martes, julio 14, 2015

COMPAÑÍA DE JESUS. DE LA IGLESIA DEL ORDEN AL ODIO DE CLASE

Wlodomir Ledóchowski, el Papa Negro (1915-1942) –léase general de los jesuitas- durante la guerra civil española. De una familia de la nobleza del Imperio austrohúngaro, de ascendencia polaca. Fue partidario incondicional de la España nacional y uno de los artífices de la encíclica de Pio XI “Divini Redemptoris” (marzo de 1937) contra el comunismo ateo. Se le achaca el haber impedido que otra encíclica posterior contra el anti-semitismo (sic) viera la luz. Tras él y el generalato de transición del padre Janssens (belga), se produciría la ruptura con el pasado de la Orden bajo el generalato del padre Arrupe –vasco separatista y anti-franquista-, que hizo de la teología de la liberación y de la opción preferencial (sic) por los pobres –un eufemismo piadoso tras el que se escondía un espíritu de lucha (y de odio) de clases-, principios rectores (y dogmas supremos) de la refundación de la compañía que vio la luz bajo su mandato. De la Iglesia del orden, a la nueva religión de la lucha de clases
Las ondas de choque de la reciente visita del papa argentino del otro lado del Atlántico a tres países de la América (ex) hispana no se hacen sentir todavía entre españoles, no tardarán no obstante, de ello no me cabe la menor duda. Esa denigración del pasado español, de ese capítulo tan crucial del mismo de la conquista de América que precedió la evangelización (judeo/cristiana) de aquel continente, suena realmente un tanto inédita en la boca de un romano pontífice. Y a fe mía que ni el papa Woytyla, maestro insuperable en el arte (litúrgico y paralitúrgico) del perdón, llegó a los extremos que llega ahora su sucesor el papa argentino, enfrentando la lógica de la cruz a la lógica de la espada (sic) de esa forma tan drástica y abrupta, en su revisión (radical) de la historia de la conquista (española) de América.

Y me viene de repente un poema a la mente que me aprendí de memoria el tiempo que pasé en América a finales de la década de los setenta, de alguien verdaderamente fuera de toda sospecha, y se trataba del escritor poeta e hispanista nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, de una trayectoria marcada por ideas conservadoras en extremo en su juventud –incluso monárquicas (cercano al grupo de Acción Española de Eugenio Vegas en los años treinta)- y que acabaría abrazando –por cierto tiempo sólo, y por obra y gracia sin duda del influjo del concilio vaticano segundo- la causa de la revolución sandinista, y me plazco en reproducirlo aquí por extenso por lo significativo y también por la carga innegablemente lirica que de esos versos se desprenden (aunque les causen rubor y sonrojo a algunos)

“¡Ay Virgencita que luces ojos de dulces miradas, / pues viste venir las espadas/que dieron paso a las cruces /¡Mira tus tierras amadas!/Y si hoy arrancan las cruces/¡brillen de nuevo las luces/ del filo de las espadas!" Una vieja polémica doctrinal teológica e ideológica subyacente en esos versos campestres –tan frescos y tan lozanos- que se remonta a los orígenes mismos de la conquista y a la Controversia de Valladolid (1549) –de los tiempos del emperador Carlos V-, que no fue capaz en el fondo- de dirimirla, y fue sin duda porque no podía, porque el contenciosos doctrinal en el que se veían envueltos defensores y detractores de la conquista y de los conquistadores se remontaba a los orígenes mismos del cristianismo, o si se prefiere al compromiso histórico que acabó sellando el Imperio –tras la batalla de Ponte Milvius y el edicto de Milán, bajo el emperador Constantino- con la nueva religión naciente, el culto del dios único de la biblia judía con el de los dioses del imperio, el judeo cristianismo con el humanismo (pagano) de la Antigüedad clásica greco/romana

La célebre controversia no dio la razón, más bien al contrario desautorizó –pese a la Vulgata en vigor de nuestros días- a Las Casas y a sus partidarios (y secuaces) pero cinco siglos después el profeta (bíblico) de calamidades aquel –y sus maldiciones contra la España de la Conquista de América- saldría triunfador post mortem de la controversia aquella gracias a concilio vaticano segundo. Y ese triunfo llega sin duda ahora a su apoteosis y a su proclamación oficial con la recientes palabras (urbi et orbe) del papa argentino.

El papa Francisco Primero es el primer papa jesuita de la historia, y la tentativa de explicación de la revolución interna del catolicismo en las décadas trascurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, de cómo se habrá llegado a la situación actual, tiene sin duda mucho que ver con la evolución de la Compañía de Jesús en los últimos decenios, pero sin duda no se explica del todo sino no nos remontamos por el hilo conductor de la historia de sus propios orígenes.

Ignacio de Loyola, vasco de hidalguía probada, soldado de Fernando el Católico, fue hecho prisionero por los franceses en el asedio de Pamplona –cuando la Navarra (estado tampón entre Francia y España) era aun reino independiente, disputada por los dos grandes vecinos- y a fe mía que una circunstancia tan decisiva de su biografía no puede desligarse del conjunto de su biografía y de la génesis misma de la compañía que aquel fundó. Una nueva orden –la que Ignacio de Loyola se fue a fundar nota bene entre franceses (…)- basada en un principio de obediencia ciega –per inde ac cadáver- que se pretendía una respuesta al principio de libre examen protestante, pero que muchos confundirían desde entonces con una negación pura y dura del libre albedrio.

Y la nueva orden haría honor a sus principios convirtiéndose en baluarte y defensora de los príncipes y reyes soberanos en la orbe católico y en pilar esencial de la Iglesia del Orden que subsistiría grosso modo hasta la Revolución Francesa en el plano de la realizaciones prácticas y en el terreno doctrinal hasta el concilio vaticano segundo.

A partir de ahí la orden jesuita se convertiría en ariete subversivo principalísimo de la revolución conciliar tanto en el plano político como en el religioso bajo la égida de su general el padre Arrupe, un vasco anti-franquista al que la guerra civil española –la persecución religiosa en zona roja, y también en el país vasco- pillaría de vacaciones, que me diga de misionero en el Extremo Oriente, convirtiendo a los chinitos como se nos inculcó de niños cundo salíamos a las calles el día del Domund con la hucha a cuestas chín chín para las misiones. Un decir, porque Arrupe estuvo destinado en el Japón. El vasco (nacionalista) –y anti-franquista furibundo- Arrupe vendría a ser pues el artífice de la revolución copernicana que se consumaría al interior de la Compañía de Jesús en el inmediato posconcilio, en lo que fue tal vez la mutación más brutal que se produjo en las esferas eclesiásticas de resultas de aquella augusta asamblea.

Las constituciones de la orden –heredadas intactas (sin cambiar ni una coma) de los tiempos del fundador- bajo la responsabilidad personal del general de la orden se convertirían en la carta magna o en el libro rojo (de Mao) de la teología de la liberación, y en el catecismo de una nueva religión, basada en la opción preferencial por los pobres (necesitados) Una nueva (y vieja) religión de la lucha de clases, del odio de clase que me diga, se veía así institucionalizada al interior de la iglesia católica. Para un viaje así no necesitábamos alforjas querido Sancho.

La teología de la liberación aliada objetiva o compañera de viaje –en el plano histórico y temporal- de la guerrilla marista revolucionaria, haría estragos en todo el continente americano al Sur del Rio Grande hasta finales de la década de los setenta, cuando el papa Wojtyla se sintió obligado a atarla (un poco) corto. Se ha discutido hasta a la saciedad y se seguirá haciendo el papel real, y la actitud personal –en el orden de las convicciones intimas- del papa polaco en relación con el fenómeno de la teología de la liberación y sus principales corrientes y figuras.

Una cosa es cierta y nadie podrá rebatírmela: cuando el autor de estas líneas fue detenido en Fátima, se hablaba pocos de ello todavía dentro o fuera de la iglesia. A penas figuras de poca monta representativas de aquella corriente se habían visto inquietados por el Vaticano hasta entonces, sin condenas claras ni definitivas. Sería solo casi un año más tarde durante su visita a Nicaragua –que seguí por la televisión en la cárcel portuguesa donde me encontraba- cuando se produjo el viraje espectacular del papa polaco.

Para entonces las cosas se habían salido de madre en su Polonia natal, donde en diciembre del 81 se produjo la declaración del estado de sitio y el reforzamiento del régimen comunista que chantajeaba a la población con ayuda de la jerarquía eclesiástica, erigiéndose en mal menor y amenazando a cada minuto con la intervención soviética que traería males mayores, y la opinión publica tanto dentro como fuera de Polonia no habría ya podido seguir presenciando sin rechistar esa ley del embudo que llevaba practicando el vaticano desde que se declaró la crisis polaca a principios de la década aquella, en coparación con los países de América (ex hispana y con los del bloque soviético. A saber, predicando la liberación –léase el fuego y las llamas de la guerra civil- en unos, y paños caliente, y dialogo y entente con el poder soviético en cambio, con los otros.

El actual papa, provincial entonces en Argentina de la Compaña siguió de cerca sin duda –de testigo y a la vez protagonista o actor más o menos resignado todo aquel proceso-, si le dejó frustración sorda y recóndita o al contrario un complejo de culpa tan grande como una montaña, no consta, pero ahora actúa como si le moviera por dentro tanto lo uno como lo otro. La frustración de un cura/obrero que habrá consumido en villas/miseria gran parte de su vida, y el complejo de culpa de un provincial de la Compañía del tiempo de las juntas militares argentinas, que salvó la piel y también el (alto) cargo eclesiástico que desempeñaba en aquello tiempos duros de la (llamada) guerra sucia contra el terrorismo, en los que no se lo oyó –doy fe de ellos que viví entonces en Argentina- denuncia alguna.

Me volví de la Argentina en enero de 1980 –durante la segunda Junta (del general Viola)- por (serios) malentendidos con los seglares nacionalistas argentinos que sostenían allí la obra de Monseñor Lefebvre, pero en sustancia aprobé estando allí la lucha anti-terrorista –que era ya prácticamente agua pasada cuando yo allí llegué en julio del 78 (una semanas después apenas de la terminación del Mundial de Futbol de la Argentina) Y lo sigo haciendo. La Argentina fue el único caso de la América (ex) hispana donde los militares que combatieron las guerrillas marxistas se vieron derrotados, y donde hubo realmente una ruptura de régimen sin transición como sí la hubo en otros países (ex) hispanos, pero no fueron derrotados por la guerrilla propiamente hablando, sino por la Armada británica en las Malvinas.

Y el papa argentino arrastra el lastre de esa derrota que fue la de su propio país de nacimiento (o de adopción) Y lo mismo que la presidenta argentina actual se cebó en los intereses españoles allí -en provecho y ventaja de los intereses británicos-, el papa argentino ve ahora un chivo expiatorio ideal en el pasado español de aquellas tierras. Y el silencio apocalíptico que habrá acompañado sus palabras en el conjunto de la opinión pública española, hace presagiar el principio del fin de su trayectoria estelar tan jaleada por los medios. Al tiempo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://denzingerbergoglio.com/los-comunistas-nos-han-robado-la-bandera-la-bandera-de-los-pobres-es-cristiana-asi-que-cuando-hablan-se-les-podria-decir-vosotros-sois-cristianos/

Juan Fernandez Krohn dijo...

El problema no lo son los pobres per se, al menos no lo son ni lo fueron para mí, aunque confieso también que nunca entendí bien esa bienaventuranza, pobres en sentido literal o pobres del espíritu. Y si es así, tampoco entiendo muy bien lo que quiere decir.

Y me viene a la mente mi difunto padre –católico bautizado (al nacer) y practicante- que tenía a menudo la expresión de ¡pobres de espíritu! en los labios –en sentido peyorativo por cierto- con lo que se refería no a las personas de extracción humilde o faltos de recursos sino a los faltos de ideales y de aspiraciones nobles. Dialogo de sordos hoy como ayer.

El problema lo es sobre todo el axioma de la opción preferencial por los pobres, que lleva en germen un espíritu de odio de clase, como creo haberme explicado en algunas de is entradas y como la historia del pasado siglo (y del actual) con creces nos enseña. Esas palabras del papa argentino que se citan son respuestas a periodistas, pero el grueso de su artillería dialéctica, la que descarga en sus alocuciones y en sus viajes –como lo ha hecho ahora- se anda con muchos menos distingos.

Un posmarxismo más marxista que el de los marxistas, como el de Pablo Iglesias, y a mil años desde luego de la encíclica Divini Redemptoris y todo el mundo de ideas y de fatalidades que esa encíclica dejaba traslucir tras suyo, esa la impresión que da fatalmente el papa argentino a muchos, dentro y fuera de la iglesia. Saludos

Juan Fernandez Krohn dijo...

Fé de erratas. Realidades, donde dice fatalidades ¿En qué estaría yo pensando?