lunes, octubre 12, 2015

DOCE DE OCTUBRE ¡FELICIDADES ESPAÑA!

La plaza de Cataluña llena o casi llena a tenor de lo que indican las instantáneas graficas –y de lo que puede cotejar personalmente el autor de estas líneas que asistió a la concentración de hace tres años- da para bastantes miles más de lo que anuncia la Guardia Urbana. Un asistente sorpresa de última hora, Javier García Albiol (mi aplauso), y una ausencia clamorosa –y vergonzosa- la de Alberto Rivera y de su partido. ¿Posicionándose dentro y fuera de Cataluña por lo que puedan deparar las urnas? Siguen sin convencerme
Doce de Octubre, una fiesta nacional discutida como sólo puede serlo entre españoles. Hace nada leí en un aforismo de gran divulgación y de autor en cambio poco conocido que la forma infalible de distinguir a los distintos europeos era el oírles hablar mal de los otros, como los franceses, o el de ensalzarse a sí mismos, como los ingleses, salvo los españoles que se reconocerían (a menudo) y así sigue siendo (salvo honrosas excepciones minoritarias) -y sé (ay dolor!) de lo que hablo- por hablar mal de los españoles. Como si ellos no lo fueran o fueran extra terrestres o miembros de una minoría étnica, demócrata/españoles, emigrante/españoles, guerracivilistas vencidos del 36 o qué sé yo, dentro y fuera de Cataluña, dentro y fuera de Galicia y dentro y fuera del País Vasco.

Con ocasión de esta nueva edición de la fiesta del Doce de Octubre se nos han infligido de nuevo los mismos insultos y los mismas acusaciones infamantes hacia España y los españoles y nuestro pasado colectivo que tenemos que soportar de antiguo, con la salvedad que esta vez provienen de personas erigidas en puestos de dignidad, como sucede con los alcaldes (podemistas) de Cádiz y de Barcelona. Aquí ya me manifesté crítico en más de una ocasión –autocrítico que me diga- con el pasado español en América en lo que tuvo de fracaso colectivo por culpa de la llamada emancipación americana que siempre denuncié aquí y en otros sitios digitales –y no sólo- como una rebelión mestiza, anti-española.


No dejo no obstante de reivindicar el Doce de Octubre como cualquier español que se precie. No sin un regusto amargo o una impresión de fracaso, ya digo. Como lo experimenté en la celebraciones del 92 que me pillaron en Bélgica en donde residía a desde hacía años. Todas esas pujas españolistas del gobierno de entonces –en plena era del felipismo interminable- me resbalaban no poco, es cierto. Y el himno conmemorativo (de un filmm mlyk taquillero por entonces) que sonaba a todas horas como un anuncio publicitario –en cuanto que me ponía a la hora española me refiero- , me resultaba de un vacio y de un anacrónico bastante insoportable, la verdad sea dicha.

Una ambivalencia de sentimientos –que congreso- y también de ideas y de idealizaciones de nuestro pasado histórico que comparable a la que me inspira hoy el mundo hispano (o ex hispano) del otro lado del Atlántico, que el jefe del gobierno español acaba de reivindicar en un artículo publicado en la edición de hoy del diario el País bajo el título bastante resonante, copo lo puedo experimentar a diario o casi con el colectivo hispano de Bruselas, con lo que a fe mía procuro llevarme bien y con los que me llevé alguna sorpresa agradable debo reconocerlo, como si llevasen España mas hondo de lo que yo me podía figurar a tenor de un sentimiento personal e intransferible que arrastro de antiguo la verdad dicha, de mi experiencia americana, léase de mi estancia en Argentina que evoqué repetidas ya veces en esas entradas.

Entre Europa y América, así siento yo a España y a su papel en el mundo, aunque no estoy muy seguro que la similitud de planteamientos con el del premier español en el artículo citado no sea –lejos de reflejar una realidad cualquiera- sino pura coincidencia. Los borbones asumieron el imperio Español pero acabaron perdiéndolo, y no se trata pronunciándose en esos términos de hacer ni la menor concesión a la visión histórica –en el fondo antiespañola pese a su fachada hispanizante- del nacionalismo argentino con la que entré en contacto directo en mis años universitarios desde bastante antes de mi estancia en Argentina.

Pero es indudable que en la fermentación anti-española que acabo desembocando en la emancipación/americana cupo no poca responsabilidad al gobierno central, léase a la Corona –léase a la dinastía borbónica entonces reinante en la Península-, un reproche que se apropiaría no poco indebidamente el liberalismo español (en sus corriente moderadas) Y cabe hablar de una responsabilidad mayormente indirecta, por omisión, eso es cierto.

Al contrario de lo que ocurrió con la sublevación catalana -de la que ya me ocupé en recientes entradas- en la que cupio en cabio una responsabilidad directa y beligerante a los borbones franceses en la persona del monarca Luis XIII, hijo de Enrique IV y padre (putativo) del Rey Sol, Luis XIV, quien a su vez le hizo la guerra a España en los países bajos (“espagnols”) sin parar a lo largo de su reinado. Y que un Borbón, español aunque sea reivindiqué un pasado anterior al inicio del reinado de Felipe V de Anjou que demasiado a menudo parece que fuera a ojos de la familia real el hito fundacional de la historia de España –como lo habrá hecho agudamente observar José Javier Esparza en un artículo que aquí comenté recientemente-, nos retrotrae a un período anterior de la historia de Francia, de antes de las guerras de religión, y de la dinastía anterior a la de los Borbones, de los Valois, enemigos en el terreno de batalla de los españoles de los tiempos de Carlos V y que acabaron no obstante operando una aproximación con ocasión de las guerras de religión un siglo más tarde, y que como quiera que fuese participaron a su manera justo con españoles y portugueses en la aventura americana.

Y volveríamos a vernos juntos con ocasión de la llamada Guerra de los Siete Años (1756-1763) que puso fin al imperio francés de América de Norte de mucha mayor extensión territorial –a través del territorio actual del Canadá y de los Estados Unidos- que en la idea que nos hacemos hoy mayormente los españoles. Doce de Octubre, fiesta española. ¡Felicidades a todos! Dentro y fuera de Cataluña

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