miércoles, abril 01, 2015

SAN JUANITO Y LA EXPLOSIÓN ICONOCLASTA EN ZONA ROJA

La Cibeles, el Primero de Abril del 39. Setenta y Seis Aniversario. Fue una Gran Victoria. Pero insuficiente e incompleta en la medida que la guerra continuaría –bajo formas de guerra asimétrica- hasta nuestros días. La Guerra de los Ochenta y Tantos Años
La pulsión iconoclasta es tan fuerte e incontenible como la pulsión homicida, o digamos que la una conlleva la otra (y viceversa) Culmina ahora al cabo de diez y seis años de esfuerzo, de trabajos e investigaciones una larga tarea en materia de recuperación de memoria histórica –y lo digo sin la menor sombra de” ironía- y es la restauración del San Juanito de Miguel Ángel, la única obra del autor renacentista que se conservaba en España, en una iglesia de Úbeda, hecha literalmente añicos en los comienzos de la guerra civil, una gesta/obrera que correría a cargo de una sección de ferroviarios de Linares (de la CNT) que se liberaron bien de su super/ello religioso (católico) -lo menos que se puede decir-, en materia de estatuario e imágenes y monumentos religiosos o simplemente artísticos y culturales.

La iconoclasia –y lo digo aquí a riesgo de escandalizar a alguno- es consustancial o inseparable al menos de la historia del cristianismo primitivo. La inquina y animadversión contra los ídolos paganos era extensiva en los primeros cristianos a todo tipo de representación pictórica o escultórica, propia de la Antigüedad (clásica) y mucho menos apreciados en otras áreas culturales del mundo antiguo. Con Constantino cambiaron las cosas, cuando dio inicio una forma de cristianismo (“constantiniano”) fruto de un compromiso histórico entre cristianismo emergente y la civilización antigua (y pagana) que duraría hasta los tiempos modernos y solo se vería condenado (de una forma u otra) en el concilio vaticano segundo so pretexto o bajo la coartada de la vuelta a las raíces del cristianismo primitivo.

El protestantismo dio rienda suelta a ese tipo de pulsiones que se habían visto refrenadas y enterradas durante más de un milenio, lo que explica la violencia de sus erupciones que tendrían mucho que ver en el estallido de las guerra de religión. Explosión iconoclasta, quinto jinete del Apocalipsis. La historia lo demuestra. La furia iconoclasta que hizo erupción en los Países Bajos en 1566 –tres años después de finalizado el concilio de Trento, en la fase de incubación que precedió de inmediato el estallido de las guerras de Flandes- se produjo en el contexto de una tregua en el gran conflicto entre el catolicismo y el protestantismo que impuso la Paz de Augsburgo (1555) y sobre todo, de la llamada guerra nórdica de los Siete Años (1563-11570) donde Dinamarca y Suecia -pasadas ya nota bene al protestantismo- luchaban entre sí por la hegemonía en el Norte de Europa.
El San Juanito de Miguel Ángel, restaurado (en Italia) al cabo de diez y seis años de trabajos e investigaciones, y tras verse destrozada en los inicios de la guerra civil del 36 en zona roja. Simbolismo elocuente en extremo el de la mancha que deja ver en lo sucesivo la bella estatua renacentista. De un pasado iconoclasta (e incendiario) que habrá marcado (al rojo) la historia española de los siglos XIX y XX (en su premio tercio) y que alcanzaría grados de paroxismo cn el estallido de la guerra civil, únicamente en zona roja
Tales lluvias tales lodos, porque las destrucciones y devastaciones en gran escala de la guerra/nórdica dejarían un rastro de escasez y de hambrunas que se extenderían como plagas bíblicas en todas las regiones y comarcas de la antigua Hansa (o Liga hanseática) con la que comerciaron los reinos cristianos de la España medieval, y entre ellas, los Países Bajos que al contrario que los reinos escandinavos no estaban aún ganados a la reforma protestante, lo que aprovecharon los predicadores calvinistas para encender el fuego de la discordia y de la indignación popular -de forma pacifista e insidiosa primero, tanto en zonas urbanas como rurales- que acabarían haciendo eclosión en la explosión iconoclasta de 1566 –en neerlandés tempestad de imágenes (“beeldenstorm”)

