domingo, octubre 04, 2015

BARRRIO DE SALAMANCA ¿QUÉ LE HAN HECHO A LA CARMENA?

A Calvo Sotelo fueron a buscarle para asesinarle a su domicilio de la calle Velázquez, precisamente en el barrio de Salamanca. Del barrio de Salamanca surgieron como hongos jóvenes falangistas y de otras formaciones “de derechas” en la primavera caliente del 36. Y durante la guerra, la propaganda roja acusaba a la aviación nacional de “perdonar” a ese barrio en sus bombardeos de zonas urbanas de la capital madrileña, lo que –en el ambiente de odio fratricida incontrolado que reinaba en zona roja- venia casi a significar una condena a muerte de sus habitantes o al menos su puesta en cuarentena. Lo que se traduciría en el sinfín de sacas que en ese barrio se produjeron, de lo que puedo testimoniar de mi propia memoria familiar personal e intransferible. Un barrio pijo, de derechas que los que se encaramaron en las últimas elecciones a la alcaldía madrileña no perdonan, destapando así un poco más la anomalía guerra civilista que vienen a encarnar en la política española
¿Universitarios barrenderos? Otra idea loca de la alcaldesa rojelia. Son una maravilla los argumentos de estos traidores, decía el Duque de Alba de los insurrectos protestantes. Y son una maravilla las ocurrencias de la alcaldesa rojelia y de sus más estrechos colaboradores, cabe decir ahora. La propuesta –una simple sugerencia, se justifican ahora sus portavoces- ha levantado una polvareda de comentarios críticos a cual más sardónico y ocurrente. Y provocando también la rápida respuesta del estamento universitario, concretamente de una coordinadora de asociaciones estudiantiles que se han dirigido a la alcaldesa pidiéndola que busque alternativa (realistas e inteligentes) al botellón, en vez de mandar a los universitarios (sic) a hacer trabajos forzados.

La propuesta viene a ser la guinda del pastel de una serie de medidas polémicas que viene tomando el ayuntamiento como el cierre de ocho terrazas (ocho) –la primera de ellas la de Ramsés muy frecuentada, en la plaza de la Independencia frente al Retiro- todas ellas en el barrio de Salamanca el barrio pijo por excelencia en la imagen guerra civilista de un Madrid partido en dos –tal y como se vería (en parte) reflejado en las elecciones municipales del pasado mes de mayo- que arrastra la izquierda hoy en el poder en la alcaldía madrileña, y al que se ve que hay que castigar para que sirva de escarmiento a toda costa.

 Lo que habrá provocado reacciones perfectamente previsibles, y acusaciones de estar re encendiendo la lucha de clases, como en un eco de lo que venimos denunciando desde hace ya tiempo en este blog y tal y como lo habré hecho también en mi último libro donde acuso a Podemos de estar animados de un espíritu de odio de clase, y de querer desenterrar el hacha de guerra de la lucha de clases, entre clases medias y barrios bajos (y bajos fondos)

No soy del barrio de Salamanca, pero me ligan lazos a él como a tantos otros madrileños de otros barrios o distritos, y el declararle la guerra como lo está haciendo el ayuntamiento izquierdista es sintomático de una anomalía guerra civilista que salta cada día que pasa –desde que la nueva alcaldesa llegado al poder- mas a la vista del conjunto de la sociedad española.

Le tienen ganas al barrio de Salamanca, por la connotación de barrio “pijo”, de derechas que remonta al pasado que no pasa, a la Segunda República cuando de él surgieron –como hongos- tantos jóvenes falangistas y de otras formaciones de derechas (para entendernos) en la primavera del 36 y en el que residían tantas figuras emblemáticas de uno de los dos bandos que iban a haberse fatalmente enfrentados en la guerra civil, como fue el caso de José Calvo Sotelo, al que fueron a buscar para asesinarlo, a su domicilio de la calle Velázquez en el barrio de Salamanca precisamente.

Y remontándose también a la guerra civil donde la propaganda roja acusaba a la aviación nacional de “perdonar” ese barrio en sus bombardeos sobre el casco urbano de la capital madrileña lo que en el contexto del ambiente de odio y de enfrentamieno fratricida que se vivía en zona roja equivalía a la promulgación de una ley de sospechosos o a una condena a muerte de sus habitantes. El escritor oriundo Michel del Castillo evoca en una de sus novelas el domicilio en la calle Castelló de los suyos donde él vivió de niño durante la guerra, una familia de extracción social conservadora aunque su propia madre -rehén de la situación aquella en zona roja más que otra cosa- acabara adhiriéndose al partido comunista.

Umbral vivió en el barrio de Salamanca en los primeros tiempos de su trayectoria madrileña y en él ambientó en gran parte su novela “Travesía de Madrid” con la que no acertó a ganar el premio Alfaguara (1965) del que solo quedo finalista lo que como lo explicaba Ana Caballé en la biografía que le dedicó le produjo una gran decepción. Un barrio de fachas que le tiraba no poco a Umbral –como el de Arguelles (zona de Moncloa)- por esos complejos profundos de amor y de odio tan característicos de su personalidad compleja (y no poco traumatizado por el drama de sus orígenes)

La última de las propuestas surrealistas de la Carmena, como todas las suyas, habrá inspirado un articulo certero e incisivo en Libertad Digital en el que se evoca el SUT –Servicio Universitario de Trabajo- de los tiempos del régimen anterior. En realidad el SUT no era propiamente una idea del padre Llanos sino muy anterior a él, que nos venía como tantas otras cosas –como el Auxilio Social, como el Ministerio del Aire (hoy degradado al rango de secretaría)- directamente de la Alemania nazi.

