Un Degrelle de la zona flamenca, con menos suerte que el otro por culpa del contencioso histórico "español" que arrastran los flamencos, que le impidió o disuadió sin duda de buscar refugio en España -como se lo impidó también sin duda a otros colaboradores flamencos- al contrario que el líder rexista. Fue fusilado en el 46 (con treinta y cuatro años de edad) acusado de antisemitismo (verbal) y de impulsar y organizar el contra-terrorismo en respuesta al terrorismo (salvaje) que practicaba la resistencia en Bélgica (léase, entre otros, el Fente de la Independencia que dirigían comunistas y curas en sostana) (...)Amamos a España porque nos duele (o no nos gusta) Y no sé lo que querrá decir, el diagnóstico que en mi caso quepa emitir, pero a mí también me duelen Bélgica donde resido hace mucho y en particular Bélgica flamenca, desde hace mucho, desde que puse aquí el pie como quien dice. Recientemente en Madrid, en mi última visita casi tan fugaz como acostumbro, hablé de Bélgica y de los belgas -valones y flamencos- con un amigo fuera de toda sospecha y me hizo una reflexión que por la hondura y alcance histórico no podía dejarme indiferente y a fe mía que me habrá dado hueso duro de roer hasta ahora.
Y fue el lamento o suspiro (colectivo) que se sentía en sus palabras confesándome su punto de vista -políticamente incorrecto en extremo - en el tema que aquí ahora abordo, que el régimen de Franco debía haber acudido en el 45 en socorro de los flamencos que se veían victimas colectivamente de represalias por su actitud mayoritariamente favorable al bando del Eje durante la segunda Guerra mundial. ¿Un escenario surrealista e impensable en su momento?
No estoy tan seguro, porque es un hecho innegable que me habrá sido dado comprobar y certificar paso a paso en los años largos que llevo aquí residiendo que en el problema -de incompatibilidad (al pan y al vino vino)- que arrastran algunos (¿muchos, pocos?) belgas flamencos -mucho más que los francófonos por paradójico que parecer pueda- en relación con España y los españoles y hay mucho de despecho y de resentimiento por los que a sus antepasados les pareció una reacción de ingratitud, en ese darles colectivamente la espalda, de España a partir del Tratado de Utrecht o en otros términos un sentimiento profundamente arraigado en su memoria colectiva que los españoles les dejaron entonces en la estacada, y les volvieron a dejar tras la segunda Guerra mundial igual que entonces.
Es un hecho innegable como sea -como un argumento suplementario del orden psicológico- el regusto amargo, el mal sabor de boca que me habrán dejado siempre desde que aquí resido encontronazos o malentendidos -siempre en el terreno dialectico verbal, no más que eso- con belgas flamencos. Como querellas o disputas familiares en cierto modo. Me lo habré negado o ocultado a mí mismo hasta ahora pero acabo rindiéndome a la evidencia.
La Guerra Mundial resucitó de nuevo el malentendido histórico entre españoles y belgas flamencos o si se prefiere la liebre ya la había levantado (de nuevo) la Guerra civil española. Nuestra guerra civil polarizó y encendió y apasionó a toda Europa -y en menor medida al mundo de habla hispana y al resto del mundo civilizado- por razones ideológicas en el marco de la confrontación ideológica entre fascismo y comunismo, en Bélgica en cambio, concretamente en Bélgica flamenca, si bien es cierto que hubo un movilización significativa aunque minoritaria del lado republicano cabe decir que la causa del bando nacional dejó indiferentes grosso modo a aquellos sectores de la sociedad y de la opinión publica en Bélgica flamenca -abrumadoramente mayoritarios entonces- que por razones ideológicas deberían haberla sostenido y apoyado como ocurrió en la zona francófona o valona.
