domingo, mayo 25, 2014
Cuando suenan de nuevo los tiros (poesía en domingo)
Vivir siempre en el aire, en el trapecio
de electrón libre entre el tumulto
en la picota de los medios
y en el vértice del torbellino
Tarea arriesgada, ardua y difícil,
flor de rara virtud, de arte exquisito,
Lo que les reservó la fuerza del sino
a unos cuantos predestinados,
Sin dejarse arrastrar, la cabeza fría
y sin perder tampoco el equilibrio.
Nuestra divisa, el emblema del destino
Cuando ruje otra vez la marabunta
y el vocerío de la calle y crece y crece
y se agita y se desmanda el gentío
y nos vemos solos, perdidos, vendidos
por tierra, al pie de los caballos
pero sin perder la facha ni el tipo
en el medio, de blanco de las mirillas
cuando suenan de nuevo los tiros
¿Qué me pasa, qué me ocurre?
De aquí y de allá me solicitan
Como ayer, como antes ¡Como nunca!
Como si la primavera riera
lo que se dice reír sólo ahora
en mi alma –y en mi cuerpo- y en mi vida
de una risa ancha y madura
que no conocía en mí a fe mía
-risa joven, risa niña, risa tuna-
que me llega ahora de la mano
del destino al atardecer (en su inicio)
nueva y flamante ¡Recién nacida!
Un cínico, un farsante (del francés “farceur”)
así me ven ahora algunos, divertidos
en el cruce fatal de caminos
en esta encrucijada abrupta
de un camino que viene de la derrota
entre senderos de espanto (y de esperpento),
camino del futuro (y de la Victoria)
Que de pronto me pongo a ver a otear
y a descubrir por detrás de las apariencias
frágil y efímero lo que parecía sólido,
asequible y cercano lo que me aparecía lejos
y al alcance de la mano y de mis medios
Y lo que antes me encogía el alma
Me la ensancha y levanta ahora en cambio
¡Ya ves Juan, lo que hacen los años!
Me susurra el duende en voz baja, despacio
Lo que me parecían barreras
se me vuelven pasarelas a mano
lo que me tiraba antes para atrás
me empuja ahora a echarme al asalto
¡Ya ves, me susurra el duende otra vez
lo que pueden las apariencias
lo que hace la magia, el engaño!
Escarmentando así en los otros,
De sus propias cuitas y fracasos
¿Y ahora qué? A punto de echar todo a perder
cuando ya toco la meta, la cima
con la punta de mis dedos lozanos?
¿O no? ¿Fue acaso un mal sueño, feo?
No fue nada, no fue como los otros,
sueños de profecía, de prefiguración
e imagen de la realidad, copia “conforme”
Más real que el presente (y que el pasado)
Como el que yo soñé contigo
así sin esperármelo, mujer,
Tras ver publicado (en fin) mi libro
Que me llega ahora como flor de mayo
De la Fe que puse en tí y en mí
al cabo de mil desengaños
(Un avión que se pierde -y sus luces-
en la noche clara de estío)
Canción romántica en francés
meciendo la noche suave
y transportando al poeta
a otros cielos, otras tierras
vecinas y a la vez remotas
(de la tierra/madre Europa)
Que me obliga (por las buenas)
a escribir a vuela pluma
los versos que caen del cielo
(del Parnaso…de la Memoria)
En espera del reencuentro
cuando te dejes por fin ver
y dejes de huir de una vez
¡Loba lobezna que eres!
Reposándote a la sombra
y huyendo del sol de estío
y de mí –tu otro sol- también
para mejor saltar y acometer
a esta tu pobre víctima
que te acecha (desde lejos)
y que no te quiere perder
aunque me hieras o me arañes,
ni a tí ni al calor de tus besos
aunque me muera de la sed
¿Y repetirlo mil veces?
¡No! ¡Siempre la primera vez!
de electrón libre entre el tumulto
en la picota de los medios
y en el vértice del torbellino
Tarea arriesgada, ardua y difícil,
flor de rara virtud, de arte exquisito,
Lo que les reservó la fuerza del sino
a unos cuantos predestinados,
Sin dejarse arrastrar, la cabeza fría
y sin perder tampoco el equilibrio.
Nuestra divisa, el emblema del destino
Cuando ruje otra vez la marabunta
y el vocerío de la calle y crece y crece
y se agita y se desmanda el gentío
y nos vemos solos, perdidos, vendidos
por tierra, al pie de los caballos
pero sin perder la facha ni el tipo
en el medio, de blanco de las mirillas
cuando suenan de nuevo los tiros
¿Qué me pasa, qué me ocurre?
De aquí y de allá me solicitan
Como ayer, como antes ¡Como nunca!
Como si la primavera riera
lo que se dice reír sólo ahora
en mi alma –y en mi cuerpo- y en mi vida
de una risa ancha y madura
que no conocía en mí a fe mía
-risa joven, risa niña, risa tuna-
que me llega ahora de la mano
del destino al atardecer (en su inicio)
nueva y flamante ¡Recién nacida!
Un cínico, un farsante (del francés “farceur”)
así me ven ahora algunos, divertidos
en el cruce fatal de caminos
en esta encrucijada abrupta
de un camino que viene de la derrota
entre senderos de espanto (y de esperpento),
camino del futuro (y de la Victoria)
Que de pronto me pongo a ver a otear
y a descubrir por detrás de las apariencias
frágil y efímero lo que parecía sólido,
asequible y cercano lo que me aparecía lejos
y al alcance de la mano y de mis medios
Y lo que antes me encogía el alma
Me la ensancha y levanta ahora en cambio
¡Ya ves Juan, lo que hacen los años!
Me susurra el duende en voz baja, despacio
Lo que me parecían barreras
se me vuelven pasarelas a mano
lo que me tiraba antes para atrás
me empuja ahora a echarme al asalto
¡Ya ves, me susurra el duende otra vez
lo que pueden las apariencias
lo que hace la magia, el engaño!
Escarmentando así en los otros,
De sus propias cuitas y fracasos
¿Y ahora qué? A punto de echar todo a perder
cuando ya toco la meta, la cima
con la punta de mis dedos lozanos?
¿O no? ¿Fue acaso un mal sueño, feo?
No fue nada, no fue como los otros,
sueños de profecía, de prefiguración
e imagen de la realidad, copia “conforme”
Más real que el presente (y que el pasado)
Como el que yo soñé contigo
así sin esperármelo, mujer,
Tras ver publicado (en fin) mi libro
Que me llega ahora como flor de mayo
De la Fe que puse en tí y en mí
al cabo de mil desengaños
(Un avión que se pierde -y sus luces-
en la noche clara de estío)
Canción romántica en francés
meciendo la noche suave
y transportando al poeta
a otros cielos, otras tierras
vecinas y a la vez remotas
(de la tierra/madre Europa)
Que me obliga (por las buenas)
a escribir a vuela pluma
los versos que caen del cielo
(del Parnaso…de la Memoria)
En espera del reencuentro
cuando te dejes por fin ver
y dejes de huir de una vez
¡Loba lobezna que eres!
Reposándote a la sombra
y huyendo del sol de estío
y de mí –tu otro sol- también
para mejor saltar y acometer
a esta tu pobre víctima
que te acecha (desde lejos)
y que no te quiere perder
aunque me hieras o me arañes,
ni a tí ni al calor de tus besos
aunque me muera de la sed
¿Y repetirlo mil veces?
¡No! ¡Siempre la primera vez!
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