lunes, noviembre 24, 2014

PESTE SEXUAL Y JUDEO CRISTIANISMO ESCÁNDALO EN GRANADA

Esta instantánea –de mi detención en Fátima- que me sigue (y me persigue) a sol y a sombra mientras viva, mal que me cueste (a veces) va por el mundo (de los medios) de testimonio del impacto mundial –en los medios (y en las mentes)- de mi gesto de Fátima. Y es que con él se puso al descubierto el disentimiento y la protesta que se incubaba entre muchos en el mundo entero por cuenta de un papa unánimemente aclamado por las masas y en los medios –a izquierdas como a derechas- como sin duda no lo fue nadie hasta ahora en la historia. Como la ejecución del quinqui roba gallinas (en la novela de Umbral) –que muere lanzando eslóganes joseantonianos (...)- hizo pública (y ejemplar)- la muerte de José Antonio En Alicante. E igual que la muerte atroz del coronel Gadafi vino hacer verosímiles e imaginables las circunstancias (presumiblemente) atroces de la muerte del fundador de la Falange. Lo que viene a corroborar ahora el destape (clamoroso y escandaloso) de ese perfil –de Gran Encubridor- que arrastra en lo sucesivo el papa Wojtyla por culpa de la plaga de abusos sexuales de menores que mayormente se incubó -y se destapó- durante su (interminable) pontificado
El escándalo de las abusos sexuales que se hacía sentir hasta ahora de puertas afuera amenaza ahora a conjunto de la iglesia española tras la inculpación -y detención- de tres curas y un seglar de la diócesis de Granada. Me da mucha pereza y alergia –por no decir aversión- el entrar (de nuevo) al trapo de este asunto y de la polémica que tan fatalmente desata. Tal vez por los debates fundamentales que se agazapan en su seno sobre sexualidad y sobre celibato eclesiástico.

Y no, porque no crea tener ideas claras y propias en esos temas ni siquiera porque me sienta de una manera u otra –creo haber fehacientemente demostrado, y con creces que no- inhibido a la hora de expresarlas y defenderlas sino porque hay muros frente a los que no caben razones y el de la disciplina (canónico/eclesiástico) del celibato sin duda que es uno de ellos. Recuerdo todavía la reacción silenciosa -y no menos beligerante- de un pastor protestante español con el que tuve contactos tras mi salida de la prisión portuguesa a través de un pastor holandés que se había interesado en mi caso por razón sin duda de la visita del papa Juan Pablo II a los países bajos –muy reciente entonces- en la que él hizo un abierta camp aña en contra a base de propaganda callejera incluso.

Era aquel pastor protestante español –rara avis- uno de los muchos emigrantes por cima de los pirineos que habían acabado volviéndose –en su caso, desde Holanda- con una nueva confesión o adscripción o filiación confesional (que había trasmitido a su mujer y a toda su familia) en el bolsillo. Y recuerdo que me mandó a modo de respuesta de un intercambio de opiniones –que ni siquiera se pudo llamar (de mi parte al menos) discusión- sobre el tema del celibato en el único encuentro –en presencia de nuestro común amigo holandés- que tuvimos, y en la que me permití expresarme (tímidamente) en favor de un celibato opcional, un texto que sonaba a respuesta o réplica fulminante de su parte y que venía a ser toda una requisitoria de sabor bíblico contra la iglesia católica y el catolicismo español de sabor protestante y más antiguo que eso, como un rco de todas las tradiciones heterodoxas –por emplear el lenguaje de Menéndez Pelayo- que habían surcado la Península desde los mismos inicios del cristianismo, y de todos los agravios contra el catolicismo –y en particular del catolicismo español- sucediéndose a través de los siglos.
El doctor Goebbels fue excomulgado por la Iglesia, por su casamiento con una mujer divorciada (y protestante) Omnia vincit veritas. Y el tiempo se diría que habrá acabado dando la razón de las acusación fatal –de peste sexual (sic)- que profirió abiertamente entonces contra la iglesia y sus ministros (en Alemania) Francisco Umbral por parte hablo de “males sagrados”, insurgiéndose él también a su manera contra el fondo culpabilizante en materia de sexualidad del catolicismo romano, y de sus interdictos y tabúes en la materia, de un innegable sello judeo cristiano
Un desafío en toda regla –para dejarnos de eufemismos- el de aquel (pastor) protestante español, que me arrojaba por lo que fuera a mi precisamente a mí el guante la cara por cuenta de una iglesia – al que sin duda él había también pertenecido- en la que veía la mayor enemiga de la libertad en todos los ámbitos y dominios, y por supuesto, ese era al menos el corolario o la glosa que inevitablemente se desprendía de su diatriba (bíblica), en materia de liberación sexual. ¿Tenía razón el emigrante resabiado aquél con su sentencia de execración –y de maldición- tan implacable? Váyase a saber, la historia es un campo de batalla –tano o más que la memoria- por muy solemnemente que se veía proclamada o reconocida en unas versiones u otras, y un terreno en perpetua revisión además.

