viernes, abril 17, 2015

ABUELO DE PABLO IGLESIAS Y TRAICIÓN DE LOS ANTIGUOS DEL FES (SIN CONTEMPLACIONES)

Karol Wojtyla (san Juan Pablo II) el papa del perdón. En la foto, “perdonando” al turco Alí Agca que no le pidió perdón ninguno ni tampoco que fuera a visitarle. Asignatura pendiente desde luego la del perdón entre los antiguos del FES, devotos de Wojtyla amantísimos. Ellos que tanto predicaron –como “su” papa- el perdonar a los vencidos del 36 (que ochenta años después siguen sin darse por vencidos) La de perdonar a los que ganaron la guerra, si, perdonar a Franco, por supuesto, y perdonarme a mí lo que hasta hoy –por unos pretextos u otros- en modo alguno consiguieron
Estaba dudando antes de ponerme a escribir esta entrada, nunca les ataqué en bloque hasta hoy –me refiero a mis antiguos amigos y camaradas del FES- pero la gota que desborda el vaso de mi retención y comedimiento es un artículo ditirámbico dedicado al abuelo de Pablo Iglesias (del de Podemos) publicado hace pocos días en la página web –portal/joseantoniano- que les reúne y más que el articulo lo es que el pequeño núcleo de supervivientes de aquel grupo auto disuelto en los años de la transición vienen ahora ponerse de acuerdo como resucitando de golpe todos de pronto (todos) en honor (o ad majorem gloriam) de "un hombre de bien", como figura con todas letras en el título del artículo dedicado a aquel, al abuelo del Mesías de Vallecas. ¡Menuda provocación!

¿”Un hombre de bien” o simplemente “un superviviente –como el autor del artículo lo llega a plantear a título de hipótesis- en busca de una cortada (a toda costa) para cuando llegase las derrota de los suyos”, la que sin duda por razón de los altos (qué digo altísimo) cargos y responsabilidades que llegó a desempeñar en el ejército de la república pudo sin duda prever y anticipar antes o mucho antes que una abrumadora mayoría de combatientes (y no combatientes) en zona roja? Un certificado de buena conducta política (y de buenas costumbres o de moralidad) en toda regla el que publica ahora esa página web falangista por cuenta suya.

Por el sistema (nota bene) del copia y pega: de otros textos hagiográficos por cuenta del personaje en cuestión que circulan en la red. ¡Vergüenza ajena! Y por qué y por qué ahora, cabe preguntarse. ¿Será por el libro que acaba de publicar el autor de estas líneas en el que pongo precisamente en causa la figura del abuelo de líder de Podemos que sería un hombre de bien –no me meto en el fuero interno de las personas- pero que no dejaba de ser una figura emblemática en extremo –¡todo un ideólogo!- del bando de los vencidos y como tal un referente poco banal para su nieto -como lo fue el suyo propio para José Luis Zapatero- por razón de una herencia ideológica que asume grossso modo en sus totalidad sin mayores distingos o revisiones, en un espíritu descaradamente beligerante (de revancha), guerra civilista.
En esa obra del escritor siciliano (de izquierdas) Leonardo Sciascia “Los tíos de Sicilia” (traducida al español), se recoge un cuento, al final del libro, “El antimonio” que tiene de telón de fondo la participación de voluntarios italianos en la guerra civil española, y donde en su última escena se retrata a uno de los personajes (con maestría) con todas las trazas de una alimaña, precisamente un miliciano anarquista. Una memoria de anarquistas (cenetistas) vencidos la que alimenta tantos años después el odio irreconciliable (y guerra civilista) de los antiguos del FES a los vencedores de la guerra civil del 36 –y en primer lugar a Franco- y a sus descendientes. Por eso hasta hoy –con unos pretextos o con otros- nunca me perdonaron. Ni yo tampoco (del todo) a ellos, lo reconozco (…)
¿De tal palo tal astilla? No soy yo el que lo dice sino que lo deja a entender su propio nieto. ¿Verdad judicial verdad histórica, la del proceso o los procesos que se siguieron con el abuelo de Pablo Iglesias que escapó (de un tris) a la pena de muerte, pero que no dejo menos de verse condenado –por cargos gravísimos- a arrastrar el pasado aquel (de sobreviviente) en décadas de posguerra en los que trabajó nota bene para organismos del régimen donde le fue también que pudo dar carrera a todo sus hijos, sin dejar de seguir haciendo la guerra civil –a tenor de lo que él mismo confesaría en su testamento (ideológico)- "por otros medios", o por su propia cuenta?

