martes, noviembre 18, 2014

JOSÉ UTRERA MOLINA Y LOS OCHENTA AÑOS DE GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

La revolución (marxista) portuguesa de los claveles del 25 de Abril del 74 fue una operación de injerencia descarada de la CIA que tenía por objetivo último en tiro por elevación –como lo declaró (y lo dejó registrado por escrito) el brasileño Plinio Correa de Oliveira (Profesor Plinio)- el régimen de Franco. Lo mismo, mutatis mutandis, que el Concilio Vaticano Segundo fue por encima de todo una operación de guerra psicológica del más alto nivel –y de real politiek-, con el régimen español de entonces y su modelo de estado católico confesional, de  blanco supremo o destinatario. La guerra civil española de los ochenta años inacabada aún habrá sido un factor decisivo en la marcha de la historia europea y “pari passu” de la historia universal desde su estallido en 1936. Sin ella no se comprende ni el mundo ni la Europa de hoy, y con ella en cambio no salimos (absortos) del asombro, de un descubrimiento al otro (…) Que no hay nada –como me escribe un buen amigo- que al final no se acabe sabiendo (…)
Me pronuncié crítico en el pasado concretamente en mi blog de Periodista Digital sobre el antiguo ministro Utrera Molina lo que me valió una carta –que me diga un mensaje- en un tono de queja dolorida que me hizo pensar que acaso procediera del propio interesado o de su entorno más próximo. Y a fe mía que me dolió a mí también. Sigo pensando no obstante que no rebasé mi mucho menos los límites de lo honorable y no me cabe duda tampoco que el destinatario de mi alusiones se daría fácilmente cuenta que no era en modo alguno mi intención el ofenderle y mucho menos el poner su honor en entredicho. Digo todo esto a modo de preámbulo y a cuento de la reciente intervención en la prensa del antiguo ministro de Franco que me merece mi aplauso sincero y sin reservas por lo fuertemente que contrasta,, aunque solo sea, con la reacción de Martin Villa que aquí comenté ya en reciente entada.

Era otro contexto además, el de mi entrada aquella. Eran los tiempos aún de Zapatero, y creo recordar que yo evocaba en mi artículo aquél el protagonismo de José Utrera Molina en la ley de asociaciones políticas que produjo como reacción lo que se dio en llamar el gironazo, (abril del 74, justo a seguir a la revolución portuguesa de los claveles)- y evocaba yo unos comentarios de Francisco Umbral en su artículo necrológico sobre la figura del antiguo (y longevo) ministro de Trabajo del régimen anterior, en la que aquel hacia alusión al político malagueño.  Y digo que  creo recordar, porque el texto de mi entrada aquella es algo que tengo que dar así a primera vista por perdido en la medida que la administración de Periodista Digital se limitó a darme de baja sin que me devolvieran los mil quinientos artículos (en cálculo aproximado) que había escrito hasta ese momento en la blogósfera aquella. 

“Me comentaba Utrera Molina como el gironazo frenó la apertura”, o algo así escribía Umbral, en alusión directa a la publicación del txto célebre de José Antonio Girón , coincidente con un intervención del entonces secretario general del Movimiento  en las conmemoraciones falangistas de Alcubierre donde pronunció un discurso de singo aperturista, y donde se vio sorprendido por la publicación de la proclama (inmovilista) en la prensa del Movimiento- el diario "Arriba"-, justo a seguir como digo a la revolución portuguesa (marxista) de los claveles y al derrumbe del Estado Nuovo, fiel aliado del régimen anterior. Todo eso es hoy ya agua pasada.