La iglesia así lo reconoció desde luego en el concilio entronizando oficialmente un término el de “historia de los dogmas”-, que hasta entonces había sido rigurosamente tabú, una expresión condenada en su tiempo por el magisterio como una contradicción in terminis –oxímoron, en lenguaje literario- en la medida que el dogma por propia definición era (sigue siendo para el magisterio) de origen divino y por lo tanto escapa –por propia definición- a la historia de los hombre. Personalmente pienso -como ya lo tengo expuesto por extenso en repetidas entradas- que el celibato obligatorio tiene no poco que ver con esta crisis sin precedentes en la que se ve sumida de pronto la iglesia institución por culpa de esta plaga de escándalos (apocalíptica) que se abatió sobre la ella décadas después de terminado el concilio vaticano segundo.

No hay nada oculto que no acabe por saberse o por destaparse a la luz del día. Una verdad de raigambre bíblica (y no solo), que gravita últimamente cada vez más cerca –por las razones que sea- sobe las entradas que vengo escribiendo e este blog en temas de religión, que me diga de política religiosa, que en matera de fe por tratarse del foro interno de la conciencias y conforme el adagio conocido “ecclesia de internis non judicat”, que cada uno piense o crea lo que le de la real gana. Lo mismo digo sobre san/woytyla.

Hechos son hechos no obstante, y el perfil inédito -de gran encubridor del escándalo de la pederastía inseparable de la figura del papa Wotjyla en lo sucesivo- emerge fatalmente poco a poco a favor de los escándalos, y en ese sentido cabe decir que el tiempo habrá cumplido su tarea. “Omnia vincit veritas”, reza el adagio latino que citaba mi amigo Antonio Para Galindo en el prólogo que brindo tan generosamente a mi libro sobre Umbral y que confieso que me habrá sorprendido (agradablemente) al releerlo despacio ahora por el soplo de esperanza que en ella se siente y que me sorprende ya digo porque esos vientos en la España de hoy –sin duda porque vivo lejos- ya no soplaban, se diría desde hace mucho.
El arzobispo de Granada, pidiendo públicamente perdón por el escándalo en él que se ve ahora envuelto. Sin querer entrar al trapo de este asunto concreto –viscoso y escurridizo y pegajoso como todos los escándalos (periodísticos) en materia de moral y de buenas costumbres-, hay que decir no obstante que en todos los años en los que se vio en candelero por unas causas u otras pero mayormente por su destacado protagonismo en la campaña anti-abortista, el señor arzobispo no tuvo la menor palabra de denuncia para la plaga de los abusos (sexuales) de menores, como si fuera algo de fuera que no afectase a la iglesia española. No hay nada oculto –“bajo el celemín- que a larga no venga a saberse, y a salir a la luz del sol. Una especie de ordalía lo que se cierne sobre la iglesia española que me conocieron bien me refiero a su ala conservadora-, por ser mi “lugar” de origen u procedencia, y no tuvieron nunca conmigo el menor gesto de comprensión o de apoyo, expuesto como me vi durante décadas a persecución y a linchamiento por parte de los medios, por culpa de mi gesto de Fátima
El papa Francisco (Primero) embiste ahora en el tema. Y a fe mía que cabe permanecer escéptico ante su reacción en la medida que con ello no está tirando menos piedras contra su propio tejado, contra él mismo y su autoridad eclesiástica política y religiosa en la medida que él fue el que canonizo a su predecesor (polaco) por quien -de justicia- se puede decir que empezó todo el escándalo. Nunca creí en el papa Wojtyla de mucho antes de que estallasen los escándalos, y de mucho antes de mi gesto de Fátima desde que apareció en el firmamento de los medios –y de la iglesia institución- como un conejito de la suerte o un flautista mágico aclamado (y jaleado) urbi et orbe y concitando una unanimidad universal –a izquierda como a derechas entre moros o cristianos, griegos o catalanes- sin precedentes en ninguna figura de la historia contemporánea ni en la historia de la iglesia y de los papas.

