domingo, junio 08, 2014

¿"REPÚBLICA NACIONAL"? ¡VADE RETRO!

El nuevo monarca Felipe VI se verá, desde su subida al trono, fatalmente abocado a un gesto de perdón con los vencidos y perdedores de la Transicion y de sus capítulos y episodios más cruciales y decisivos, como el 23-F (igual que lo tuvo el general De Gaulle con los vencidos de la guerra de Argelia) Con esa extrema derecha irredenta y "maldita" y perseguida y vilipendiada -y linchada- sin cesar desde hace ya cuarenta años en los medios, a los que debe tantas cosas. Él como su padre

Dedicado en especial a mis amigos y camaradas de la España en Marcha

“Dentro de dos años tendremos la República”, profetizó Fernando de los Ríos, ministro del primer gobierno republicano (y de otros que se le seguirían)…sólo dos días antes del 14 de Abril. Asistimos los españoles a una encrucijada como aquella? En gestación (ultra/secreta) acaso una nueva movida insurreccional junto al Congreso el próximo 19 de junio, fecha prevista para la proclamación del nuevo monarca Felipe VI?

Me habré pasado una semana (larga) en Madrid donde me habrá pillado (nada más llegar) el anuncio de la abdicación del monarca y con ello, la apertura, en la política española, de un periodo/especial como le llaman los cubanos al tiempo que se siguió allí (hasta hoy) al desmantelamiento de la Unión Soviética. Estaba bonito hoy Madrid como lo está siempre o casi siempre que vuelvo. A los ojos (poco imparciales, es cierto) del paseante de Villa y Corte que esto escribe, amante de practicar el deporte del callejeo por toda la geografía urbana madrileña por algunas de sus zonas y de sus barrios más que en otros, también es cierto.

Algo sentí de revuelto no obstante en el ambiente de la tarde de sábado madrileña o que a mí me lo parecía por lo menos, en ese transeúnte inmovilizado en medio de la acera por ejemplo, en plena calle Fuencarral, un joven (perro flauta o lo que fuera) enrollado en una bandera tricolor, en el pañuelo igualmente tricolor atado al bolso de una mujer al pasar, en el helicóptero que sobrevolaba toda la zona en espera, lo supe después del paso de una manifestación (de lo que fuera) por la Gran Vía entre Callao y la calle Alcalá y en otros detalles nimios como ese ejemplar de una obra todo menos trivial “Mujeres de la república” desentonando un tanto ruidosa en el muestrario de obras románticas en la visita de museo que me habré permitido en parte por interés y en parte por llenar la tarde.

Pero sobre todo, los días que llevo en Madrid me habrán servido para cogerle el pulso y la temperatura a ciertos ambientes de los que me siento como me sentí siempre particularmente cercano, y me refiero en particular a los sectores azules y asimilados, y a fe mía que una erupción de fiebre republicana se nota bien visible en todos o en casi todos ellos. En qué lo noto? No hay que ser un lince, pero me sirven a modo de test infalible o de prueba por el nueve si necesario fuera en la materia dos jalones mayores de la actualidad política española de los últimos años, como lo son la irrupción –en mayo del 2011- del 15-M de los indignados y el reciente triunfo electoral de Podemos y de su líder tan plebiscitado en los medios, y aplaudido y aclamado incluso entre algunos como un nuevo mesías de la política española.
Delante de la sede de Alianza Nacional con mi amigo y camarada Pedro Pablo Peña, hace unos días. La tradición joseantoniana que heredamos y compartimos en mayor o menor medida todos y cada uno en los medios azules (o patriotas) sigue pendiente de una revisión de urgencia. En el tema, sin ir más lejos, del 14 de Abril (del 31) y de la proclamación de la II República
Y el escollo principal en la búsqueda de un consenso en un plano ideológico como en el enjuiciamiento de la situación española actual lo son dos efemérides de la historia de España en el siglo XX convertidas en auténticas piedras de escándalo para los unos como para los otros, y me refiero al 14 de abril precisamente y al mayo (francés) del sesenta y ocho que se vivió de forma simultanea entre españoles aunque en una versión propia sin duda e intransferible por aquello de que “Spain is different”

El 14 de abril (del 31) le pareció –a toro pasado (...)- a José Antonio “una jornada de alegría colectiva”, por más que él lo viviera como una jornada de luto por el contrario –al igual que otros muchos españoles-, como no dejé de señalarlo en uno de mis artículos no hace mucho.

