lunes, octubre 14, 2013

TARRAGONA O LA BEATIFICACIÓN DEL GRAN TRAIDOR

Beatificacion (en vida) del Gran Traidor en las ceremonias de Tarragona, allí presente en primera fila tal y como lo muestra la foto. Compromiso histórico en nombre de la Iglesia y a costa de la unidad y la integridad territorial de la Patria
Escribo estas líneas en estado de choque y de verdad que no exagero. Y lo es tras haberme leído de un tirón -y a medida que leía mi estupefacción iba en aumento- una conferencia de Francisco José Fernández de la Cigoña -del que ya hablé en algunas ocasiones en mi blog de Periodista Digital hoy desaparecido- que publica ahora de nuevo en su blog diez años después de haberla pronunciado en vísperas del último viaje a España -a Madrid- de Juan Pablo II (bajo la presidencia Aznar) donde el pontífice (polaco) reinante entonces ofició cinco beatificaciones de monjas y eclesiásticos españoles, y vuelta a recoger ahora pues con motivo de la macro/beatificacion el pasado 12 de octubre en Tarragona en presencia de un envíado especial del vaticano (y de su/santidad el papa)

Sabía a su autor impuesto en historia y muchas otras disciplinas relacionadas con la iglesia católica, pero confieso que su erudición extraída en linea recta del santoral -y en particular de su capitulo o apartado relativo a Cataluña- me habrá dejado poco menos que anonadado. ¿Se cree acaso Fernandez de la Cigoña todo lo que dice venerar de todo lo que recoge el santoral de la iglesia católica española divulgado de tantas maneras y trasmitido de padres a hijos a veces en los mismos libros de siempre, más que viejos añejos a fuer de manoseados igual que auténticos incunables como ese Año Cristiano de la abuela de Francisco Umbral que Giménez Caballero -verdad o fábula literaria apenas, váyase a saber- habría salvado del fuego en uno de esos autos da fe que el célebre falangista (o franco/falangista) habría escenificado -de maestro de ceremonias- en la retaguardia de la zona nacional durante la guerra?
Los atuendos de Unamuno, más elocuentes que todos sus escritos, dan cuenta de una frustración íntima a primera vista, y era la de no haber podido alcanzar el estado eclesiástico, algo más frecuente entre católicos españoles de lo que parece. ¿También en De la Cigoña?
Hay que suponer que sí, in dubio pro reo (como si fuera), porque de verdad que la distancia abismal entre ese ideal de vida incensado e iconografíado que exaltan las vidas de santos de la tradición católica (apostólica y romana) y el ejemplo de vida (no necesariamente menos edificante, me curo en salud de inmediato) que ofrece De la Cigoña creyente y seglar ante/el/altísimo en su vida y en su trayectoria -de lo que de ellas sabemos- y como tal perfectamente integrado en la sociedad de los mortales y en diapasón de una manera u otra con el mundo (y el tiempo) que le habrá tocado vivir -como lo ilustra asaz el protagonismo que es el suyo en la vida publica española los tiempos que corren (y desde hace ya bastante tiempo)- , vuelve a traer fatalmente otra vez a la mente la oración del fariseo (en el texto bíblico/canónico) y no me lo tome mal, esa de te doy las gracias señor de no ser como ellos (léase como todos esos santos que la iglesia en su sabiduría/maternal nos insta ardientemente a emular, o en otros términos a imitar) y te doy las gracias señor de haberme dado la gracia especialísima de no sentirme un elegido como ellos y de poder seguir mirando los toros desde la barrera hasta el final de mis días, léase el poder abstenerme hoy (lo mismo que me abstuve de joven) de abrazar el estado clerical en un mundo "urbi et orbe" secularizado, y de verme ipso facto condenado a sentirme y a verme visto como un marciano o un extraterrestre entre los mortales hasta el final de mis días (que así sea)

Así discurriría sin duda alguna -por la vía de lo subliminal o subconsciente (que a fe mía que no me cabe imaginarlo de otra forma)- el rezo del seglar/cristiano modelo -fiel por cierto al papa y al concilio- (tal y como lo ejemplifica Fernández de la Cigoña), a menos que lo que se esconda en esa veneración tan surrealista de santos y santas de otras épocas que deja traslucir el célebre comentarista religioso (de Intereconomía) no sea en el fondo más que un complejo de culpa como otro cualquiera, y es de no haber querido abrazar en su momento (y por lo que fuera) aquella vocación (clerical) para lo que en algun momento dado de su vida se sintieron llamados (entre los escogidos del evangelio)

Porque lo mismo que en el estado eclesiástico había algunos -pocos, muchos- enfermos de su estado sacerdotal (la expresión traducida en francés se la oí a menudo a Monseñor Lefebvre), los hay sin duda aun hoy -a tantos años de los inicios de ese proceso (irreversible) de secularización que desató entre españoles (mucho más que en otros sitios) el concilio vaticano segundo, en un país donde la impronta clerical se hacia sentir en la sociedad de una forma sin duda mucho mas fuerte que en los demás países- que se sintieron siempre (hasta hoy) como digo enfermos de ser seglares y de no haber abrazado el estado eclesiástico que esa es la impresión que no dejó de dar en vida -hasta en los detalles mas nimios (como el atuendo) de su persona y de su trayectoria- alguien tan fuera de sospecha (de clericalismo) como lo fue Don Miguel de Unamuno.

