viernes, noviembre 07, 2014

JOSÉ ANTONIO Y EL CORONEL GADAFI

La ejecución salvaje del coronel Gadafi retransmitida en directo al mundo entero haría visibles o creíbles al menos en algunos –entre los que me incluyo-  las circunstancia atroces que fueron más que presumiblemente las que acompañaron la muerte de José Antonio en Alicante. Franco, (mucho) mejor informado que Ridruejo y demás comparsas falangistas del Cuartel General, sabía la verdad sin duda alguna, como lo da a entender Francisco Umbral en su Leyenda (óp. cit. edición del 2001, p. 164) Y por eso, al mismo tiempo que honró la memoria del fundador de la Falange en la guerra y en la posguerra, se resistió tenazmente siempre a la superstición joseantoniana y a sus encantamientos y también a la mitología (falaz y enfermiza) de la Revolución Pendiente. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan (…)
De Sigfredo Hillers ya habré hablado en varias ocasiones tanto en este blog como en mi blog anterior de Periodista Digita, en forma de cartas abiertas a veces y siempre en tono directo, sin tapujos -y tratando de no verter demasiada acrimonia o adrenalina con la tecla y por supuesto nunca con seudónimo y siempre con mi nombre y apellidos, lo que no es el caso de Hillers, de unos años a esta partea esta parte por lo menos- con todas las consecuencias ya digo, y sin que le me llegase nunca respuesta de su parte directamente o por terceros interpuestos aunque fuera. Fue profesor de Derecho Político en la Complutense durante muchos años que me pillaron siempre fuera y de pascuas a ramos me llegaron ecos de la prensa española en los que de una forma u otra se veía puesto en la picota mayormente por sus propios alumnos o que se hacían pasar como tales por motivos políticos o ideológicos en lo que se mezclaban a veces todo tipo de agravios que iban de lo irónico y sardónico a lo claramente injurioso y ofensivo.

Un superviviente, esa es la imagen que daba de él o que conseguían dar los medios, de Sigfredo Hillers. Como lo sería también mutatis mutandis Francisco Umbral. Nada de deshonroso pues. Lo que cabe preguntarse en cambio es porque decidió en un momento dado -sin duda llegada la hora del retiro- eclipsarse y no aparecer más en público mayormente vía internet que bajo capa de un seudónimo (grosso modo siempre el mismo”) , el de “No Importa” tomado del título de la última publicación clandestina de la Falange en los meses que precedieron al estallido de la guerra civil.
Lo que da a la Leyenda toda su fuerza y su carácter de obra sin par en el conjunto de la obra umbraliana (a mi juicio) lo es sin duda esa carga –destellante de genio a espuertas- de visión profética “hacia atrás”, de nuestra historia contemporánea y en particular de la historia de la guerra civil española. Umbral nos descubre –bajo el velo de la alegoría o de la ficción narrativa- lo que ningún otro vio o no tuvo la fuerza de proclamarlo en voz alta. La verdad de la muerte del fundador de la Falange. Lo que Franco sí conocía –por lo que Umbral nos da entender- y que se guardó siempre para sus adentros, mientras rendía  –forzado por las circunstancias- culto a la personalidad al Ausente por un lado, y por el otro, como se lee en la Leyenda, le hacía “soluble en entredichos” “Primo de Rivera, ese muchacho no está muerto. La República lo ha enviado a Rusia y los soviets le han castrado sus partes púdicas”…/…”Creo que al final tuvieron que ponerle una inyección para llevarle hasta el patio de los fusilamientos”…/…
Procuro no verter acrimonia allí digo pero es difícil de asimilar del todo una trayectoria pública como la suya –por más que haya acabado preferido hundirse en el anonimato- que no dejó de ejercer tan grande influencia y de jugar un papel y un protagonismo tan singulares por colaterales o tangenciales que ellos fueran en las trayectorias de muchos de menos edad que la suya –con una diferencia de unos diez años como mínimo- como fue el caso del que esto escribe. No acuso a Sigfredo Hillers de ninguna de las peripecias y calamidades que habrán surcado mi vida en estos últimos cuarenta años que fue cuando grosso modo le perdí (definitivamente) la pista, para solo volver a cruzármele –también un tanto indirectamente- muchísimos años después.