Recuerdo un artículo que leí en una revista flamenca en neerlandés mis primeros años en Bélgica sobre el pasado nazi de Martin Heidegger en el que se exhumaba un discurso que pronunció de apertura del curso de 1934 en la Universidad (alemana) de Friburgo (región de Suabia) en su calidad de nuevo y flamante rector de la Universidad –nombrado lógicamente con el aval y la aprobación de los responsables del nuevo régimen- donde expuso su teoría “de los tres saberes”, el saber intelectual, el saber técnico y el saber manual y artesanal, con lo que venía a justificar y a enaltecer el trabajo manual de los universitarios alemanes encuadrados en las organizaciones juveniles del régimen nazi. Corruptio optimi pessima. Una idea ubérrima y excelsa, que en el SUT del tardofranquismo se vería corrompida y degradada sin remedio y enrolada en la oposición comunista al régimen y travestida en “pathos” o espíritu de lucha de clases. Por eso no me extraña que los universitarios madrileños no piquen en el anzuelo que les tiende ahora Doña Rojelia

Y no va descaminado Pedro Fernández Barbadillo diciendo que lo que pretende ahora Carmena no es más que lo que se hacía en el SUT y que lo de ella es un arrebato nostálgico –por aquello de que cualquier pasado fue mejor o por lo de aquel exabrupto irónico que “contra Franco vivíamos mejor"- de aquellos años del tardofranquismo cuando muchos de los que pasaron por el SUT –estrechamente dependiente de las organizaciones del Movimiento-, como puede seguir leyéndose en el artículo, acabaron nutriendo los cuadros del PC y de otros grupos de extrema izquierda que protagonizaban la subversión universitaria contra el régimen. Doy fe de ello ya digo, porque lo viví en propia carne.

Participé en tercero de carrera en una de las últimas campañas del SUT, no sé si la última, en el verano del 69 –con los rescoldos en ascuas aún de mayo del 68- en la provincia de Teruel a donde me mandó el jefe del FES, Sigfredo Hillers, con el argumento que se habían infiltrado los rojelios y había que darles la batalla allí dentro. Con lo que yo no contaba es con lo que nos descubre ahora Fernanndez Barbadillo en su artículo que a fe mía que me habrá hecho dar botes en el asiento. Y es que la infiltración llegaba hasta los propios servicios secretos (sic) del régimen. Sus pruebas y motivos tendrá Barbadillo para una afirmación tan rave y tan insólita que nunca oí o leí de nadie hasta ahora.

Con ello todo se explica desde luego. Y en particular esa desazón indefinible que me llevó al borde de la depresión, la que me producía el sentirme vigilado allí dentro durante la campaña y blanco de recelo o desconfianza de todos o casi todos, de los estudiantes como de los mandos y responsables de la campaña aquella, lo que venía a simbolizar a mis ojos aquel joven y brillante mando provincial del movimiento –el propio delegado provincial (aún lo visualizo)- que no creía mis ojos cuando se presento en una reunión de los participantes en la campaña como un aparición, vestido de uniforme irreprochable, camisa azul y corbata negra (un respeto) –que no se veían ya por el mundo- y que a mi gran sorpresa y desazón parecía entenderse a las mil maravillas con los más rojos -y con todos los visos de estar metidos hasta el cuello en la subversión- de los que participaban en la campaña.

Y fue sin duda lo que me hizo abandonar mi puesto –en el pueblo de Pozuel del Campo (lindando con la provincia de Guadalajara)- antes de terminar la campaña, sin asistir a la ceremonia de clausura de entrega de diplomas (y que sé yo) Y me escribe ahora un buen amigo sorprendido de la afirmación que me permití durante la última presentación que hice de mis libros en Madrid ante un público joven, que Franco se puso de rodillas ante las potencias vencedoras en el 45.

Por intermedio vaticano sí, lo dije –allí y en este blog ya repetidas veces- y lo mantengo. Y el episodio de la infiltración del SUT que aquí se evoca, como en general de todos los servicios y organismos e instituciones del régimen sin excepción, lo ilustra y lo confirma. Y no porque los tecnócratas –como pretende mi amigo- les hubieran ganado las batalla a los falangistas, sino porque todo estaba ya atado y bien atado como digo, desde el 45.

Franco salió del trance (tremendo) del final de la segunda guerra mundial confesado y comulgado –como buen católico e hijo obediente de la iglesia (un “silencieux de l’Eglise” le llamó la prensa francesa a su muerte)- y con una buena carga a la espalda de penitencia/impuesta , que fue cumpliendo paso a paso despacito y buena letra en los años que aún desempeñaría la jefatura del estado hasta su muerte, a saber lo que los aliados llamaban desnazificación -o desfascistización o desfalangistización-, en otros términos el desmantelamiento ideológico del régimen surgido de la victoria del Primero de Abril.

Para un viaje así, no necesitábamos alforjas querido Sancho

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