La visita de Juan Pablo II a Nicaragua en marzo del 83 (yo llevaba casi un año preso en la carcel portuguesa) marcó un drástico viraje, y un antes y un después, en la actitud del nuevo papa polaco y del Vaticano (y de la jerararquia eclesiastica en aquel pais) en relación con el régimen sandinista al que -junto con la Administracion Carter- ayudaron a triunfar decisivamente unos años antes. Y está claro que sin esos antecedentes que tanto peso ejercieron sobre mí -en la medida que efectivamente vivi (desde la Argentina donde entonces me encontraba) el triunfo sandinista como un drama intimo, o como lo que en realidad fue una tragedia (...)- no se explica en modo alguno mi gesto de Fatima. Lo pensé y lo sigo pensando: con el nuevo papa polaco la Iglesia echaba leñaba al fuego en América Central, y en su Polonia natal en cambio -aun bajo régimen comunista- usaba de paños calientes (...) El cambio vendría unos años después. Pero para mí era ya tarde (...)En mi penúltimo artículo en este blog añadi unas líneas anejas dedicadas a la figura de Víctor Garcia de la Concha del que acaba de saber a mi gran sorpresa que se trataba de un sacerdote secularizado ya hace muchos años, y la sorpresa en mí no era tanto por el detalle per se que ignoré anteriormente sino por haberlo ignorado tanto tiempo precisamente, como si un tabù espeso rodeara a la circunstancia nada trivial -todos aquí me lo reconocerán- que un personaje tan influyente en en el dominio sagrado de nuestro idioma fuera en resumidas cuentas un cura arrepentido (como se decía antes, y sin duda lo siguen diciendo muchos)
Como si estuviera en la logica de las cosas que quien en un momento de su vida -y en otros tiempos- estuvo encargado de la salvaguarda (a su nivel) de la pureza del dogma y de las moral y buenas costumbres se viera en lo sucesivo al cabo de décadas de secularización de la sociedad española arrogado el no menos trascedente cometido de velar por la salvaguardia del idioma y que por razones que se nos escapan y sin duda del mayor peso para ellos los responsables últimos -directos o indirectos- de su nombramiento o designación a una función tan señalada y eminente hubieran decidido mantener (prácticamente) el detalle todo menos trivial en secreto hasta ahora.
Y no menos trivial lo es sin duda otro detalle de su curriculum que vine a saber al mismo tiempo -indagando por su cuenta en la red- y lo es la distinción que posee de doctor honoris causa de una universidad hondureña con ocasión de su visita a aquella academia ("hermana") de la Lengua. precisamente Si ¿por qué la de Honduras, un país del América Central de los mas pequeños de entre los que componen el mundo hispano/parlante? (...)
A fe mía que no lo sé, pero no se me podrá negar que si su titulo honorifico añade poco a la autoridad puramente moral o efectiva que pueda tener, s explica con creces en cambio ese interés no poco preferente que esta antiguo eclesiástico -de los tiempos dej concilio y del posconcilio inmediato - habrá siempre dado muestras por las variantes de castellano de del otro lado del Atlántico, o como ahora se conviene en llamar, del español de América.
El sicariato, una lacra propagada de antiguo en algunos países latinoamericanos no es un fenomeno "de derechas" en exclusiva como lo quiso presentar ese film iconográfico galardonado casi en simultaneo -en el 2000- en Venecia y en la Habana (...) Como lo demuestran las confesiones escandalosas en el País de ayer del Comandante Cero (Eden Pastora) Un (triste) exponente y heredero a la vez de las tradiciones especificamente indias del sicariato y del cacicato, que la España colonial combatió, se diga lo que se digaY me siento en la necesidad de volver a evocarle en este artículo tras la publicación en la edición de ayer del diario el Pais de una entrevista/reportaje dedicada al guerrillero nicaragüense -figura clave de la revolucion Sandinista- antaño celebre y hoy sin duda enterrado en el oído entre las nuevas generaciones que lleva por nombre Edén Pastora, más conocido (en su tiempo) por Comandante Cero.
Viví la subida al poder de los sandinistas -que me pilló estando yo residiendo (en el marco de la fraternidad de Monseñor Lefebvre) en la Argentina- como una drama desgarrador en lo más íntimo y a contra corriente por cierto de una gran mayoría de la opinión publica en la España de entonces y apuesto también que en Argentina donde entonces residía y se me antoja que el conjunto del planeta aunque una parte de la población del aquel país centroamericano lo viviera o acabara viviendo -dándome así la razón- como una espantosa tragedia.
El Comandante Cero saltó a las primeras páginas de la prensa mundial -y en la prensa española de entonces sin duda con mucho mayor destaque y realce que en otros países- en 1978 por el asalto al Palacio Nacional -sede la asamblea nacional de aquel país- en el centro de Managua, en una de las ofensivas de la guerrilla (de izquierdas) que les acabaría llevando al poder- tan solo un año más tarde, con la ayuda decisiva del presidente Carter (y del nuevo papa Juan Pablo II) Y leyendo su entrevista de ayer en el País me confirma no poco en la (pobre) imagen que guardé de él de aquel entonces.
