martes, abril 14, 2015

¿ASESINATO DEL ABUELO? LE PEN Y SU NIETA

El gesto (tan woytiliano) de pedir perdón –ante el Muro de las Lamentaciones- sirvió de poco a Gianfranco Fini antiguo secretario general del Movimiento Social Italiano (MSI) –neofascistas- y antiguo brazo derecho de Giorgio Almirante, y hoy políticamente muerto, como no le sirvió la metamorfosis que impuso a su partido, convertido en Alianza Nacional y hoy desaparecido. Análoga mutatis mutandis a la que viene imprimiendo Marine Le Pen al partido que dirige
¿En trance de consumarse el asesinato ritual del padre –y del abuelo- en el discurrir de unos acontecimientos camino del desenlace en la crisis que sacude al Frente Nacional las horas que corren? Jean Marie le Pen tiene guardada tal vez una última carta debajo de la manga, pero todo parece apuntar –salvo sorpresa de último minuto, ya digo- a que asistimos a sus muerte política, y la estocada contra todas la apariencias no se la habrá asestado su hija (díscola), sino su nieta (predilecta) Esa es desde luego la impresión neta que se desprende de las declaraciones de Marion Maréchal-Le Pen aparecidas en las páginas del diario francés Le Figaro en su edición de hoy, donde revela la presión que ella misma habrá ejercido sobre sus abuelo para hacerle renunciar de su proyecto de candidatura en las regionales francesas a la presidencia de la región Provenza-Alpes-Costa Azul desolidarizándose y distanciándose así una vez más –como ya lo había hecho en una primera reacción (en caliente) al semanario (de derecha civilizada) “Valeurs Actuelles” la semana pasada- de alguien a quien todo debe políticamente hablando (y no solo)

En ellas, la nieta del fundador del Frente Nacional dejaba traslucir divergencias de fondo irreductibles con las ideas que su abuelo proclamaba o dejaba entrever o adivinar –nada nuevo en él por lo demás- en unas salidas (tan proverbiales suyas) que le habrán ganado una sólida reputación de provocador de la política francesa de las tres últimas décadas. Se acabaron las provocaciones (al sistema), ese es el mensaje que el Frente Nacional de nuevo molde -que parece dar comienzo ahora- pretende difundir urbi et orbe, en la esperanza de allanar el camino hacia el poder, algo a lo que piensan tener derecho como una partido cualquiera.

Y mientras, el futuro en ese aspecto sigue dejándose atisbar dentro de la mayor negrura y me refiero a las perspectivas de acabar siendo aceptados por el actual sistema francés “como un partido cualquiera” tal y como lo habrán puesto de manifiesto –y en eso Jean Marie Le Pen llevaba toda la razón- las pasadas elecciones departamentales cuando el Frente Nacional pese a un aumento más que significativo en el número de votos no pudo hacerse –contra todas las previsiones- ni con un departamento tan siquiera por culpa de la alianza de los otros dos grandes partido “republicanos” en contra suya. Y de cara a un horizonte tan negro, los fantasmas de un pasado más o menos remoto se soliviantan y se ponen a revolotear furiosos.

En España como en Italia, y me refiero al caso de la CEDA entre españoles que pretendían ser un partido más –como hoy le pretende el Frente Nacional- dentro de la Segunda República y acabaron rindiéndose a la evidencia tras la revolución de Octubre del 34 que para el poder republicano ellos no eran más que monárquicos (clericales) más o menos embozados. “Gil Robles pretende representar al centro y no se da cuenta que el centro lo soy yo”, escribía Azaña en su diario. Y en Italia, el fantasma que ahora se deja ver y sentir –revolviéndose en su tumba- es es el de un muerto de varios años ya, políticamente muerto quiero decir, y es el de Gianfranco Fini, antiguo líder del Movimiento Social Italiano, que protagonizo hace ya casi treinta años una maniobra de la mayor envergadura de aggiornamento del partido neofascista italiano extrañamente parecida a la que Marine Le Pen pretende llevar a puerto los días que corren, yendo aquél hasta el punto de hacerse fotografiar en el memorial Vad Yashem de Tel Aviv ataviado del bonete judío –en signo de arrepentimiento (y de penitencia)- y que tras haber ocupado la presencia del senado italiano durante la presidencia Berlusconi acabo distanciándose de él –en lo que algunos no dejaron de considerar un acto de deslealtad- y acabó tal vez experimentando a sus propias expensas la verdad del adagio romano, de “Roma no paga a traidores”, como sea, Fini está hoy retirado de la política hace ya tiempo.

