sábado, enero 10, 2015

JUAN PABLO II Y EL ISLAM (RESPUESTA A ERNESTO MILÁ)

El encuentro del papa Juan Pablo II con su agresor el turco (musulmán suní) Alí Agca, en la cárcel romana donde este se encontraba preso fue publicitado por la prensa global a escala del planeta como el perdón del papa a su agresor y en la medida sobre todo que ni el turco solicitó la entrevista aquella, ni le pidió perdón durante la misma, ni antes ni después, la instantánea pasaría a la historia de aquel pontificado como uno de los grandes jalones del acercamiento al Islam y al mundo islámico del papa Wotjyla, sin antecedente alguno –ni siquiera en su predecesor Pablo VI- en la historia del catolicismo. Al autor de estas líneas desde luego -católico bautizado- ni le concedió perdón alguno, ni entrevista alguna durante su vida (me refiero tras mi gesto de Fátima)
Me he leído detenidamente un análisis aparecido en “Minuto Digital” con la firma de Ernesto Milá –coincidente en su aparición con una entrada en este blog bajo el título, que me diga bajo el interrogante “¿Guerra contra el Islam” en el que a mi manera, y sin duda desde una óptica diferente abordaba yo el mismo tema que él- sobre el desafío que en su óptica representan el islamismo y el Islam como tal para Europa y la civilización europea, y debo decir que estoy grosso modo de acuerdo con lo que su autor dice o expresa en esas líneas, salvedad hecha que el problema a menudo en -política y en religión y en otros muchos ámbitos- estriba no obsta, no en lo que se dice o escribe sino en lo que se calla o en lo que se omite.

Y en esa requisitoria implacable que Ernesto Milá formula contra todo y contra todos o casi todos a la hora de buscar responsables y sentar responsabilidades ane la amenaza islámica a la que hacemos frente, una laguna llama y la atención y clama al cielo incluso a fuer de ensordecedora habida cuenta sobre todo de los medios sociológicos –católico apostólico romanos- de procedencia que se presume ser los del autor de ese estudio, y también de los que le sirven hoy por hoy de altavoz o de caja de amplificación y de resonancia y me estoy refiriendo –aquí todos ya lo han adivinado- a la figura de Juan Pablo II, al que Milá no nombra extrañamente ni una sola vez en su artículo -al papa Bergoglio en cambio sí- limitándose a evocarle vagamente en una referencia "a los últimos papas"

Una laguna tanto más incomprensible desde un punto de visita de cronología histórica y es en la medida que el pontificado (interminable) del papa polaco Karol Wotjyla vino (extrañamente) a coincidir con la irrupción del integrismo islámico –encarnada, en una versión primigenia, en la revolución islámica iraní de Khomeiny- y con su auge y expansión en los países islámicos y también –vía la inmigración musulmana- por tierras de Europa.
Montaje humorístico –y necrológico (…)- por cuenta de Giulio Andreotti. “Il papa”, le llamaban reclusos de cierto nivel cultural en la cárcel portuguesa (que sin duda sabían de lo que hablaban) Andreotti, enemigo del centro sinistra y del “compromesso storico” –con el partido comunista- y exponente emblemático en el seno de la DCI de la tendencia anti-comunista apuntó siempre –de preferencia a la pista búlgara- por la conexión islámica (iraní) en el atentado de la plaza de San Pedro. ¿Síndrome de Estocolmo en la actitud de apertura hacia el Islam del papa Wojtyla? ¿O una clave pos marxista de explicación de preferencia, común tanto al integrismo islámico como al papa polaco?
La reunión ecuménica de Asís en los inicios de aquel pontificado –que vendría a ser la gota que desborda el vaso en la escisión católico/integrista-, donde el papa polaco tuvo gestos insólitos de apertura –el beso del Corán- hacia el Islam y hacia altos dignatarios de la religión islámica a escala del planeta, el atentado de la basílica de San Pedro, el encuentro en la cárcel romana en donde el turco (musulmán suní) Alí Agca –que ni había solicitado una entrevista con su víctima ni había pedido perdón ni lo haría durante la entrevista tampoco- se encontraba encerrado, las guerras de los Balcanes -en las que el Vaticano y el propio pontífice Wojtyla adoptaron una escandalosa actitud partidista invariablemente favorable al Islam en esa zona geoestratégica enclavada en el corazón de Europa, y la segunda guerra del Golfo en la postrimerías del pontificado aquel donde su titular adopto una postura claramente divergente de la de las grandes potencias occidentales que llevaría a una grave crisis de conciencia entre españoles sin la que no se explica el triunfo electoral de José Luis Zapatero en las elecciones que siguieron a los atentados del 11 de Marzo: una serie de hitos indispensables todos ellos de la historia del pontificado de Juan Pablo II, de mención indispensable a la hora de trazar una visión panorámica de la historia del auge del fundamentalismo islámico como la que Ernesto Milá trata de dejarla plasmada en el artículo que aquí estamos comentando.

