lunes, julio 18, 2016

¿RECONCILIACIÓN? LA GUERRA CONTINÚA

Manifestación a cargo del régimen anterior con ocasión de los “Veinticinco Años de Paz”, léase de olvido de la memoria de los vencedores, en una secuela innegable e indiscutible de la rendición del régimen de Franco a los aliados en el 45. Conmemoración de “la paz” precisamente cuando la guerra civil estaba a punto -segunda mitad de los sesenta- de rebrotar de forma impetuosa e incontenible. No hubo pacificación auténtica de los espíritus, como no hubo reconciliación, sino una tentativa unilateral -llamada fatalmente al fracaso- por parte (únicamente) de los vencedores y sus descendientes. Como sigue sin haberle ahora, por mucho que la escenifiquen algunos (a pedido de lo alto) Y no la habrá mientras que la guerra civil interminable se prosiga, que cumple ahora ochenta años
“Pedimos perdón por no haber sabido ser ministros de reconciliación en el seno de un pueblo dividido por una guerra entre hermanos” Así rezaba el párrafo mas polémico -y escandaloso y guerra civilista- de la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes del tardo franquismo (septiembre del 71) que retuve de memoria hasta hoy, lo que da idea sin duda de lo que me marcó, por lo insidioso y también por la potencialidad subversiva de la que daría muestras la frase aquella.

Y a las pruebas -innombrables, de la cronica de los años convulsos que inmediatamente se seguirían me remito -Hasta el punto que operaria de revulsivo en mi para acabar haciéndome vomitar (y con perdón) y el nuevo rostro de la iglesia aquella convertida en ariete subversivo de la primera magnitud y haciendo sacudirme de encima -con el tiempo y una caña- toda aquella cargazón subversiva de signo judeo cristiano que el catolicismo -más si cabe en versión española- arrastraría tras suyos con el correr de los siglos, como el veneno (De Maistre díxit) oculto en los evangelios.

Insidiosa en extremo aquella consigna de reconciliación como lo sigue siendo ahora, por inoportuna, por imprudente, y por la dosis de culpabilización colectiva que arrastraba fatalmente consigo, como lo ilustraba la frase de inicio de párrafo aquel por el que vendría el escándalo y la discordia. Y viene a cuento -en esta efemérides memorable del 18 de Julio por el reportaje aparecido ayer en el diario el Mundo -en el contexto de evocaciones y rememoraciones que por cuenta de aquella en los últimos días se viene produciendo-, bajo el titulo los hijos de la reconciliación, que me ha merecido la mayor atención y me habrá movido a darle a la tecla sin falta, en caliente (lo confieso) tratando de controlar y de domar a duras penas las emociones que la lectura del reportaje me habrá infundido.

Cinco generales del bando nacional y otros cinco del bando rojo frente a frente, mano a mano que me diga por hijos o nietos interpuestos. De lo más relevantes en el bando de los vencedores (oficiales) de la guerra civil, a saber, Franco, Dávila, Varela, Moscardó y Yague. Y del otro, un poco menos, y sobre todo no exactamente representativos o no del todo de un ejercito popular (sic) -no profesional- que tuvo en la ideología su principal bandera de enganche y de alistamiento. Dos comunistas, Líster, y Etelvino Vega, y tres legalistas dos de ellos beaturrones ademas, Gámir y Escobar -que se pusieron, el uno en Valencia, el otro en Barcelona-, del lado de la república siguiendo sin duda instrucciones (o admoniciones) del primado de facto de entonces en la iglesia español el cardenal Vidal y Barraquer, y gran patrón de la iglesia catalana (y regiones adyacentes), hoy camino de los altares.

El otro, Rojo, era un militar legalista (léase apolítico) y acabo “reconciliándose” por su cuenta hasta el punto que tras su vuelta a España en los cincuenta Franco le mandaba llamar para jugar a las batallas los dos solos en el palacio de pardo según lo afirmaba Umbral en uno de esos lugares comunes sobre temas o personajes que tanto le gustaban, tan característicos de su prosa y que repetía una vez y otra y otra. Los anarquistas y socialista faltan curiosamente a la cita, grandes protagonistas de la guerra civil dentro de la guerra civil de las ultimas semanas de la guerra civil. Que al fin y a cab os mandos miitares no eran má qe unos mandados en zon roja.A Casado -me refiero a sus descendientes- no se le pone falta (en el reportaje quiero decir) por vivir su descendientes fuera de España, pero por qué falta a la cita por ejemplo el general Miaja, una de las figuras mas relevantes del bando de los vencidos?

¿Y dónde están figuras de un protagonismo en del primer orden política y militar en el bando rojo republicano que al decir de sus propia propaganda llevaba acabo una guerra del pueblo y por el pueblo de (sic) contra militares (sic) insurrectos? ¿Donde está Companys en el reportaje, por ejemplo, donde esta la Pasionaria, Negrín, Largo Caballero, Indalecio Prieto, o el mismo Carrillo? No tienen descendientes en España ellos tampoco? ¿O acaso a esos -léase a sus descendientes- no se les obliga ni se les pide el reconciliarse?

Del lado de los vencedores, los contertulios que figuran en el reportaje no escapan tampoco al pase en revista, a comenzar por el nieto (primogénito) de Franco del que algunos no olvidamos todavía el triste papel que le fue reservado en un programa televisivo va hacer ahora cinco años, cuando una energúmena -de cuyo nombre preferimos no acordarnos- le insultó gravemente, a él y a la memoria de su abuelo, sin que reaccionase. Ahora nos enteramos que su abuelo nunca le habló de la guerra (sic) ¿Tenemos que creérnoslo? Mi difunto padre desde luego sí que me habló. Sin remordimientos ni complejos de culpa.

