viernes, octubre 23, 2015

"HOLOCAUSTO EUGENÉSICO NAZI" ¡PRUEBAS!

Sidi Amin Al Husayni, Gran Muftí de Jerusalén, en su encuentro con Hitler del 28 de noviembre del 41. Benjamin Netanyahu (fuera de toda sospecha) pretende ahora que fue aquél el verdadero instigador del holocausto/judío, provocando así un tsunami de escándalo y de protestas de los guardianes del templo. Y entre todos ellos destaca la canciller Merkel –complejo de culpa colectivo obliga- y el diario el País, faltaría. ¿Hay a día de hoy un pueblo, más sumiso, que se preste más al subalternaje y al servilismo para con los grandes de este mundo –del otro lado del Atlántico o por cima de los Pirineos- que los españoles (y me refiero a sus medios y a su clase política)? No lo creo. ¡Miré a los muros de la patria mía, queridas sombras!
Hay nombres iconográficos, no me digan. Que de solo oírlos parece que nos sintiéramos interiormente en la obligación de persignarnos (como hacíamos de niños) o a recogernos interiormente, y a guardar un reverencial silencio como si la divinidad hiciese súbitamente acto de presencia delante nuestra.

Que a fe mía que esa la impresión que conseguir dar entre muchos Pedro Altares –¡válgame un santo de palo!- en mis años universitarios (finales de los sesenta principios de los setenta), cuando la revista Cuadernos para el Diálogo dirigida o presidida por Joaquín Ruiz Giménez –el jefe del partido de Dios (como ironizaban algunos) al interior del régimen, en el tardofranquismo (o jefe de un gobierno marca vaticana en la sombra)- era una especie de vademécum o de biblia (progre) de bolsillo de muchos en la Universitaria madrileña, tanto estudiantes como profesores. Nunca le leí, mi palabra, ni él ni la revista en la que colaboraba (y no sé si llegó dirigir incluso)

Por una cuestión de alergia –o de fobia llámesele como se quiera- un tanto irreductible e insuperable. Y hoy cuarenta años después, la alergia –humildemente lo confieso- me dura todavía aunque las descargas de adrenalina no creo que fueran ya las mismas de lo que lo hubieran sido entonces, como me ocurría con otras firmas que sí me veía obligado a leer en cambio, por discurrir por los mismos puntos de paso (obligados) que eran los de mi medio o entorno familiar y sociológico.

Por la sección religiosa del diario ABC –y en particular la columna diaria de Martín Descalzo (¡como una tortura de la gota de agua meu deus!) por ejemplo o en otros periódicos de la mayor difusión de entonces, como Nuevo Diario, o el diario Madrid hasta que desapareció, e incluso del diario Pueblo donde Pilar Narvión –un botón de muestra apenas del síndrome de culpa (y de derrota) que arrastraban grandes nombres de la prensa del movimiento (y de la Sección Femenina)- que nos estuvo vendiendo durante años la vía chilena al socialismo de Allende hasta que el mito se vino abajo de la manera que todos recuerdan.

¡Ah! y también la revista –eclesiástica tendencia cristiano/marxista- Vida Nueva (y que me perdone José Manuel Vidal) que también rondaba en torno mío aquellos años. Y la columna político/religiosa que cubría en la revista Triunfo Enrique Miret Magdalena (que se me olvidaba)

Una serie de plumas flageladoras como así las experimenté –en propia carne, en mi sensibilidad (político/religiosa) a flor de piel que me diga- que como me ocurriría muchos años después con Francisco Umbral y sus novelas sobre la guerra civil trataba yo desesperadamente de evitar de leer para que no me amargasen a el resto del día y no se me pusiera mal cuerpo, aunque fuera más fuerte el leerlos que yo a veces y no pudiera siempre resistirme. Pedro Altares no me flageló en cambio, simplemente porque no lo leía, pero en mi mente formó parte siempre –hasta hoy- del bando o de la especie (de especímenes) de los flagelantes o flageladores.

