miércoles, julio 22, 2015

BLANQUERNA O LA GUERRA CIVIL INTERMINABLE EN CATALUÑA (RESPUESTA A MILÁ)

Raimundo Lulio es más conocido hoy como Ramón Lull, o Llull , que viene tal vez de la lengua de oc –como se admite comúnmente-, o tal vez del flamenco/neerlandés, lengua nota bene de algunos de los principales jefes cruzados (como Godofredo de Bouillon, jefe militar de la primera cruzada) y en la que viene a designar el miembro viril (lul) Como sea, es innegable que Ramon Lull y su obra (inconmensurable) son campo de batalla de episodios de guerra asimétrica –prolongación de la guerra civil (del 36 interminable- que vienen riñéndose desde hace décadas en Cataluña en torno al habla catalana. Como lo ilustra el titulo de Blanquerna de una de sus obras más difundida, que los catalanistas pretenden escrita en catalán. No hay pruebas, ni textos escritos, de origen. ¿Qué piensa no obstante Ernesto Milá del tema?
He mencionado ya aquí varia veces en recientes entradas a Ernesto Milá sirviéndome de él –a través de sus artículos y escritos- de interlocutor privilegiado en ciertas temas en ascuas en ciertos sectores o ambientes por lo menos-, como la crisis griega o como la historia de la Falange o la biografía de su fundador sometidas a perpetua revisión desde los años de la guerra civil, y en fase aceleración (brusca) se diría los tiempos que corren. Ernesto Milá al que no tengo el honor de conocer personalmente es alguien, me plazco en recordarlo de nuevo, con  una leyenda a cuestas, para bien o para mal, como el autor de estas líneas.

No sólo eso, pienso también –como me habrá sido comprobar leyéndole de forma bastante asidua (y atenta) de un tiempo a esta parte- que compartimos uno y otro –no sabría decir exactamente a qué nivel y en qué grado y porporción- un bagaje cultural común en los planos ideológico, histórico y cultural (y sin duda en otros varios) y también, sin duda alguna en el plano de la memoria –y me refiero a la memoria propia e intransferible, individual y familiar al mismo tiempo-, por más que en la suya como en la mía concurran variantes o variedades de tipo regional –catalanas en él, madrileñas y andaluzas a la vez en el que esto escribe.

Y por todos esos considerandos y sin duda otros muchos, me siento en el derecho de utilizarle –si se puede hablar así- de interlocutor privilegiado, aunque no se digne de responderme, como esos diálogos con las estatuas que ingeniaba Umbral en los inicios de su carrea madrileña, con el que me siento identificado en esa misma necesidad de comunicación, aunque no por supuesto en lo que a las carreras respectivas se refiere, porque Umbral estaba entonces en el umbral (nunca mejor dicho) de la suya y el que esto escribe no presume de carrera alguna, por más que asuma –al cien por cien y sin la menor reserva (como aquí todos ya saben)- la integralidad de mi trayectoria, en lo que tiene sobre todo de pública y notoria. Dialogué ya aquí pues en mis últimas entradas con Ernesto Milá, a la manera de los sordos, ya digo, aunque tampoco se pueda hablar propiamente de diálogo de sordos, todos aquí estarán de acuerdo.

Es lo que tiene el internet -contra el que arremetía recientemente Juan Manuel de Prada otra de las estatuas o efigies (vivientes) a las que me dirijo desde aquí de cuando en cuando- que da voz a los sin voz, a los que no disponemos de otros órganos o tribunas de expresión y de difusión, y que nos sentimos no obstante con algo que decir o dar a conocer imperiosa, compulsivamente, en temas en ascuas como los que aborda habitualmente Milá –no más asiduamente tampoco que el que esto escribe (que lo hace diario, sin faltar a su cita)- y es que la voz que nos presta internet –como una especie de rapsodia digital- hace honor al adagio aquel de la antigüedad clásica, “verba volant scripta manent”

Y es sin duda porque en la era del internet y de la revolución informática nuestros escritos -como si fueran simples palabras (que se lleva el viento)- vuelan de los más altos vuelos y no dejan de quedar a la vez registrados por escrito, lo que nos hace presumir que acaban llegando más pronto o más tarde a oídos o la vista de su destinatarios potenciales o de aquellos que de una manera u otra puedan sentirse en el derecho a darse (con ellos) por aludidos.

Ese es el caso sin duda alguna de estas líneas, de esta entrada que quieren centrarse sobre todo en el último articulo de Ernesto Milá publicado en su blog sobre la situación en Cataluña. No soy catalán vaya dicho de entrada, ni viví en Cataluña,, lo que tal vez lejos de exponerme al reproche o a la objeción de principio que presta la distancia se convierte en una ventaja, en la medida que me siento así libre e inmune de los condicionamientos de los que se ven fatalmente victimas personas habiendo vivido en Cataluña y procedentes de otras regiones españolas.

No soy ni por parte de padre ni de madre de ascendencia catalana, no viví en Cataluña pero no se puede decir que lo catalán me sea indiferente ni que Cataluña me sea desconocida, en absoluto, como ya lo tengo comentado a menudo en estas entradas. Viajé mucho por Cataluña –haciendo siempre escala en Barcelona- en dirección de Francia y de Suiza –y vuelta- en mis años de estancia en el seminario de Ecône (1974-1978)

Me honré entonces, como ya lo hice constar en el artículo necrológico que le dediqué tras su fallecimiento en mi blog anterior de Periodista Digital- con la amistad de mosén Mariné que a Ernesto Milá no debe resultarle (apuesto) una figura desconocida. Mosén Mariné era un (cura) franquista de Barcelona, lo que él no ocultaba, y un simpatizante y partidario y bienhechor de la Obra de Monseñor Lefebvre, con la que colaboró no poco –prácticamente en solitario- desde la parroquia de San Félix Africano –en el barrio de la Marina, en el centro de Barcelona-, que él presidía, y por encima de todo era un hombre cordial y generoso. Un hombre de otra época, se me objetará que murió (en cierto modo) con él, lo que es cierto.

Una época de España y mucho más sin duda una época de Cataluña, de una Cataluña en la que cabía (aún) albergar la ilusión o el sueño piadoso –como lo acariciaban Mosén Mariné y todos o casi todos aquellos curas de la Hermandad Sacerdotal (salvo tal vez el padre Alba)- de la coexistencia pacífica -o el vivir juntos (“vivre ensemble”) como se pregona ahora tanto en Francia y también en Bélgica-, de la lengua española (léase el castellano) y el habla catalana, que mosén Mariné utilizaba. Indistintamente las dos por cierto, pasando de una a otra como quien cambia de emisora, como si fueran –él lo creía así sinceramente - la misma cosa (…) Mosén Mariné no fue la sola figura que conocí de la iglesia catalana, una iglesia mas católica si cabe, como la vasca (a ojos del vaticano) que el resto de la iglesia española de aquella época, hace ya más de treinta años.

Conocí también, ya digo, al padre Alba, jesuita -con ínfulas aristocráticas, como lo noté (a la legua) hablando con él una vez, en el embrión (o engendro) de seminario que tenía abierto en Barcelona- de ascendencia santanderina, y que arrastraba también él una leyenda, también conocí a Mosén Bachs que era entonces presidente de la Hermandad Sacerdotal Española en su rama catalana –de lo que carecían (en aquella pía asociación) otras regiones españolas-, y que era entonces párroco de Santa Tecla, en la populosa barriada de Sans de extracción emigrante en gran parte, poblada sobre todo de andaluces y aragoneses. Figuras de otra época ya digo, que llevo no obstante bien guardadas en el recuerdo –y en la retina- y que hacen que me sienta un poco en casa hablando de Cataluña, y de la situación cargada de incertidumbre y surcada de los más negros presagios por la que atraviesa.

No creo que Ernesto Milá haga bien, me refiero en el plano de la defensa del patriotismo mas elemental -por más que no dudo que se le escapa y que no sea (plenamente) consciente de ello-, en especular como él lo hace en su último artículo –y sin duda en otros muchos de los que tiene publicado- con la eventualidad (próxima, y se diría leyéndole que inminente) de una escenario de secesión en Cataluña. ¿Lo hace acaso para despertar conciencias, para hacer sonar la señal o el timbre de alarma? No lo excluyo, pero, no deja de ser un grave error en el plano estratégico de la guerra asimétrica –mayormente en el plano psicológico de la guerra de propaganda- que viene viviéndose los últimos anos en Cataluña, por sus efectos descontados de desmoralización colectiva.

Entre los españoles en general, y en particular entre los que siguen sintiéndose españoles en Cataluña, muchos más sin duda de lo que los medios dan a enntender y tal vez muchos más también de lo que el propio Milá se imagina. Con lo que no hace más que ofrecerles (gratis) bazas a los enemigos de la Unidad de la Nación española. Cataluña no conoció (grosso modo) en las últimas décadas un conflicto armado como sí lo conoció el país vasco, aunque la guerra asimétrica que se prosigue sin descanso –entre treguas y escaladas de violencia- desde hace ya más de ochenta años entre españoles no dejara de hacer estragos allí más si cabe que en el país vasco, como se pone ahora tan clamorosamente de manifiesto, cuando al decir de Milá y de tantos otros estaríamos ante un escenario de proclamación secesionista en puertas comparable a Octubre del 34.

Y en esa guerra asimétrica el habla catalán cobró un papel y un protagonismo más relevante si cabe que el eusquera en el país vasco donde la memoria de los vencidos del 36 jugaba un papel de mucho mayor relieve que en Cataluña donde en cambio el protagonismo de los separatistas –como lo recuerda acertadamente Milá- fue mínimo en la guerra civil, siempre en posición sumisa y subalterna para con las otras fuerzas de la zona roja, en Barcelona y en el resto de Cataluña.

En Cataluña en cambio, el ariete subversivo principal en la posguerra lo fue el habla catalana, como lo ilustra el boicot del que se vio victima el entonces director de la Vanguardia de Barcelona, Luis de Galinsoga, a principios de la década de los sesenta, que abriría un nuevo episodio de la guerra civil (del 36) interminable por más que se viera confinado al espacio territorial de Cataluña. Hasta el punto que se puede defender la tesis que con el catalán –léase el habla catalana-, la lingüística y en particular la lingüística histórica degeneran fatalmente en guerra asimétrica (de propaganda)

Como lo ilustra el caso de Raimundo Lulio –Raymond Lull o Lul en lengua de oc (que designa nota bene el miembro viril, “lul”, en lengua flamenco/neerlandesa)- que los catalanistas tratan desesperadamente de apropiarse, de él como de su obra escrita tan vasta (y variopinta) como lo fue. Un botón de muestra de elocuencia sin igual: el Blanquerna –uno de los títulos más difundidos del célebre mallorquín- y que sirve hoy de buque emblemático a la Generalitat, no fue escrito en catalán, sino en provenzal (o en lengua de oc), y el titulo no evocaba ninguna realidad catalana de la época, sino un palacio emblemático de Constantinopla (de antes de la caída)

Aunque soy consciente que el pretender convencer de lo contrario a catalanistas sea empresa vana, sin duda por eso, porque la historia del catalán –léase del habla catalán-sigue siendo, hoy como en los tiempos de la república y de la guerra civil, un campo de batalla. De la guerra civil (asimétrica) interminable. Y a fe mía que me gustaría saber lo que Ernesto Milá opina en la materia

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