jueves, julio 21, 2016

CARMENA AFRENTA AL EJÉRCITO

Retrato célebre del general Millan Astray, uno de los grandes defenestrados del callejero madrileño en la operación de limpieza (ideológica) decidida ahora por la alcaldesa Carmena (marxista/feminista) Millan Astray, además de un ilustre (y laureado) general español es una gran figura de nuestra historia. Su grito célebre -de ¡Abajo la Inteligencia Viva la Muerte!- que tanto escandaliza a la izquierda española se justifica ampliamente, per se y en razón de las circunstancias -de tiempo y lugar- en las que fue pronunciado. Unamuno le provocó, le venia además provocando de antiguo, no era nueva por lo demás la aversión invencible que el general legionario le inspiraba. Millan Astray tuvo una reacción visceral, y su grito -mundialmente célebre- se presta a interpretación. Unamuno en cambio fue a lo personal, a "mojar", a dar en la llaga, tirando a degüello con sus alusiones al cuerpo mutilado del general legionario, hirientes y deshonrosas. Y Millan Astray en cambio se supo controlar, lo que salvó la vida al rector de Salamanca. ¿Un intelectual verdaderamente independiente Unamuno? Un funcionario del estado (sic) como él lo reconoció en mas de una ocasión, y una criatura a la vez de la Institución Libre de Enseñanza, que ya no existía cuando el incidente célebre habiendo hecho implosión al estallar la guerra civil. Y sin duda por eso se le sigue rindiendo culto iconográfico -ideológicamente/correcto, y a fe mía que sé de lo que hablo- en la Universidad Libre de Bruselas (ULB), modelo de inspiración de aquella en sus inicios, como sus propios fundadores -Giner de los Rios y demás- lo reconocerían
Hay de todo, nos asegura el diario (digital) de Pedro Jota, entre los nuevos nombres en sustitución de los depurados del callejero madrileño por el comisionado de la ley de memoria Histórica. Anarquistas, falangistas, mujeres, que me diga una mujer (Mercedes Fórmica, de la Sección Femenina), escritores -mayormente del bando de los vencidos- e incluso personajes literarios (Fortunata y Jacinta) Lo que no hay son militares, que constituyen en cambio el grueso -hasta mas de un ochenta por ciento)- de los ahora depurados.

El ejercito de la Victoria molde y modelo matricial del actual, es el chivo expiatorio por designación de la alcaldesa marxista/feminista y del comisionado de memoria histórica creado bajo sus auspicios y que preside la hija de un militar franquista (de un cuerpo auxiliar, de Tierra), léase del ejercito de los tiempos de Franco, fuera cual fuera su ideología, sus posturas políticas o su memoria histórica, que a lo mejor nos explicaban con creces la trayectoria de su hija.

Y entre aquellos se encuentra el nombre del general Fidel Dávila Arrondo, gran figura del bando nacional durante la guerra civil, un nieto del cual Rafael Dávila, ex ayudante de campo del rey Juan Carlos (nota bene) y que llego a general de división participó días pasados en la puesta en escena periodística de la reconciliación -entre descendientes de militares del bando de los vencedores y de de los vencidos del 36- que comenté hace poco en estas entradas.