De un aventurero que sirvió de comparsa a otros más poderosos e influyentes que él, como lo ilustraría su defección a poco de la subida al poder del Frente Sandinista. Y sobre todo, de un cabecilla hispanoamericano -latinoamericano que me diga- heredero de las tradiciones indias de los caciques que los españoles asumieron sólo en parte. O como diría Umbral de un latino/ché, que sin duda es un apelativo que no les gusta a muchos del otro lado del Atlántico ¿Y qué? ¿No nos llaman acaso a a los españoles gallegos (que me diga "gasegos", en Argentina y nos caricaturizan allí y en otros países latino/americanos todo lo que pueden sin que podemos darnos por ofendidos ni a veces por aludidos tan siquiera?
Me he estado leyendo en detalle las declaraciones de Edén Pastora y confieso que se me caía la vista por expresarlo de esa forma. Una apología cruda y no menos escandalosa de la venganza y del ajuste de cuentas a mayor gloria del sicariato –y de la propia madre del interesado que se sirvió sin escrúpulos de ellos (…)-, de una lacra propagada en muchos países latino/americanos y que en la España colonial tan denigrada y aborrecida en la historia oficial de aquellos países brilló siempre por su ausencia. Porque a creer a esta fuente tan autorizada -y fuera de toda sospecha- el cielo de los sicarios no está reservado (sólo) a matones y asesinos derechistas (fachas o de extrema derechas) al contrario del clisé inmortalizado en los medios y en la literatura (...)
Tienen mucha miga, es cierto esas declaraciones del Comandante Cero a un diario además como el País que fue el mayor vocero que tuvo el boom americano de lo sesenta y "pari passu" el español de América que aquellos autores entronizarían a costa de la lengua española hablada o escrita tal y como la practicarían en décadas de posguerra el vulgo y los autores españoles en la España de entonces. Una laguna, un paréntesis, un (triste y sombrío) interregno, así es como se ve fuera de España en los ámbitos universitarios y académicos la lengua y literatura española en la España de la posguerra hasta finales por lo menos de la década de los sesenta, como aquí ya lo tengo a menudo denunciado.
Y así es como acabarían viéndola nuestros más altos jerarcas lingüísticos dentro y fuera de la Academia que tuvo y tiene sin duda en el diario el País su vocero si no oficial si el más influyente y autorizado. Para Umbral el País (léase el grupo Prisa) y la Academia no hacían mas que uno. Y les unía sin duda un admiración fervorosa (hasta extremos de papanatismo) hacia el español de América y en un fenómeno no poco concomitante, una veneración pareja de la literatura del exilio de la guerra civil, en detrimento (en unos y otros, académicos y agitadores culturales en el terreno periodístico- del prestigio y de la imagen de la lengua española escrita y hablada en España (léase en la Península y territorios adyacentes)
Y es que en las declaraciones de ayer del guerrillero nicaragüense traslucía algo más que la personalidad tan torrencial y tan singular al mismo tiempo del entrevistado y lo era también un substrato cultural y lingüístico y literario común al entrevistado y a quien le hacia la entrevista. Lo que venía a destapar el elogio a penas velado que este le dedicaba a aquel, de personaje “macondiano” en alusión a uno de los topónimos celebres de esa obra de García Márquez, autor y obra emblemáticas del boom de los sesenta, de la que nunca conseguí pasar -como aquí ya lo confesé- de la segunda o tercera o cuarta página (...) He estado revistando de urgencia en la red una reseña de esa celebre novela y del premio nobel colombiano y me ha llamado la atención del calificativo que le merecía el topónimo aquel a su autor, por su "resonancia poética"
Diálogo de sordos entre este y el otro lado del charco a fe mía, entre el castellano de aquí y de allá, del que ese calificativo sirve de botón de muestra inmejorable, porque si hay alguna resonancia en esa palabra es más bien de tipo exótico, africano, si como su propio autor lo reconocería, pero no creo que se le puede llamar -como pretende su autor- resonancia poética del idioma. Mutatis mutandis el héroe “macondiano” que celebraba el periodista del País por cuenta del Comandante Cero no era un héroe prototípico de los que llevamos anclada la imagen los españoles en nuestra memoria colectiva. ¿Héroe? Si tal vez, de los suyos, pero no de los nuestros.
Descendiente uno más, el Comandante Cero, por muy ensalzado y encumbrado que se vea entre españoles, de los protagonistas hace dos siglos de la rebelión mestiza que al mismo tiempo que renegaba de sus orígenes pretendieron apropiarse -en una clara figura de usurpación y de suplantación- de nuestra cultura y de nuestro idioma
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