El pontificado de Juan Pablo II por la apoteosis sin precedentes en la historia de los papas de la que fue revestido –y adornado y alhajado- por la Prensa global a escala del planeta fue sin duda uno de los signos mayores del siglo XX –y de los inicios del Milenio- y en ese sentido llevan sin duda razón (en lo de “Magno”) sus partidarios y devotos y adeptos y panegiristas. Por eso no parece de recibo que en recapitulaciones panorámicas –y cuanto más grandiosas (como la que aquí nos ocupa) más todavía- de la génesis de uno de los fenómenos que se anuncian cruciales y decisivos en el siglo y el milenio en que nos adentramos, aquel brille por su ausencia, antes bien –y sin querer juzgar intenciones en modo alguno- suena a lapso y síntomas reveladores –en un sentido psicoanalítico incluso- de sus autores y de la óptica o prisma de observación que parecen privilegiar en sus análisis (y en sus diagnósticos)

Aquí ya definimos al integrismo islámico como un posmarxismo. al cabo de una larga exploración en solitario como aquí ya lo habré dejado sentado, sobre el tema. Ocurre que el progresismo “sui generis” –marca Wojtyla- del papa polaco, , no lo fue menos, en un plano personal incluso en la medida que el pasado marxista (o pro/marxista) –en los inicios o en los labores de sus fulgurante carrera eclesiástica bajo el régimen, comunista polaco- del papa Wojtyla no está menos atestado, por aquello del que calla otorga aunque solo sea. Pese a que acabara erigiéndose en icono mundial del anticomunismo, a toro pasado sólo no obstante (tras la caída nota bene del Muro) Y por ahí sin duda -por ese posmarxismo wojtyliano indiscutible- asoma uno de los hilos conductores en el abordaje del acercamiento –entre la Iglesia católica- que vino a operar aquel pontificado interminable.
Uno de los montajes favoritos de la Prensa Global por cuenta del papa Juan Pablo II, con ocasión de uno de sus mensajes en contra de la guerra en el Irak. El papa de la paz, en la imagen que dieron siempre de él, lo fue mayormente –como en el Irak como en los Balcanes- de la paz con el Islam (léase con el islamismo más extremista) Y fue sin duda con ocasión de la guerra del Irak cuando se pusieron mas estruendosamente de manifiesto las esperanzas (perfectamente infundadas, e insensatas) que su figura y sus palabras (y sus gestos) suscitaban “urbi et orbe”” jaleadas y aventadas por los medios. Así por ejemplo, se llegó a difundir entonces el rumor "urbi et orbe" –en España la muy devota Victoria Prego lo llego a dar por hecho en las páginas del Mundo- que el papa polaco estaba dispuesto a arrojarse en paracaídas (sic) de escudo humano contra los bombardeos norteamericanos sobre Bagdad (¿y por qué no antes, en Belgrado?) ¡Pesada hipoteca la que la actitud en la guerra del Irak hizo pesar el papa Wojtyla sobre España y los españoles, en la medida que fue un factor decisivo–¿quién lo desmentirá?- en la subida al poder de José Luis Zapatero, y de todo lo que se seguiría!
¿Síndrome de Estocolmo –otra hipótesis a no dejar de lado en modo alguno- en la víctima (pontificia) del atentado del turco Al Agca? Los misterios espesos que rodearon desde el principio el atentado de la basílica de San Pedro nunca se verían aclarados del todo, y si los medios de la Prensa global–no se olvide que fueron unos años arcados por la presidencia USA del anti-comunista notorio Ronald Reagan- siempre privilegiaron la pista soviética (en su variante “búlgara”), otras acabaron saliendo a relucir, en boca de figuras fuera de toda sospecha como el que fue (longevo) jefe de gobierno italiano Giulio Andreotti –“il papa”, como oí yo que le motejaba, irónico y sin duda sabiendo lo que se decía, uno de los reclusos (de un nivel cultural muy superior al de la mayoría allí dentro) en la cárcel portuguesa en donde estuve preso- que apuntó sin tapujos hacia una “pista islámica”, lo que llevaba todo derecho a la república islámica del Irán (y a su líder, Khomeiny)

