"De profundis clamavit
anima mea domine"
Soy poeta, sí,lo asumo,
que si no, sin los sueños
excéntricos vistos de fuera
de un alma (ardiente) de poeta
no me hubiera sido posible
el saltar, tomar por asalto
contra todo lo creíble
las barreras que me encontré yo
(que me pusieron, que heredé)
y esas otras que levantaste tú
¡Niña bien, tan protegida
y rodeada de trincheras!
Desde el cansancio profundo
del hastío y el estupor
ante el vacío de un siglo
de un milenio en sus inicios,
el poeta de su tiempo,
tiempo -de profetas- recio,
entre tinieblas, tiempo feo,
manda recado de escribir
-como antes se decía-
a su mente y a su ego,
se pone a darle a la tecla
y en un rato de sosiego
-el que vence el desasosiego-
de pronto en lo hondo brota
el poema, como una flecha,
de otros tiempos y otras guerras,
de aquella guerra de Argelia
tan lejana y aún tan cerca
tan íntima, sí, tan nuestra
que nos acompañó en silencio
y gravitó de cerca en mi vida
en mis horas bajas (muertas)
¿La fuerza de lo posible
que intuyó Martin Heidegger?
Lo que pudo ser (¡en un tris!),
lo que no pasó a su tiempo
y por eso es que sigue ahí
sin pasar, esperando, sí,
que se le dé paso por fin,
y cuando llegue su hora
los que aguantaron la espera
pasarán (solos) con él.
Argelia fue francesa, sí ¿Y qué?
Y era y es nuestro horizonte
inmediato, nuestro,
ahí en frente, justo al lado
que divisamos de cerca
aunque pille tan lejano.
¡Qué claro y nítido lo vi
y qué fuerte que lo sentí
el verano aquél (en Motril)!
La guerra de Argelia
le hipotecó a Francia el futuro
-como nos lo gravó América
a nosotros mucho antes-,
y nos privó de horizontes
a muchos otros en cambio
¿Sueño insensato la OAS?
¡Un sueño puro, tan puro
que hizo soñar a los niños
como lo soñó el que esto escribe!
De horizontes espaciosos
como las noches del Sáhara
de cuando la Legión Extranjera,
de oficiales pies descalzos,
de cielos de noches frías
en los desiertos del Yemen
(que cantó aquel mercenario)
Y la muerte del sueño aquél
fue la de mi sueño también.
¡Enterrador de sueños me llaman,
nunca comprendí el por qué!
¿Que algunos merecen vivir
-sueños de vida o de muerte-
y que otros no lo merecen?
Así soy, el mismo que fui
hasta hoy, y siempre seré.
Mi vocación, sí, esa fue:
de enterrarlos dignamente
-a esos sueños desdichados-
lo menos que se merecen.
Y ojalá que de mi muerte
(cuando me toque o me llegue)
nazca el sueño que no muere.
O que lo vea nacer aún
surcando un campo de estrellas
mientras yo solo me pierdo,
libre y sin miedo a la noche.
Con mi buena estrella (¡y suerte!)
Plantándole cara a la muerte
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