Me pareció un impostor en el sentido profundo del término. Alguien que consiguió hacer aceptar su impostura urbi et orbe como con él grosso modo ocurriría. No fui yo solo por cierto, pero asumo que mi gesto de Fátima por la innegable repercusión mundial que tuvo en los medios alcanzó hacer visible la protesta que el nuevo papa aquel tan mesiánico -y mediático- suscitaba (e incubaba) calladamente entre muchos urbi et orbe, que no se atrevían a proclamarla ni siquiera a confesarla en voz alta. Como mutatis mutandis la ejecución del quinqui roba gallinas y su entierro “falangista” acertó a hacer visible (y ejemplar) –en la novela de Umbral- la muerte de José Antonio Alicante o como la muerte del coronel Gadafi contribuyó a hacer visibles o creíble e imaginables por lo menos las circunstancias (presumiblemente) atroces de la muerte del fundador de la Falange (en Alicante)

Que a fin de cuentas si las circunstancias del destino me habrán llevado a erigirme a en debelador de la superstición joseantoniana, lo es sin duda porque antes me erigí –urbi et orbe, poro el impacto o mundial que tuvo mi gesto de Fátima- en debelador de la superstición made in Wotjyla mas actual y más perniciosa (e insidiosa), con diferencia. El papa que hizo del aborto propiamente un casus belli y cuestión crucial, suprema de conciencia como nunca lo había sido en la historia de la iglesia. El arzobispo de Granada pide perdón ahora cubriéndose de ceniza (un decir) de la cabeza a los pies, prostrado en tierra cuan largo es antes sus fieles.

En todos estos años no obstante en los que no dejo de culpabilizar y de criminalizar –él tal vez a la cabeza de los obispos españoles- a media humanidad doliente en nombre del derecho a la vida, no se le oyó ni a él ni al obispo de Alcalá ni a los otros campeones eclesiásticos del combate contra la cultura de la muerte (sic) la menor palabra de denuncia por esa plaga que llevaba la muerte en vida y de por vida a tantas miles y miles de criaturas infantiles (e indefensas) en el mundo entero. ¿Guerra civilismo agazapado en el anticlericalismo que fatalmente suscita esta crisis y (apocalíptica)? El toro por los cuernos. El anti-clericalismo (ateo) fue uno de los banderines de enganche –en algunos sectores predominante y determinante- de la izquierda española durante la guerra civil como se vería ilustrado en la persecución religiosa la mayor tal vez y de mayor alance de toda la historia, a creer a algunos, más que de los tiempos del imperio romano.
La persecución religiosa en zona roja fue una de las mayores sino la mayor de toda la historia. ¿El tiempo acabo dando la razón a los perseguidores? ¿La iglesia era al final como la veían los anti-clericales (y ateos) españoles –asesinos e incendiarios- de entonces? La iglesia cambió. El catolicismo cambio, el catolicismo español como el de los demás países. Hay que decirlo y repetirlo en defensa de nuestro honor de españoles -el nuestro y el de los nuestros- y por piedad a un pasado, la memoria del cual se pierde y se confunde con el catolicismo en la noche de los tiempos. Que se ve ahora puesto en entredicho por esta plaga de los abusos, de dimensiones planetarias. De homenaje de rehabilitación  de una Iglesia del Orden baluarte y bienhechora de civilización –como así la vio Charles Maurras, católico bautizado y excomulgado por la iglesia de su tiempo, y reconciliado después “ma non troppo”-  que pasaría a ser cómplice de poderes mundiales extraños y extranjeros a su esencia–a partir sobre todo del final de la segunda guerra mundial en el 45-,, y se vería convertida en sus manos en un temible (y terrible) ariete subversivo, a partir sobre todo de la terminación del concilio vaticano segundo
¿El tiempo –que todo lo disuelve- habrá dado la razón acaso en ese punto a los vencidos de la guerra civil? Como sea, una respuesta se impone. Y la daré aquí con la ayuda de un autor anti-clerical “de derechas” (por llamarle así) tratando de esquematizar y resumir la postura emblemática –y a mis ojos más que autorizada- de Charles Maurras. El catolicismo fue bienhechor de la civilización europea, decía el célebre monárquico (y nacionalista) francés. Pese al veneno de subversión –léase de judeo/cristianismo (al pan y al vino, vino aunque esa expresión no la emplease él)- que arrastraba en su seno, que la iglesia del orden acertó a poner un dique benéfico y salvador durante siglos (y milenios)