Sí le considero en cambio responsable de haber defraudado y frustrado de una u otra manera a muchos de aquellos jóvenes que le siguieron entonces y sobre los que ejerció una indudable ascendencia. A la vejez viruelas, reza el refrán. Y Sigfredo Hillers, bajo el seudónimo de "No importa" que prodiga desde hace años ya digo, en publicaciones azules –como los foros Azul Mahón hoy ya deasparecidos y en la página web Hispaninfo- se destapa las horas que corren fogoso y declarado partidario (bajo seudónimo, ya digo) del partido de Podemos, y de su carismático que me diga mediático líder en quien parece ver (mutatis mutandis) un nuevo José Antonio.

Está sin duda en su derecho ¿Pero por qué lo hace desde el anonimato? También su derecho (en democracia) se me replicará aquí de inmediato. Como sea, es penoso el leerle vaya dicho a modo de advertencia, y más aún el intentar descifrar lo que quiere decir en unos mensajes que parecen perderse con frecuencia en un monologo interior o un soliloquio no poco original y tan deshilachado e inconexo como inteligible (y anti-gramtical) que parecería propio de alguien en un estado de senilidad avanzada, lo que sin duda no es su caso, por eso que prefiramos achacarlo a confusión mental del tipo ideológico, o si se prefiere a un conflicto no resuelto de memorias históricas –como el que se vería plasmada en las novelas guerracivilistas de Umbral- que es la hipótesis que prefiere retener el autor de estas líneas.

Sigfredo Hillers, en aquellos años ya lejanos de mi militancia en el FES que él dirigía en la semi-clandestinidad y con la tolerancia implícita de los organismos del estado responsables del Orden Público y de la seguridad ciudadana –que nos podían haber puesto a todos de patitas en la cárcel de un día a otro y con la ley en la mano- profesaba y nos comunicaba a sus acólitos y prosélitos un culto de tipo iconográfico –y de martirologio- hacia la figura de José Antonio que se revestía -algo de lo que solo acabaría yo cayendo en la cuenta muchos años después- de todos los visos de una superstición religiosa o pseudo religiosa. Se me dirá que no difería mucho del culto que profesó el régimen anterior al fundador de la Falange, lo que no es en modo alguno exacto en la medida que el culto que profesaban al fundador los joseantonianos puros (para entendernos) se veía marcado de un toque o un sello de escisión innegable y en extremo beligerante, contra los "traidores" y en particular el mayor traidor de todos ellos (en la mente de todos, por supuesto)
Matanza de Paracuellos. Una gran parte de las víctimas de la misma lo fueron jóvenes falangistas madrileños, jovencísimos muchos de ellos. Paracuellos y sus víctimas falangistas eran el telón de fondo perfectamente reconocible de la réplica –en un tono tan dolorido y tan acerbo que a fe mía que me sorprendió- de Manuel Valdés, camisa vieja y jefe del SEU durante la República en la polémica -que seguí por la prensa desde Bélgica- en la que se vio envuelto desde las páginas del diario ABC, a mediados de la década de los noventa, con Miguel Primo de Rivera, sobrino (carnal) de José Antonio, tras la publicación a cargo de este último de “Los papeles póstumos”, en los que se daba cuenta fehaciente de los contactos –o guiños descarados- de José Antonio en dirección de personalidades y partidos de izquierdas, tras producirse el Alzamiento. Obviamente, Miguel Primo de Rivera actuaba en buen albacea –con años de retraso deliberado (por propia confesión)- certificando de paso la autenticidad de aquellos documentos. Y Manolo Valdés replicaba en defensa de su honor -el suyo y de sus camaradas asesinados en Paracuellos- puesto en entredicho en aquellos textos póstumos. Porque la sombra omnipresente que gravitaba en torno aquella polémica no era otra más que la (clara) defección de José Antonio, tras haberse comprometido él -y los suyos con él- en el Alzamiento (un dato que goza de consenso unánime al día de hoy en la historiografía)
Era la superstición joseantoniana –en estado puro-, como la llama Francisco Umbral sin ambages en la Leyenda del César Visionario. Un culto al fundador de la Falange en el que veían a una especie de Nuevo Cristo de la historia de España contemporánea traicionado por los unos y los otros, pero sobre todo por las derechas que fueron los que ganaron la guerra, un tema –el de la guerra civil- del que Sigfredo prefería no hablar y sobre el que cubrió –el tiempo que yo le traté asiduamente- un tupido vuelo (por lo menos delante de mí), en lo que a él mismo se refería y también –dato llamativo- a sus propios familiares, y en concreto a su propio padre, del que no nos habló -soy formal en lo que digo-, nunca absolutamente el tiempo que forme parte de su grupo (delante mí por lo menos)

