martes, enero 13, 2015

ME LLAMO JUAN NO CHARLIE (Y TODOS ME CONOCEN)

La libertad de expresión, tema de la más rabiosa actualidad tras la matanza de Charlie Hebdo, que trae fatalmente –se quiera o no reconocer- mi libro sobre Umbral al centro de la escena. Y es en la medida que se trató en su origen de un trabajo de doctorado –ya terminado- que no pude defender en la Universidad Libre de Bruselas (ULB)- por razones que nunca se me especificaron y que tengo sobrados motivos de suponer que afectaban directamente al ámbito de la libertad de expresión, de una manera u otra. Por infringir aunque solo fuera la ley de la Memoria Histórica –que goza a todas luces de fuerza vinculante en las universidades extranjeras, y que en la medida que viene a erigir (sic) una Verdad Oficial (con mayúsculas) sobre la guerra civil española puede considerase una ley liberticida, atentatoria a la libertad de expresión –y de investigación- en materia histórica
Me llamo Juan, no Charlie, y todos me conocen. Vaya de presentación o de tarjeta de visita de esta entrada en la que trato de explicar mi postura y de guardar el tipo también ante la polémica que arrecia tras los atentados de parís la semana pasada. No tardé ni unas horas en condenar la matanza de Charlie Hebdo como aquí todos son testigos. Se le siguieron otros artículos en este blog donde me adentré en la distinción melindrosa entre Islam e islamismo o fundamentalismo integrista, sin casarme con nadie por cierto, conforme a mi norma de conducta de antiguo.

Mucho antes ue eso, hace tres años, en diciembre del 2001 –el año de las primaveras árabes, cuando se produjo el incendio contra la sede de aquel semanario premonitorio de la tragedia que se habrá consumado cuatro años ms tarde-, senté una excepción y compré un ejemplar del famoso ejemplar de aquel diario –que hasta entonces no había leído nunca- con las caricaturas del profeta, no sólo eso, en la Biblioteca Real de Bruselas que frecuentaba por entonces, coincidía por aquellos días en la sala de ordenadores con uno de los lectores de toda evidencia musulmán, y del que por indicio que no fallan –como la barba islámica de rigor que ostentaba- comentábamos en tono divertido, otros conocidos míos y yo, que se tratase de alguien a punto de enrolarse en la guerra santa.

Y era alguien que llegaba todos los días a la biblioteca con la casa a cuestas como quien dice -como si no tuviese domicilio fijo- con una mochila pesadísima a hombros, y todo en su atuendo hacía pensar a alguien que estaba a punto de emprender un largo viaje, excursión e alta montaña o algo así, y para completar el cuadro (clínico) agravando así las sospechas -mías y de los que me rodeaban- no hacía aquel más que visitar y consultar páginas y sitios en lengua árabe las largas horas que permanecía en la biblioteca.
Aspecto de una asamblea estudiantil en mayo del 68, en la Sorbona. El ambiente de caos, de anarquía y de mugre y de desorden no era muy distinto del que reinaba en la Complutense madrileña por aquel entonces, en algunas de sus facultades por lo menos (como Políticas y Económicas) “Hijos de mayo del 68”, así habrán sido definidos (con razón) los redactores de Charlie Hebdo. La irrupción del fundamentalismo islámico viene a rehabilitar o a redimir en cierta medida sus posturas, en el plano de la libertad de expresión sobre todo, pero eso no lleva consigo que se esté necesariamente de acuerdo con todas sus sátiras ni con el espíritu de las mismas, ni mucho menos con una clase política responsable en gran parte de la situación por la que atraviesan Francia y el resto de Europa en estos momentos, bajo la amenaza de la invasión silenciosa (léase de una inmigración en masa de confesión musulmana, incontrolada)
Me permití pues como digo y en guisa de desafío sentarme cerca del lector aquel -musulmán de apariencia- mostrando bien a la vista el ejemplar aquel de Charlie Hebdo con las caricaturas del profeta. Lo miró repetidas veces pero no dijo ni hizo nada, ni mostro reacción alguna en el semblante (…) Al poco tiempo, a los pocos días, el lector aquel desapareció de mi vista y de la Biblioteca Real de Bruselas, y si mis sospechas llegaron o no a confirmarse, es algo que nunca llegaré a saber tal vez, pero que no parecen desmentir desde luego los datos y cifras –oficiales y extraoficiales- que se viene manejando los medios belgas de un tiempo a esta parte por cuenta de los voluntarios belgas (musulmanes) enrolados en los frentes abiertos del Irak y de Siria (vecinos) Vaya dicho pues, como digo, todo lo que precede, a modo de descargo y como curándome en salud de lo que sigue. No soy Charlie, ya digo, no me llamo así, y no veo razón ninguna para adoptar ese nombre ahora tampoco.