Se ve que la reconciliación y el guerra civilismo, léase la marcha inexorable de la guerra civil interminable llevan rutas -y hojas de rutas- paralelas en la España de hoy, y están llamadas pues (por propia definición) a no encontrarse nunca. Uno de los grandes depurados del callejero madrileño en la lista que se ha hecho publica ahora lo es el general Millan Astray. Se le sanciona y castiga post mortem -de lo que cabe deducir- por el grito que dio -en uso de su libertad de expresión- de ¡Muerte a la Inteligencia Viva la Muerte! Un grito apenas, un eslogan, como lo fue ese de “¿Libertad para qué? de Lenín. Y se me antoja de pronto que la reputación y el honor post mortem de Millán Astray no sean una causa indefendible o perdida de antemano.
Octubre de 1940. Visita de Himmler a San Sebastián. Ni fue la primera ni la última que hizo a España. A la derecha de Serrano Súñer  (detrás de él), en el centro de la foto, el general Sagardía, condecorado en 1956 con la Palma de Plata, y ahora defenestrado del callejero madrileño -junto con otra figuras ilustres de la Victoria del Primero de Abril- por la alcaldesa Carmena. Fue un militar de destacada y brillante actuación durante la guerra civil, victima de una leyenda negra alimentada de infundios y rumores, sin pruebas. Operaciones de represalias como la que a él se le reprocha en el Pirineo leridano durante la guerra civil (junto a la frontera francesa)- las hubo en todas las guerras, y por supuesto en la guerra civil española y por supuesto en zona roja. Al “demócrata” Ridruejo le merece no obstante una evocación perfectamente honrosa y encomiástica incluso en sus memorias. Pero por si los ataques directos no son suficientes, los tiros por elevación se siguen abatiendo sobre su memoria, y son sus lazos con la Alemania nazi donde estuvo en comitiva en septiembre del 40, y que le valieron a su vez figura de anfitrión de aquel jerarca nazi en San Sebastian un mes más tarde. ¿Demonio encarnado Heinrich Himmler? Peor que eso, un vencido. Vae victis! decían los viejos romanos. Y el general Sagardía como todos los altos mandos del ejército nacional que tiene puestos en la picota (post mortem) la ley de la memoria histórica, fueron tal vez peor que eso -conforme a los baremos del pensamiento único en vigor en materia historiográfica-, a saber, soldados de un ejército victorioso que acabo rindiéndose (en el 45) honrosamente, por imperativos ineluctables, sin conocer la derrota. No se merecen deshonor por eso, como el que les viene infligiendo ahora la alcaldesa de la discordia. Otro botón de muestra más no obstante, que España perdió la guerra mundial en el 45. Y que la guerra -la nuestra, la guerra civil del 36- continúa todavía
El incidente y el grito aquél que hicieron a Millán Astray -más que cualquiera otra instantánea de su trayectoria- célebre en el mundo entero, se justifican sobradamente, per se y en las circunstancias que rodearon el célebre incidente. Unamuno dio un discurso en aquella ocasión fuera de lugar, y extemporáneo en extremo. Quería a todas luces seguir pontificando como en los tiempos/benditos cuando la Institución Libre de Enseñanza reinaba sin rival en los claustros y aulas de las universidades españolas -y como lo había hecho en los tiempos de Primo de Rivera-, pero esos tiempos ya se habían acabado por la sencilla razón que aquella saltó en pedazos, hizo implosión tras el estallido de la guerra civil, al mismo tiempo que sus principales figuras se decantaban a favor de un bando o del otro, como así sucedería.

Y el rector de la Universidad (estatal) de Salamanca venía a erigirse por aquel incidente en vestal inmaculada del Saber (académica universitaria , de la Ciencia y de la Filosofía. “Este lugar es el templo de la Inteligencia y yo soy su supremo sacerdote”, fue lo que dijo en el Paraninfo, y fue lo que dio pie al grito celebre del general mutilado que a la izquierda española tanto escandalizó siempre y por lo que se ve sigue escandalizando. Lo que pide a voces una apostilla critica a la luz de los últimos acontecimientos. Los paraninfos de las universidades de la España medieval y del Siglo de Oro, estaban ya muy lejos -en el tiempo y en el espíritu que se respiraba en ellas- del nuevo modelo de universidad que divulgó el liberalismo, en España sin duda más que en otros sitios.

Y no digamos del ambiente que reina ahora en muchas universidades de los países occidentales, y no hablemos -algo que que excusa de mayores abundamientos- del que reina hoy día en la mayor parte de las universidades españolas, En uno de sus textos de mayor calado intelectual, “El futuro de la Inteligencia” (L'Avenir de l'Intelligence), denunciaba Maurras el estatuto subalterno, de sumisión, que se veían reservados los intelectuales en nombre de la democracia en la nueva era que hizo irrupción con la Revolución Francesa. Secuela fatal, así lo veía él, de un proceso de sumisión a una oligarquía dominante -mayormente gracias al poder del dinero- emergiendo fatalmente en los regímenes democráticos en detrimento de la libertad (auténtica) de la que gozaban los intelectuales en la llamada Era Clásica (en terminología francesa), grosso modo el Gran Siglo francés, que vino a coincidir en gran parte con el reinado del rey sol (soleil) Luis XIV.

Y algo análogo podria decirse mutatis mutandis del estatuo del intelectual, léase del sabio y del hombre de letras en la España del Siglo de Oro. Y el caso de Quevedo -que alguno me podrían aquí objetar- no viene a ser mas que la excepción que confirma la regla. ¿Verdaderamente independiente el intelectual, ya sea científico u hombre de letras, en nuestros días? A otro perro con ese hueso. Y a fe mía que sé de lo que hablo de mi paso de antiguo por la universidad española del tardo franquismo (horrresco referens!) y posteriormente -años después- por las universidades belgas. Y esa falta de independencia en España, en la Universidad española es todavía más flagrante, presa de antiguo de una casta (pseudo) intelectual politizada y mediatizada a poderes políticos o económicos españoles o extranjeros.

Por todo eso, ese titulo de plaza de la Inteligencia que viene a sustituir ahora al nombre del ilustre general legionario nos suena más a provocación -una más- que a otra cosa. Y a más que eso todavía: el hecho de que militares ilustres sean los principales paganos de la operación de recambio del callejero madrileño, arrastra se quiera o no reconocer, un tufo inconfundible a afrenta e ignominia. En (grave) desdoro del honor de una institución y de sus miembros. Y de sus descendientes, como es el caso del autor de estas líneas

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