miércoles, enero 13, 2016

NADIE NOS ECHÓ DE BÉLGICA (RÉPLICA AL PUIGDEMONT)

Estatua a Luis XIII en la catedral de Notre Dame en Paris, en homenaje al voto (piadoso) por el que aquel monarca borbón -hijo de Enrique IV- consagró Francia a la Virgen María en plena guerra contra España (fase final de la guerra de los Treinta Años) y en visperas de su intervención (descarada) a favor de la revuelta de los segadores en Cataluña, y en apoyo de la república catalana. Un monarca borbón en los origenes del problema catalan, y de las campañas militares que llevarian (a la larga) a la pérdida de los países bajos españoles. Ese es el desafio histórico (magno) que arrastran las palabras sediciosas del discurso -ahora re exhumado- del nuevo presidente de la Generalitat, y la clave (ultima) de explicación de los silencios e incongruencias en tema catalán del monarca reinante, Felipe VI y de su predecesor Juan Carlos I
« Los invasores serán expulsados de Cataluña como lo fueron de Bélgica » La frase del nuevo presidente de la Generalitat por la que vino el escandalo –y vuelve armarse ahora- se ve curiosa y cuidadosamente mutilada en la prensa española en la últimas veinticuatro horas mientras que se ve transcrita al completo en cambio incluida la parte en negrita que encabeza estas lineas en la prensa francófona (belga y francesa) ¿Por qué motivo ?

Está claro que lo es por razón del pasado que no pasa. Y es por el problema que arrastra la dinastía de los Borbones con Cataluña, como ya lo expuse en otras entradas y sobre todo en mi reciente libro « Cataluña en guerra » Cataluña (incluida su vertiente transpirenaica del Rosellón) junto con Flandes –léase los Países Bajos españoles, matriz territorial del actual estado belga indepediente- fueron dos espolones del Imperio español que atenazaban por el Norte y por el Sur a la monarquía francesa (bajo la dinastía borbónica), de los que ésta luchó desesperadamente por desasirse declarando (unilateralmente) la guerra a la España católica en la fase final de la Guerra de los Treinta Años y propulsando por otro lado la república catalana (de doce años) tras la revuelta de los segadores y empeñándose aún décadas durante, después de la terminación de aquella, en campañas de anexión de los territorios fronterizos de los Países Bajos españoles y en un toma y daca incesante de anexiones y devoluciones que llevarían al tratado de Utrecht donde el poder español en los Paises Bajos dio paso al poder austriaco –lo que se da en llamar en la historiografía los Países Bajos austriacos- sin que hubiera en realidad una dejación formal de derechos históricos por parte española, ni nada que se le pareciera, los Austria actuando de poder/habientes de la soberanía española en estas tierras.

Y es a ese capitulo de la historia del imperio español por cima de los Pirineos al que sin duda se refería en un craso anacronismo el actual presidente de la Generalitat en ese discurso que le persigue se diría que a sol y a sombra ya mientras viva. Nadie echó a los españoles de los Paises Bajos (« espagnols ») Sino que ordenó su retirada (pacifica) el nuevo poder instalado en Madrid tras el desenlace de la guerra de Sucesión y la subida al trono de España de un príncipe borbón –sobrino del rey sol Luis XIV- igual que nadie echó a los españoles de Cataluña décadas antes, sino que Cataluña volvió al regazo patrio tras doce años de ocupación francesa que eso fue en realidad la república catalana, un estado satélite de la monarquía fancesa (bajo un monarca borbón)

A menos que el « presidente » felón se estuviese refiriendo en su malhadado discurso al Rosellón, que España efectivamente perdió (a manos de los franceses) En ambos casos pues, tanto en Flandes como en Cataluña, los intereses opuestos a la causa española y a la mision histórica de la monarquía española los encarnó la dinastía borbónica.

Y no es una provocación gratuita –ni un desafío ni un desacato intencionado- el afirmarlo sino una tentativa de restauración legitima e indispensable de la verdad histórica tratando de resolver el galimatías o rompecabezas inextricable en el que a veces se ve convertido el llamado problema catalán al hilo de la actualidad más candente como esta ocurriendo de nuevo ahora.

En una de esas tertulias televisivas que sigo sólo de oídas a través de internet –incluso cuando me encuentro en España-, de ayer mismo, se vieron sin remedio enfrentados dos tertulianos de los más asiduos a ese tipo de programas, a saber el director de la Razón, Francisco Marhuenda (apellido catalán) –con el que en una ocasión intenté entrar en contacto (hasta hoy)- y Arcadi Espada, colaborador del Mundo, afincado en Cataluña y al que sólo seguí la pista tras empezar a oír de hablar de él a través del contencioso de orden predominantemente personal que le enfrentó durante años con Francisco Umbral sin que llegara a reconciliarse en vida de aquél. Y no sólo eso sino que le dedicó una necrológica de una mordacidad (post mortem) que el propio Umbral no hubiera con toda seguridad (literariamente) renegado.