En un artículo claro y valiente como los que viene publicando últimamente en “Minuto Diital”, Yolanda Morín deja caer una verdad como un templo, y es que los redactores de Charlie Hebdo eran hijos de Mayo del 68 (todos ellos) Aquí ya en varias ocasiones me definí o dignos que me asumí, como un “superviviente” (en francés, “rescapé”) de mayo francés. Es algo además que vengo manteniendo públicamente de antiguo, como lo declaré públicamente en mi intervención en el otoño del 94 en un programa “reality show” bajo el título polémico y sensacionalista “les tueurs” (los matadores, por no traducir por asesinos, que en español suena un poco más fuerte) de una serie la cadena de televisión francés TF1, donde expliqué la trayectoria que fue la mía anterior a mi gesto de Fátima, y donde declaré que en mayo del 68 y en los tiempos que se siguieron me quede más solo que la una en la Universidad –léase en la Complutense madrileña donde entonces cursaba mis estudios- por haber defendido ideas y posturas que eran las de mi difunto padre, del bando de los vencedores de la guerra civil del 36, como así lo dejé claramente a entender también en aquel programa.

Y así pues, como era un superviviente de mayo del 68 –algo sin lo cual no se comprende ni se explica mi gesto de Fátima- me  vi sin duda fatalmente condenado todo el tiempo –casi treinta años ya- que llevo expatriado por cima de los Pirineos, a situaciones de exclusión en los planos social y profesional- casi en permanencia solo explicables por imponderables de orden ideológico en los que jugaba innegablemente un papel o protagonismo del primer orden el espíritu de mayo francés que se transmitirá hasta hoy en sectores importantes de las clases dirigentes en Francia, y en un país vecino tan estrechamente ligado a los destino de los franceses como lo es Bélgica sin duda alguna. Y recuerdo a título de anécdota el revuelo –de escándalo- que se armó hace ya más de siete años en el ISTI (Instituto de traductores e intérpretes de Bruselas) donde cursaba yo entonces estudios de traducción literaria entre una parte del profesorado ante las declaraciones del entonces presidente francés Sarkozy, que había acabar con el espíritu de mayo del 68 (o algo así), alguien que efectivamente –como consta por documentos gráficos que se conservan de él (muy joven entonces) de aquel &poca- escapó a aquella especie de epidemia colectiva, como así lo experimentamos y la sufrimos algunos que la vivimos de primera mano como el que esto escribe.

El espíritu de mayo del 68, como el que respiraban y difundían los redactores de Charlie-Hebdo se podría definir –como lo habré hecho Jean Marie le Pen en recientes declaraciones- de “anarco-trotskista”, y el hecho de que puedan ser calificados así sin juicio temerario alguno, erige ya de entrada ciertas barreras infranqueables, entre aquellos por lo menos que nunca compartimos ni de lejos esas formulaciones ideológicas ni nos sentimos nunca “en casa” dentro de las corrientes que les eran afines. ¿Queda claro? ¿Que se pueda condenar sin tapujos la matanza de Charlie Hebdo, y defender sin reservas la libertad de expresión sin sentirnos identificados del todo –en el plano ideológico- con sus víctimas?

Lo mismo mutatis mutandis que se pude seguir condenando el magnicidio de Dallas cincuenta años después, sin aprobar (retrospectivamente) la política demagógica e irresponsable por tantos conceptos- de la Nueva Frontera del presidente entonces asesinado. Y en todo caso me siento en el mismo derecho de distanciarme del semanario satírico blanco de la matanza islamista, que el que se arrogaron muchos en España para distanciarse de una maniobra de apropiación y de acaparamiento de la protesta legitima que trajeron consigo los atentados de las Torres Gemelas –análoga a la que habrá suscitado en amplios sectores de la población francesa y del resto de los países europeos la matanza en París de la semana pasada- oponiéndose así de la forma tan categórica y radical a la intervención española en el Irak yendo hasta caucionar o exculpar de una forma u otra la clara autoría –intelectual sin duda tanto como material- del integrismo islámico en los atentados de Atocha (del 11 de marzo)

Les señalaban con el dedo denunciando más mentiras (sic) de Aznar, para exonerarlos y justificarlos y defenderlos (hipócritamente) a continuación –por cuenta de la intervención española en Irak- en, resumidas cuentas. Los de Podemos y acólitos y compañeros de viaje no obstante, se siguen sintiendo hoy ofendidos cuando se les acusa de complicidad objetiva -de compañeros de viaje- con el terrorismo islámico fundamentalista. Ms cargados de razones sin duda que ellos nos insurgimos ahora algunos contra los que nos puedan acusar de una complicidad cualquiera en el caso de la matanza de Charlie Hebdo, por distanciarnos de las posturas ideológicas –e intelectuales- de esa revista satírica, y más aún por lanzar la piedra contra una clase política –ex profeso eludimos la palabra casta que parce tan del agrado de algunos, a las ancas de Podemos(se diría) - en Francia y no sólo, responsable del auge del islamismo fundamentalista en el Hexágono y en el resto del continente europeo.

Y sirva de botón de muestra la irrupción en primer plano de las fotos de la marcha del pasado domingo -abriéndose paso a codazos a creer a las malas lenguas- de Nicolás Sarkozy (que le llevó a robar presencia y protagonismo a mandatarios europeos en funciones como el británico Cameron o el español Rajoy) comandante en jefe de la intervención aliada en Libia que llevo al poder al integrismo islámico más extremista y que habrá desembocado en la guerra civil en la que ahora se ensangrienta (de nuevo) aquel país del Norte de África, tan próximo de nuestras costas

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