Y para los italianos, conforme el viejo adagio –que me enseñó un viejo amigo de aquella nacionalidad- “França o Spagna, purché se magna” (“con tal le comer que más da Franci o España”, de los tiempos de las guerras entre los dos países en territorio de la península italiana) no parece que haya mucha diferencia –en ciertos aspectos al menos- de este o del otro lado de los Pirineos. El problema –irresoluble- que nos plantean a algunos pese a todo la crisis desatada en el Frente Nacional y su previsible desenlace es que no somos franceses y que al contrario de lo que dejaba a entender el adagio italiano aquél nuestra visión y nuestro análisis –obviamente desde fuera y tal vez precisamente por eso- difiere (irreductiblemente) de los que se habrán hecho oír en los medios franceses estos últimos días de uno u otro signo.

En Francia se quiere o no reconocer existe de antiguo –desde la revolución- una tradición de anti-semitismo intelectual desconocida en España pese al contencioso histórico innegable que la España católica arrastraría a través de los siglos con el judaísmo. ¿Tiene derecho no obstante a la libertad de expresión? La polémica está servida desde la revolución francesa (hito fundador de la democracia moderna), ya digo. España -otra diferencia de marca con los franceses- no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial aunque pueda y deba afirmarse –como lo hago con pruebas (y datos) en mi último libro que acaba de salir a la luz-, que la guerra civil española fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial.

Y por eso precisamente el gran conflicto de memorias entre francesas que deja traslucir ahora –claro como la luz- la crisis interna del FFrente Nacional, estribe en torno al conflicto aquél precisamente. Marion Le Pen declara ahora solemnemente con la fuerza y el empuje y el vigor (y el candor) de su veinticinco años que el régimen nazi se impuso en Francia (sic) a sangre y fuego, y si se hace abstracción del desenlace de la primera fase de la guerra, en el 40 –que los propios franceses llaman “drôle de guerre” (la guerra de broma)-, está claro que su opinión no la comparten unánimemente todos los franceses, ni mucho menos.

A comenzar por su propio abuelo. Y esa visión beatifica o heroicamente beatífica (“d’Épinal” le dicen en lengua francesa) del comportamiento de los franceses en la Segunda Guerra Mundial se ve también seriamente puesta en entredicho por una obra de reciente aparición de la que me ocupo en mi entrada de ayer, que da cuenta de las violaciones en masa –entre mujeres y también entre niños y adolescentes (e incluso adultos)- que cometieron los ejércitos aliados en Alemania al final de la guerra, y no sólo –como hasta ahora se había dado por sentado- por parte de los soviéticos sino también de norteamericanos e ingleses… y franceses a los que en la obra citada se les endosa, violaciones en una cifra de cin-cuen-ta mil por encima incluso de los británicos (treinta mil) en la contabilidad de daños y perjuicios tan rigurosa que se expone en esa obra (de denuncia)

Marion Maréchal-Le Pen, mujer joven, y sin duda imbuida del sentimiento de su misión, como tal y por partida doble, por mujer y por pertenecer a una nueva generación –como ella misma o proclama con rotundidad en la entrevista- ¿se atrevería acaso a calificar de detalle (sic) ese capítulo de la historia de la Segunda Guerra Mundial? ¿O a poner en cambio en duda sus convicciones tan acrisoladas (por lo que se ve) en la materia? Apuesto sinceramente que no a esto último.

Como sea, la gran diferencia entre españoles y franceses y entre el Frente Nacional y todos aquellos grupos o individuos que en España puedan hoy sentirse más o menos identificados con sus posturas o su programa lo es el dato histórico innegable que vengo explicando y denunciando de un tiempo a estas parte en estas entradas y es lo que doy en llamar en mi libro que acaba de aparecer “la Guerra de los Ochenta Años”, a saber la guerra civil del treinta y seis que no se terminó todavía. Y eso me temo que con los a prior en el orden histórico –sobre la segunda guerra mundial- que las instancias dirigentes del Frente Nacional en la actualidad parecen destapar es algo difícil de captar y de merecer comprensión o simplemente la menor atención por parte de aquellos.

