viernes, julio 31, 2015

FRANCO, EL PRIMERO QUE PACTÓ EN CATALUÑA

Heinrich Himmler durante su visita al monasterio de Montserrat (octubre de 1940) en busca del Santo Grial que los dirigentes nazis juzgaban encontrarse en Cataluña. Algo halagador en extremo para los catalanes y que les podría hacer reflexionar si se compara con el desinterés e indiferencia absoluta que esos mismos dirigentes nazis mostraron hacia la (llamada) lengua catalana. Curiosamente –me entero sólo ahora- en el encuentro de Montserrat el dirigente nazi evocó (ya) la plaga de los abusos eclesiásticos de menores. La historia se diría que le dio la razón. El que estrecha la mano a Himmler en la foto era un monje que hacía de intérprete, pero el que observa en primer plano sonriente era de toda evidencia nada menos que el coadjutor y futuro abad del Monasterio, Aurelio Escarré, que acabó liderando la ruptura con Franco de la iglesia catalana. ¡Vivir para ver fantasmas míos!
He estado leyendo discusiones digitales en internet sobre las recientes declaraciones –de gran contundencia por cierto- del recientemente nombrado candidato del PP en Cataluña, Javier García Albiol y llaman la atención sobre todo entre una mayoría de comentarios elegidos hacia el interesado –la excepción sin duda que confirma la regla- los comentarios críticos que echan en cara y no perdonan al PP –y de rebote tampoco a su nuevo candidato- los pactos (de antiguo) con catalanistas.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Recuerdo cuando llegó al poder José María Aznar, las expectativas llenas de promesas que le acompañaban tras trece años (trece) de felipismo interminable que hicieron que algunos entre los que me encuentro hiciesen la vista gorda ante los pactos de aquél con los nacionalistas (moderados) catalanes que permitieron su investidura. Es cierto que cuando el pacto empezó a sangrar (un decir) justo después –con la defenestración del presidente entonces del PP catalán que Aznar le ofreció en bandeja a Jorge Pujol-, nos vinieron malos pensamientos a la cabeza a muchos que no nos dejaron nunca después.

Un problema magno, el catalanismo moderado que representa la CiU. Un problema esencialmente de orden histórico. Aquí todos se han habituado ya con certeza el nuevo enfoque que vengo esgrimiendo de un tiempo a esta parte en estas entradas de la guerra de los ochenta y tantos años, léase la guerra civil interminable (del 36) que todavía dura. Y a ese enfoque y a las principales ecuaciones que lo sustentan y fundamentan, es cierto que los catalanistas moderados que levantaron cabeza a principios de la década de los sesenta (del pasado sigl) parecen escapar o salirse del esquema (un poco), de un enfoque o esquema de guerra civilismo estricto, me refiero. Mera apariencia.

La resurgencia del nacionalismo catalán fue inseparablemente de la mano, en simultaneo, de la ebullición –tanto en el plano eclesiástico como en otro, político e ideológico- que trajo consigo el concilio vaticano segundo, que imprimiría a aquel un sello clerical (progre) indeleble de esos que imprimen carácter (como rezaba el catecismo que nos enseñaron en nuestros años niños) ¿Le pilló todo aquello a Franco con el pie cambiado, como siempre tuvimos tendencia a pensarlo muchos? Sólo hasta cierto punto. No el cambio en sí, sino la magnitud y la velocidad del mismo, lo único sin duda que verdaderamente le sorprendería .

¿O acaso Franco no había pactado a fondo con los aliados como aquí ya lo dejé sentado por medición vaticana, en el 45? Y lo que Franco pactó entonces fue precisamente el desmantelamiento –por etapas, so pretexto de desnazificacion o desfascistización- del régimen nacido de la victoria del Primero de Abril del 39. Y eso explica que ante la revolución conciliar que apuntaba directamente a la línea de flotación del régimen que él dirigía -como ya lo tengo aquí glosado con abundancia- Franco guardase siempre silencio salvo alguna rara ocasión cuando las cosas se salían de madre -en función de los calendarios y de la hojas de ruta previamente pactados- un poco más de la cuenta como ocurrió con el caso Añoveros aunque bastaron llamadas al orden entonces del Cardenal Tarancón y de la nunciatura (con amenaza de excomunión acompañando en toda regla) para que el caudillo invicto entrase en razón.

Y como había ocurrido anteriormente -en el 65 cuando se exilió en Francia (justo acabado el concilio)- con el abad mitrado del monasterio de Montserrat, Aurelio Escarré de un pasado inconfesable –para los amigos y devotos que le rodearían más tarde, me refiero- de encendido partidario del régimen de Franco y de amigo declarado incluso del III Reich como lo ilustró la visita al monasterio de Heinrich Himmler en persona (ctubre del 40) que fue recibido con toda la pompa y majestad de la liturgia católica (y monástica) por toda la comunidad benedictina del monasterio con su abad mitrado a la cabeza y su coadjutor Escarré en persona. Esa es la verdad histórica y no lo que nos viene vendiendo la historiografía revisada y una memoria histórica acomodada, al compás y al vaivén de la guerra civil interminable.

¿Acaso el abad mitrado de entonces y su coadjutor –más tarde abad- no recibieron a Himmler, y sólo lo hizo un monje –o hermano lego- so pretexto de que ellos no hablaban alemán? A otro perro con ese hueso. Los documentos gráficos –sobreabundantes- están ahí para demostrarlo y acallar a esos mercaderes (periodísticos) de la verdad histórica.

