lunes, abril 13, 2015

LE PEN Y LA DEMOCRACIA

Jean Marie Le Pen en unas declaración de hoy lunes acaba de anunciar su retirada de la candidatura de la presidencia en las próximas elecciones regionales de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, lo que se vería precedido de unas declaraciones precedentes de ayer domingo en las que pareció postular la candidatura de su nieta Marion Maréchal-Le Pen en su lugar. Una derrota personal del fundador del partido como lo presentan algunos medios (los latino/chés de “Clarín” entre otros)? No lo creo. El reto de la crisis abierta en el seno del Frente Nacional entre las dos corrientes que se disputan la dirección la orientación del partido no estriba tanto en el terreno electoral como en los planos ideológicos y culturales, y desde ese punto de vista cabe decir que la banderas que acaba de re izar ahora Jean Marie Le Pen en sus declaraciones recientes permanecen enhiestas (por voluntad propia de aquél)
¿Ha perdido el pulso Jean Marie le Pen contra su propia hija, como lo así presenta el diario Clarín (argentino)? ¿Dime quien te alaba (o quien te apoya) y te diré quién eres? No llego a tanto, pero está claro que presentar la renuncia que acaba de hacer publica Jean Marie Le Pen a su candidatura a las regionales francesas –en las que se le anunciaban las mejores perspectivas- como una derrota o una renuncia o una dimisión en el plano de las ideas de las posturas ideológicas traduce pura demagogia y guerra de propaganda.

Viniendo de donde viene además, unos más entre tantos, sin duda -el diario mencionado- en el coro de los despotricantes, pero no menos viejos conocidos para el que esto escribe que me cubrieron de lindezas –por la pluma de su corresponsal en Bélgica que parecía conocerme bien (…)- cuando me detuvieron en el 2000 delante del Palacio Real de Bruselas. Más allá no obstante de la querella de orden personal y familiar, las dos entrevistas del fundador del partido por las que vino el escandalo no habrán supuesto menos un izar o re iza banderas ideológicas que a aquel –y a sus ancas a otros muchos- les parecían semi-arriadas por la dirección actual del Frente Nacional bajo la presidencia de su hija.

Hay un punto no obstante de las segundas declaraciones de Jean Marie Le Pen –al semanario Rivarol- sobre el que los medios habrán guardado un riguroso y no menos significativo silencio y me refiero a su aserto que los que atacan la democracia (sic) –dentro y fuera de su partido- tienen todo el derecho del mundo a hacerlo. Y en ese punto (crucial) de la postura ideológica y de la personalidad política del fundador de Frente Nacional me viene de pronto a la mente una frase que le léi (textual) a Monseñor Lefebvre –creo recordar incluso el en el momento mismo que la escribía con su letra inconfundible- alguien de extracción social y familiar maurrasiana –de la Acción Francesa de Maurras- por más que la Segunda Guerra Mundial borrara un tanto las pistas del pasado familiar y era en la medida que el padre de Monseñor Lefebvre miembro de la Acción Francesa en el periodo de entreguerras -como se lo oyó evocar a aquel en persona el autor e estas líneas- se vería deportado a Alemania donde fallecería tras la ruptura de hostilidades entre Francia y Alemania en el 40 después de que alojase en las dependencias de su propia empresa –en su ciudad de residencia de Tourcoing (junto a Lille) en el norte de Francia- a una unidad de las tropas británicas despachadas junto al frontera franco belga en los prolegómenos de la campaña relámpago (blitzkrieg) de las tropas alemanas a través de territorio francés y belga.
La plana mayor de la Acción Francesa de su época de mayor gloria, los años de entreguerras de antes de la condena pontifica (1926), cuando eran dueños y señores de las calles de parís. En el centro de la foto (con barba) Charles Maurras, a su izquierda (a su derecha en la foto) Leon Daudet, el número dos del movimiento e hijo del escritor Alphonse Daudet, y el último a la izquierda en la foto, Jacques Bainville, historiador, muerto prematuramente en 1936. La Acción Francesa con su doctrina neo-monárquica e irreductiblemente anti-democrática (“la démocratie c’est la mort” (Maurras) forma parte junto con la tradición del régimen de Vichy –fundado por el mariscal Pétain- y del combate por la Argelia Francesa de ese fondo de comercio histórico e ideológico irrenunciable que Jean Marie Le Pen habrá esgrimido ahora de nuevo, contra los que quieren subastarlo –o echarla alegremente a los puercos- al más bajo precio y a cambio de aún más baratas consideraciones electoralistas
De resultas, Marcel Lefebvre, favorecido por su condición de hijo de un francés cautivo y muerto en deportación en Alemania durante la guerra se vería franqueado el paso tras la guerra a alguna de las masonerías blancas –o cofradías- super influyentes que pasaron a engrosar los vencedores del 45 y por vía de consecuencia se vería propulsado a una brillante carrera eclesiástica en la posguerra (durante el pontificado de Pio XII) Y sin embargo –sin duda a través del nuevo reparto de cartas que traería en la sociedad y en la política francesa la guerra de Argelia- en los años que yo le conocí y traté, en el Seminario de Ecône (a mediados de los setenta) Monseñor Lefebvre asumía en voz alta y sin el menor complejo ese pasado familiar maurrasiana, así como sus propias convicciones nacionalistas y antidemocráticas y así fue como yo le ví escribir él mismo (creo recordar, ya digo) el prólogo a una obra -que ya no recuerdo- sobre política francesa- en la que citaba textual la célebre frase de Maurras, “la démocratie c’est le mal” (la democracia es el mal) una de las más emblemáticas del pensador monárquico (y nacionalista)

