria final americana al cabo de los años de la detente, en la guerra fría que habría durado casi cuarenta y cinco años de posguerra, en la que el Vaticano y su papa polaco –y demás agentes dobles triples y demás a sus servicio- jugaron un papel poco menos que de peones dóciles o de comparsas? ¿O al contrario, triunfo espectacular, histórico, arrollador de la pastoral (planetaria, “universal”) "marca Wojtyla" que acabò dando cuenta del muro por la (sóla) acción del soplo del espíritu, cumpliendo así los sueños utópicos (posmarxistas o simplemente marxistas) del concilio vaticano segundo?
La estatua sin cabeza de la Victoria de Samotracia (Museo del Louvre), obra maestra de belleza y de perfección sublimes del arte helénico e icono mayor del mundo antiguo, cargado de simbolismo. El que esgrimió Alemania ya en la Gran Guerra, y también los germanófilos españoles (...) La Victoria tiene alas, que nos levantan por los aires como plumas sin que nos pese nada, ni la mala/imagen -de Leyenda Negra- que arrastramos algunos tan siquiera. Sieg Heil! ¡Viva la Victoria!
Aquí ya saben todos lo que pienso de ciertos análisis (y mitos y fantasmagorías) y lo que dije hace diez o quince años aún lo mantengo. Aquí viene ahora no obstante como anillo al dedo la noción –de la que cada día que pasa estoy más convencido y satisfecho- de cuño maurrasiano y secularizada o plenamente desacralizada a la vez de la política/religiosa, a saber, el fenómeno religioso enfocado primordialmente en su vertiente política. Como se manifiesta ahora inmejorablemente en el caso de Cataluña, y como lo ilustra el caso (atípico y a la vez revelador en extremo) de la monja Forcades que acaba de lanzarse en política, en un colectivo de la que es co/fundadora, de nombre, significativo en extremo, de Proceso Constituyente (en catalán) con vistas a la autodeterminación –y a la independencia- catalana, y que preconiza una alianza con los indignados de Podemos en la próximas elecciones.

Y mis amigos y camaradas de la vertiente católica (léase practicante) acabarán por comprender perfectamente que me asiste el pleno derecho de oponerme a toda esa movida funesta católico/catalanista –por llamarla así en un plano político- aunque acaben invocando al santo papa Wojtyla o (para el caso lo mismo) a su sucesor y devoto, el papa Francisco (Primero) que evita hablar en castellano en lo posible, por lo que sea (...)

¿Un compromiso en vistas, con los agentes y correas de trasmisión de la política vaticana en España que llevaría fatalmente a rastras un proceso de reconciliación canónica? Vade retro! A Maurras, un compromiso/histórico así, le selló el fracaso político y personal.

Y para el III Reich, la conexión vaticana –como aquí ya lo tengo explicado y argumentado- fue el vientre/blando por múltiples vías, entre ellas el secreto (canónico) de confesión, por donde les vino la derrota en la batalla de los servicios secretos, y la derrota total (a secas) en definitiva. Un nuevo santo/cisma pues, como lo propugnaban los fascistas franceses que acabaron desmarcándose de Maurras tras su reconciliación canónica (con Pio XII) 

En defensa y  salvaguarda de la civilización europea y de nuestra identidad y de nuestras raíces espirituales, culturales, históricas y raciales gravemente  amenazadas. Así sea

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