(En la foto, Flor Grammens, a la izquierda, junto con Antoon Mussert, lider nacional-socialista holandés, en 1940Y me estoy refiriendo a los nacionalistas flamencos entonces sujetos a un proceso de fascistización innegable en todas y cada una de sus corrientes o ramificaciones diversas. Un tema, un fenómeno digno de estudio -el comportamiento atípico en Bélgica flamenco en relación con nuestra guerra civil- poco abordado en la historiografía belga aunque debo decir que no dejé de notar ecos del mismo en un coloquio en Lieja al que asistí invitado hace ya años en el marco de una tesis (fallida) de doctorado que prepare en la Universidad libre de Bruselas y de la que dio ya di cuenta repetidamente es mis entradas.
Un ejemplo emblematico de la reacción atípica y discordante (y disonante) de los nacionalistas (fascistizados) flamencos en relacion con la guerra civil española: Flor Grammens (*) era profesor de enseñaza secundaria y activo en política local en su localidad natal de la zona flamenca en el período de entreguerras. En 1938 no obstante, con la guerra civil española a todo arder, protagonizó durante meses -como una maniobra de diversion (...)- una campaña linguística en favor del neerlandés en el callejero de pueblos y ciudades flamencas que electrizó a lo opinion publica en zona neerlandófona y de paso les hizo olvidar -si necesario era- la guerra civil española que monopolizaba la atención y apasionaba en cambio -en uno u otro bando- a la opinión pública en todo el resto de Europa. Salvo en Flandes (por culpa de los laberintos de la memoria)
Y fue en la comunicación de un profesor universitario francófono -de apellido flamenco- que trataba de las posturas de la prensa belga flamenca durante nuestra guerra civil. El factor vasco/nacionalista tuvo un protagonismo innegable, es cierto en el fenómeno que aquí abordo, en la medida que condicionó la actitud del partido católico mayoritario en Bélgica a ambos lados de la frontera lingüistico durante el periodo de entreguerras y más aún la postura de la Iglesia y del cardenal primado belga de entonces, Van Roey de extracción flamenca, que suscribió (como no podía ser menos) la pastoral colectiva de los obispos españoles pero que no dejo de distanciarse del bando nacional sirviéndose como coartada del argumento de tipo humanitario que les ofrecían los niños vascos refugiados en Bélgica en gran parte por iniciativa del propio primado, a seguir al bombardeo de Guernica.
Así pensé siempre desde que empecé a rumiar mentalmente en el tema tras mi llegada aquí (...) Hoy en cambio ya llegué hace mucho a la conclusión que aquella actitud atípica del episcopado y de la iglesia belga -salvo honrosas excepciones- en relación con nuestra Guerra Civil no hacía mas que responder o hacerse eco de una actitud de desafecto hacia España y sus problemas hondamente anclada en la memoria colectiva de los belgas...de expresión flamenca o neerlandófona. Un malquerencia que ocultaba -y que oculta- posos seculares de despecho y de resentimiento, sin duda recíprocos (...), en ellos como en nosotros.
En la medida que la Colaboración con la Alemania nazi en Bélgica zona flamenca se radicalizaba y rompía con el nacionalismo flamenco, se les quitaban los complejos anti-espanoles. Como lo ilustra el caso de René Lagrou (en la foto), fundador de las SS-Flandes (que tenían por lema "O Flamencos provincianos, o Germanos continentales") Combatió en el frente del Este con la legion Flamenca (División "Langemarck" de las Waffen-SS) y se refugió en España al final de la guerra, donde pasó por el campo de concentración de Miranda de Ebro (lo que le evitó sin duda la extradicion y el correr la suerte de Pierre Laval), y más tarde emigró a la Argentina (en tiempos del general Perón) De vuelta a España, murió (de cáncer) en Barcelona, en 1969En la pieza teatral de Eduardo Marquina "En Flandes se ha puesto el sol" se ve plasmada con acierto esa queja o lamento secular de los Españoles antiguos de sentirse de pronto personas non grata por tierras de los países bajos católicos -"del Sur"-, en el personaje del viejo capitán de Flandes ya en el otoño de su vida y en el (largo) crepúsculo de la presencia española en Flandes tras la paz de Westfalia, que vino a ser como nos ocurrió en el 45 al final de la Segunda Guerra Mundial, una rendición pactada del poder militar español por estas tierras.