Y lo que Jean Marie Le Pen venia ahora a recordar o a proclamar en sus declaraciones tan estruendosas al semanario (de “extrema derecha”) “Rivarol” es esa herencia ideológica que arrastra el fundador del Frente Nacional que no deja de formar parte del fondo de comercio político e ideológico de esa formación y que algunos ahora dentro del partido pretenden tirar por la borda sin mayores problemas, por cuenta de la operación de des diabolización –léase de linchamiento sistemático desde hace décadas en los medios, –que lleva a cabo la actual presidenta, y por cuenta sobre todo de la democracia.

Y recuerdo una frase del libro (de memorias) de Serrano Suñer, “Entre Hendaya y Gibraltar” escrito tras la Segunda Guerra Mundial (en el 47) donde el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del régimen de Franco declaraba (pomposa y lapidariamente) –en el prólogo de la obra aquella- que la democracia era una conquista irreversible en la historia de la humanidad (o algo así) en lo sucesivo, tras el 45. Lo que hoy vemos no obstante de resultas de la crisis financiera mundial y de su colorarlos principales, a saber la emergencia de un mundo multi-polar y el consecutivo declive de la hegemonía mundial americana, es precisamente una crisis (irreversible) del ideal o del mito democrático a escala del planeta.
En un libro llamado a convertirse en uno de los grandes best-sellers de nuestro tiempo –“Als die soldaten kamen” (“Cuando llegaron los soldados”)- y del que acaba de hacerse eco la prensa belga, una joven profesora e historiadora alemana con la ayuda de las aperturas más recientes de archivos históricos le habrá echado las cuentas a ese crimen de guerra colectivo de violaciones en masa al final de la guerra que tuvo de víctimas a las mujeres alemanas y también niños y jóvenes adolescentes e incluso adultos (en un ritual que se repetiría inalterablemente en grandes y pequeñas localidades a lo largo y a lo ancho de la geografía alemana) Una obra que rompe tabúes y echa abajo un mito de piel dura y longeva: no fueron sólo soviéticos los violadores. De más de ochocientas sesenta mil víctimas contabilizadas, dos tercios lo fueron a anos soviéticas, y un tercio a manos de los aliados occidentales –GI norteamericanos (270.000 victimas) franceses (50.000) y británicos (30.OOO) ¿Las cámaras de gas no fueron un detalle de la Historia de la II Guerra Mundial, y ese otro capítulo en cambio sí?
¿Una virgen inmaculada o vestal impoluta la Democracia? La Historia contemporánea y en particular su capítulo de la Segunda Guerra Mundial no deja de tenderle trampas, como sea, y esa era sin duda otro de los mensajes inequívocos que se recogían en las declaraciones controvertidas de Jean Marie Le Pen, que le abren brechas o boquetes al dogma imperante de lo históricamente correcto por todas partes. Y el último botón de muestra hasta la fecha de lo que aquí afirmar pretendo lo ofrece sin lugar a dudas un best-seller de recentísima parición que está armando mucho ruido a tenor de la atención que está mereciendo a medios fuera de toda sospechas. Y se trata del trabajo –super documentado (en cifras sobre todo) –de una investigadora suiza (germanófona) sobre las cifras globales de violaciones cometidas por los aliados sobre mujeres –y hombres adultos y niños adolescentes también- en Alemania al final de la guerra.

De una cifras totales de más de ochocientos setenta mil violaciones –cercana al millo- atribuye en base a cálculos precisos y a fuentes fidedignas a las que recientes desbloqueos o aperturas de archivos le habrán dado acceso- endosa dos tercios de aquellas a los soviéticos (en una cifra de más del medio millón, quinientos sesenta mil) y el tercio restante a los demás aliados lo que viene a infringir un riguroso tabú reinante hasta hoy en la investigación histórica y en la historiografía a los aliados de los países occidentales: más de doscientos setenta mil a las tropas norteamericanas (G.I.) unas cincuenta mil a franceses y unos treinta mil a soldados británicos.

¿Las cámaras de gas no fueron un simple detalle de la historia de la Seguna Guerra Mundial? ¿Sí lo fue en cambio el capítulo de las violaciones -y otros tipos exacciones- en masa cometidas por los aliados en nombre o por cuenta de la democracia? Ese es sin duda el mensaje subliminal -en forma de interrogante abierto- que Jean Marie Le Pen quería transmitir en sus declaraciones por las que habrá venido el escándalo y la controversia (en los medios)

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