viernes, enero 15, 2016

RASTAS Y PIOJOS

Jean-Paul Marat, figura emblemática del Terror durante la Revolución Francesa. Retratado –tras su muerte asesinado- en un cuadro célebre del que fue su amigo, Jacques Louis David. Padecía una enfermedad de la piel –¿sífilis, sarna, seborrea?- que le obligaba a rascarse continuamente. ¿Nada que ver con esa obsesión contra los corruptos que le animaba (como una coartada interior) y que llevó a tantos –por su firma- a la guillotina? ¿Higiene y corrupción, compartimentos estancos? Cabe ponerlo seriamente en duda, ante el aspecto tan poco aseado –por no decir sucios (y apestosos)- que presentan a menudo los activistas más indignados con la corrupción (sic) en política. Como el que ofrecía en su comparecencia en el Parlamento ayer uno de los nuevos diputados de Podemos (surgidos del movimiento indignado)
En la constitución del nuevo parlamento, en su sesión de ayer, fueron los nuevos diputados de Podemos los que vinieron a dar la nota. La nota propiamente no obstante, no la dio el bebé de una de sus diputadas (¡el pobre !), si no más bien las rastas de uno de sus diputados, Alberto Rodríguez, en primer plano de todos los medios en las últimas vieinticuatro horas, cruzando el hemiciclo sin dignarse saludar a nadie (ni siquiera al jefe de gobierno)

Entre paréntesis, ese de Alberto Rodríguez parece un nombre predestinado (en política me refiero) Así era como llamaba Umbral en la Leyenda del César Visionario a uno de los maestrillos de la tertulia de los rojos del café donde se reunían también los laínes (Ridruejo, Serrano, Foxá y demás) –músico y ciego-, que bordaba (sic) las piezas de Chopin y que acaba encerrado en la plazas de toro, primero, y finalmente delante del peloton de fusilamiento sin que Franco se digne acceder al ruego de los laínes que le querían salvar la vida. Y Franco escoge al maestro ciego de chivo expiatorio de preferencia a otros, por las arengas de profeta exaltado que da a sus compañeros de infortunio y también por eso, por ciego. Este Alberto Rodríguez, profeta indignado, parece en cambio que esté bien de la vista.

Lo suyo es más bien un problema de imagen. No tengo nada en principio contra las rastas, diré más incluso, cuando salí de la cárcel portuguesa en aquel brusco reencuentro con la vida civil de la que me había apartado hacía ya tanto, me dio una temporada por escuchar (con gusto) música reggae de Bob Marley, icono a escala mundial del movimiento rastafari, que no sé muy bien lo que propugnaban la verdad sea dicha, aparte de verse asociados al consumo de drogas (blandas) El reggae estaba ya un poco pasado de moda, es cierto, pero el que esto escribe en aquellos primeros tiempos de verme libre tras el largo cautiverio aquél, arrastraba el sentimiento íntimo de lo mas vivo en mí de tener (todavía) toda una vida y todo el tiempo por delante.

Rastas y piojos. La asociación de ideas se la habrá permitido ahora la antigua presidenta del parlamento Celia Villalobos, a la que dejo la responsabilidad de sus palabras. He estado leyéndome una de esas discusiones digitales que habrán suscitado las palabras de esa político del PP (tan vehemente) donde se ve sometida a un auténtico linchamiento sin duda buscado por la administración de esos foros, y en la que se barajan dos nociones, la de higiene y la de corrupción que muchos de los intervinientes en la discusión parecían ver estrechamente relacionadas.

La higiene es un principio que rige la conducta individual y también los comportamientos colectivos y desde este último punto de vista se puede hablar de higiene como una virtud en política. Mens sana in corpore sano, rezan los clásicos. Una mente sana en un cuerpo sano, y limpio. Los fascismos atribuyeron una gran importancia a la higiene en la vida pública y privada, en la que veían uno de los reflejos o destellos principales del ideal de la civilización clásica (greco/romana) en contraste con la suciedad que a sus ojos encarnaba el Oriente antiguo, semita y contaminado de judeo/cristianismo.

