miércoles, noviembre 19, 2014

GUERRA DE FLANDES Y GUERRA CIVIL DEL TREINTA SEIS

Blas de Lezo, fue hasta hoy un héroe olvidado en la medida que estaba olvidada la guerra de Sucesión o digamos que sustituida –o suplantada- en una gran mayoría de españoles  por la memoria de los vencidos, de los partidarios –austracistas como ahora se les llama- del archiduque Carlos (de Austria), entre los cuales se encontraban los antepasados ideológicos de los catalanistas de nuestros días. Lo que pide a gritos una revisión –urgente- los días que corren. El Imperio agonizaba por cima de los Pirineos, y se incubaba la rebelión mestiza anti-española del otro lado del Atlántico. Y los catalanes austracistas, buenos comerciantes, en su actitud y en su postura hacían guiños –en el fondo- no a los imperiales sino a los ingleses aliados de aquellos –junto con los holandeses- dueños de los mares ya por aquel entonces –a seguir a Trafalgar-, con lo cual lo que el fascista francés Drieu La Rochelle llamaría "civilización católico-mediterránea "se vería a partir de entonces -conforme a su diagnóstico- en estado de agonía , sentenciada por una carencia dramática de materias primas y a merced de la (asfixiante) hegemonía inglesa, dueños y señores del mar Mediterráneo, que acabaron cerrando con candado el estrecho de Gibraltar, y con él todo el Mare Nostrum (…)
Acabo de le leer un bello texto evocador, conciso, y sugestivo en extremo y con estilo en homenaje a la memoria del almirante Blas de Lezo (y Olavarrieta), el héroe (vasco/español) de la pata de palo que se despierta ahora en la Memoria de un sueño de varios siglos. Yo tampoco oí prácticamente hablar de él en mis estudios de primaria y de bachillerato, o si acaso muy vagamente, y de paso. Pertenezco a una generación que creció mas o menos sumida en una historiografía que cargaba las tintas –sin duda cargada de razones- en los errores de la dinastía borbónica. Y que por vía de consecuencia “torcía” irremediablemente en lo que se refiere a la guerra de Sucesión a favor del archiduque Carlos, sin necesidad de ser de ascendencia catalana, ni nada que se le pareciera. Memoria procelosa y laberíntica. Laberinto de la memoria española por tierras de Europa (…)

El Imperio para entonces estaba ya herido de muerte por cima de los Pirineos Se ve bien –en visión retrospectiva me refiero- desde estas tierras de Flandes. ¿Hubiera salvado acaso el partido del archiduque a los Pises Bajos católicos (del Sur) –“les Pays Bas Espagnols”- de caer en manos de sus aliados ingleses y holandeses, o de caer directamente en manos austriacas, suplantando directamente la soberanía española lo que no fue el caso en los Pises Bajos austriacos surgidos del Tratado de Utrecht done no hubo cesión de soberanía?
La rendición de Breda –inmortalizada por el célebre cuadro de Velázquez- tuvo lugar en 1625 tras la Tregua de Doce Años en un fase de la guerra de Flandes que se puede considerar como el eslabón perdido (historiográfico) entre aquella, que belgas y holandeses llaman Guerra de los Ochenta Años y el otro gran conflicto europeo de entonces, la guerra de los Treinta Años, y que ambas se confunden a partir de aquella reanudación de hostilidades lo ilustra la recaptura de la plaza aquella por Guillermo De Nassau, hijo de Guillermo de Orange, trece años después en la fase francesa (y ultima) de la Guerra de los Treinta Años que riñeron sobre todo Francia y España. Mutatis mutandis es difícil ya hoy continuar separando cuidadosamente y distinguiendo –con “distinctio rationis” o “in re”- la historia de la Segunda Guerra Mundial y la de la guerra civil española del 36, por más que los prejuicios y los interdictos mentales y los tabúes de la historia oficial y políticamente correcta sigan siendo tenaces. Y a partir de momento que se acepta el postulado, la conclusión se impone de por si sola, a saber que la guerra civil española del 36, como una secuela superviviente del final de la segunda guerra mundial en el 45, sigue riñéndose todavía
Una alianza en lo que a España se refiere un poco contra natura, la verdad sea dicha. Los Borbones abandonaron Flandes española a su suerte es cierto –como se vería inmortalizado en el film pro español y anti –español casi por partes iguales de la Kermesse heroica y sobre todo en un bello texto evocador que el film aquel le merecería a Robert Brasillach en su Historia del cine –escrita conjuntamente con su cuñado Marice Bardèche- del momento de la partida de los españoles entre llantos y gemidos de la población flamenca “cuando sonó el clarín al amanecer y los estandartes se alzaron en un cielo de alborada nórdica” (o algo así, que cito de memoria)

Nos fuimos de Flandes bajo los Borbones, pero fue una retirada con honor, las banderas bien enhiestas, tan ufanas y altivas como los sombreros de plumas que inmortalizarían a los Tercios por estas tierras. A dios lo que de dios y al cesar lo que es del césar. Por eso ahora me suena a provocación y a desafío la protesta catalanista exigiendo –¿pero que se creen?-la retirada de la estatua que se acaba de erigir al heroico almirante en la plaza de Colon madrileña. Noviembre tiempo de memoria. De purificación de la misma.

