martes, octubre 25, 2016

CRISIS DEL PSOE Y EMIGRACIÓN ASTURIANA EN BÉLGICA

Fernández como yo -por partida doble- el nuevo número dos (efectivo) del PSOE. Asturiano de Mieres, junto al Caudal, “la cuenca de los Fernández” ¿Signo de los tiempos, de que los tiempos y los vientos cambiaron en la política española y en la emigración española (de ascendencia asuriana) en Bélgica? sinceramente me lo pregunto. El auge de Susana Díaz y de Javier Fernández anuncia como sea la caída de Pedro Sánchez y con él del guerra/civilismo irreconciliable en el seno del partido socialista. Significativo en extremo -como no deja de recordarlo el diario francés de izquierdas Libération (fuera de toda sospecha) en un articulo de su edición de hoy-, de un país trabajado todavía (sic) por las barricadas de la guerra civil
Javier Fernández Fernández, el presidente de la gestora que rige el PSOE las horas que corren número dos (en la practica) del partido tras la caída de Pedro Sánchez, es asturiano de nación (como decían los antiguos) -de mi generación (un poco mayor que yo)- nacido en Mieres, en la cuenca minera y en un valle regado por el río Caudal, “la cuenca de los Fernández," como leí una vez que se la denominaba por aquellos parajes en un reportaje periodístico. Y a mi difunto padre -Fernández de primero y Díaz de segundo como el actual ministro del interior (toda un programa de concordia nacional, se diría, ese dúo de gentilicios desde hace unos días)- le oí siempre desde niño que nuestra familia -por la rama paterna de Fernández Díaz (andaluza de Jaén, de la localidad de Mancha Real)- provenía de Asturias en un pasado más o menos remoto, algo sin duda que él no hubiera sido capaz de documentar por sí solo pero que se veía fuertemente arraigado en la memoria familiar, la suya y de los suyos. Y la ascensión fulgurante en el seno del PSOE del actual presidente del Principado de Asturias confieso que me cuestiona personalmente por razón de su apellido -de sus apellidos que me diga-, pero no sólo.

Para nadie es un secreto o no debería serlo, ni en España ni en Bélgica tampoco que la gran mayoría de los integrantes de la comunidad emigrante española -primera, segunda o tercera generación- en Bélgica tienen ascendencia asturiana, ni tampoco lo es la marca o la reputación innegablemente guerra civilista que arrastran como un sello indeleble, algo que en mis treinta años de estancia aquí me hubiera gustado a fe mía ver desmentido, por desgracia hasta hoy sin éxito. “Sí", -me comentó una vez una chica belga, que me contaba tener amigos españoles de origen inmigrante, ante lo que le respondí que debían ser con toda probabilidad asturianos- "es cierto, decía ella ingenua, por razones que me escapan (sic), todos los chicos que conozco en Bruselas de origen español son asturianos” Elocuente en extremo ese comentario tan candoroso a fuer de inocente (y de femenino) -vox pueri, vox dei- del enorme y espeso tabú que rodeó siempre la inmigración española en Bélgica y más aun la porción de ella de ascendencia asturiana.

¿Emigración económica -ligada al sector minero- o política y guerra civilista de los descendientes de los vencidos de la guerra civil -y del maquis- en aquella región española? La del huevo y la gallina. Hace ahora ya más de cinco años, en los primeros meses del 2011 trabé contacto -episódico y efímero a fe mía- con el nuevo partido asturiano de Foro Asturias fundado por el antiguo dirigente del PP, Álvarez Cascos, y se me dio el encargo -que cumplí a rajatabla- de repartir propaganda electoral de la nueva formación que no era propaganda propiamente dicha sino folletos informativos a base de generalidades y de ejemplos prácticos sobre el proceso electoral y su funcionamiento en las elecciones autonómicas asturianas (con el membrete del partido, claro)

Me tome de lo más en serio mi cometido, ya digo, y me recorrí una tarde de arriba abajo barrios y lugares de transito -mayormente bares, y algún comercio también- de la comunidad asturiana en bruselas, sin olvidar al sede del gobierno regional en donde llegué a hacer entrega a los funcionarios funcionarios presentes, que me recibieron correctamente -y no sin cierta extrañeza en el semblante una de ellas-, una parte de mi mercancía.