De Oriente sucio (sic) habla Mariano Armijo, falangista radicalizado y partidario fanático de Hitler y de los nazi fascismos, protagonista –y trasunto autobiográfico del propio autor- de « Madrid 1940 » de Francisco Umbral, tal vez la mas guerra civilista de todas sus novelas, frente al racismo ario que era (en el fondo) un ideal –puritano- de limpieza (sin mancha) y de pureza (sin mezcla)(op. cit. p. 237) Y a este diputado de Podemos, algunos le habrán reprochado falta de higiene en su presentación en sociedad, que me diga en su primera comparecencia en la vida política parlamentaria. No hay que ser solo justos sino parecerlo, reza un viejo adagio de la juripsrudencia anglosajona (you must not only be fair, you must also seem to be fair)

Y cabría parafrasearlo diciendo que no sólo hay que ser limpio sino parecerlo, y es cierto que en las fotos que circulan del diputado de Podemos, no lo parecía o no del todo. No me meto en indumentarias, que conste. Ni en pelambreras. Con la fuerza moral que me da incluso el haber sufrido (un poco) por ese motivo, porque cuando estaba en la Universidad reinaba -en una apoteosis de pelos largos y melenas (que personalmente me resbalaría)- la mayor de las anarquías indumentarias, aunque bien mirado se trataba más bien de anarquía dentro de un orden, que me diga, de unas modas de lo más exigentes (y caras) por mucho que se proclamaran democráticas y progresistas, y me viene a la mente la célebre zamarra verde oliva del ejército americano en Vietnam que se convirtió en una especie de uniforme del rojerío de mi época.

Unas zamarras que no todos podían permitirse –o permitirnos- por supuesto. Y sin duda por reacción a aquello, de resultas de mi enroque psicológico e ideológico del que ya di cuenta en estas paginas, fui a caer después en el otro extremo, de una rigidez en la vestimenta que no venia de mí sino que que me fue inculcada por el movimiento integrista brasileño –y su antena española- de la TFP que practicaban un tradicionalismo riguroso en el vestir con algo de sofocante en verdad, sobre todo llegados los meses de verano (en la Península)

¡De chaqueta y corbata en permanencia todos sus militantes ya hiciese frío o calor, sin permitirse el más mínimo desliz o infracción a aquel patrón de conducta tan rígido! Cuestión de estilo también no lo niego, y es un hecho que el estilo TFP –todos, niños y grandes, de pelo corto y chaqueta y corbata y adornados de aquellas capas (ternos en portugués brasileño) tan llamativas adornadas de unos escudos en metalico a base de leones rampantes en el pecho-, marcó sin duda un hito en la simbología política –o político religiosa- de nuestra era contemporánea.

En la medida no obstante que todo aquello emanaba en linea recta –o así lo pretendían al menos sus mentores- del magisterio de la iglesia (de las encíclicas de los papas y de las pastorales de los obispos) que la propia iglesia puso en entredicho en el concilio, estaba claro que tenía sus días contados. Y asi se pueden ver hoy en internet documentos gráficos donde aparecen retratados algunos de los adalides de aquella pureza indumentaria, ensotanados de pronto por obra y gracia de la metamorfosis –e implosión a la vez- que sufrió aquel movimiento a la muerte de su fundador, el profesor Plinio, y de la irradiación irresistible –de flautista mágico- del papa aún entonces reinante, Juan Pablo II, que acabo llevándoselos al redil (y metiéndoselos en el bolsillo) Ite Missa Est.

Y confieso que viendo ahora algunos de aquellos –que tanto se reían hace ya cuarenta años viéndome vestido de hábito (del seminario de Econe)- rigurosamente ensotanados ellos a estas alturas del partido (y del milenio), me viene a la mente aquello « del helado de fresa de la venganza » de una de la canciones de Joaquín Sabina (es broma)

Que cada cual se vista como quiera, a su antojo, a su gusto, a su estilo. Pero dentro de unos límites irrenunciables de decencia y de decoro (y de respeto), y de higiene por supuesto, pública como privada. Que no hay que ser solo limpio, ya digo, sino parecerlo. Viéndolos, y oléndolos 

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