En esta obra autobiográfica (y novelada) de Umbral, el personaje del coadjutor, trasunto literario de Don Marcelo González (Martín) en un intercambio de correspondencia con la madre del autor protagonista deja escapar una frase –“lástima, señora que los pobres mientan tanto"- que produciría accesos de cólera bíblica a aquel, como lo ilustra el que se sintiera en la necesidad de repetirla a menudo en sus libros como en sus columnas periodísticas. La volvería a evocar un año después de la aparición de aquella obra, en su columna del País, esta vez dando claramente, nombres y apellidos. ¿Qué sería de los pobres sin la mentira”, exclama Umbral, “cuando la iglesia y los poderes terrestres y celestiales les han mentido tanto?” Era digamos –a modo de excusa- el primer Umbral, o el segundo (o el tercero) –el de justo después de la transición-, de antes de la larga marcha a la derecha (sic) que confesaría en la última de su obras, “Amado siglo XX” O digamos el Umbral que tenemos (todos) que perdonar un poco por cuenta del drama de sus orígenes. ¿Licencia de mentir –y de engañar- por los siglos de los siglos, aún después de dejar de ser pobres, ellos y los suyos hace ya tanto? Y que conste que me siento inclinado a perdonarle sus mentiras a la santa/mentirosa, pero no me siento obligado tampoco a pedírselo a los directamente perjudicados“Lastima, señora, que los pobres mientan tanto", hace decir Francisco Umbral en una des sus obras autobiográficas- “El hijo de Greta Garbo”- a uno de sus personajes, el coadjutor de la parroquia que frecuentaba su familia, y al que la madre de aquel –su doble en el relato me refiero- había acudido en petición de ayuda a unas personas allegadas o amigas en estado de necesidad-, trasunto a todas luces en el relato de un personaje de carne y hueso y que dejó su nombre en la historia española en el siglo XX, a saber, del que llegó a ser Cardinal primado de España –y arzobispo de Toledo- Don Marcelo Gonzalez, rival directo del Cardenal Tarancón en la iglesia de su tiempo, de raíces vallisoletanos y que por lo que se deduce de esa y otras obras del autor tuvo estrecho contacto con la madre de Umbral en Valladolid y con él mismo Umbral de niño.
Y los accesos de cólera bíblica que esa frase le merecería a Umbral en esa obra y en otros lugres textuales de su obra escrita donde se plujo en repetirla, dan cuenta elocuente del fondo o del poso de verdad innegable que ella encerraba. Y viene a cuento de la noticia que habrá acaparado los primeros planos de los medios las ultimas horas –que les habrá caído encima a algunos como una bomba- que la enfermera milagrosamente/curada del virus del Ébola, Teresa Romero, acaba de reconocer ante el juez –en instancia de conciliación previa, a seguir a la denuncia presentada por su médico, a saber la doctora de su ambulatorio- que había mentido, retractándose así de afirmaciones suyas anteriores de haber puesto aquella al corriente del hecho de haber estado en contacto con enfermos de Ébola, antes de verse internada (y puesta en cuarentena)
Teresa Romero o la mentiras de los pobres. Y con ello no quiero decir que yo le vea así, quiero decir como una pobre de pedir, al contrario, porque estoy seguro que gozan –ella y los suyos- de una situación más holgada (o boyante) que la mía propia (y la de muchos), sino que la veo como sin duda ella y los suyos –a comenzar por su marido, Javier Limón- se ven y se quieren ver, como pobres, léase opuestos (y enfrentados) a los ricos, los malos de la película en una dialéctica de lucha de clases propia de la izquierda española de la que tanto uno como otro provienen a todas luces, y con un toque ( y agravante) además “typical spanish” que les lleva a ver sin duda alguna a esos ricos detestados y execrables en los vencedores de la guerra civil (del 36) y en sus descendientes, que ellos ven encarnados –con razón no sin ella- en el coco o espantajo que a todas luces son para ellos y sus partidarios el PP y sus seguidores y representantes, entre ellos el ex - consejero de Sanidad madrileño al que la enfermera viene a dar razón ahora por las declaraciones de aquel que tanto revuelo y escandalo montaron. Víctima del PP, asi la ve -en un texto inenarrable- alguien fuera/de/toda/sospecha (por su medio ideológico, azul, me refiero, de procedencia)