¿Conflicto irresoluble –como el de la memoria histórica umbraliana- entre la memoria de la guerra civil que arrastra Sigfredo Hillers desde niño por la vía materna, como cuando madre e hijo salieron a alcamar a los nacionales en su entrada en Madrid al final de la guerra (tal y como él mismo acabaría revelándolo muchos años más tarde) de un lado, y del otro lado, la otra memoria, la de un padre ausente del que como ya digo su hijo no nos hablaba nunca? Yo no le veo otra explicación desde luego. Y así hoy Sigfredo Hillers esgrime a menudo en sus mensajes (bajo seudónimo) la comparación de la guerra del 36 –como queriendo quitar al hierro a toda costa y a toda prisa- con las guerras carlistas.

Comparaciones odiosas. Porque aquellas guerras civiles ya murieron en el recuerdo de una abrumadora mayoría y la guerra civil del 36 sigue ahí viva y coleando como lo demuestra e ilustra el debate -a todo arder- que abriría a escala de la sociedad española todo entera la ley (funesta) de la Memoria. Y mucho menos nos habló entonces Sigfredo Hillers de la muerte de José Antonio en Alicante ni de las circunstancias que rodearon las últimas semanas y sobre todo los últimos momentos de la vida de José Antonio preso en la cárcel de Alicante sino a repetir una visión endiosada o piadosa y hagiográfica por no decir idílica y por supuesto estrictamente conforme al modelo canónico de la buena/muerte (el de la antigua teología católico/romana) -en plan de morir mártir (confesado y comulgado) a gritos de ¡Arriba España! y con los brazos en cruz (o algo así)- que fue la visión que muchos heredamos (y mamamos) y que hace tiempo que se derrumbó de su propio peso, entre historiadores y biógrafos de su figura.