¿Un exponente el abuelo de Iglesias de ese “pequeño resto honorable (“residuum” en lenguaje bíblico) de los vencidos, como lo denominé en el primer texto no poco rudimentario -distribudo en mano en una universidad flamenca de Bruselas- que escribí (y traduje al neerlandés) sobre el tema en ascuas en mis primeros años de estancia aquí (“Diez tesis sobre la guerra civil española”)? Es posible, pero desde entonces han pasado ya muchos años (veintitres exactamente) y como decía Nietzsche todos nos hicimos mucho ms serios –y mucho menos ingenuos- en las cosas del espíritu, entre las que cabe incluir (¿cómo no?) la guerra civil española.

Cipriano Mera (de la CNT), los azañista –mirlos /blancos en zona roja hasta el punto que cabe dudar de sus existencia o sobrevivencia durante la guerra (si no acabaron todos dando la estampida)- y en general aquellos sectores de izquierdas que acabaron oponiéndose –sólo en febrero del 39- a la hegemonía comunista en zona roja, y que acabarían reunidos en la Junta de Defensa, y entre los que no consta –de los pliegos descargo que en internet circulan, por su cuenta- que figurase con todo el abuelo de Pablo Iglesias ¿“justos” (todos ellos) del bando de los vencidos? In dubio libertas. Que se piense lo que se quiera.

Personalmente –lo digo sin el menor rebozo- cambié de óptica en ese aspecto, tras desembarazarme de los últimos vestigios de una memoria selectiva (y disidente) sobre la guerra civil de un toque inconfundible “joseantoniano” que cargaba las tintas de las culpas históricas sobre Franco y el franquismo por cierto- y también (ma non troppo) sobre el sector comunista (estaliniano) del conjunto de fuerzas operantes en zona roja, para mayor gloria de los anarquistas por cierto, que salían – por su propio pie la frente alta y bien enhiestos- de buenos de la película (frente a los franquistas abominables) en aquella vulgata joseantoniana/pura sobre la guerra civil española.

 Las mayores atrocidades de la guerra civil –hora de decirlo en voz alta y que se oiga- las cometieron los anarquistas (y cenetistas) como lo ilustra la suerte infame y vil que reservaron a José Antonio Primo de Rivera y a su cadáver (del que no se hizo autopsia alguna)

Y como lo ilustra también alguien fuera de toda sospecha y me refiero al escritor italiano (de izquierdas) Leonardo Sciascia en una novela corta –“L’antimonio”- que escribió sobre los voluntarios italianos del bando nacional en la guerra civil española y que se termine en gisa de colofón con una escena en la que uno de los personajes se ve retratado (a conciencia y con maestría literaria) como una autentica alimaña, precisamente un miliciano anarquista.

Sifgredo Hillers, Roberto Ferruz, Pepe Cabanas, José Lorenzo García, José Ramón López Créstar, son viejos conocidos del que esto escribe como aquí muchos ya saben y como testimonia una de las fotos que figura en mi nuevo libro que acaba de ver la luz –“Guerra del 36 e Indignación callejera”- de un alberge del FES en el que participé en un casa de campo que había servido a albergues del Frente de Juventudes, en la Granja de San Ildefonso y en la efemérides tan poco trivial como lo fue de mayo del 68. Todos los que he acabado de nombrar figuran en la foto, todos salvo el segundo de los nombrados, Ferruz, al que también conocí aquellos años aunque ahora él (tal vez) no se acuerde o no quiera acordarse.

Ferruz iba entonces y por lo que veo, cuarenta años después sigue yéndolo, de hijo de cenetista (o de anarquista de la FAI, yo que sé) catalán, de Barcelona -pero a tenor de sus apellidos (Ferruz Camacho) procedentes sin duda de otras regiones de España- y esas credenciales por llamarlas asi, tan emblemáticas, por partida doble, de hijo de cenetista (o de anarquista) nacido en Barcelona y metido (muy joven, de niño supongo) en el Frente de Juventudes –refugio (sic) de hijos de rojos escarmentados en la posguerra (Umbral dixit)-, contribuían grandemente a la aureola que aquel arrastraba en ciertos ambientes madrileños en los que yo entonces discurría, algo de lo que doy fe, de bastante antes incluso de conocerle en persona en las antiguas Salesas –a principios de los setenta- a donde había venido a responder en un juicio de faltas de trasfondo político (que todavía recuerdo)