Y estoy convencido de ello hasta el punto que me atrevo a hacer una apuesta, de cuál sería la actitud del Fente Nacional (nueva época) con su actual presidenta, Marine Le Pen, en el caso de un triunfo electoral de la indignación –entre españoles e refiero, en ese segundo aliento del 15-M que viene a insuflar el partido Podemos a la indignación callejera (y guerra civilista)- algo que caso de producirse seria como un reencender –claramente)- la guerra civil del treinta y seis por otros medios, más claramente de lo que pueda lo estar ya (desde hace cuatro años)

¿Se atrevería a denunciarlos y distanciarse de ellos tan siquiera la actual presidenta del Frente Nacional que prestó no poca atención –como lo noticiaron los medios- a los indignados de Nueva York durante su visita hace tres años a los Estados Unidos y cubrió no hace mucho de elogios (tan oportunistamente) a los griegos de Syriza –los amigos y aliados de Podemos- tras su triunfo en las pasadas elecciones griegas? Sinceramente no lo creo. La actual dirección del Frente Nacional francés está tal vez en su derecho –con el loable propósito o la coatada más bien de evitar temas causantes de división y de polémica- de pasar un tupido velo sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial, que no es tal sino simplemente un ponerse a marcar el paso conforme a los patrones de lo política e históricamente correcto.

Pero bueno, dejémoslo estar tratándose de franceses. Lo que en cambio no pueden obligar ni por la vía del ejemplo- es a hacer lo propio a españoles en relación con la guerra civil del 36, cómo viene haciendo empecinadamente del otro lado de los Pirineos desde hace ya más de dos décadas. Por una simple razón, y es que si la guerra mundial por cima de los Pirineos se terminó en el 45, en España la guerra civil del 36 dura todavía, o se ve reencendida periódicamente desde entonces (lo que viene a er lo mismo)

¿Ejemplos de esa intromisión francesa en nuestro pasado (de guerra civil)? los hay a espuertas, básteme aqi no obstante el mencionar el mafiesto “¡Indignaos!” (Indignez-vous!) especie de libro/rojo de los jóvenes indignados españoles, de la pluma de un (judío) francés deportado en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial que hacía en él un llamamiento a los jóvenes españoles a rebelarse, y a marchar por las vías de la resistencia francesa (y del maquis) en resumidas cuentas, lo que vendría a corroborar el editor francés del manifiesto aquél –fundador y director del diario “Libération” de los de mayor difusión en Francia- que acaba de publicar –hace dos meses- una obrita de la que me ocupé en una de mis últimas entradas, de un título que no ofrece dudas, “La guerra civil española no ha hecho más que comenzar” (“La guerre d’Espagne ne fait que commencer”) Como lo oyen.

Pero el principal ejemplo es sin duda el patrocinio francés innegable –y la propaganda (fide) que llevaría pareja en lengua francesa- de la ley de la Memoria Histórica, y de toda una literatura sobre la memoria de los vencidos de la guerra civil española que florecería en Francia como en ningún otro país. como lo ilustraría (de nuevo) hace unos meses la concesión del premio Goncourt a una ilustre desconocida en el universo de las letras en lengua francesa, oriunda, hija de españoles refugiados en Francia tras la guerra civil, por una novela (o váyase a saber el qué ) sobre la guerra civil en la isla de Mallorca, en la óptica de los vencidos (faltaría) Y como lo hice saber personalmente en mi intervención –en el turno de ruegos y preguntas- durante la conferencia de prensa internacional en abril del 2012- de Marine le Pen –a la que fui invitado (en mi calidad de periodista), celebrada en la sede del Frente nacional de Nanterre a las afueras de la capital francesa. Nunca más me volvieron a invitar.

¿Mi pasado –sulfuroso sin duda a los ojos de algunos, como ya lo insinué en anterior entrada, o más bien la denuncia que hice en el terreno de la memoria de la guerra civil española que sin duda entre los garantes de la nueva línea del Frente Nacional de sumisión –y vasallaje- a lo históricamente correcta cayó en tierra mala, pedregosa? Y pienso en particular en el actual número dos del partido (y uno de sus vicepresidentes) -que no se despegó de mí nota bene ni un segundo a lo largo de la conferencia de presa aquella-, y lo es por razón de su pasado (notorio) de militancia socialista

¿Ite missa est (como dicen también, en otros términos, los franceses)? No estoy del todo seguro, pese a todo lo que están queriendo vendernos los medios en las últimas horas. Sinceramente me resisto a creer que Jean Marie Le Pen no guarde aún alguna carta en la bocamanga para la reunión de la comisión del partido encargado de instruirle –¡humillación suprema!- un expediente disciplinario. ¿Una treta genial del viejo menhir lo que estamos presenciando, dando a entender que se rinde arma y bagajes para mejor plantarles su estocada? Vivir para ver fantasmas míos!

La Verdad os hará libres, escribía Jean Marie le Pen en su última declaración a los medios, citando al evangelista. Y tal vez que sea preciso a veces el escoger el camino del exilio –como lo escribió (y lo puso en práctica) Nietzsche- para poder decir (plenamente) la Verdad, y disfrutar de la libertad de decir lo que se piensa. Como le ocurrió al autor de estas líneas

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