Y la raíz o el detonante ahora del incidente de ayer entre los dos parece que residía en un comentario de Arcadi Espada como extrañándose –sin duda de un aire falsamente ingenuo- de que Felipe VI firmase el nombramiento del nuevo president catalán que se entrena con una soflama separatista perfectamente comparable –y más radical incluso- a las de su predecesor en el cargo.

¿Estaba obligado el monarca a firmar el nombramiento? La duda se admite, e incluso el responder por la negativa. No seremos nosotros no obstante los que le tiremos la piedra –como no se lo tiramos (ni mucho menos) en nuestra entrada de ayer a la Infanta Cristina- pero el detalle parece ilustrativo asaz del problema histórico (enorme) que arrastra la dinastía reinante en relación con Cataluña.

Y lo que explica sobradamente en cambio la cascada de anomalías que nos vemos condenados a soportar y a presenciar impávidos el conjunto de los españoles, y dan cuenta asaz al mismo tiempo de la incongruencias y de los silencios (escandalosos) tanto en el abordaje del problema catalán del monarca actual como en la actitud invariable –de pasividad y de permisivismo- durante su largo reinado del monarca anterior, Juan Carlos Primero, en el largo proceso de incubación de una situación desde hace un rato al borde de la ruptura institucional -rayana en lo insurreccional en los últimos tiempos- en Cataluña a la que asistimos impávidos el conjunto de los españoles.

¿Obligación moral o constitucional de sancionar la investidura de un traidor ? Ninguna a fe mía por supuesto. Y tamaña tesitura -que en las actuales circunstancias cobra un dramatismo extremo- ilustra una vez más de la imposibilidad moral –por razón de imponderables de memoria histórica (dinástica), del pasado en suma que no pasa- en la que aparentemente se encuentra el monarca actual como se encontraba su predecesor en el abordaje del problema catalán, que se habrá declarado (sic) y agudizado hasta los extremos que venimos presenciando, precisamente durante los reinados de ambos.

¿Negarse (justamente) a recibir a la « presidenta » sediciosa y aceptar en cambio (inexplicablemente) de sancionar con su firma el nombramiento del « president » secesionista (y sedicioso)? Que nos lo explique quién lo entienda

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena observación. La dinastía borbónica se asienta en Francia con la doble apostasía a ambos lados de la línea de fuego que enfrentó a católicos y a protestantes. Es más, con la reclamación de supuestos derechos al trono de Navarra (Rey de Francia y de Navarra), se entronizó una dinastía radicalmente anti-española que valoraba la fe al peso ("París bien vale una misa").
Que justo ahora el que se tiene a sí mismo por el CXXX Presidente de la Generalidad Catalana rescate del fondo de la historia la guerra de Flandes no lo veo como una invocación a los fantasmas de la historia, sino al contrario. Por asociación de ideas, el tal Carles Puigdemont ha venido a recordarnos que estamos en la misma batalla.
El secesionismo catalán (y otros) no debemos interpretarlo sólo como una continuidad del guerracivilismo de la II República (que sí lo es), sino como un capítulo más (y último) de la guerra contra España que desde adentro y desde afuera ha venido soportando nuestra nación. Existe en la frase un guiño evidente a Francia y no sólo a Francia, sino a todos los enemigos que España tuvo en los años de la guerra de Flandes.
Puigdemont les ha dicho, en otras palabras, que Cataluña está ahora en la misma guerra que aquellas potencias enemigas mantuvieron contra España y que él ha venido a rematar la faena clavando la estocada final en el rebelde toro español que se niega a morir y a dejar de darles la lata en el concierto de las naciones.

Juan Español

Juan Fernandez Krohn dijo...

Gracias, por la respuesta. En lo esencial estoy de acuerdo con tu análisis, sobre todo con la conclusión -o intuición mayor- del mismo, que estamos en guerra, léase dentro de un nuevo capítulo de la guerra civil del 36 (interminable) que no dejaba de ser la continuación de la Guerra de los Treinta Años (o de los Ochenta, para holandeses y belgas), como creo haberlo dejado sentado en mi libro "Guerra del 36 e Indignación Callejera".

Yo le doy no obstante -como hubiera dicho Umbral- otro golpe de tuerca al análisis, en un sentido secularizador (o anti clerical y anti-eclesiástico), se sobreentiende. Porque está claro que lo que tú llamas apostasía -en realidad un delito de alta traición a la causa de la civilizacion católica y europea que estaba en causa en las guerras de religión- no se hubiera visto consumado sin el concurso del papa de Roma que reconoció rey de Francia (1593) al primer monarca Borbón, Enrique IV, "in casu", Clemente VIII, el primero de una lista interminable de papas pro franceses, nombrado papa tras una fronda de cardenales italianos opuestos a Felipe II, como lo explico en mi libro más arriba mencionado.

Un acto de alta traicion (pontificia), a la causa de la Liga Católica -apoyada sin fallas por la España católica de Felipe II y enfrascada en Francia en una guerra civil (político/religiosa) interminable contra los protestantes- y al catolicismo en general, en el contexto de unas guerra de religión a escala del continente europeo y de todo el mundo occidental, y en lo que el pontífice de Roma venía a incurrir entregando el reino de Francia a un príncipe comprometido de antiguo con el bando protestante, a expensas y a costa de la (triste) suerte de la Liga Catolica.

Con las consecuencias que se acabarían haciendo sentir una generación mas tarde, por la entrada de Francia en guerra -tras declarar unilateralmente la guerra a España- a favor de los protestantes, bajo otro rey Borbón, en la fase final de la guerra de los Treinta Años. Y por su injerencia descarada "pari passu" en la sublevación de "los segadores" en Cataluña

Y con ese "golpe de tuerca", soy consciente de estar queriendo evitar el echar agua al molino de la derecha religiosa -léase la Gaceta, el Gato al Agua, Infovaticana (etcétera, etcétera...)-, expertos en el arte de manipular la historia patria (sagrada y profana), ad majorem gloriam del Vaticano y del Papa de Roma, y en aras de la consecución de unos fines y de la salvaguarda de unos intereses nunca aclarados (del todo), como decia del Opus Dei, el "cura azul", Fermín Yzurdiaga.

Y por ahí vengo a desembocar también en la conclusión brillante de Ramiro Ledesma, en su libro "Discurso a las Juventudes de España", que el catolicismo había sobrevivido gracias a España (sic) en Occidente. Y no al papa de Roma.

Muy certero por otra parte, lo del guiño a Francia(y también a Holanda, por ejemplo, y a los nacionalistas flamencos)

Un cordial saludo

B. Ramirez dijo...
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Juan Fernandez Krohn dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

No se puede provocar a los muertos sin que éstos respondan, a su debido tiempo, que es ahora. Por eso la referencia a Bélgica que ha soltado el tal Carles Puigdemont no es una asociación de ideas casual. Estamos ante el cierre de un ciclo y la comparecencia ante el tribunal de la historia del final de una larga batalla, más allá de la II República.

http://elpais.com/diario/1985/10/09/espana/497660416_850215.html

Juan Español

Juan Fernandez Krohn dijo...

Completamente de acuerdo, en particular con tu referencia a los muertos, y más aún en lo que directamente me concierne por residir en Bélgica desde ya hace casi treinta años. Gracias por tu mensaje (y por la firma) Saludos cordiales y ¡feliz año!

ADDENDA No hay censura -dentro de las leyes del honor, claro está, y de los límites del respeto y de la decencia- en este blog, como lo pueden certificar sus lectores, ocurre que el mensaje anterior ha sufrido un cambio de firma para así poder bien mostrar que un mismo hilo conductor liga a dos mensajes del mismo autor, y ello a pedido de este último

Juan Fernandez Krohn dijo...

Signo de la época aquella, la notica que nos devuelve ese enlace con treinta años de retraso, tan revuelta y tan aciaga. Me faltaban a mí todavia unas semanas –otro signo de aquel tiempo- para salir de la cárcel portuguesa. Todo lo más granado de la intectualidad española con el duque de Alba consorte –ex-jesuita- a la cabeza, rindiendo pleitesía a aquel supremo agravio (que no de desagravio) a nuestros heroes y a nuestros muertos.

¡Areilza el amigo de Ramiro Ledesma ! El pobre Ramiro debió revolverse en su tumba, y las palabras de su Discurso a las Juventudes de España debieron revolotear como águilas vengadoras por el sitio escurialense. La iniciativa fue sin duda egregia, pero es de justicia el enmarcarla en el clima de la época y de aquella liturgia del perdón –a través de los medios- léase de ponerse de rodillas ante los grandes de la tierra (judíos o protestantes), que difundió entre católicos, San Karol Wojtyla, entonces –¡ay dolor !- en los inicios de su pontificado (interminable)

Anónimo dijo...

Comparto que la semilla la plantó Wojtyla. Y tiene cola, una estela muy larga que llega hasta Podemos. Estos chicos están empeñados en pedir perdón por todo lo que ha hecho España, empezando por el Descubrimiento de América y por la Reconquista. España ha sido un error histórico completo, y tiene que pedir perdón antes de desaparecer. He ahí las consecuencias de la semilla del "perdon", nefasta, funesta, ideología de la rendición (recuérdese a Bergoglio en Bolivia). No conmigo. No sólo no pido perdón, ni me doy latigazos, sino que siento orgullo de mis antepasados y, si tuvieron errores, como hijo de ellos, no los exhibo, como hizo Cam, sino que disculpo y cubro sus errores.

Juan Español