Pensé y sigo pensando que el asociacionismo de los últimos tiempos del régimen anterior preparó el terreno a la ley de la Reforma Política que fue el ariete decisivo de desmantelamiento del régimen anterior. Como sea, entre inmovilistas y aperturistas se evitó la ruptura, tal y como vengo insistiendo en los últimos tiempos frente a las nuevas consignas de ruptura (democrática) que vienen deflagrando de nuevo desde la irrupción del 15-M lado sobre todo de los jóvenes (niñatos) de Podemos. Ruptura (democrática o no), igual a ruptura de hostilidades de la guerra civil (de nuevo), algo que ven hasta los niños pequeños. Y como sea, y es algo que pienso haber reconocido en aquel articulo crítico mío, el político malagueño ahora puesto en la picota por la jueza argentina y por instigación del ex juez Garzón -como el propio interesado lo deja a entender en su comunicado-, honró siempre la figura del jefe de estado anterior en público, lo que le honra, en punto a lealtad y fidelidad a sus lealtades y convicciones.
El Concilio Vaticano Segundo fue una operación del más alto nivel de desestabilización y de guerra psicológica que tuvo como objetivo supremo el régimen español de entonces, constituido en estado oficialmente católico el único que quedaba groso modo para entonces en todo el planeta. Fue si se quiere, un apretar de tuercas al régimen de Franco y a su titular, a través de las claúsulas más o menos secretas o discretas de la rendición pactada a los aliados –léase a los aliados anglosajones Estados Unidos e Inglaterra, con exclusión de la Unión Soviética- del régimen surgido de la Victoria del Primero de Abril, en la persona de su jefe de estado de entonces, en el 45. Y lo ilustra a las mil maravillas el que los dos padres del concilio  de la discordia, el uno, Juan XXIII se distinguiera en su periodo de nuncio en París en la posguerra inmediata por los desplantes que se permitía en las recepciones oficiales con los diplomáticos españoles allí acreditados, y el que el otro, el papa Montini, hubiera sido sustituto de la Secretaria de Estado al finalizar la segunda guerra mundial y fue era él en su calidad de tal, el artífice principal –en su calidad de mediador único- de la rendición del régimen de Franco. A añadir, que tenía un hermano nota bene caído en la guerra civil española después de haberse alistado en las Brigadas Internacionales
La tribuna además para su respuesta  que habrá utilizado Utrera Molina -la Fundación Francisco Franco- me parece también procedente de todo punto en la medida que se trata de una tribuna política apta a responder de una acusación por motivos primordialmente políticos como es el caso que nos ocupa. Utrera Molina además asume, y no opta por la táctica poco honorable del no fui yo que fueron otros. Y demuestra así con su reacción el ser un hombre de honor. Y un hombre con sentido de la justicia y del derecho, aunque no se defina –que a fe mía no lo sé- como demócrata o demócrata de toda la vida.

Estamos en guerra ochenta años después. Lo dije en mi última entrada y lo mantengo. Y José Utrera Molina se me antoja que estará de acuerdo en el fondo con lo que aquí estoy manteniendo desde hace un rato. La inculpación por la jueza argentina – ¿por qué no inculpa a políticos ingleses o norteamericanos, que de seguro que no le faltarían motivos (a espuertas)?- es un acto de guerra o si se prefiere (lo mismo me da lo mismo que me da los mismo) una enésima tentativa en un acto de injerencia descarada y escandalosa, de desnazificación del orden institucional español y del conjunto de la sociedad española.

El cargo que pesa sobre Utrera Molina en el auto de la jueza argentina es el de haber rubricado con su firma la sentencia de muerte contra el anarquista Puig Antich, ejecutado por la pena del garrote en 1974. Guardé hoy siempre hasta hoy, justo hasta hace unas horas –mi palabra- la imagen de aquel ajusticiado del régimen anterior que sin duda fue la que se difundió con éxito hasta hoy en la opinión pública, de tratarse del hijo de una familia adicta al régimen de entonces, lo que ahora compruebo que no era cierto, no señor : hijo de padre condenado a muerte e indultado (in extremis) como el de Adolfo Suarez, y como tantos en sus situación debió refugiarse en las faldas de la iglesia (madre) a tenor de la trayectoria de su hijo, transitando siempre –pese a su ascendencia familiar republicana y anti-clerical por propia definición- por colegios de curas, y no unos cualquiera, el de La Salle Bonanova por ejemplo que el pasado domingo día nueve sirvió –no podía ser menos- de oficina electoral a la mascarada secesionista, como la gran mayoría de los colegios de curas en Cataluña (dicho sea de pasada) Moraleja, la guerra civil de los abuelos (del 36) que reencendieron en el tardofranqusimo sus hijos –con la ayuda decisiva de los hijos manipulados de los vencedores- se ve reencendida ahora de nuevo  los nietos y biznietos, desenterrando el hacha de guerra, como aquí ya lo tengo señalado.
El anarquismo fue una maldición bíblica para el mundo civilizado. Y en España lo fue por partida doble porque en el resto de Europa desapareció con la Primera Guerra Mundial pero en España tuvimos que pasar por la guerra civil antes de poder vernos libres de él. Volvió a resurgir (amenazador) en el tardofranqusimo –con Puig Antich- y en la transición pero no consiguió cuajar, o digamos que se vio extirpado de raíz, y ese sea sin duda uno de los grandes logros de los ministros del tardofranquismo y de la transición, Utrera Molina en primera fila de todos ellos. Durruti –en la foto- tenía cara de lo que era (nunca me entró, y su atuendo emblemático todavía menos), un bandido jefe de banda –con apoyos y prestigio en el extranjero para más inri (al socaire de la leyenda negra anti-española que resucitó con la ejecución de Ferrer Guardia en toda Europa)- que la guerra civil y la matanza de sus propias compatriotas –el 19 de julio del 36 en Barcelona- izaron a la cabeza de una legión de facinerosos que dieron lo que podían dar de sí, verdugos –y asesinos (vesanicos)- de José Antonio. Y ese sea tal vez el trazo más flagrante (y escandaloso) del síndrome colectivo de los que se ven (aún) enredados en la superstición joseantoniana, las simpatías irresistibles –por no llamarlo loco/amor- que arrastran hacia los verdugos y asesinos de su héroe, y hacia al capitoste que les mandaba. El asesinato atroz de su líder –en Alicante- les merece por lo que se ve más perdón y comprensión que las traiciones (presuntas) de los presuntos traidores. ¿Cualquier parecido con el síndrome de Estocolmo pura coincidencia?
Los belgas y holandeses, a la guerra o las guerras de Flandes -como los españoles las llamamos según las épocas- llamaron guerra de los Ochenta Años, designando así todo el periodo –entre guerra y treguas, entre tormentas y bonanzas- que va de la insurrección generalizada contra el poder español representado en la gobernadora de los Países Bajos, Margarita de Parma, hija natural (reconocida) de Carlos V –fruto de una relación extra marital del emperador con una cortesana flamenca-, y de lo que vino a ser señal de desencadenamiento la llamada “tormenta de las imágenes” (“beeldenstorm”, en neerlandés) , que echaron abajo las estatuas en todo el territorio de los Países Bajos, desde entonces como digo, hasta la firma de la paz de Westfalia (1644) con lo que incluyen –en un procedimiento historiográfico sin reproche y también políticamente correcto- la guerra de los Treinta Años como si las guerras de Flandes no hubieran sido más que un capitulo o un preámbulo –por razón de la anterioridad cronológica- de aquella (…)

