lunes, julio 25, 2016

¡VIVA LA MUERTE!

Maurras es una estrella errante en la historia de las ideas políticas y del pensamiento occidental. Fundó una escuela que le sobrevivió, como lo ilustran casos emblemáticos en extremo de intelectuales que arrastran -y asumen- la etiqueta de maurrasianos y que no dejan de gozar de carta de ciudadanía en la esfera del pensamiento único -léase política e ideológica e históricamente correcto- en vigor de nuestros días, como es el caso del francés Patrick Buisson, consejero presidencial -antes de la ruptura de ambos- en los años de mandato de Nicolás Sarkozy, y también un autor belga que me habrá venido ahora a la mente con ocasión de una excursión que me llevó a Lieja ayer domingo, y me refiero a Marcel de Corte que no llegué a conocer pero del que no dejé de oir hablar encomiásticamente, siempre en un tono de respeto y de admiración, mis años del seminario de Ecône, escritor y profesor muchos años hasta su muerte, de filosofía en la Universidad de Lieja, y del que el maurrasianismo declarado -que siempre profesó en el transcurso de su trayectoria, lo mismo que su admiración por el estadista portugués Oliveira Salazar- no le pasó factura (como a otros) contra lo que cabía esperar tras la segunda guerra mundial por cuenta de su conducta en unos años de ocupación alemana en Bélgica que seria catalogada -hasta hoy- de irreprochable (sic) en medios históricamente correctos. Uno de los títulos de Marcel de Corte hace alusión directa a la obra temprana de Maurras “El Futuro de la Inteligencia ("L'Avenir de l'Intelligence") que gravita entre lineas de las especulaciones que vierto en este articulo a cuenta del célebre incidente del Paraninfo de la Universidad de Salamanca durante la guerra civil española. Maurras -que reivindicó y rehabilitó la Inteligencia (en el Antiguo Régimen)- no se hubiera rasgado las vestiduras por el grito de ¡Viva la Muerte!
La ley de la Memoria Histórica y las tentativas logradas o fallidas con vistas a su aplicación que se sucedieron hasta hoy plantean un reto magno a nuestra identidad individual y lectiva, que se funda e inspira precisamente en una memoria (histórica) Y el último botón de muestra de ese magno desafío lo es es la lista de calles a eliminar por franquistas (sic) del comisionado de memoria histórica nombrado por la alcaldesa Carmena, fiel en ello sin duda a esa conducta que habrán venido invariablemente observador ella y sus colaboradores (y colaboradoras), desde su ascenso (pactado) a la poltrona de la alcaldía madrileña, de tocárnoslos (con perdón) a cada minuto casi el tiempo que lleva de alcaldesa.

Así, el nombre de Millán Astray se vería sustituido en los planes del consistorio- por el de plaza de la la Inteligencia en una alusión directa (y no menos insidiosa) al célebre incidente que aquel protagonizó en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca con Miguel de Unamuno. Ese grito como aquí ya aqui ya lo dejé a etender en entradas anteriores admite una interpretación perfectamente racional -y no menos sensata- aunque se sea por cuenta de esa Sinrazón (sic) que reivindicaba Ambrosio de Morales, célebre humanista español del Siglo de oro, y con él sin duda tantos otros. No es óbice que la veracidad y la exactitud del grito aquél se vieron siempre puesta en entredicho.

Su divulgación en los primeros momentos se debió desde luego Serrano Suñer, cuñado de Franco (y llamado el Cuñadísimo) que mantuvo durante la guerra a la cabeza del grupo de los falangistas del cuartel general -junto con Dionisio Ridruejo- una enconada rivalidad con el general legionario de la que se hace eco Francisco Umbral en su novela La Leyenda del Cesar Visionario en algunas de sus páginas más logradas -a fuer de esperpénticas- en las que se ven plasmadas unas estampas del general legionario propiamente inmarcesibles, que no sacan menos a relucir el complejo, de padre y muy señor mio, que Umbral, hijo de padre (oficialmente) desconocido arrastraba a todas luces con el fundador de la Legion, al que cabe contar sin duda en la lista alargada de padres de remplazo de aquél, y en la que sin duda cabría incluir también al propio Franco.

Versiones que no dejaron nunca de hacerse oir, dan cuenta en cambio que Millan habría gritado exactamente ¡Muerte a la intelectualidad traidora! -esa que denunciaba por su parte Maurras (nota bene) en una de sus obras de mayor resonancia y densidad ideológica- y su reemplazo por la otra versión de ¡Muerte a la inteligencia! no hubiera sido menos -y eso sin duda es lo que fue- una victoria psicológica del grupo de falangistas del Cuartel general -los laínes los llamaba Umbral- en la guerra de propaganda y en una lucha por el poder donde todo valía sin duda alguna, que venían riñendo las diferentes componentes del bando nacional a la sombra de Franco. En la novela de Umbral, ambientada -en Burgos o en Salamanca- durante la guerra civil a la sombra del cuartel general del Generalísimo, Millán sale en cambio vencedor de aquella lucha de todas todas.

Como lo ilustra una de las escenas de mayor garra y y lustre de la novela, donde se ve a Millán de paso por la capital de la retaguardia y de visita en el café donde tenían su tertulia los laínes -Ridruejo a la cabeza de ellos-, a los que anuncia -sin duda en una provocación calculada- que venia para llevarse a Franco al frente, en vísperas de la batalla del río Alfambra y en los precisos momentos (diciembre del 37) en los que se estaba alcanzado un punto critico (sin retorno) en el desarrollo del conflicto. Y ante la reacción sin duda airada y desafiante del joven delegado de prensa y propaganda que se quejaba -en nombre de sus camaradas muertos en los frentes- de no haber sidos puestos antes al corriente de la noticia aquella, Millán le espetó (y cito de memoria): no te pongas histórico hijo, que hasta los intelectuales tienen su puesto en una guerra, yo ya no soy aquel (sic) que gritó muera la inteligencia. Soy más viejo que Franco y más veterano que él. Él y yo nos vamos mañana temprano al frente, quizás a morir por vosotros, los intelectuales. Ya veis si respeto yo la inteligencia. Y -así acaba el relato en la novela de Umbral- escupe sobra la mesa su cabo de puro masticado.

Y a fe mía que en ese trozo de genialidad literalidad tan típicamente umbraliano, el carisma personal del general legionario y (nota bene) su equilibrio mental salen perfectamente a salvo, me lo reconocerán aquí todos mis lectores. Qué reivindicación mejor desde luego que poner en la boca misma de aquél una defensa cerrada de aquel incidente que tanto empañaría su memoria entre algunos. Solo le faltó a Umbral completar las palabras de Millán en el incidente aquel -verídico o pura ficción- con la  segunda parte del grito aquél que le haría célebre hasta hoy en el mundo entero. ¡Viva la Muerte! (transcrito literalmente en todas las lenguas) Quién calla otorga

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