martes, enero 19, 2016

¿EXHUMACIONES? GUERRA A LOS MUERTOS (Y COMPLEJO DE CULPA FEMENINO)

Escena muy difundida de antiguo de profanación de tumbas en la iglesia de San Miguel de Toledo durante la guerra civil. La profanación de tumbas y cementerios –eclesiásticos en su inmensa mayoría en suelo de la Península- fue la regla en zona roja, como lo da a entender un testimonio fuera de toda sospecha, el del británico Georges Orwel que recoge una escena de profanacion de un cementerio a cargo de mujeres milicianas en la zona del frente de Aragón en una de sus obras autobiográficas más divulgadas, sobre la guerra civil española (en la que participó del lado de los rojos) El pretexto más invocado -un tanto anacrónico, se me reconocerá- de las exhumaciones que puso en marcha la ley funesta de la memoria histórica (de los vencidos) lo es el dar digna sepultura –funerales inclusive (…)- a los cadaveres exhumados, por parte de sus familiares (ás o menos cercanos) ¿Acaso fue la última voluntad de aquellos, que profesaban un ateismo militante anti-clerical -e iconoclasta- en su aplastante mayoría ? ¿Una forma acaso de reconciliar post mortem a asesinos de curas y violadores de monjas y profanadores y asaltantes de iglesias  (ellos o sus cómplices) -por las buenas, lo hubieran querido o no en vida- con la iglesia de la que provenían muchos de ellos y de la que no habían salido (en muchos casos) sus mujeres o las mujeres de sus familias y de su entorno? ¿Un complejo de culpa en la raiz del fenómeno, colectivo y femenino (léase propio de mujeres) al mismo tiempo? La pregunta se la dejo a psicólogos y psiquiatras con mucho gusto.  Una forma sutil e hipócrita e insidiosa como sea, de guerra de propaganda, los desenterramientos a los que asistimos -con la complicidad de la iglesia nota bene-, de tratar –ya que no pudieron ganar la guerra a los vivos- de seguir haciéndosela a los muertos. Un capítulo más en suma de la guerra civil (del 36) interminable
Dejad que los muertos entierren a los muertos. Una frase que me dejó siempre un poco perplejo sin saber exactamente cómo interpretarla aunque confieso que sonaba bien, poética, a mis oídos. Se la atribuían –o esa es al menos la idea que arrastré siempre- a Miguel Unamuno, y por paradójico que parecer pueda, uno de los peores enemigos del que fue rector de Salamanca, el temible cura Santa Cruz de la última guerra carlista que tanto marcó la memoria infantil de aquél, la ponía en práctica a su manera -de lo que se deduce al menos de una de las novelas de la trilogía carlista de Valle Inclan que retrata al célebre cura (jefe de partida)- mandando ajusticiar a su rivales en pleno monte y dejando –tras reemprender la marcha a toda prisa con su partida- los restos del infortunado de pasto de alimañas y aves carroñeras.

Enterrar a los muertos, la séptima (y última) obra de misericordia de una religión de amor y misericordia que se traviste con demasiada frecuencia –como una segunda natura (¡ay dolor !)- en una justificación –solapada e insidiosa- del odio (guerracivilista) y del ajuste de cuentas.

La hija de uno de los fusilados de la guerra civil que asiste a partir de hoy a la exumación de los restos de su padre, voluntario con los rojos y dirigente de la UGT de Sacedón provincia de Guadalajara, localidad cercana nota bene a un frente estabilizado durante el primer año de guerra, no habla (dice su propia hija) de rencor ni de venganza pero otros ya se ocupan de hacerlo por cuenta suya, como la corresponsal guerra civilista del diario el País, que lleva años vuelta y dale con el tema, como si hubiera dedicado (o consagrado) su vida o su carrera a ese empeño (de desenterrar muertos)

Dice la hija de la protagonista de la  noticia que su madre no quiere más que darle entierro digno a su padre, sin dejar no obstante de mencionarse en la el reportaje a los que le denunciaron. Ocurre que no se trata de un pedido de re exhumacion simple –al juez competente- sino en el marco de un proceso con un telón de fondo político innegable, incoado por una juez extranjera contra los (pretendidos) crímenes del franquismo, a la que rindió visita (desde España) aquella hace ahora dos años.

Pero la actuación de la jueza mencionada parece más bien destinada a la galería, como un guiño guerra civilista más que otra cosa, porque parece claro que a lo que ahora estamos asistiendo es a una simple exhumación legal, sin que en ello la jueza argentina tuviera más papel que el de despachar un pedido de cooperación (que no una orden) a las autoridades judiciales españolas, y que no precisaba a continuación más que de permisos o autorizaciones administrativas.