Lo cierto es que el interés del nacional socialismo por las raíces medievales de Cataluña –en la que la ideología nacional socialista parecía ver la tierra del Grial- era algo en extremo halagador para catalanes ya fueran seglares o eclesiásticos, en la medida que venían a redimir en cierto modo los complejos de culpa -y de derrota- que los catalanes en su gran mayoría arrastraban de la guerra civil, de su desarrollo y de su desenlace. Que es lo que explica sin duda en gran parte la acogida triunfal, apoteósica, que brindaron los barceloneses a Heinrich Himmler en su primera visita a España tras la guerra civil en junio del 39, en la Diagonal a reventar de una muchedumbre entusiasta y delirante –brazo en alto- al paso del dirigente nazi y de su comitiva y de sus anfitriones españoles.

Para ser exactos, a los dirigentes del III Reich les interesaba un pasado un poco más antiguo de Cataluña que el que el régimen de Franco rehabilitaría –y reconstruiría también no poco-,que era el de los almogávares, de los catalanes en Oriente, de Roger de Lauria y Roger de Flor y de la Compañía Catalana de Oriente (al final de la época de las Cruzadas) Lo que desde luego no interesaba en modo alguno al nacional socialismo alemán –algo más claro que el agua- lo era la suerte de la (llamada) lengua catalana, ni su presente ni su pasado o su futuro tampoco.

Y el incidente en el que se vería envuelto décadas después el director de la Vanguardia de Barcelona, Luis de Galinsoga, un franquista incondicional, que serviría de detonante de la irrupción del catalanismo en la Cataluña de la posguerra pondría de manifiesto el papel de ariete subversivo que jugó a partir de entonces la llamada lengua catalana. Y cualquiera que sea el juicio que nos merezca la política del régimen anterior –y de su titular supremo- en relación con Cataluña en la posguerra, está claro como sea que Franco no vio el peligro aquél, o no supo hacerle frente.

Y a partir de allí no haría más que tragar afrentas del lado de Cataluña una detrás de otra, como la campaña del “Volem bisbes catalans” (o como se escriba) y los nombramientos episcopales en cascada que se sucederían de obispos y cardenales catalanistas cada uno ms extremista y radical que el anterior, en paralelo al nombramiento de obispos marxistas (o pos marxistas) en el resto de España. Franco no reaccionó en espíritu de legítima defensa como debía, y fue –como ya lo dejé sentado en una respuesta que dediqué aquí a la pregunta de saber por qué no hubo reacción al concilio en España- porque tenía las manos y los pies atados desde el 45, al Vaticano (conforme a instrucciones bien precisas del bando aliado)

El autor de estas líneas recuerda durante una gira que hizo Monseñor Lefebvre por el Norte de España en la primavera del 77, el encuentro –al que asistí- que tuvo en Barcelona con un grupo de eclesiásticos entre los cuales se coló un personaje que había sido provincial de la congregación del padre Vallet, de los cooperadores parroquiales de Cristo Rey, de gran arraigo en Cataluña en la posguerra, el padre Sospedra -Antoni Sospedra y Buyé en su tarjeta de visita (en catalán) de después del concilio)- del que sólo mas tarde vine a saber el verdadero perfil, de biógrafo del padre Vallet –que tanto prestigio guardaba (doy fe de ello) en el seminario de Ecône entre eclesiásticos y seglares franceses que le habían conocido personalmente-, y le recuerdo haciendo acto de presencia en la reunión aquella para saludar a Monseñor Lefebvre al que pareció conocer bien de antiguo y para distanciarse de él por cuenta del concilio, algo que explicó bien claro (todavía parece que lo estuviera oyendo), y a lo que sin duda se sintió obligado por los lazos estrechos que ligaban de antiguo, directos –a él y a la congregación (fundada nota bene en la posguerra inmediata) de la que formaba parte) o por medio de allegados- con el arzobispo francés. Abandonando acto seguido la reunión (por un pretexto cualquiera) antes de finalizarse.

Y nunca desde entonces pude desprenderme de la impresión tenaz que despedían eclesiásticos como aquel -biógrafo del santo obispo Irurita (sic) y autor de otras obras apologéticas y edificantes (y de grande/unción) de la historia de la iglesia en la guerra civil, que respiraban todas la misma atmósfera triunfalista como se diría más tarde, de la guerra y de la posguerra inmediata- que se pusieron a enseñar el plumero de sus querencias y preferencias políticas (catalanistas) tras el concilio y que fueron como digo pilares irremplazables del basamento eclesiástico que permitió al nacionalismo catalán (moderado) –marca CyU- el levantar cabeza tantos años ya transcurridos del primero de abril del 39.

Los fundadores de CiU a la cabeza eran franquistas de la hora nona la mayor parte de ellos, de cuando la entrada de Franco en Cataluña y en Barcelona, que acabaron saliéndole respondones sin duda por sentir las espaldas bien guardada por la iglesia catalana –y el vaticano- y la aureola de martirio que acompañaba a esa última. Una Cataluña troncal, qué digo, petrificadoramente clerical –y no la Cataluña anarquista y come curas vencida tras el primero de abril- aquella a la que Franco tuvo que hacer frente en la posguerra y ante la que acabaría cediendo una vez tras otra. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ya digo.

Y los apologistas sinceros u oportunistas de la figura de Franco que no perdonan ahora a García Albiol los pactos de su partido –y los suyos propios- en el pasado con los (progres) clericales de Convergencia y Unión deberían hacer (un poco) esfuerzos de memoria o simplemente aprender un poco de historia del franquismo sobre todo en sus fases tardías. El primero que pactó en Cataluña lo fue el caudillo invicto y triunfador. Esa es la rigurosa verdad histórica. ¿Más franquistas que Franco, que fue más papista que el papa?

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