Como sea, no les quepa la menor duda a los españoles que uno de los gestos proféticos que tanto le celebraron siempre sus turiferarios en los medios al papa Wotyla como lo fue la condena sin paliativos de la intervención norteamericana en el Irak nos legaría una pesada hipoteca, la que nos infligió durante años –y se diría que hasta hoy- la presidencia socialista de Zapatero y todo lo que se seguiría –el aluvión emigratorio entre otras secuelas-, porque a ningún politólogo que se precie –entre lo que hay que contar a Ernesto Milá sin duda alguna- se le escapara el protagonismo neurálgico) del electorado que votaba (fielmente) al PP de José María Aznar dejó de hacerlo –por culpa de la guerra del Irak, y de la intervención aliada contra el régimen de Saddam Hussein, laico y a la vez compañero de viaje y aliado indefectible de un integrismo islámico suní (como el que habrá prendido entre la inmigración musulmana en los países europeos)- en la encrucijada electoral tan decisiva que siguió a los atentados del 11 de marzo que algunos de los más encendidos adeptos y émulos mas fieles del papa Wojtyla entre españoles –y de sus mensajes- no dejaron de ver como un castigo de Dios sin duda alguna.

¿El Islam en cuanto tal la amenaza? Es posible, no zanjo la cuestión ex professo, ya lo dejé aquí sentado. La Historia no obstante es maestra de la vida y si hay que retener una enseñanza mayor de ese capítulo principalísimo de nuestra historia europea que fueron las Cruzadas lo es sin duda que la fuerza de la embestida del Islam lo fue a la medida de la debilidad de Bizancio y de las divisiones entre los propios cruzados y sus aliaos (orientales o bizantinos)

“Esto del Islam y del Corán es sólo para salir de aquí”, me confeso a mí en un momento dado, escéptico y sardónico, un joven delincuente marroquí –con el que tuve que cohabitar (horresco referens!) durante nueve días hasta que conseguí que le cambiasen de celda, en la prison de Forest, en Bruselas- a modo de explicación (o de disculpa) de los gritos de Ala Akbar! que él y muchos otros proferían, atronando el ambiente a diario, sin falta –nota bene a las tres de la mañana (…)-tras la llamada a la oración de uno de los imanes improvisados entre la masa musulmana de reclusos –una senda mayoría de ellos- con las que coincidí allí dentro (…) Lo que las autoridades de la prisión por supuesto permitían, qué remedio (…)

Moraleja: tan grave e ineluctable como la plaga (planetaria) de abusos de menores que se declararía durante su pontificado, lo sería la otra gran bomba de relojería de la era Wojtyla a saber la amenaza del integrismo islámico que se erige espectral –y en apariencia imparable- los días que corren y que se incubo igualmente en los años de aquel pontificado como aquí lo acabamos de ver. Unas bombas (H) mayores a la medida sin duda del sobrenombre de Papa Magno que le encasquetaron los más fanáticos de su adeptos y sus devotos, y los más encendidos de sus panegiristas y turiferarios

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