Tras el concilio se hizo oír un tipo de critica de signo tradicionalista –que vino a encarnar sobre todo el obispo Lefebvre- que hacía hincapié en la demolición del viejo y milenario edificio de la liturgia católico/romana; y otra también del mismo signo –encarnada sobre todo en el movimiento de las TFP y en su fundador Plinio Correa de Oliveira (Profesor Plinio) que venía poner el énfasis en la dimisión que la iglesia del concilio vino a consumar de su papel de defensa del orden y de la civilización convertida de golpe en formidable ariete subversivo al servicio de las fuerzas al servicio del caos como lo ilustraría el caso español durante el tardofranquismo tardío.

Y una y otra sin duda venían a corroborar de forma implícita aunque fuera el diagnostico maurrasiano –que venía ya de Nietzsche y de antes de Nietzsche- que el concilio había venido a destapar la caja de todos los truenos y relámpagos al interior del catolicismo, o en otro términos que la iglesia se había visto atacada por ese mal milenario corrosivo y subversivo de todos los valores –de civilización y de orden- que llevaba en estado latente agazapado en su seno y que los papas durante siglos y milenios de civilización habían conjurado eficazmente sirviéndose de de su autoridad política y religiosa. Un elemento nuevo en el análisis y diagnóstico del mal incurable que corroe a la iglesia por dentro –“el humo de Satanás” lo llamo un tanto teatral y melodramático el papa Montini él que debía ser no poco de cortinas de humo y de humaredas (de guerra y de derrota)-, lo vendría a representar ese fenómeno inédito e inaudito anteriormente de los abusos de menores, en lo que el diagnóstico de los anticlericales anti/anticlericales –léase “de derechas” para entendernos- vino a concentrarse en el orden de la sexualidad.
Mont Saint Michel, en el límite entre la Bretaña y al Normandía. Símbolo mayor de una Cristiandad medieval que había conseguido conjurar con éxito el veneno y las mismas –subversivas, y enemigas de la verdadera civilización- del (judeo) cristianismo primitivo, como lo denunció el francés Maurras ya en su tiempo. ¡Si hubiera vivido! Su poema tardío “La prière de la fin” –en el que evocaba de forma poética el Monte Saint Michel precisamente- en el que algunos siguen viendo una prueba de su retractación final, de su vuelta al redil en resumidas cuentas, no era nada de eso. Era una afirmación católica en testimonio de homenaje al catolicismo medieval baluarte de la civilización europea. Cualquier parecido con la realidad de nuestros días pura incidencia
¿Algo nuevo en la historia de las ideas? No del todo. Y a riesgo de escandalizar me permito aquí en guisa de conclusión –y de colofón- el mencionar el argumento de autoridad (histórico) que sin duda nadie o muy pocos se dignaron nunca de esgrimir hasta hoy, y es el del doctor Goebbels –excomulgado por la iglesia lo que no se atrevieron a hacer con el fuhrer- que califico de peste sexual (sic) la doctrina y la práctica del magisterio católico romano en materia de moral y de buenas costumbres. Y el tiempo se diría que acabo dándole la razón. Con décadas de atraso. Omnia vincit Veritas. No hay nada oculto que no venga a saberse. Ni esperanza que no acabe resucitando

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