Ramón Sales Amenós, fundador del Sindicato Libre. Fue descuartizado vivo en las Ramblas de Barcelona, delante de la sede del periódico anarquista –de la CNT-FAI-, Solidaridad Obrera, el 30 de octubre de 1936. ¿Un esquirol, “un obrero amaestrado”? Digamos un obrero (manual) orgulloso de su profesión, fiel a sus origines, a su condición, y refractario hasta la muerte a la lucha de clases –de ricos contra pobres-, que se equivocó tal vez en los postulados (confesionales e ideológicos) que le dirigían pero no en la intuición fundamental que le inspiraba. Contra el pauperismo de la bibliaEn mi entrada de ayer, comentaba las recientes declaraciones de una de las eurodiputadas de Podemos con motivo del paquete de medidas que acaban de anunciar conjuntamente PSOE y PP con vistas a combatir el terrorismo jihadista, que aquella rechazaba por criminalizar (sic) a los pobres. Y sin duda que hay que reconocerle acierto y oportunidad en el plano propagandístico esgrimiendo ese argumento, mientras que el autor de estas líneas debe confesar “pari passu” el adentrarse -entrando aquí al trapo, léase al fondo del tema subyacente en ese asunto- en terreno minado o plagado de trampas y emboscadas. Somos un país -hay que asumirlo- de tradición y herencia religiosa y y culturalmente hablando de signo judeo cristiano.
"Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos", nos enseñaron en el catecismo de pequeños, del Sermón de la Montaña. "Te doy las gracias, señor –reza a su vez el Magnificat- porque has revelado esas cosas a los pobres y se las has ocultado a los ricos y poderosos” (etcétera, etcétera) Aquí ya habré dejado pacientemente constancia de las criticas –y de la execración propiamente hablando- que ese pauperismo bíblico -tras el que sin duda hay que reconocer el “veneno” que denuncio De Maistre “oculto en los evangelios”- habrá merecido a toda una corriente de pensamiento moderna y anti-moderna a la vez, de lo que en francés se da en llamar “anti-Lamieres” a saber una corriente o corrientes de pensamiento contrarias al espíritu de las Luces (y de la revolución francesa)
Y ese pauperismo tan arraigado en nuestra tradiciones y en nuestra idiosincrasia es uno de los imponderables o fatalidades mayores de los países de tradición cristiana (y/o católica), y más particularmente si cabe entre españoles. Es así, no hay que darle vueltas al tema, el pobre es rey –léase el otro/cristo- en el sentir y en la mentalidad de una mayoría de españoles, aunque la mayoría (inmensa) de ellos no lo sean o no lo sean propiamente hablando ni tengan intención de serlo o hayan dejado de serlo hace ya tanto. Lo que no excluye y yo diría que explica a la vez esa otra tradición –próxima de los cínicos y de los estoicos de la tradición antigua- que habrá hecho acto igualmente de presencia, sin duda de forma minoritaria pero no menos operante e incisiva, a lo largo de nuestra historia. Como lo atestiguan la frase (inmortal) que Umbral atribuye al eclesiástico más arriba mencionado y otros ejemplos (innúmeros) de nuestra historia contemporánea, fatalmente ligados de una manera u otra a la guerra civil española que la izquierda como digo vio siempre como una lucha de clases, y que en el otro bando –el de los vencedores- algunos llegaron a asumirlo así también, en cierto modo, y a su manera.
Así por ejemplo el escritor y periodista –y aristócrata y grande de España-, José Luis de Villalonga, declaró en una ocasión –como ya lo dejé registrado alguna vez en estas entradas- que después de la guerra en su casa de Barcelona le servían diez y seis platos (sic) en las comidas, y que cuando se asomaba al balcón y veía la aceras llenas de gente pidiendo limosna, su madre le decía, ”pobres los ha habido y los habrá siempre, y además han perdido la guerra ¿No? ¡Pues que se j…!" Con lo que su señora madre no dejaba de reflejar, no digo un verdad -del género empírico e histórico a la vez y como tal un tanto inverificable-, pero sí desde luego un sentir íntimo, sin duda compartido por muchos del bando de lso vencedores, y para quienes los pobres como tal no eran inocentes en modo alguno de aquella tragedia colectiva que acaban de vivir los españoles.
