miércoles, enero 22, 2014

AMIGOS BELGAS DE LOS NAZIS UNOS MUERTOS DE LOS QUE NO SE ACUERDA NADIE

Degrelle con sus hijos encaramado a un blindado alemán, en triunfo por el centro de Bruselas -casi delante del edificio de la Bolsa- en febrero del 44 tras la ruptura del cerco de Tcherkassy. Una instantánea que la historia oficial belga no puede borrar de la memoria colectiva
Los acontecimientos en Ucrania donde se vive un agravamiento de la situación de nuevo en las últimas horas me revueven, no el estómago sino lo que es tal vez mucho menos trivial, la memoria (...) Un fragor de muertos se diria el que se hace oir intermitente mezclado con el rugido de los acontecimientos que se vienen sucediendo casi sin pausa desde hace meses en aquella antigua republica (innegablemente) rusa de la antigua Union Soviética.

Ucrania fue sin lugar a dudas uno de los grandes campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, teatro de operaciones en la realidad de los hechos de algunos de los más grandes choques bélicos que tuvieron lugar en el frente del Este, Kiev, para comenzar, tomado al cabo de dos meses de fieros combates por las tropas alemanas, Jarkov (o Kharkov), teatro de operaciones de cuatro grandes batallas dos victorias alemanas (una de las mas brillantes, estudiada aun hoy en las academias militares, la segunda de ellas) y dos sovieticas -la segunda y la cuarta, con la captura definitiva de la ciudad-, la límitrofe Kursk (del lado ruso pero junto a la linea divisoria), teatro de la mayor batalla de carros de todo el conflicto -equiparado a un segundo Stalingrado-, y Tcherkassy, donde la Legion Vallona de Degrelle -o lo que quedaba de ella- antes de romper el cerco se dejó el setenta por ciento de sus efectivos sobre el terreno de batalla.

Ochocientas bajas (ochocientas) fue la cifra que lei ayer completamente al azar de entre los efectivos de la Legión Valona, proporcionalmente enorme, y son sin duda esos muertos -jovenes (adolescentes incluso muchos de ellos, enrolados por capellanes católicos en los mismos centros de eneseñaza católicos, idealistas, voluntarios, del unico pais de cultura e idiosincracia hispana por encima de los Pirineos- junto con los del lado neerlandófono, que pagaron en cambio mayor tributo en condenas (y ejecuciones) que los Valones al final de la guerra, los que sin duda me habrán pesado quintales los cerca de veintiocho años que llevo residiendo en Bélgica y más aún si cabe, porque en la medida que no acababa de asumirlos del todo -como míos propios (...)- no acababa de darme cabal cuenta de aquel peso, en mi memoria.
Alexander Von Falkenhausen, gobernador militar de Bélgica y Norte de Francia bajo ocupación alemana. De linaje prusiano aristocrata, participó en el complot del atentado fallido contra Hitler (20 julio de 1944) tras lo que fue internado en Buchenwald y Dachau y hecho prisionero de guerra más tarde por los americanos. La ocupacion nazi fue de gran clemencia en Bélgica como lo ilustran los juicios benévolos que merecería la figura de Von Falkenhausen entre belgas, incluso entre demócratas de/toda/la/vida como me fue dado el comprobar en primera persona, que veian en él un militar ante todo, un hombre de gran clase y distinción, y de gran astucia como lo demostró saliendo mucho menos mal parado de lo que cabia esperar ante la justicia belga (que conden óa muerte a tantos jóvenes compatriotas. belgas)
Y fue sin duda porque esos muertos que nadie quiere pesan mucho más que todos los otros, y eso es lo que me habrá ocurrido a mí en Bélgica y es la clave del enigma que no habra dejado de perseguirme desde que puse el pie en estos países bajos (lato sensu) por vez primera. Los muertos de la División Azul recibieron o acabaron recibiendo honrada sepultura y debido homenaje -como no dejaban de lamentarlo portavoces de los recuperacionistas de la memoria de los vencidos del 36 hace años en un debate en público de la Feria del Libro de Bruselas-, gracias a los propios rusos que tras la caida del Muro lanzaron una campaña bajo el lema de "Paz eterna a los soldados", de desenterramiento y rexhumacion de caidos de uno y otro bando durante el conflicto.