Dice Umbral en La Leyenda –en un episodio mitad ficción mitad verosímil sino probadamente verídico- que el entierro grandioso a la luz de las antorchas –orquestado por Ridruejo a no dudar- del ladrón quinqui robagalllinas, el falso José Antonio que se hizo pasar por el Ausente en la retaguardia de la zona nacional hacia el final de la guerra –como los falsos Balduinos de Flandes de la época de las Cruzadas–, consiguió hacer visual y ejemplar (sic) la muerte de José Antonio en Alicante. Y Umbral tenía razón, en parte: aquella escenificación nocturna hacía visual y ejemplar el hecho mismo de su muerte, oficialmente ignorada o negada en la zona nacional hasta entonces. Pero en lo que atañe a la circunstancias (más o menos exactas) de la misma habría que esperar, en lo que el autor de estas líneas se refiere por lo menos, muchos años todavía.
Sigfredo Hillers –la foto es de su última intervención pública, hace ya años- da muestras en la mayor parte de sus intervenciones hasta en las más recientes, de una inquina irreconciliable –y un tanto atípica- contra la dinastía borbónica (actualmente reinante) Y en ello se puede decir que influya la educación que recibió de niño y de joven en la España de las primeras décadas de la posguerra, por cuenta de una historiografía que les era en gran parte adversa. Pero no es de recibo excluir en esa inquina y en su republicanismo (“social/español” como él lo llama) un conflicto irresuelto de memorias, como en su amigo y correligionario –un poco mayor que él- Ceferino Maestú (de padre republicano fusilado por los nacionales), y como se puede decir que sea la regla en los joseantonianos/puros, o en una abrumadora mayoría de entre ellos por lo menos (salvo excepciones que no dejan de confirmar la regla) ¿Entre la memoria materna acaso, de la guerra civil y de todas las penalidades y vejámenes que debieron sufrir ella y sus hijos en Madrid en zona roja y de la impronta que le legó Frente de Juventudes en la materia, por un lado, y por el otro, la memoria propia e intransferible de la guerra civil de su propio progenitor del que no le oí hablarnos nunca ? ¿O acaso tiene en Podemos a sus propios hijos?
Y es que fue sólo la muerte atroz filmada y retransmitida en directo a la faz del mundo del coronel libio Gadafi sin duda alguna la que conseguiría hacer visibles o imaginables las circunstancias (escandalosamente) atroces de la muerte de José Antonio, en Alicante. Lo que da cuenta bastante sin duda del carácter de síndrome colectivo, de dolencia hereditaria de la que se revestiría en el conjunto de sus adeptos la superstición joseantoniana.

Y lo que explica a su vez grandes enigmas o interrogantes de nuestra historia reciente y de nuestra actualidad más cadente, como el hecho de que no consiga surgir en España (ni a tiros) una alternativa de verdad al bipartidismo actual y a las falsas alternativas –como la peste y el cólera- tales que la que viene a encarnar Podemos ahora. Y el que entre los que siguen proclamándose herederos o la encarnacion misma del legado del fundador, no haya surgido hasta hoy una respuesta por poco clara que fuese a las graves cuestiones que habran puesto en jaque  -y al borde también del ataque de nervios- a la sociedad y a la opinión pública española estos últimos años, a raiz sobre todo de la irrupción del 15-M, siempre a remolque aquellos de las opiniones de otros, mayormente de los de sensibilidad indignada. 

José Antonio fue un hombre de carne y hueso como lo demás, con sus grandezas y sus flaquezas, sus aciertos y sus errores. No fue un dios ni un alter/cristus tampoco. Ni un Superhombre, ni un héroe primordial de la historia de España. Incurrió en contradicciones (graves) en sus posturas como en su conducta y en su actuación política, que hipotecarían fatalmente nuestro futuro hasta hoy y de las que la más grave (por lo humanamente irreparable) lo sería su defección –¿cómo llamarlo de otra forma?- del Alzamiento justo en el momento que sus camaradas (comprometidos a fondo con la sublevación militar en su nombre) se veían arrastrados heroicamente a la lucha en campos y ciudades españolas cayendo a miles –como en Paracuellos- o sufriendo martirio y tormento en las más pavorosas de las circunstancias.

Sigfredo Hillers reconoció una vez –de lo que le tengo leído- que José Antonio preso fió su suerte a personalidades de izquierdas, representantes de fuerzas o de partidos a los que la Falange (bajo su dirección) había declarado la guerra durante la II República. ¿Cómo se llama esa figura? Se lo dejo a los celadores de su memoria que guarden todavía un mínimo de sensatez y de sentido común tratándose de aquél, y un mínimo de lealtad también a la Memoria heroica

2 comentarios:

Rodericus dijo...

No creo que NO IMPORTA sea Hillers. Es alguien de Barcelona.

Juan Fernandez Krohn dijo...

Quizás te estés confundiendo con un ausiduo ontrvienente en los foros Azul Mahon (hoy cerrados) en los que Sigfredo también intervenía, y que firmaba "No importa. Primera Línea", que sí me consta que fuera de Barcelona, porque fue el individuo que me insultó y del que la identidad completa -y el domicilio- figura en la sentencia del juicio de faltas que se siguió en Madrid por demanda mía. Saludos