Una memoria de vencidos la de todos ellos (sin excepción) como viene a ponerlo ahora de manifiesto de nuevo en la discusión que habrá traído consigo el artículo sobre el abuelo de Pablo Iglesias. Una guerra incivil, la denomina Sigfredo ¿Incivil por qué? ¿Porque “la perdieron todos” (léase ellos y los suyos que les contaron la película a su manera)? ¿No lo hubiera sido acaso o lo hubiera sido menos si la hubieran ganado "los otros", el abuelo y los amigos del abuelo de Pablo Iglesias?

¡Ya está bien de culpabilización colectiva, ya está bien de esa guerra interminable que dura ya más de ochenta años y lo que le queda! Pablo Iglesias como lo expongo –y pruebo e ilustro con mil ejemplos y botones de muestra en mi nuevo libro- viene ahora con su partido Podemos a echar leña al fuego a ese enésimo capítulo de la guerra civil del 36 que reencendió el movimiento indignado, en brasas semi extintas ya al cabo de cuatro años desde que hiciera eclosión y que Podemos y su líder se sienten encargados por lo que se ve de seguir manteniendo en llamas (o en brasas) a toda costa.

Por cuenta de la memoria de ese “hombre de bien” que era su abuelo socialista, comunista o anarquista (o las tres cosas juntas y revueltas, no lo sé muy bien) No ardieron (achicharrados vivos) –a manos de los compañeros de armas y camaradas de aquél, y de él también hasta prueba de lo contrario- los presos políticos encerrados en la iglesia de Villafranca de los Barros en agosto del 36 porque no les dio tiempo a sus captores o no supieron montar la hoguera que hubieran deseado, y se diría que su nieto ahora, en sentido figurado o quién sabe si literal también, sigue empecinado en pretender montar una hoguera de guerra civil como las que otros les arrebataron entonces a su abuelo o a los amigos y camaradas de su abuelo (con las armas en la mano)

Y para colmo de tartufos, el artículo recordatorio sobre Manuel Iglesias al que aludo se ve precedido de la frase evangélica sobre el reino divido que será destruido. Colmo de la hipocresía, porque si hay alguien, un medio, un sector, un grupo que siguen empecinadamente empeñados en seguir atizando una memoria (guerra civilista) de división, lo son los falangistas/puros joseantonianos (anti franquistas) Empecinados en seguir fomentado el odio guerra civilista que en el fondo les anima y que les lleva a seguir inventándose coartadas de la historia española más o menos reciente como de su actualidad más candente para poder seguir odiando, en vez de decidirse a perdonar de una vez por todas, como les debería inspirar ese cristianismo tan apostólico –y tan cursi y tan sensiblero (y afeminado)- que profesan.

Perdonar a los que vencieron, sí y a sus descendientes. Perdonar a Franco, sí. Perdonarme a mí también –hijo de un militar, vencedor de la guerra civil- que me equivoqué de noche como dicen los belgas yendo a caer en aquel grupo –cerrado, semi/clandestino- de hijos de rojos, o de nacionales con complejo de derrota (lo que yo llamo en mi libro el síndrome de la cárcel de Alicante) Como la arrastraban sin duda los que avalaron al “hombre de bien” aquél en la posguerra. Perdonar sí, lo que tanto martilleaba el papa Wojtyla. Algo que a todas luces todavía no consiguieron. Y por esa misma razón tampoco me siento yo obligado (en conciencia) a perdonarles a ellos, mientras dure esta guerra civil (del 36) interminable (la Guerra de los Ochenta Años)

Y por eso me siento en el derecho en cambio de echarles en cara su traición innoble. Traición sí, a la Falange y a los falangistas de entonces y a la memoria del propio José Antonio del que hicieron, más que un mito un fetiche que les sirviese de coartada para poder abrazarse y conchabarse (impúdicamente) con los descendientes o herederos ideológicos de sus verdugos –los rojos del 36 y en particular los anarquistas de la FAI (y de la CNT), que Ferruz tanto ensalza- que violaron la integridad física del líder estando preso en la cárcel de Alicante, le asesinaron y se ensañaron con su cadáver

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