Y tal vez sea Marquina el único en haberse hecho en la literatura española contemporánea eco de aquella voz de aquella memoria de vencidos que se vería enterrada en el olvido de la memoria colectiva y de la historiografía dominante entre españoles. Es curioso, pero la verdad de la historia surge de pronto insólita imprevista, desde lo más hondo del arcano de la memoria como las confesiones de Agustín de Hipona, tal y como yo se la oí sin esperármelo, a un belga francófono ya de cierta edad que asistía conmigo de oyente a poco de mi llegada aquí a clases de historia -sobre el período de las guerras de religión- en la Universidad Libre de Bruselas tras mi llegada aquí, alguien desde luego política e histórica y religiosamente correcto de eso no me cabía la menor duda pero que sincerándose conmigo del protagonismo y del papel de España "entonces" me vino a decir, “lo que los belgas en el fondo les reprochamos a los españoles es el no haber podido con los holandeses" (o algo así recuerdo que me dijo) Como palabras de un oráculo antiguo -de hacia cuatrocientos años- que se hacían de nuevo sentir en las palabras de aquel belga tan cercano y tan familiar, y tan inhóspito y tan lejano al mismo tiempo como así le sentí de mí, es cierto.
La célebre pieza teatral de Eduardo Marquina (1910) es botón de muestra inmejorable de un revisionismo historico -de sesgo romántico- en relación con el pasado español en Bélgica prácticamente inédito en la literatura española contemporánea. Testimonio (literario) de una memoria de vencidos: de la derrota española en la fase final de las guerras de Flandes. Clave última del resentimiento que arrastran algunos flamencos -¿muchos, pocos?- en contra nuestra. Reconciliacion, asignatura pendiente de España en Bélgica, sobre todo en la zona flamenca. "Por el camino -Marquina dixit- que viene de la derrota" (...)De "pirámide de fracasos" habló Ramiro Ledesma refiriéndose a la historia de España. De derrotas en el plano militar (más o menos disimuladas) cabría hablar más bien. Y está claro que algunos belgas flamencos -¿muchos, pocos?- arrastran una malquerencia rayana a veces en la fobia y en el desprecio en relación con España y los españoles por culpa de nuestra derrota en la Segunda Guerra Mundial -que ellos experimentaron en cierto modo en propia carne como quien dice por el estado de indefensión en el que se verían puestos o emplazados- y más hondo y antiguo e ineluctable, por culpa de en nuestra derrota (o rendición pactada o negociada, lo mismo me da que me da lo mismo) en lo que aquí llaman -mucho más que en la historiografía oficial española o en lengua española- la Guerra de los Ochenta Años.
Y ese poso de resentimiento cobra de pronto inusitada actualidad para españoles en la situación política actual en Bélgica enfrascada en negociaciones para la formación del nuevo gobierno y marcada por el triunfo abrumadoramente mayoritario en la zona flamenca pero teóricamente al menos e insuficiente en el conjunto de la geografía belga, las pasadas elecciones, de una formación nacionalista flamenca, la N-VA -a no confundir con el Vlaams Belang (antiguo Vlaams Blok) más a la derecha- que sostuvieron desde sus inicios , desde la fundación de la ETA primera (precisamente por estas tierras) el desafío de la banda terrorista por despecho y resentimiento contra España. por unas razones o motivos pues –y que me" perdonen González Pons y los voceros de las victimas (o algunos de ellos- de índole claramente política, y en este caso en igual o mayor medida también históricas (...)
(*) ADDENDA Versión corregida del presente articulo. En la anterior versión se coló una confusion con Leo Vindevogel, otro nacionalista flamenco condenada por delito de colaboracion. A la pena de muerte y ejecutado, lo que en Flor Grammens no fue el caso (que cumplió pena de carcel hasta 1950)
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