jueves, enero 02, 2014

MI FASCINACIÓN POR UMBRAL

"Madrid 1940" es tal vez la novela guerra/civilista de Umbral donde se ve mejor plasmado el choque de dos memorias históricas de nuestra guerra civil, antagónicas. Y es precisamente esa tensión dialéctica, síntoma e indicio infalibles de vida y de fe y de esperanza, y prueba por el nueve a la vez que la memoria de los vencidos (españoles) del 45 -después de haber vencido en el 36- sigue viva a pesar de todo en una masa considerable de españoles, lo que explica en gran parte mi fascinación umbraliana (que no niego y que no me impide una visión crítica tanto de la obra como del personaje)
"Este no es mi Rastro, le falta la mierda" -le espetó a Francisco Umbral el escritor de origen cubano, Eduardo Zamacois, a su vuelta del exilio. "No pensará usted, Eduardo -le replicó Umbral con la rapidez (restallante) de un relámpago, en uno de sus mejores días- que íbamos a estar cincuenta años soplándoles la mierda a ustedes para que la encontrasen fresca"

Y me venia la cita a la mente repasando hoy a toda prisa su antologica novela "La noche que llegué al café Gijon" en busca de una referencia -que se me habia pasado hasta hoy y que me recordó recientemente un lector amigo- que recoge entre sus paginas, ya hacia el final del libro, al que fue director de Arriba, Rodrigo Royo, por lo que deduzco director de Umbral también en los primeros tiempos de su carrera madrileña - aunque ése sea uno de los capítulos y episodios de su biografía que menos le gustaría evocar a partir de un momento dado- y se trata de una anécdota que ya leí estos últimos dias en alguna de las noticias biográficas, por la red, del que fue también -tras su paso por Arriba- director de SP, que en el marco de la política cultural de brazos abiertos que el régimen siguió desde muy pronto -aunque solo tras el final de la segunda guerra mundial en el 45- recibía regularmente colaboraciones para el periódico oficial del régimen, de Ramón Gómez de la Serna desde el exilio de éste en Buenos Aires (donde acabaria sus días) hasta que le pidió que en lo sucesivo se abstuviera de mandar greguerias que era lo único que mandaba y que era un género que debia tener pocos lectores -entonces y después por más que el ABC se las siguiese publicando por su cuenta- lo que puso un punto final a las relaciones entre el Arriba y el escritor exiliado que se sintio ofendido., y sin duda herido en su dignidad (y susceptibilidad) humana y literaria (...)

Y esa anécdota ilustra inmejorablemente uno de los aspectos más característicos y definitorios de la derrota española en el 45 que vengo analizando ya desde hace un rato en estos artículos, y que no vino más que a traducir nuestra derrota -total- en los planos cultural e intelectual al final de la II Guerra Mundial, con lo que también de esa forma no veníamos más que a compartir la misma suerte (dura e ingrata) de los vencidos.
Una estampa de Rodrigo Royo tal vez la más verídica de todas las suyas. Acorde a la imagen que dejó de un idealista y un soñador, de hombre generoso, fiel a sus convicciones, y de un politico fracasado a la vez (...) Apostó por los estudiantes contestatarios -franceses- en mayo del 68 contra el general De Gaulle, y perdió, apostó por Fraga contra el Opus en el escándalo Matesa y volvió a perder. Y apostó por los periodistas de izquierdas -que plagaban la redacción de SP- como había apostado por los escritores del exilio desde las páginas de Arriba y todos se volvían contra él. Un sino (tragico) -de fracaso politico y personal-, el de los vencidos del 45
Y fue en la medida que cultura y actividad intelectual tenían y siguen teniendo que ver (y mucho) con ideología y posturas y banderas ideológicas. Y fue en la medida también que el poder político -como lo dejó sentado el autor marxista italiano Gramsci (fuera de toda sospecha)- tiene no poco de poder/cultural y viceversa. Y es en ese terreno donde me parece haber descubierto un nuevo ángulo de visión o punto de vista inédito en la lectura crítica de la obra de Francisco Umbral y en la revisión que se impone de la misma, igual que la de su trayectoria.