Y de la financiación de los gastos por supuesto, que corren según se puede leer en el reportaje- por cuenta de la Asociación de recuperación de la Memoria histórica (de lo vencido) y de grupos u organismo extranjeros, in casu un sindicato noruego y un grupo norteamericano, de los archivos de la Brigada Abraham Lincoln, del nombre de una de las Brigadas Internacionales de triste recordación para muchos y particulamente activa en la batalla del Jarama, que tuvo como teatro zonas colindantes de la provincia de Madrid y la de Guadalajara (…)

Ejemplo flagrante que para algunos extranjeros –como para algunos españoles- la guerra civil no ha terminado todavía. « Solo quería dar a mi padre un entierro digno » ¿Lo pidió acaso, se lo hubiera pedido él propio interesado ? No hay nada que esté menos claro, si se piensa en el ateísmo beligerante que profesaban la inmensa mayoría de los combatientes del bando republicano y si se piensa también en lo que era la regla en zona roja, a saber la profanación y asalto de cementerios religiosos –la inmensa mayoría de los cementerios en España entonces como ahora, por mujeres (milicianas) de preferencia, como se deduce de un testimonio fuera de toda sospecha de la guerra en el frente de Aragón en zona roja que se recoge en una obra testimonial –y autobiográfica del escritor (de izquierdas) inglés Georges Orwel (fuera de toda sospecha) voluntario –en las filas del POUM- durante la guerra civil española.

¿Se lo sigue exigiendo acaso la santa madre iglesia en el supuesto que se trae –me refiero a la hija del ahora re exhumado de persona creyente ? Cabe también seriamente preguntárselo en a medida que aún sin saber a ciencia cierta cuál sea hoy por hoy la normativa eclesiástica o canónica –empeño problemático así de entrada el tratar de elucidarlo- aplicable en la materia, no deja de ser un dato irrefragable la generalización de la practica de la incineración incluso entre creyente (y católicos practicantes) e incluso si ello no deja de arrastrar un aspecto conflictivo, no da menos cuenta del hecho de que las mentalidades cambiaron mucho en la materia las últimas décadas, al socaire del concilio o sin nada que ver con el mismo.

Y hablo con (cierto) conocimiento de causa en la medida que fui invitado hace años a participar, como así lo hice, al traslado de los restos de un viejo amigo de los tiempos de la Universidad acabado entonces de fallecer, que llevaba su hija en una urna funeraria en su mochila, hasta un lago de alta montaña, en una expedición de una decena de personas entre los que figuraban además de la hija del fallecido antiguos amigo y allegados suyos, donde tenían previsto conforme a la voluntad expresa del finado el esparcir sus cenizas.

Al final –y ahí es donde entra el aspecto conflictivo al que aludí mas arriba- no fue exactamente así, porque un poco en contra de la voluntad del fallecido y sin duda por desavenencias entre algunos de los miembros de la comitiva, los encargados de ello no se decidieron ae sparcir las cenizas en la laguna como previsto y acabaron enterrando las cenizas a orillas de la laguna aquella, tal como mi amigo había deseado, es cierto, respetando su voluntad, pero no exactamente en la forma como él lo había dejado dispuesto.

Y no es ocioso el dato que algunos de los integrantes de la comitiva eran miembros notorios del Opus Dei, caracterizados por su postura intransigente a favor del entierro tradicional y en contra de las incineraciones, que a todas luces fueron decisivos con las mejores intenciones sin la menor duda en la solución salomónica que al final se adoptaría.

¿Nada que ver la postura cautelosa -léase de perfil- de la iglesia española y de sus sectores más influyentes en el tema de entierros y incineraciones y en relación en general con la ley funesta (de la memoria)?

Porque es un hecho que las exhumaciones devuelven a la iglesia un protagonismo del que se veía progresivamente privada en las últimas décadas de resultas del cambio (abrupto) de mentalidades en materia de enterramientos. Desenterrar y dar digna/sepultura a toda costa a los muertos de la guerra cvil, de uno de los dos bandos enfrentados en la guerra civil que me diga, aunque se hundan los cielos y aunque salte por los aires la convivencia y el entendimiento entre españoles y la causa de la paz social y de la tranquilidad ciudadana se vea seriamente comprometida amenazando a todo momento con reencenderse la guerra civil interminable.

Esa parece ser la apuesta –tentadora a fe mía por lo rentable y lucrativa (en potencia)- de la iglesia española. No es un alegato pro domo lo que aquí expongo. Mi difunto padre, del bando de los vencedores de la guerra civil, fue enterrado conforme a sus disposiciones últimas (de católico practicante)

No es óbice que ni a mí ni a los míos que yo sepa nos parezca reñido ni mucho menos el culto de veneración que profesamos y seguiremos profesando siempre a su memoria y el hecho que de que su tumba lleve años sin recibir visitas, sin que nos hayamos sentido en la obligación (moral) de hacerlo.

¿Un caso excepcional el mío, el nuestro ? Se me antoja, al contrario, ilustrativo del estado de espíritu (y de las mentalidades) de una mayoría de españoles en la materia.

Botón de muestra uno más, como sea, el de las exhumaciones, de lo imposible léase de lo imposible de aplicar de la ley (funesta) guerra civilista sin que acarree males mayores

No hay comentarios: