viernes, julio 01, 2016

AUSTRIA, TRAMPAS DE LA DEMOCRACIA

Desfile de las milicias de la Heimwehr por las calles de Viena, bajo el gobierno del canciller Dollfuss (mayo del 32, julio del 34) Austria arrastra de antes y después de la Segunda Guerra Mundial (y de la anexión al III Reich) una tradición plebiscitaria. Como se ha vuelto a comprobar en las pasadas elecciones presidenciales convertidas por los medios en un plebiscito entre izquierda y derecha. Y ahora resulta que no lo ganaron los que nos habían dicho que lo habían ganado. Trampas de la democracia.
Golpe de efecto. Como un rayo en el cielo azul que dirían los franceses. El tribunal constitucional austriaco acaba de ordenar la repetición de las elecciones presidenciales del mes pasado que dieron la victoria por un puñado de votos como quien dice -unos treinta mil apenas- al candidato ecologista (de izquierdas) frente al candidato del FPO (partido de La Libertad), catalogada de extrema derecha en los medios que orquestaron fuerte campaña en contra suya, en Austria y en el conjunto de los países occidentales (España incluida) Y la anulación de las elecciones se ve ahora justificada en base a las numerosas irregularidades (sic) -recuentos fuera del plazo, ausencia de observadores en las mesas electorales (...)- registradas en el recuento, aunque el fallo del tribunal excluya explícitamente la hipótesis de que las elecciones se hayan visto manipuladas.

El más noble destino de las urnas, escribió poéticamente José Antonio Primo de Rivera, es el ser rotas. Una cita que hoy parece pesarles por demás a algunos de los devotos más recalcitrantes de su memoria. Y el éxito de la frase, léase el de haberse perpetuado hasta hoy en la memoria, es botón de muestra fehaciente de la falta de auténtico consenso de la que adoleció el ideal democrático en la historia del pensamiento occidental desde los tiempos de la revolución francesa. En mis años universitarios la democracia, el ideal democrático se veía presentado entre mis compañeros como un ideal impoluto o una vestal sin mancha, pero no se pude decir que sus más esforzados adalides se esforzaran mucho en hacerla creíble a los mas escépticos y recalcitrantes -entre los que sin duda me encontraba- a la hora de llevarla a la práctica, como así ocurría en las asambleas aquellas interminables que culminaban todas -como un rito irrenunciable- por una votación mayormente a mano alzada.
¿Eran libres las votaciones aquellas en el ambiente insurreccional aquel tan crispado, del más alto voltaje, erizado de insultos y de amenazas y de gestos y voces de protesta y de desafío? No lo eran en la medida que la libertad de expresión brillaba en ellas por su ausencia, de todo lo que cuestionase o se opusiera de cerca o de lejos a los mitos y postulados que enardecían a los energúmenos -o energúmenas- que llevaban la voz cantante en aquellas discusiones interminables. Así es desde luego como aún hoy recuerdo todo aquello. Como una pesadilla interminable. “Pas de liberté pour les ennemis de la liberté” (“no hay libertad para los enemigos de la libertad”) era una frase de Saint-Just, el brazo derecho de Robespierre en la Asamblea Nacional Francesa, que gustaba mucho de citar -a modo de exorcismo- Monseñor Lefebvre y a fe mía que no le faltaban razones. De ahí al “libertad para qué?” de Lenín el trecho no era muy grande desde luego.

Pero no era sólo el ambiente (insurreccional, guerracivilista) lo que viciaba de raíz aquella democracia asamblearia de mano alzada, incluso las otras votaciones, de las de papeleta que también las había -de cuando en cuando- podían difícilmente escapar tampoco al control (un tanto tiránico) de la mesa de la asamblea, a aquellos (sacro santos) moderadores que gozaban de un prestigio sin falla entre mis compañeros universitarios de entonces, y que se veían investidos de una autoridad (moral) que ninguno de los participantes en las asambleas aquella se hubiera permitido poner en duda o en entredicho (sin atenerse de inmediato a las consecuencias) El que esto escribe sí que lo hizo por cierto.

Aquellos moderadores todos o casi todos ellos agitadores, no diría de profesión pero sí de tiempo o dedicación completa -militantes o adeptos en su mayoría (ellos y lo que les asistían o prestaban ayuda inmediata) de grupos o grupúsculos que nacían y desparecían a un ritmo vertiginoso en la clandestinidad (y en una nube de siglas inextricable)- se traían los deberes/hechos a las asambleas aquellas, como ahora tanto se estila decir en la política española. Y qué de extrañar, si no debían hacer en todo el día otra cosa, especie de “liberados” antes de tiempo -antes de que se pusiera en boga la expresión el terrorismo de la ETA-, fichados (por la Social) o sin estarlo, tenían todo el tiempo (y la vida incluso) por delante, y podían permitirse dar lecciones de democracia a los demás y también de saltarse la democracia a la torera controlando y orientando los debates y mangonenadonos manipulándo los resultados llegado el caso según les viniera en gana.

Así es como los recuerdo, ya digo. De trampas del sistema (sic) habrán hablado ahora algunos representantes del Frente Nacional francés -no propiamente la presidente Marine Le Pen, que habrá utilizado un lenguaje más comedido- tras conocerse el fallo del tribunal austriaco ordenando repetir las elecciones que les privaron a sus aliados del FPO de la victoria por la mínima. De trampas (congénitas) de la democracia, del ideal democrático, habría que atreverse a hablar sin tapujos ni complejos, evitando así el dar pie a la recuperación ideológica por parte de una retórica indignada -anti/sistema, de extrema izquierda- de democracia real, que viene así al rescate in extremis de los presupuestos o postulados ideológicos en los que se fundamente al sistema (sic) que ellos tanto combaten y denuestan.

La noticia por cuenta de las elecciones austriacas viene a suceder a rumores aventados por los perdedores de las elecciones del 26/J -y recogidos insidiosamente por el New York Times- de manipulación de los resultados. Comparaciones odiosas. En el caso austriaco hubo clara impugnación, y sin duda que lo reñido del resultado influyo en gran medida a la hora de verse aquella tenida en cuenta por el tribunal electoral. Los de Podemos -y en menor medida los del PSOE- son los herederos ideológicos (e incluso biológicos en muchos casos) de los manipuladores aquellos, y es difícil de creer que hubieran aceptado sin rechistar la más mínima sombra de irregularidad en el recuento. Y termino apenas de redactar estos párrafos cuando me llega por la red el desmentido formal de Pablo Iglesias en ese tema.

De una manera u otra, como sea, el Bréxit primero y la anulación de las elecciones austriacas ahora, justo después, se dan la mano a las claras o a escondidas apenas, y vienen a alimentar tanto lo uno como lo otro las especulaciones por cuenta de las elecciones del 26/J y sus resultados, lo primero, tratando de explicarse algunos el comportamiento de los votantes, lo segundo, tratando de cuestionar los mismos resultados. Si hubiera sido yo inglés hubiera votado Bréxit, como español no lo sé, y si los resultados de las elecciones del 26/J hubieran sido a la inversa no hubiera tendido empacho en impugnar los resultados o apoyar a los que lo hicieran.

No fue así y los indignados mordieron el polvo, tan cargados ellos de promesas . La noticia mas extraordinaria (parafraseando a Nietzsche) de toda un época de la política española

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