Así, sin correr el riesgo de vernos acusados de juicios temerarios o de procesos de intención o de afirmaciones gratuitas se puede cómodamente afirmar que lo mismo que los santos sirven de coartada existencial a algunos creyentes (como lo acabo de explicar de nuevo aquí) se puede dejar sentado también que esos mismos santos -y en particular esa especie particular de los mismos a saber los mártires- sirven de coartada (perfecta) los días que corren a la iglesia española y a la iglesia y al Vaticano en general del compromiso/histórico que a todas luces sellaron en su día (hasta hoy) con toda clase de poderes laicos o seculares en función de la coyuntura histórica -y también política o ideológica-, en particular desde los tiempos del concilio y en el caso español desde los años del tardo/franquismo, con toda un serie de fuerzas (de izquierdas) entonces en fase de gestación y previsibles señores del mañana próximo como así se acabaría cumpliendo tras la transición y la muerte de Franco y el desmontaje de su régimen.
Francisco Solís, coadjutor de la iglesia de Mancha Real al estallar la guerra civil, entre los beatificados del pasado sábado. Su nombre fue el unico que sobrevivió en el callejero del pueblo tras la Transición de todos los caídos de Mancha Real o asesinados -numerosos- en el pueblo (en zona roja desde el principio hasta el final de la guerra) del bando nacional ¿Más heroica su muerte que la de los otros o más ejemplar? Se permite dudar. Una variante particularmente insidiosa de compromiso histórico, la de la iglesia andaluza. Como lo pude experimentar -a mis expensas (¡ay dolor!)- en las visitas que hice hace ahora dos años a Mancha Real
Mártires de la iglesia durante la guerra civil. ¡Aparte de mi ese cáliz! Ya me extendí en el pasado reciente a menudo sobre un tema tan polémico y engorroso, y como en todo, los ejemplos concretos son sin duda mucho mas elocuentes que los mejores y mas inacabables de los razonamientos. Uno de los beatificados en la ceremonia de Tarragona por el arzobispo de la ciudad (de nombre Pujol como por casualidad) me pilla de muy cerca en la medida que se trata del antiguo coadjutor de la iglesia de Mancha Real -de donde procedo por la vía paterna- allí en funciones en el momento de producirse el alzamiento, Francisco Solís, que acabaría pagando con su vida su condición (y su hábito) sacerdotal en aquellos momentos de una furiosa persecución religiosa en aquel pueblo jiennense y en toda la provincia con pocos parangones de comparación en el resto de España (si se exceptúa en Cataluña)

Y el nombre del coadjutor asesinado fue precisamente el único que se salvó de la quema durante la transición (en del callejero del pueblo me refiero) ¿Era acaso mas mártir no obstante o fue más brutalmente o salvajemente asesinado o fue más heroica su muerte que la otros caídos del mismo bando Mancha Real, bajo dominación roja desde el principio hasta al final de la contienda? ¿Se merecía él acaso mayor exaltación por vía de consecuencia que aquellos? Obvio es que no, y podría citar -ya lo hice además- casos (flagrantes) recogidos en la memoria (histórica) de mi familia y de muchos habitantes del pueblo.

Y no extrañará pues que el que en la ceremonia de beatificación se haya dado en Tarragona y en doce de octubre además, nos lleva a algunos sin remedio a pensar que ese capítulo siempre en ascuas de las beatificaciones y canonizaciones por cuenta de la guerra civil española se trate de una de las condiciones fundamentales e irrenunciables en el pacto de no/agresión que evoco mas arriba entre la iglesia española y sus verdugos (y herederos) de la izquierda guerracivilista - como si las canonizaciones fueran el combustible tácitamente aceptado por todos -por la crispación que fatalmente trae consigo- y el único capaz de reencender o descongelar de nuevo la campaña de desenterramientos que propició y lanzó en su momento la ley (siempre en vigor nota bene) de la memoria histórica, y en lo que a Cataluña respecta en cambio viene a ser la vaselina o el somnífero que permita hacer tragar -y de seguir adelante con él- el proceso de secesión abanderado por la Generalitat con todos los auspicios y "nihil obstat" habidos y por haber de la iglesia catalana (monseñor Pujol a la cabeza)

¿Qué otro certificado de buena conducta mejor y más eficaz que ese -para abrirle puertas y ganarle voluntades cómplices- podría desear si no el gran/traidor, presente en primera fila en la ceremonia de Tarragona?

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