domingo, diciembre 27, 2015

FELIPE VI Y EL "MORADO" DE SU CORBATA

Portada de mi libro de reciente aparición. En ella cabe distinguir la efigie del Virrey de Cataluña, Dalmau de Caralt, salvajemente asesinado en la rebelión de los segadores, instigada por agentes de la monarquía francesa bajo el reinado de un monarca Borbón (Luis XIII) que había declarado dos años antes –en el marco del gran conflicto europeo entre católicos y protestantes- la guerra a la España católica. De ruptura de la legalidad (sic) en los inicios de nuestra decadencia, habló (acertadamente) el monarca reinante Felipe VI en su alocución navideña. Y algunos, al eco de sus palabras, se nos antojó ver aparecer de pronto en el Salón del Trono del Palacio Real al infortunado virrey (catalán) De convidado de piedra, dentro y fuera de Cataluña
Felipe VI en Salón del Trono del Palacio Real, de corbata "morada" O lo parecía. Y a algunos el detalle no les habrá pasado desapercibido, faltaría. ¿No tiene acaso derecho el monarca reinante a escoger sus colores? Por supuesto que lo tiene. Y siempre se disputó entre historiadores a lo largo de los últimos siglos de nuestra historia del color del pendón de Castilla. ¿Morado con Pedro I y rojo con los Trastamara? La hipótesis se admite.

¿Un guiño a los indignados del 15-M y a los de Podemos esa corbata tan ruidosa? Cabe presumir que también esos gestos, esos guiños, quepan dentro de los derechos constitucionales –e históricos- del monarca. Aunque también está claro que a otros nos hubiera gustado mucho más otro color, otra corbata. El blanco de la flor de lis, por ejemplo, de la monarquía francesa, anterior a las guerras de religión y a la dinastía borbónica. O blanco y morado, en una señal de acercamiento y reconciliación del pasado de las dos grandes naciones europeas vecinas, España y Francia.

Como símbolo de continuidad no hubiera desmerecido desde luego del salón del Trono de ese Palacio Real que mandaron construir los borbones españoles cuando hacía ya rato que había dado inicio la serie –tras la paz de Westfalia que consagro la ruptura de los países bajos,, y la paz de los pirineos que sello la pérdida del Rosellón (léase la Cataluña ultra pirenaica)- de lo que Ernesto Giménez Caballero convino en llamar en su obra “Genio de España”, “los noventa y ochos” de España que remataron la perdida de nuestra hegemonía y jalonaron nuestra largo proceso de decadencia.

Algo a lo que Felipe VI se refirió en su mensaje navideño de anteayer, como una consecuencia fatal –en el plano histórico- de la ruptura (sic) de la legalidad, algo -esa afirmación tan lapidaria y tan grave y tan categórica- nada ayuno de resonancias históricas.

Ruptura de la legalidad y del orden institucional –hasta extremos de crimen ritual como lo fue el asesinato (a manos de “los segadores”) del virrey de Cataluña- la hubo en la revuelta catalana que dio paso a la guerra de Secesión (anterior de cincuenta años a la llamada Guerra de Sucesión, con la que muchos se diría que la confunden)- hito fundador de la historia de Cataluña reconstruida en la óptica catalanistas (léase separatista) que esgrimen hoy a tiempo y a destiempo los que vienen abanderando el desafío a la autoridad del estado –y del monarca reinante- y a la unidad y a la integridad territorial de la nación en Cataluña, a favor del proceso en curso de claro signo secesionista.

Y ruptura de la ley y del ordenamiento institucional vigente la hubo el 14 de abril del 31, que reivindican abiertamente desde hace ya un rato –desde el 2011- los que agitan ahora por las calles y ciudades españolas ese color morado junto al trapo tricolor- de claras resonancias republicanas- que el monarca reinante lucía en su mensaje navideño a los españoles. La historia de España no comenzó con la construcción del Palacio Real que a muchos españoles que no admitimos que se ponga en duda nuestra fibra patriótica nos dice poco o nada, Majestad.

Algo que cabe hacer llegar a los idos de Felipe VI, con el mayor de los respetos y la mayor de las franquezas. Ni tampoco empezó con la dinastía de la que el monarca reinante ostenta en la actualidad el título de sucesor (y soberano) Y como tal, de símbolos de continuidad el monarca reinante podía haber encontrado otros mucho más fehacientes y elocuentes en el conjunto de nuestra historia patria.

En la efigie por ejemplo –y no se me tome a provocación- del virrey de Cataluña que ostentaba la autoridad suprema del estado en Cataluña asesinado en la rebelión de los segadores, instigada por la monarquía francesa bajo la dinastía entonces de un rey Borbón, Luis XIII, que había declarado dos años antes –en el marco de conflicto europeo entre catolicismo y protestantismo- la guerra a la España católica.

La dinastía reinante (borbónica) ante las trampas y celadas de nuestra historia contemporánea. Así cabe glosar el aspecto ceremonial y simbólico de la alocución navideña del monarca Felipe VI donde dijo tantas cosas acertadas, y donde dejó en cambio en el aire –en una nube de equívocos y ambigüedades- tantas otras

2 comentarios:

Anónimo dijo...




http://alertajudiada.com/2015/01/11/guia-para-reconocer-un-atentado-de-falsa-bandera/


ESTE ENLACE, dado su nombre... sólo puede tener origen judaico...

pero resulta que estar contra los "judius malos" es ilegal...

¿Qué hacemos?

Creo que para quwe nos permitan ser ANTISISTEMA tenemos que ponernos de rodillas en el muro de las lamentaciones,...los lamentos... ¿O de los lametones?)

Anónimo dijo...

en el escudo personal del Rey Felipe VI se han suprimido
la Cruz de Borgoña o de San Andres (que JuanCarlos adoptó como símbolo de reconciliación con la rama "carlista" de los Borbones)
y el Yugo y lo¡as Flechas de los Reyes Católicos Ysabel y Fernando
(que los ignorantes confunden con el emblema de Falange)