miércoles, agosto 13, 2014

GAZA Y LOS IRANÍES

General Reza Khan, padre del futuro Sha, Reza Pahlevi. Una figura histórica olvidada y oscurecida (y denigrada) Luchó contra las influencias extranjeras especialmente de Rusia y de la Gran Bretaña y modernizó el Irán. Simpatizante de la Alemania nazi, fue derrocado por la intervención militar conjunta anglo/soviética en agosto del 41, por temor a que acabara adhiriendose al pacto tripartito, y al eje transcontinental que empezaba a tomar forma a favor del curso de la guerra: Berlin, Roma, Bagdad, Teherán y Tokio. Su régimen se revisitió de un fuerte sello nacionalista y tuvo siempre la enemiga del clero chíi anti-occidental, y en particular del joven Khomeiny, quien conforme a informaciones procedentes de servicios secretos occidentales difundidas con ocasión del triunfo de la revolución islámica, había sido desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, agente y espía de la Unión Soviética

Me he estado visionando el vídeo difundido por la cadena iraní en lengua española “Hispantv” sobre los acontecimientos de Gaza, de los inicios de la actual crisis. Lo he hecho en atención a todos aquellos que se sentirán a todas luces conmovidos (y convencidos) por esas imágenes, esos programas de actualidad que tienen mucho de guerra de propaganda, en esa como en, otras muchas cadenas televisivas de signo diferente al suyo algunas de ellas.

Y me mueve también a echar aquí mi cuarto a espadas, otra vez, en este tema, por cuenta de este video -después de haber manifestado aquí en una entrada anterior claramente mi postura, que no quedara la menor duda de donde y como me posiciono- la intervención en ese programa de un español que algunos presentan como una autoridad (sic) en política internacional y que tal vez lo sea, pero que fuera de esos canales (islámicos) se ve poco reconocido o acreditado la verdad sea dicha.

Fui un devoto de la revolución islámica, lo confieso, digamos no desde sus orígenes, pero si a partir de un cierto momento cuando se empezó a decantar a principios de la década de los ochenta en la imagen o impresión que conseguían dar en los medios en Francia donde yo entonces me encontraba, hacia una posición de claro anti-comunismo desprendiéndose de su ala izquierdista laica –para entendernos en parámetros y coordenadas que nos son próximos a los occidentales- encarnada en el que fue primer ministro en los inicios de la revolución, Bani Sadr, incensado en los medios occidentales, y cuya caída en desgracia sello pari passu la ciada en desgracia del régimen iraní en un sector considerable de los medios franceses y sin duda también en los demás países occidentales.
Jun Carlos y Sofia invitados en Teherán a finales de los setenta, poco antes de la caída del Sha. La revolucion islámica iraní -como la sandinista en Nicaragua- fue obra y gracia de los sueños de democracia universal del presidente USA, demócrata y fundamentalista protestante, Jimmy Carter, como las primaveras árabes lo fueron de los sueños islamizantes del presidente (negro) demócrata y cripto/musulmán Obama. Foco de inestabilidad permanente en la política internacional, el Irán desde entonces. Hasta no hace mucho por lo menos
Fui un devoto de la revolución islámica, sin llegar no obstante a convertirme al islam, aunque por los pelos, lo confieso (…) Creí a pie juntillas en esa vía ni de izquierdas ni de derechas –como la de la Falange-, que proclamaba la república islámica iraní a la faz del mundo. Con el tiempo y una caña no obstatne –en mis años de encarcelamiento en Portugal sobre todo- tuve ocasión de leer no poco de filosofía (y teología) islámica y vine a dar en un concepto, coránico, el “qalam”, léase la clave de interpretación, que me abrió los jos, o los limpió de escamas si se prefiere.

Una cosa era la revolución islámica tal y como se veía implantada, y otra como se veía exportada o vendida a la opinión publica del mundo entero. O interpretada si se prefiere mayormente al gusto y en la óptica del mundo occidental al que la revolución islámica tenia declarada la guerra. ¿Son galgos o son podencos? Ese cuento infantil que oímos tanto de niños sirve aquí como de anillo al dedo a la hora de adentrar (solo un poco) a mis lectores por los laberintos de una confesión (islámica) –chií- que se ve presentada a menudo como mucho mas cercana al Occidente –y al cristianismo- que su rival suní.

Y para ello me ayudaré también de un testimonio personalísimo de mis años de estancia en la cárcel portuguesa, donde me vi en la tesitura de tener que cohabitar con un masa de reclusos comunes, entre los que se encontraban también algunos casos atípicos –sin duda (y mutatis mutandis) como el mío- que no eran o no del todo unos reclusos como todos los otros.

Y entre ellos se encontraba un palestino miembro de un grupo guerrillero, envuelto en un atentado contra un dirigente de una tendencia rival en el Algarve portugués, y también un suboficial iraní, que aunque se encontraba preso allí dentro con cargos de derecho común, se mostraba en su conducta y en sus opiniones, solidario con el anterior, por los lazos sin duda de la hermandad islámica aunque el primero de los nombrados fuese de confesión suní, y el otro chií por el contrario.