Que tan absurdo es el demonizar a Inglaterra y los ingleses por un pasado viejo ya de varios siglos –aunque sigamos teniendo con ellos asignaturas pendientes (una sobre todo en la mente de todos mis lectores)- como el olvidar por un complejo de inferioridad casi ancestral se diría ciertos episodios gloriosos y grandiosos como la defensa de Cartagena de indias. Estuve en Colombia hace ya más de treinta año, no recuerdo el haber oído evocar (por colombianos) entonces en mi presencia a Blas de Lezo sí en cambio a otros conquistadores no españoles como Nicolás de Federmann –alemán (de entonces) al servicio del emperador Carlos V. Con una énfasis y una insistencia que se hubiera dicho que los colombianos –por lo menos los colombianos aquellos- eran descendientes de alemanes todos ellos (…)

Confieso pues que me cuesta un esfuerzo el superar la alergia instintiva que me acomete tratando de evocar –y de asumir por entero- el pasado español de América, marcado por el fracaso y la derrota. Y por eso lo mismo que me dejaba (un tanto) frio en la evocación un Tomas Boves que defendió a España en Venezuela, me cuesta un poco también el bucear tras las huellas de Blas de Lezo en la historiografía y enn la memoria. No creo que ser anti-(hispano) americano pese a la posición claramente europea que asumí desde hace ya un rato (como aquí todos ya saben o se imagina)

Pero Cartagena de Indias no es hoy más que piedras y ruinas abandonadas, para españoles. En testimonio (barroco, colonial) de la presencia española en un continente que se vería anegada por la rebelión mestiza. El resto tiene poco que ver hoy con España (salvedad hecha de su nombre) “Benditas las ruinas -escribió Agustín de Foxá- porque en ellas están la fe y el odio y la pasión y el entusiasmo y la lucha y y el alma de los hombres" La sangre se purifica en la memoria y sea esa tal vez la única vía de redención posible que el futuro les deja abierta a los pueblos de la América española que renegaron y dieron la espalda a la nación colonizadora que tanto les legaría. La Guerra de Sucesión como las guerras carlistas son un pasado que ya pasó, la guerra del 36 en cambio es el pasado que no pasa, la guerra que no se terminó todavía ochenta años después de su estallido.
No leí hasta hoy ni me entraron ganas de leer –lo confieso- este libro sin duda apasionante de un buen amigo sobre un héroe español casi tan olvidado como Blas de Lezo, a saber Boves, el vencedor de Bolívar, por una alergia casis invencible que arrastro en relación con el pasado español de América que se vería sellado de tan rotundo y polvoriento fracaso. Igual que lo que nos ocurrió por cima de los Pirineos dirá aquí algún aprendiz de brujo, y estoy en parte de acuerdo, con la diferencia que nuestra memoria de españoles hunde sus raíces de este y no del otro lado del charco, del lado de Europa y no de América (o de la América hispana, latina o española que me diga ex - española) Dile al justo que todo está bien, reza la biblia, y si hay españoles que siguen soñado con el pasado español de América o un futuro allí aunque tengan que hacer (forzosamente) abstracción de la memoria propia, sin duda que están en su derecho, el de defender esa (libre) opción/preferencial americana por asi llamarla. La memoria no obstante, contra más antigua y ancestral, más posesiva y dominante y excluyente –tal y como lo puso de manifiesto Umbral en relación con nuestra guerra civil- y yo aposté en un momento dado -hasta hoy- por la memoria ancestral milenaria de nuestra civilización europea. Que los pueblos de América –de la América hispana luso/hispana- comparten y arrastran a su modo y manera también, semi enterrada no obstante por culpa de la rebelión mestiza anti-española, que acompañó fatalmente a la emancipación americana
Y esta comparación histórica que me viene a la mente solamente ahora, se me antoja de pronto de una fertilidad o fecundidad sorprendente e inesperada. Los catalanes austracistas –partidarios del archiduque- fueron vencidos pero de una manera u otra Cataluña acabaron beneficiándose del acuerdo de paz ye pondrían fin a aquel conflicto. Y lo mismo cabe decir de las guerras carlistas. El abrazo de Vergara aunque fuese rechazado por una minoría de carlistas vencidos seria aceptado por la gran mayoría, lo que trajo la pacificación de las principales zonas de implantación de los partidarios del Pretendiente, y los dos conflictos que se siguieron –segunda y tercera guerra carlista- no fueron más que rescoldos de la hoguera que dio inicio al conflicto.