Los belgas del Frente del Este en cambio siguen clamando al cielo por recordación en Bélgica, un país "empezado" -como aqui ya lo decribi (exactamente desde hace tres décadas)- por la invasion silenciosa de la inmigracion no/europea (...) Sin que nadie se acuerde de ellos, ni en Ucrania ni tampoco en Bélgica (y no digamos en España) Y no cabe quizás esperarlo tampoco ahora de niinguno de los bandos en liza en la crisis de Ucrania, pero aún menos de los eurocratas y burocratas de la UE que están azuzando ahora el fuego de la tensión hasta el limite del enfrentamento armado en las calles de Kiev, de donde no vendrá por cierto la menor palabra de recuerdo para aquellos muertos "malditos" condenados al olvido más absoluto, depués de haberse visto reprobados en la memoria oficial conforme a los canones en vigor de lo política e historicamente correcto.
Verbelen. Capitán de las SS belgas flamencas y jefe de las Escuadras Negras hacia el final de la guerra. Una figura emblemática del ala extremista de la Colaboracion en Bélgica flamenca. Murió, con gran atención mediática de la prensa belga (hostil), en la cama, en Viena -viviendo yo ya en Bélgica-, donde residió en libertad, tras haber contraído matrimonio con una austríaca y haber sido absuelto en varios juicios en los tribunales de aquel país por su pasado en la segunda guerra mundial, sin que nadie le inquietase más, durante décadas. Una leyenda negra la suya más que otra cosa
Los Flamencos caídos en el Frente del Este -y los otros de su bando fusilados en Bélgica al final de la guerra- me pillaron todos estos años (confiteor) psicológicamente un poco más lejos que los francófonos y fue por culpa de sus herederos biológicos (que no ideológicos) que acabaron resucitando o apropiándose una memoria histórica anti-española de los tiempos de las guerras de religión y poniéndola al servicio de la causa del separatismo vasco que hicieron suya por su cuenta y riesgo, de forma mas o menos directa y beligerante y con altibajos, al compás de los vaivenes del conflicto en el país/vasco y de sus salpicaduras más allá de nuestras fronteras (...)

Pero era en mí una ilusión óptica apenas, porque aquellos muertos flamencos -y como tal no poco hispanos ellos también como los valones francofonos- no tenian nada que ver con estos vivos (sus descendientes por la vía biológica) que no osaron (hasta hoy) rescatar su memoria y sin duda por eso se sintieron en el deber de resucitar y de hacer suyas -a modo de coartada- unas memorias ajenas. Me duele Bélgica o digamos que empecé no hace mucho a darme de ello cuenta y es porque me duelen -y a rabiar por veces ¡dios!- aquellos muertos que siento míos o como si lo fueran (...)
Paul Colin, una figura particularmente denigrada -y calumniada- de la Colaboración en Bélgica francófona. En gran parte por el aspecto fisico que muestra en la foto. Periodista brillante, mecenas y crítico de arte vanguardista y escritor, director de periódicos y revistas, con una trayectoria ideológica que venía de la izquierda, fue asesinado delante del escaparate de una librería en el centro de Bruselas, el 13 de abril de 1943 (con el sol ya de poniente para Alemania) Su asesino, un joven de diez y nueve años ajusticiado más tarde por los alemanes, tiene dedicada aún hoy -¡uuufff!- una calle en Ixelles, la "commune" donde viví la mayor parte de mis años en Bélgica. Terrorismo y Resistencia (en Bélgica más tal vez que en otro países bajo ocupación alemana)
Y por eso sin duda me dolió tanto aquella obra de "La Pena de los belgas" -con la que aprendí el neerlandés al poco de llegar a Bélgica- que es la crónica por llamarla asi de una memoria de los vencidos de la segunda guerra mundial no en fase de rehabilitacion como lo fue la memoria de los vencidos de nuestra guerra civil sino de prostracion y de rendicion (en espíritu de resignacion servil y sumisa) porque fueron vencidos al final, y no ganadores como la final lo serían -¡qué profundo y espeso enmiga ya descifrado por fin!-  los vencidos de la guerra civil española (...)

Hugo Claus -ya fallecido-, autor de la obra aquella, era un hijo de vencidos de la segunda guerra mundial en Bélgica que acabó vendiendo su alma al diablo como lo hizo Francisco Umbral y sólo a ese precio acertó a recoger y transmitir una memoria de vencidos , de los suyos, como el escritor español lo haria con otra memoria de vencidos, la de los ganadores del 36, los que en formula brillante de Antonio Parra Galindo, no es que acabaran perdiendo la paz -en el clisé manido y consabido después de haber ganado la guerra- sino junto lo contrario, que después de "ganar la paz" acabaron "perdiendo la guerra" (...)

Y esos vencidos belgas de la segunda guerra mundial son los que se yerguen hoy en convidados de piedra por los sucesos de Ucrania, y danzan una danza fantasma ante el espectaculo de ciudad "empezada" -por la invasión silenciosa- que ofrece a un recién llegado la (llamada) capital de Europa

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