Yo procuraba sortear el desafío que su presencia allí dentro me planteaba –el primero de los nombrados sobre todo (con la guerra del Líbano aun a todo arder) (…)- y hasta cierto punto conseguí salir del paso, en los escasos encuentros u ocasiones de charlar con ellos que la vida y el reglamento interno de la prisión me imponía. Llego un momento no obstante que vi de pronto claro como la luz, como una ilustración del cuento aquel de los galgos o de los podencos.
Anuar el Sadat, simpatizante del Nuevo Orden (nazi) en sus tiempos de joven oficial durante la Segunda Guerra Mundial, pagó con la vida el tratado de Camp David, y también el asilo generoso que brindó, en su larga travesía de exilio al Sha del Irán, que murió en Egipto. La revolución iraní fue una de las más grandes calamidades de la segunda mitad del siglo XX. Tanto como la revolución cubana
Y era el qué nos importaba o en qué nos afectaba o nos aprovechaba a nosotros a mí en concreto, a los españoles, aquella diferencia entre los unos y los otros, entre los chiíes y los suníes. Y fue con ocasión de un oscuro y trivial incidente en el que se vio envuelto el guerrillero palestino aquel -con el que yo hasta entonces había tenido a fe mía contactos llamémosles normales, sin enfrentamiento de ningún tipo- durante la comida en uno de los comedores que nos veíamos afectado, uno por cada galería, en una sección del establecimiento separada de las galerías de detención propiamente dichas, y en donde el régimen era más suave, hasta el punto que de un comedor a otro, situados de forma contigua en una de las alas –en forma de soportales- del gran patio de la cárcel, durante el tiempo reservado a la comida (o a la cena) se podía transitar con relativa facilidad entre un comedor y otro, con el permiso o visto bueno correspondiente de los vigilantes por lo general, aunque no siempre necesario.

Y así, cuando se produjo aquel incidente en el comedor en el que yo me encontraba–, a los pocos minutos de producirse hizo irrupción en la sala como una exhalación, al rescate a todas luces de su amigo en situación difícil, el iraní al que hice mención más arriba, al que todas luces le habían llegado ecos del incidente, que ni corto ni perezoso, y sin mediar palabra se dirigió hacia mí como una flecha –con intenciones visiblemente hostiles- sin poder alcanzarme porque otros frenaron su embestida entre medias, in extremis. No me hicieron falta más explicaciones no obstante.

Para aquel iraní chií, la otra parte beligerante del incidente en el que se había visto envuelto su hermano en la fe no podía serlo más que aquel español, enemigos histórico –en su mente sin duda alguna- del islam, sin distingos ni distinciones. Un incidente anecdótico que sin duda hay que relativizar en la medida que se lo merece. Pero que me curó  en cualquier caso de la fascinación que habían ejercido hasta entonces sobre mi la revolución iraní y su vía “ni de izquierdas ni de derechas”, que parecería en cambio seguir manteniendo cautivos a algunos de mis compatriotas como el comentarista de la cadena iraní en el programa sobre la actualidad en Gaza al que aludí más arriba.

Lo dije y lo mantengo, la existencia del estado de Israel es un dato irreversible del mundo en el que vivimos, por más que no lo sea el orden internacional que sigue reposando sobre las conferencias de paz que acompañaron el desenlace de la segunda guerra mundial ni se vea asistido de promesas de eternidad tampoco el ideal democrático que le sustenta (o fundamenta), al contrario de lo que Serrano Súñer en el prólogo a sus memorias profesaba solemnemente al cabo de los fracasos y de los desencantos.
En esa onda de simpatías que la revolución islámica del Irán cosechó innegablemente entre falangistas españoles -con su vía "ni de izquierdas ni de derechas"- cabe ver también un eco de la Leyenda joseantoniana del Ausente -y de la Revolución Pendiente-, una mitología que registra sorprendentes semejanzas con la doctrina del Imán Oculto en la tradicion chíi, con la que me familiaricé en un clásico sobre el tema, del orientalista francés Henry Corbin, durante mi estancia en la cárcel portuguesa
Y el reconocer ese dato, la creación del estado de Israel -que fue plenamente reconocido y aceptado en su momento por el concierto mundial de las naciones-, y preconizar al mismo tiempo la destrucción del estado hebreo como lo sigue haciendo (aunque con bemoles) la república islámica iraní, y en lo que parecía a todas luces asentir en el programa al que aludo el comentarista español aquel, marcando así el paso detrás de los iraníes, me parece contradicción in terminis.

¿Israel se salta a la torera la legalidad internacional como pretende la propaganda (fide) de los islamistas pro/palestinos? Secundum quid. Fuera del marco de esa guerra del fin del mundo y en lo que nos concierne a los españoles no se puede decir que desde que se selló el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países, e incluso de mucho antes, desde los tiempos de la creación del estado Israel, que el estado hebreo y sus agentes pecasen de intromisión en nuestros asuntos internos.

Y una ilustración la ofrece el problema más grave que los españoles hayamos enfrentado en las últimas decadas, a saber el terrorismo de la ETA. Un tema en el que a fe mía no puede reprochárseles nada a los israelíes. ¿Se puede decir lo mismo del régimen iraní, o del régimen cubano que anda rondando en esta polémica de lo más cerca?  Una cosa son los lobbies judíos en la esfera internacional o a escala planetaria, y otra en cambio muy distinta, la diplomacia del estado de Israel, que no difiere mucho de la de los demás países occidentales.

¿Me equivoco en mi dictamen, en mi apuesta? No lo creo. Es lo que pienso, desde luego. Salvo meliore judicio por supuesto. De otros que por las razones que sean abordan más de cerca el conflicto en el Oriente Próximo. Pero a fe mia que ni de Egipto ni de Siria, ni prácticamente de ningún país árabe, ni del mundo musulmán –con la sola excepción iraní a lo que parece, o la de turco Erdogan a lo sumo- nos llegan señales las horas que corren que de una forma u otra puedan contradecirme

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