El mayo español del 68 lo vivimos o acabamos viviendo a su vez como un auténtico drama unos pocos (muy pocos) –unos diez y siete por así decir- en el conjunto de la Universitaria madrileña de entonces, y la memoria fiel de aquello por minoritaria y estridente y atípica y provocadora incluso que a los ojos de algunos parecer pueda, nos sigue a aquel puñado de estoicos a sol y sombra hasta el final de nuestros días, y mucho más a la hora de juzgar o enjuiciar sucesos o fenómenos que tendrán poco o mucho que ver con aquellos según las ópticas, pero que no dejan de soliviantar ciertos fantasmas en algunos (como el que esto escribe), que se diría que habían vivido en hibernación o en un estado de letargia desde entonces.

Republica nacional! Vade retro! Que a fe mía que sentiría estar traicionándome a mí mismo en lo más hondo y lo más vivo de lo que pienso y de lo que siento, si me viera en la tesitura de tener que vitorear (vade retro!) a una republica (sic), ya fuera nacional o republicana a secas. España no es Italia, quiero decir que no arrastra la tradición de ciudades estado que surcaron –desde la Edad Media- la historia de esa gran nación mediterránea. Y Alemania no es Italia tampoco lo que da la clave, sin duda de los destinos tan diferentes de dos experiencias mayores de la historia europea de entreguerras como lo fueron las de la Alemania nazi y de la Italia fascista (mussoliniana)

Uno y otro pretendieron asumir integralmente en sus orígenes sus pasados respectivos, y si el fascismo acabo despertándose republicano -en las potrmerías de la Segunda Guerra mundial-, la palabra y la idea republicana siguieron siendo rigurosamente tabús en el III Reich hasta el mismísimo momento del derrumbe. Como lo siguen siendo para algunos españoles entre los que me encuentro.

Sin trampa ni cartón. Odié a la figura del monarca ahora cesante en privado y en público como pocos españoles -ya fueron nacional/republicanos o republicanos a secas- hayan podido odiarle. Y aquí son testigos de ello algunos de mis lectores.

Con la eclosión del 15-M no obstante, y tal vez (no lo niego) por la circunstancia de mi ya larga expatriación que tal vez me haya dado un particular sensibilidad a la hora de enjuiciar y de detectar los peligros y amenazas que acechan  a los españoles de dentro como desde fuera, dejé de pronto de odiar, como si de un golpe se me hubieran quitado las ganas de seguir odiando (le)

Como si los treinta años que se cumplían ya (casi) por aquel entonces de mi gesto de Fátima me trajeran fatalmente a los ojos y a la mente los cincuenta años que habían ya pasado desde el suceso (trágico) de Estoril que yo sin duda como muchos españoles nunca olvidé y que a partir de aquellos momentos decidí en cambio que era ya tiempo –y hora- de olvidar tal vez. Eso como muchas otras cosas.

Un borrón y cuenta nueva sí, lo que estoy propugnando y queriendo propiciar, sí, entre sectores a los que como dije antes y pese a todos los pesares me sigo sintiendo ligado, por razón de mis convicciones y también de mis orígenes. Que sólo hará posible sin embargo un gesto. Un gesto egregio, me refiero. Como el indulto en gesto de perdón –inmediatamente a seguir al desenlace de la crisis del mayo francés de 68- del general De Gaulle a los jefes y oficiales de la OAS (el general Salan, a la cabeza de todos ellos), grandes vencidos de la guerra de Argelia.

Porque estoy convencido que el nuevo monarca, desde los inicios mismos de su reinado, se verá abocado fatalmente a ello: a un gesto decisivo –sólo capaz de ofrecer estabilidad y garantía de futuro a su reinado- en favor de los principales vencidos y perdedores de la transición –y de sus capítulos más cruciales y decisivos, como lo fue el 23-F (…)- , a saber, esa extrema derecha “maldita” e irredenta a la que el futuro monarca debe sustancialmente su subida al trono. Tanto él como su padre

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