Y me fui después como digo de un bar a otro, y al final del itinerario vine a parar al mas concurrido tal vez de todos ellos -entonces por lo menos, y es que no volví a poner allí el pie hasta hoy- en la inmediaciones de la Puerta de Halle, a la entrada de la Calzada (Chaussée) de Waterloo en la comuna de Saint Gilles donde se concentra de antiguo el grueso de la inmigración española en Bélgica de los sesenta -y sus descendientes- al hilo de un itinerario dentro de la geografía belga que les llevaría a la capital, Bruselas, tras el cierre de las minas en la región valona donde vieron primeramente instalados a su llegada a Bélgica. Un establecimiento, aquél, del que no retuve el letrero a la entrada pero que los miembros de la comunidad asturiana con los que hablé aquella tarde en los otros locales por donde pasé conocían por “el Márquez” sin duda en alusión al encargado -o patrón- del establecimiento, que fue tal vez el que me recibió a mí -por detrás del mostrador- con cajas destempladas por todo decir.

Salí de allí sacudiéndome el polvo de los pies -ya lo comenté en este o en mi blog anterior-, sin que nadie me echase tampoco, que conste, y fue tras los comentarios desabridos en extremo de aquél, visiblemente prevenido de mi llegada, que me esperaba por cierto con la escopeta levantada. “¿Sois españoles?”, pregunté ingenuamente al entrar tratando de romper el hielo, con mi bolsa de propaganda al hombro. A lo que se siguió un silencio glacial, que sólo rompió aquél al cabo de unos instantes interminables espetándome aquél (con cara de palo), “sí, somos todos españoles ese es español y ese y ese y ese” -señalando con el dedo a los clientes que se encontraban apostados de pie junto a la barra y que me miraban silenciosos (como figuras de cera), con cierta extrañeza, lo que aquél concluyó con una frase que me sonó a una advertencia, por no decir a una invitación a que me fuera de allí, y que no me hice repetir dos veces por supuesto. “¡Así no se entra aquí!” Una y no más santo/tomas, que fue oír aquella y salir por donde había entrado.

Nunca más volví ni al Márquez ni a ninguno de los demás lugares de reunión de ese colectivo asturiano en Bélgica, pero el suceso anecdótico y más que eso, no andaba ayuno de una moraleja, a fe mía de lo más sabrosa, y es que si es cierto que la sangre no llegó al río, quiero decir que si el enfrentamiento verbal aquél no llegó a mayores -que tampoco tenía por qué-, no era menos ilustrativo y sintomático de la barrera -psicológica y no menos infranqueable- que me separaba de aquel colectivo inmigrante, de antiguo, desde mi llegada aquí (hace ahora treinta años) y concretamente del encargado y de los clientes de aquel bar que se sentían a no dudar españoles (cien por cien) en Bélgica y que al mismo tiempo por las razones que fueran, a todas luces no me contaban a mí como uno más de entre ellos o no del todo, español como ellos, sí -¿quién me lo hubiera podido negar allí?-, pero un español de “los otros” (de derechas)

Así lo sentí desde luego. ¿Han cambiado las tornas en estos cinco años? Sinceramente me lo pregunto tras los cambios de natura propiamente cataclísmica que trae consigo -y que habrá sacado a la luz al mismo tiempo- la defenestración (aplicándole simplemente el reglamento) de Pedro Sánchez de la dirección del PSOE. Porque es un hecho irrebatible que el guerra civilismo irreconciliable se siente herido de muerte con la caída de uno de sus figuras mas emblemáticas, y que esa caída por parte de sus artífices principales llevan por apellidos dos que por razones evidentes y otras que acabo de explicar siento sin reservas algo mío.

Y el hecho además que uno de los dos artífices -o protagonistas- principales de ese revelo tan poco trivial lo sea precisamente el representante del socialismo asturiano, que con tan fuerte representación cuenta en la comunidad española emigrante en Bélgica. Y a buen entendedor pocas palabras sobran

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