Y ahora a mi gran sorpresa me entero que tuvo un sucesor en la persona de su hijo, Guillermo Altares, crítico de espectáculos por lo que leo en el diario el País, y que sorprende hoy a propios y a extraños con un articulo nada frívolo a fe mía, que cabría calificar a cambio de documento canónico –o ex catedra- sobre el holocausto y la segunda guerra mundial, en respuesta a las recientes declaraciones del jefe de gobierno israelí Benjamín Netanyahu acusando al Gran Muftí de Palestina de haber sido el instigador principal del holocausto, por la influencia que el dirigente israelí le atribuye ahora (a toro pasado) sobre el propio Hitler.

El artículo de Guillermo Altares, como no cabía menos de esperar, es un amasijo de leyendas (piadosas) política e históricamente correctas, o en otros términos, de mitos de fundación que se ligan y entrelazan –como plantas del genero rizoma- los unos con los otros, y del que el más sutil e influyente (e insidioso) lo sea tal vez el del holocausto eugenésico de los nazis, como si fuera la cabeza de la hidra venosa, en la ideología –y en la teología (sacra o profana)- del anti-nazismo (y anti-fascismo) de la que se derivarían todos los demás crímenes atribuidos al régimen nazi.

Había que exterminar a los judíos -reza la leyenda- por motivos puramente eugenésicos como si se tratase de una enfermedad clínica o de un virus (o de una epidemia, o de una infección piojosa), como a todos los seres racialmente/inferiores, como los gitanos, como los dementes como a los afectados del síndrome de Down, y como los fetos aquejados de esa o de otras malformaciones genéticas. ¡Pruebas!

Guillermo Altares no las aporta, en su lugar, se contenta él también con practicar –de tal palo tal astilla- la descalificación gratuita, esgrimiendo sin parar –como sacadas de un arsenal de armas secretas- las acusaciones de revisionismo y de negacionismo, y recurriendo a las consabidas fuentes –extrajeras- de los turiferarios del dogma, de lo político e históricamente correcto me refiero.

No entro –de puro propósito- al trapo del debate suscitado por las declaraciones –sin duda poco inocentes- del jefe del gobierno judío- sobre el gran Muftí de Palestina. Ya escribí sobre él en entradas de este blog y del anterior –y en otros sitios en la red- en mis abordajes de ese tema (sin duda de la mayor importancia histórica) de la alianza estratégica –que no fue mucho mas allá de eso- del Islam y del III Reich durante la Segunda Guerra Mundial. No me voy a repetir aquí de nuevo.

En su lugar, me permitiré una reflexión sobre ese gregarismo (como una segunda natura o un reflejo condicionado) que doy en llamar subalternaje (hispánico), el que parece retratar en nuestros días -como lo viene haciendo desde el inicio mismo de la era contemporánea, como un sello indeleble de los que imprimen carácter- a un pueblo que llego a encarnar la hegemonía a escala del planeta, como lo somos los españoles. Algo que me habrá confirmado el espectáculo penoso que suelen brindar muchos españoles o descendientes segunda, tercera o cuarta generación por cima de los Pirineos, como yo lo tengo repetidamente denunciado (cuando no les ataca la fiebre guerra civilista, eso también es cierto)

No se nos pide tanto, cabe glosar (parafraseando a Francisco Umbral) Ante esa requisitoria, como un pedimento fiscal contra negacionistas y revisionistas –entre los que parece andar el propio jefe del gobierno israelí en lo sucesivo (fuera de toda sospecha hasta ahora en el tema)- que vierte en su artículo de hoy en el País, el hijo de Pedro Altares, el que fue brazo derecho de Joaquín Ruiz Giménez –que debe ya andar (el también) camino de los altares-, versión laica y progre meapilas, marca “Escuela de Periodismo de la Iglesia” –¡menuda quinta/columna guerra civilista!- de un padre De las Casas en los tiempos del tardo franquismo (tardío)

Entre paréntesis ¿qué hicieron ellos, sus mentores o progenitores en la guerra?- De tal palo tal astilla, como decíamos

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