Marcelo González Martin, Don Marcelo, cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, con Franco y después de él, fue el más directo rival del Cardinal Tarancón. Amigo intimo de Pablo VI el uno -y partidario (y principal) propulsor además del desenganche de la Iglesia, tras décadas de apoyo incondicional al régimen de entonces-, y de etiqueta franquista o filo franquista el otro. En realidad Don Marcelo fue un exponente emblemático de la Iglesia del Orden –rigurosamente respetuosa de la autoridad y del orden establecido- en unos tiempos de tumulto en los que la iglesia católica se vio puesta patas arriba a escala del planeta tras el concilio vaticano segundo. Por eso acabó siendo nombrado –por presión de los anti-separatistas- obispo de Barcelona en el tardofranquismo, para acabar cediendo en todo o casi todo a los catalanistas. Y a partir de ahí fue el gran mundo de la iglesia española. Su frase que tanto escándalo suscitaba en Umbral –“lástima señora que los pobres mientan tanto” fruto del más elemental sentido común (en catalán “seny”) y de una historia española contemporánea marcada (al rojo) por las luchas y tensiones sociales- fue moneda corriente (de padres a hijos) entre muchos católicos que pensaban grossso modo así –Umbral incluido, seguro que sí-, hasta que después del concilio se convirtió en la ilustración perfecta de la blasfemia. Genio y figura, Don Marcelo. Tan grande no fue su culpaY en la obra que ya comenté aquí también a menudo, “Vanguardistas de camisa azul” de una universitaria alemana –editada hace una decena de años en España- se recogían unas palabras de Antonio de Obregón del discurso que –bajo el título “Nuestros verdugos”- el escritor falangista pronunció durante la guerra civil por las ondas de Radio Burgos, en las que denunciaba a una clase obrera madrileña de antes de la guerra civil, “de café, copa y puro los domingos y catecismo marxista en el bolsillo” y de economías mucho más saneadas (sic) –léase a prueba de riesgos e imprevistos- que las sufridas clases medias no poco desclasadas en los años de la II República y entre las que el mencionado escritor sin duda se contaba (…) Víctimas y verdugos en su mente sin duda –y en la de otros muchos españoles- todo aquel obreraje madrileño (de barrios/bajos), defensores de los pobres contra los ricos, en la paz como en la guerra.
Y soy consciente que expresándome así incurro en blasfemia para algunos, para los que como los de Podemos vienen asumiendo y proclamando y practicando una dialéctica de lucha de clases, con lo no hacen más que endiosar a los pobres en resumidas cuentas. Aunque no fueran tan pobres, sino previsibles señores de un mañana que parecían tocar con las puntas de los dedos, como ocurrió en la guerra civil o aunque hayan dejado de serlo –de ser pobres me refiero- hace ya décadas y hayan pasado a formar parte de nuevas clases, como las que trajeron consigo la transición y décadas de democracia. Sin dejar no obstante de seguir sintiéndose pobres, léase enemigos de los ricos, o lo que es lo mismo de los fachas.
Como sin duda ocurre en el caso –más que emblemático- de Teresa Romero y de su marido, Javier Limón,que enfatizaba casi a cada frase en la intervención televisiva que le seguí, su pertenencia –la suya y la de su mujer- a la clase trabajadora (…) Son de izquierdas, de padres a hijos por las trazas. Y así se vieron y se siguen viendo sin duda alguna: pobres, léase los buenos de la película. Porque son pobres por propia/definición se diría, aunque en la realidad de los hechos hayan dejado se serlo hace mucho, y aunque mientan mas que hablan. Santa Teresa Romero, patrona de los pobres, y de los mentirosos. ¡Pobre España!
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