Y es lo que notan tal vez también en mí -y no se piense que me estoy curando en salud de una forma u otra- algunos de mis lectores hasta el punto que se me haya llegado a atribuir (o reprochar) una especie de síndrome -umbraliano (del tipo cultural)- de Estocolmo como el que yo no habré dejado de reprochar a algunas figuras ilustres de las letras españolas y de nuestra historia contemporánea.

Y es que el autor de la Leyenda del César Visionario se me antoja de pronto el cronista o historiador o albacea literario por excelencia de lo que tuvo de más universal nuestra derrota (mundial) en el 45, que lo fue también sin duda en el terreno de la lengua y del idioma. Y así, lo mismo que Umbral fue un pionero en la crítica al boom de la literatura latinoamericana -que él bautizo "latino/ché" por su cuenta lo que le ganó rencores tenaces y enemistades imperecederas )- lo fue sin duda también de otro fenómeno no menos desconcertante y desazonante, y fue el del protagonismo que desde tiempos tempranos del régimen anterior y de la España de la posguerra (léase tras el 45) se brindó graciosa y gratuitamente -y con un innegable sello de discriminación y de favoritismo- a los escritores del exilio

Hasta el punto que la imagen (injusta, mendaz e infamante) acabaría viendose consagrada dentro y fuera de nuestras fronteras -y no digamos en los ámbitos universitarios y academicos, de una especie de erial culutral -el de la lengua y literatura en lengua española de la Peninsula- en la España de la posguerra en flagrante contraste -y deshonroso- con la floración (prodigiosa) que habría conocido la literatura del exilio: un mito de piel dura y longeva del que Umbral sabría dar cuenta con su genio y su estilo y su garra y fuerza de agarre inimitables. Sin el exilio no hubieran sido nadie, y el exilio se los dio todo. 
Juan Aparicio, antañazo director general (todopoderoso) de Prensa y uno de los grandes perdedores de la crisis de régimen del 56 (-57), fue protector y jefe político (inmediato) de Umbral en sus años mas jóvenes (principios de los cincuenta) Es lo que se deduce de una lectura atenta (y sin complejos ni antojeras) de "Madrid 1940" -que Umbral debería haber titulado en realidad "Madrid 1956"-, autobiográfica como todas las de su autor. Aparicio perdió en el 56 lo mismo que Rodrigo Royo perdió en el 69, porque era el sino de uno y otro, el de los vencidos de la II Guerra Mundial (en el 45)
Caractericé la obra de Umbral y en particular la vertiente guerracivilista de la misma -consagrada a nuestra guerra civil, en el trabajo (fallido) de doctorado que le dediqué en Bélgica- como un choque o encuentro de memorias en tensión (dialéctica): la de los "vencedores" del 36 y otra memoria marginal o asocial de unos grupos -quinquis, gitanos y asimilados- que se mantuvieron un tanto al pairo o al margen de nuestra guerra, pero que en lo que aquella tuvo (también) de lucha de clases podían verse asimilados al bando de los vencidos.

Todo entre comillas, no obstante, porque la segunda guerra mundial y su desenlace cambiarían drásticamente las reglas del juego y borrarían las pistas en gran medida. Y así los vencidos del 36 pasaron (en gran medida) a ser vencedores tras el 45, y viceversa.

Y en la medida que Umbral consigue presentar -en la vertiente de su obra dedicada a la guerra civil- una memoria -la del bando nacional- en estado de tension agonica y por lo tanto no vencida o no vencida del todo, es por lo que que en ella no deja de arder o de alumbrar una llama de fe y de esperanza, por flaca o vacilante que sea.

Y esa es sin duda la clave -y ya digo que no trato de justificarme- de mi fascinación umbraliana. En la fidelidad (absoluta) a una memoria de vencedores del 36, y del vencidos del 45 (...)

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