Mutatis mutandis la guerra civil española de los Ochenta Años –como la doy en llamar a partir de ahora - de la que la inculpación (argentina) ahora de ministros y antiguos del régimen anterior viene a ser el ultimo de la fecha en la seria inacabada de sus capítulos o episodios, de un periodo de cronología histórica que iría desde el estallido de la guerra civil española propiamente dicho en julio del 36, o si se opta por seguir la tesis revisionista, en octubre del 34 hasta el Primero de Abril del 39 y luego se proseguiría en la Segunda Guerra Mundial en la que el régimen español mantuvo una neutralidad pactada (casi hasta al final) favorable a las potencias del Eje-, se proseguiría después como digo durante los años de la guerra fría, y más tarde con la guerra civil larvada del tardofranquismo tardío –en ciertos sectores de población, como los extrarradios industriales de los grandes núcleos urbanos o las universidades y en ciertas regiones en particular en el país vasco-, la cual se proseguiría agravada y aumentada en la transición hasta que se produjo el 23-F, y se vería continuada después sustancialmente por el terrorismo de la ETA que afectó de una manera u otra al conjunto del territorio nacional y de la población española, y se volvió a reencender con los atentados del 11 de marzo y sus secuelas, y tras un breve periodo de calma (engañosa) volvería a reencenderse –en un versión insidiosa y subversiva- de desobediencia civil pretendidamente pacifica a base de agitación violenta urbana y de algaradas callejeras en masa –con una carga de conmoción social con pocos precedentes en la España de las últimas décadas-, por la irrupción del 15-M y de la movida de los indignados.
Solemnidades conmemorativas en el 2009 de la entrada triunfal –en neerlandés “Ommegang”- del emperador Carlos Quinto acompañado de su hijo y sucesor Felipe II en la Gran Plaza de Bruselas (1543) Una tradición que perdura en Bélgica pese a la Leyenda Negra. “Con los españoles, se dejó de reír", un lugar común –de origen protestante- de la tradición anti-española en Bélgica, que oyó no una ni dos veces sólo el autor de estas líneas a su paso por la Universidad Libre de Bruselas. En la guerras de Flandes que estallaría dos décadas después de aquello, España –la España imperial- se dejó una parte de su alma (colectiva) y de su memoria. Los belgas y holandeses lo llaman Guerra de los Ochenta Años con lo que dan a entender –y no le falta razón- que la guerra de los Treinta Años fue apenas la prolongación de la de Flandes. Como (mutatis mutandis) la guerra civil española –que todavía arde en llamas o bajo las brasas, ochenta años después- acabaría dando paso a la Segunda Guerra Mundial, a la guerra fría y al acoso internacional (con bloqueo o sin él) al régimen, de Franco y al que se le siguió. Sin que los españoles tuviéramos nunca derecho a la firma de un tratado de paz, como tampoco lo tuvieron los rusos –y en eso Vladimir Putin tiene razón- tras veinticinco años de guerra fría
El todo surcado de un sinfín de episodios más o menos circunscritos geográfica o cronológicamente como éste al que asistimos –el último hasta la fecha- de la inculpación de José Utrera Molina y otros veinte nombres más, instigada por las llamadas víctimas del franquismo desde la Argentina. ¿Firmó o rubricó la orden de fusilamiento de un anarquista, hijo de anarquista de la guerra civil? ¿Y qué? Que quede por cuenta de los anarquistas –de la FAI- que fusilaron a José Antonio en la cárcel de Alicante y a todas luces mutilaron su cuerpo y profanaron su cadáver (hasta prueba de lo contrario, ya digo, porque no hubo autopsia de su cuerpo tras su muerte) (...)

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