Y lo que se ve expresado en francés –de una forma un tanto púdica- por “crisis iconoclasta”, que se propagó (no de Norte a Sur sino del Sur al Norte) y que no trajo sólo destrucciones masivas de monumentos y obras artísticas de toda clase y bibliotecas, sino también numerosos asesinatos de eclesiásticos. Y ese pasado conflictivo en el tema de imágenes y de obras de arte se siente aún palpable en la escasez (flagrante) de estatuas y conjuntos monumentales escultóricos de las que adolece casi tres siglos y medios después de aquello Bruselas, capital hasta el tratado de Utrecht de los llamados Países Bajos católicos o también “Pays Bas Espagnols” Si se la compara sobre todo con la abundancia escultórica y monumental de países de cultura católica como España, Italia y Portugal (y en menor medida en Francia)

La iconoclasia en países de cultura católica como España -más reciente en el tiempo- se vería siempre fatalmente inseparablemente acompañada de la “tea incendiaria” (Onésimo Redondo dixit) y sería una secuela no menos fatal de las agitaciones obreras y campesinas que surcaron la historia de España en el siglo XIX y primer tercio del siglo XX, como se cumpliría con creces en la guerra civil del 36. En las revueltas iconoclastas de los países bajos y otros pases del norte en cambio, predominaban las destrucciones, el saqueo y el pillaje sobre el fuego y el humo de hogueras y fogatas.

Y ese pasado enterrado hace siglos por estas tierras (belgas) se diría que hace erupción esporádicamente de cuando en cuando como sucedió a mediados de los noventa cuando el Palacio de Justicia de Bruselas fue teatro de un incidente de tipo iconoclasta por parte de un abogado de los de mayor reputación en foros de la capital de la UE, que echó abajo en un arrebato repentino y movido de una pulsión irreprimible como lo confesaría él mismo ante el tribunal que le juzgo por delito de iconoclasia, la estatua de grandes proporciones de una destacada figura de la política y de la abogacía en Bélgica francófona a caballo de los siglos XIX y XX acusado en ciertos medios, de antiguo, de haber derivado hacia posiciones de anti-semitismo hacia el final de su vida, que fue lo que llevaría al abogado aludido a desatarse de aquella forma.

Al final, todo quedaría en agua de borrajas –aunque la estatua no volviera a ser repuesta en su lugar anterior-, el debate no obstante que abrió en Bélgica no puso menos al destape la particular sensibilidad a flor de piel de los belgas –a favor o en contra- en esos temas. Hay un dato histórico flagrante e innegable como sea, que es lo que explica la amnesia tan flagrante o si se prefiere la memoria tan flagrante y escandalosamente selectiva que se da en llamar “de los vencidos” (del 36), y es que esas explosiones de vandalismo incendiario e iconoclasta no se dieron más que en zona roja.

La historiografía favorable al bando de los vencidos (rojo republicanos) no deja de predicar insistentemente (desde siempre) la tesis de lo asimétrico de las víctimas de la represión en uno y otro bando, causadas mayormente –en la vulgata política he históricamente correcta aún hoy en vigor- por un plan (criminal) del exterminio genocida en uno de los bandos y por el desbordamiento y el descontrol –favorecido por la incultura y el analfabetismo (declarados inocentes por propia/definición y fuera de toda sospecha)- de las masas obreras en la otra zona.

¿Y las obras de arte y monumentos, también eran culpables? Sí, por lo que se ve. Aquí ya evoqué en mi entrada de anteayer a circunstancias que rodearon el fracaso del Alzamiento en ciertas barrios o zonas de la geografía urbana madrileña, en particular en Lavapiés (y Embajadores) Fue la regla por lo demás a lo largo y a lo ancho de la geografía española: en los sitios donde fracaso el Alzamiento, ardieron iglesias y conventos por todas partes. Un caso único en la historia contemporánea, ni siquiera la revolución bolchevique ni la guerra civil rusa que se siguió ofrecieron esos espectáculos de violencia incendiaria iconoclasta. Typical spanish.

“España y yo somos así, señora”, decía el capitán español de Flandes, Diego de Acuña que había sacrificado todo por su amor, en la pieza teatral “En Flandes se ha puesto el sol”, de Eduardo Marquina. Cualquier parecido con la realidad pura coincidencia. De aquella España hidalga, y caballeresca –y heroica- con esa chusma –pintada con chafarrinones de bermellón y de tizne (José Antonio dixit)- que haría irrupción de forma esporádica e intermitente a lo largo del siglo XIX y que alcanzaría niveles de paroxismo al estallar la guerra civil española.

El San Juanito restaurado, de visita –durante unos meses- en el Museo del Prado, es pues una buena noticia, y como un buen presagio de que los vientos están cambiado en el terreno de la memoria. En este aniversario del Primero de Abril, día de la Victoria

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