La guerra del 36, no. No hubo paz firmada, y las espadas siguieron en alto del lado de los vencidos –que si es verdad que dos no se disputan si uno de ellos no quiere, no es menos cierto que dos no se reconcilian si uno de los dos no quiere, tampoco- como se pondría al gran destape con la aprobación –y tentativas de aplicación- de la ley de la memoria histórica, un texto legal beligerante que lleva el germen de la guerra civil en su seno, del reencenderse de la misma me refiero.

Y aquí llegados, tal vez sea preciso el desmontar ciertas ideas preconcebidas que funcionan a modo de antojeras impidiéndonos forjarnos una visión histórica clara de ciertos conflictos, en el caso sobre todo de los de larga duración que nos puedan servir de elemento de comparación en relación con la guerra civil española. Y me viene a la mente -de inmediato- la guerra de los Ochenta Años que ya evoqué en mi anterior entrada, que es como los belgas y holandeses “bautizaron” las guerras de Flandes. Un conflicto que duró todos esos años que ellos dicen en la medida que empalmó con la guerra de los Treinta Años y en esa misma medida puede aquella ser vista como el preámbulo o el inicio (lato sensu) de esta última.
Imagen del film –de realizador guipuzcoano- “Santa Cruz, el cura guerrillero” Al fondo, la bandera negra que acabo siendo la enseña de las partidas del Cura, de las últimas que encarnaron al carlismo vencido. Santa Cruz es un mito de piel dura y longeva. Lo desenterraron y esgrimieron los etarras y la tendencia "abertzale" del nacionalismo vasco separatista que veian en él el fundador de la patria vasca (contemporánea) Valle Inclán le reserva una semblanza cruda, y con todos los visos de lo verídico y de lo creíble, en su trilogía sobre las guerras carlistas. De un jefe de guerra implacable e inmisericorde que ajusticiaba –tras haberles hecho victimas de sus celadas- a jefes rivales sin contemplaciones, sobre la marcha en pleno monte y que de su cadáveres –sin duda por aquello de la biblia de dejar que los muertos entierren a los muertos- se ocupasen las alimañas. Le salvó la vida la Primera Republica en la persona de uno de sus presidentes, Emilio Castelar (que sin duda le admiraba) Esas aguas estos lodos (…) Y Miguel de Unamuno nos dejó unos juicios igualmente implacables por cuenta suya, de un verdadero monstruo en el plano de la psicología, prototipo de esa crueldad que confieren por partes iguales -escribió de él- la castidad obligatoria y la posicion socialmente confortable, inseparables del estado eclesiástico. Se había conjurado con sus leales a no hablar más que en vascuence y con su muerte –en una misión de jesuitas de la Amazonia colombiana donde le dieron refugio- murió el carlismo, y pari passu se verían enterradas aquellas guerras en la memoria colectiva. Lo que no es en modo alguno a día de hoy el caso de la guerra civil del 36. Piensen lo que piensen algunos joseantonianos
Desde luego no fue un guerra aparte del gran conflicto europeo de aquel siglo –marcada por la gran confrontación religiosa entre católicos y protestantes- que es el mensaje subliminal que viene difundiendo hasta hoy la historiografía tanto en España como en el extranjero y un botón de muestra elocuente e ilustrativo (y llamativo) en extremo, lo ofrece la plaza (hoy holandesa) de Breda de la que el español media no sabe más que fue tomada o capturada por los Tercios –al mando de Ambrosio de Spínola- tal y como se vería inmortalizado en el célebre cuadro de Velázquez “Las Lanzas” lo que en la inmensa mayoría ignora en cambio fue que aquella plaza fue reconquistada por los holandeses –y no cedida graciosamente como otras plazas españoles de los Países Bajos en el Tratado de Utrecht- doce años más tarde en el marco nota bene de la fase/francesa de la guerra de los Treinta Años que enfrentó mayormente a Francia y a España, en territorio francés y de los (antiguos) Países Bajos.

Mutatis mutandis, la guerra civil española se puede considerar el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial con grosso modo los mismos contendientes –de uno de los dos me refiero- de los que intervinieron más o menos abiertamente en la guerra civil española. Y en esa misma medida, quiero decir en la medida que España se vio condenada por contumacia –léase en ausencia- en el tribunal de Nuremberg, por su neutralidad pactada a favor del Eje, por la intervención nazi fascista en nuestra guerra civil y también por la actuación -heroicia e importante- de la División Azul, se puede decir que para los españoles aquella se continuaría grosso modo hasta hoy como aquí ya lo vengo explicando.

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