Y si fue así, el dato -todo menos trivial- se presta a todo tipo de interpretaciones y desde luego cuadra bien con la política oficial del régimen de hacer olvidar la guerra civil a las nuevas generaciones, en particular a los descendientes del bando de los vencedores, que entre los otros ese tipo de llamamientos tuvieron sin duda mucho menor eco o cayeron lisa y llanamente en saco roto. Y viene a ilustrar -como un botón de muestra más- el postulado histórico por así decir que vengo defendiendo desde hace tiempo en estas entradas, a saber la rendición de Franco y de su régimen a los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Entre las tertulianas figura la hija del general Varela que evoqué en el articulo que me ha valido hasta ahora el mayor número de entradas de este blog -unas nueve mil- por cuenta del que fue su marido Paco de Lucía.

Si a la mesa de la reconciliación, ademas del hijo del general Rojo se hubiera traído aquella no digo ya al que fue su marido -en efigie” me refiero- sino a una figura tan emblemática del guerra civilismo de posguerra como lo fue el Lute, gran amigo -a todas luces- del que fue su marido -del gremio uno y otro de “mercheros” (y aquí ya saben todos quienes me refiero)-, el protagonismo de ahora de la hija del general laureado nos hubiera sonado mucho más creíble. ¿La guerra se acabó en las trincheras, como en ese reportaje se nos martillea (a gusto)? Eso no es cierto, no es cierto que la guerra civil se haya acabado aún por la sencilla razón aunque solo fuera que ni antes ni después del Primero de Abril se redujo a una guerra de trincheras.

Y sin duda que la operación de ahora -a todas luces teleguiada desde la Zarzuela- se inspira en propósitos loables pero no deja de arrastrar un lado toxico por lo engañosa, y como tal embustera e insidiosa. Y es significativa que el reportaje del Mundo se merezca los mayores elogios de un vaticanista español especialista (profesional o amateur a fe mía que no lo sabría decir) en materia de reconciliaciones -con los vencidos de la guerra civil, con los lefevbristas (sic) con los legionarios de cristo (etcétera, etcétera)- que viene a contarnos ahora en su blog (de Infovaticana) que de niño en el colegio tenia un amigo al que llevaba a su casa a veces a merendar como si tal cosa, y que sólo muchos años mas tarde su propia madre le comentó que la madre de aquel amigo suyo al que recibía tan hospitalaria había sido de las mas que más se ensañaron exigiendo que matasen a su propio padre, léase el abuelo del vaticanista que aquí evoco (víctima como lo fue de la guerra civil) lo que éste venía glosar con que la reconciliación se había logrado en España (sic) hacía ya mucho.

Nos quedamos sin saber no obstante si lo reciproca se dio también, quiero decir si el descendientes -acomplejado- del bando de los vencedores tuvo derecho él también también a que lo recibieran de niño brazos abiertos en casa de su amigo del colegio (del bando de los vencidos), y que le dieran también (rica) merienda. Lo que hasta prueba de lo contrario me niego a creer, por descontado. Hubo rendición, eso es lo que hubo, un desarme o desmovilización (de espíritus) -en paralelo a la desmilitarización y desfacistización o desnazificación del régimen- léase una puesta a la defensiva y una apaciguamiento generalizado que fue mayormente unilateral, a iniciativa de uno solo de los bandos, y que el régimen anterior nos vendería en la propaganda oficial con lemas de lo más sintomáticos como el de los Veinticinco Años de Paz, precisamente cuando la guerra civil -segunda mitad de los sesenta- se aprestaba a rebrotar más impetuosa que nunca.

Y el resurgir (impetuoso) de la memoria de los vencidos en el tardo franquismo y en la transición (hasta hoy) prueba de sobra lo que aquí afirmo. No hubo reconciliación como sigue sin haberla ahora. Como lo ilustra si dudas les cupiera a algunos la crisis política que atravesamos. Hasta prueba de lo contrario, ya digo. Un solo gesto -o un guiño- uno solo por nimio que hubiera sido de la comunidad española emigrante en Bélgica -tan nutrida y numerosa- en mi favor las repetidas veces que me vi puesto en la picota en en Bélgica mayormente por la significación ideológica que me endosaban los medios belgas -de franquista o filo/franquista o de derechas o extrema/derecha- y doy mi palabra de honor que me hubiera tragado este articulo. A palo seco.

No lo hubo. Y es que no podía ser de otra forma. “Es verdad", me dijo no hace mucho con un acento andaluz (sevillano) inconfundible un zapatero español (remendón) -del barrio de Ixelles en el centro de Bruselas- con cuarenta o cincuenta años a sus espaldas de emigración en Bélgica por lo que contaba y al que tuve que "explicarle" mis orígenes, para que viese (o reconociese) en mí un español como él -harto ya que me nieguen e ignoren olímpicamente los suyos en los años (treinta) que aquí llevo residiendo-, que decía haber vivido la guerra de niño (en su Andalucía natal) “La guerra no se ha terminado todavía, tienes razón” Mirándome fijamente como si no lo hubiera pensado nunca (...)

Y a fe mía que aquella confesión tan imprevista -sin animosidad ni en el tono ni en el semblante- y el tuteo aquél  para con alguien que no era de los "suyos" (ése desde luego no debía ser del PSOE), me desarmaron un poco, lo confieso, y me dije para mis adentros, “por ahí se empieza” Mientras tanto, la guerra continúa

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