viernes, octubre 07, 2016

BERNARD-HENRI LÉVY Y LA BATALLA DE ALEPO

Bachar Al-Assad está demostrando ser no sólo jefe de estado y líder guerrero si no también excelente propagandista. Como lo ilustra su entrevista de hace unas horas a una cadena de televisión danesa en la que denuncia la propaganda occidental (sic) por cuenta de fotos de niños víctimas de bombardeos. “Los medios occidentales tienen una visión sesgada en su cobertura de la guerra en Siria, y ponen en primer plano víctimas civiles de las zonas que no están bajo control del gobierno sirio” “En toda guerra hay victimas, y victimas inocentes.../...pero viendo las imágenes de los medios occidentales, se puede ver que publican sólo aquellas fotos de niños que convienen a su agenda política” Rechazando de plano en sus declaraciones la acusación propagada por los medios occidentales que el ejército sirio bombardea hospitales (etcétera, etcétera)
Bernard-Henri Lévy, a pesar de tratarse de un escrito (judío) de lengua francesa, se ve bastante divulgado en España, donde la alergia a lo francés sigue viéndose no obstante tan extendida. Y la explicación de esa popularidad (positiva o negativa a fe mía que no lo sabría decir) es simple: lo traduce y publica Prysa como si un lazo indisoluble les ligara para lo bueno como para o malo en la vida y en la muerte. El ultimo botón de muestra de ese servilismo tan desconcertante en el diario madrileño es un articulo de aquél, que me diga panfleto (periodístico o literario) -difundido primero en prensa latinoamericana (en Bolivia) y solo en cambio publicado hoy en la edición papel del Pais-, sobre la guerra de Siria y la batalla de Alepo. Mentiría si dijera que B-HL como se le designa a base de sus iniciales en la prensa en lengua francesa, me quita el sueño, pero mentiría también si dijera que me deja indiferente.

Y si es cierto que no me llevé nunca con él los berrinches que me llevaba con Francisco Umbral cuando me propuse empezar a leerle por sistema, no es menos cierto que me habrá puesto mal cuerpo otra vez esta panfleto suyo de hoy sobre al guerra en Siria como me sigue poniendo mal cuerpo el recuerdo de su protagonismo en la guerra en Libia. Y lo que colma tal vez el vaso de la paciencia -y de la flema y de la sangre fría- en mí es esa insistencia suya -tan atípica, tan fuera de lo común, tan sintomática a la vez- en servirse de sus escritos en temas de actualidad cadente -como el que nos ocupa- para exhumar sin descanso la memoria (beligerante) de los vencidos de la guerra civil española. Lo hizo en sus proclamas incendiarias durante la guerra en Libia - con evocaciones a la escuadrilla rojo/republicana de Malraux, por cuenta de los bombardeos aliados en Libia -que tanta mortandad y destrucción ocasionaron- contra el régimen de Gadafi y lo vuelve hacer ahora en un alegato insidioso culpabilizante y (sobre todo) amenazante comparando los bombardeos de Alepo al bombardeo de Guernica.

Lo tenía mucho mas fácil el escritor judío/francés, mucho más a mano sin necesidad de viajar por el túnel del tiempo hasta 1937 (y no el 36 como lo escribe en su artículo), le hubiera bastado efectivamente evocar los bombardeos israelíes de la banda de Gaza, con tantas victimas infantiles de las que notició en su momento la prensa global (fuera de toda sospecha) Lo que es sin duda mucho pedir en un defensor incondicional -en lo bueno y en lo malo- del estado de Israel, algo de lo que no hizo nunca secreto alguno. Pero está claro que este agitador filosófico -como así cabe llamarle- sigue viviendo la guerra de España como la seguimos viviendo algunos, ochenta años después, a saber como lo que sigue siendo aún, una guerra inacabada e interminable. Con la salvedad en mi caso de tratarse de una guerra que me concierne en primera fila por tratarse de mi propio país, de mi patria carnal, y de mi memoria propia familiar, lo que no es su caso o digamos que no del todo, y de inmediato me explico.

Bernard-Henry Lévy es hijo -así lo proclamo siempre al menos- de un antiguo brigadista internacional (judío) en la guerra civil española, y vista su insistencia en la recordación partidista y beligerante de nuestra guerra civil -a tiempo y a contratiempo (como hubiera dicho Pablo de Tarso)- cabe aplicarle aquel dicho francés sobre los emigrados (monárquicos) de la Revolución Francesa, “nada aprendieron y nada olvidaron” Y tal vez sea esa la razón ultima del complejo de amor y de odio que arrastra con una figura de la historia francesa de innegables tintes reaccionarios, uno de aquellos monárquicos recalcitrantes que nada aprendían y nada olvidaban y me refiero a Chateaubriand, que B-HL confesaba odiar (sic) en algunos de sus escritos de hace unos quince años, y que pondría años más tarde de ejemplo en cambio por su protagonismo (y padrinazgo) en la expedición a España de los Cien Mil Hijos de San Luis como un precedente de la intervención aliada en Libia contra el coronel Gadafi. Y es que está claro que B-HL al contrario de lo que parecen indicar síntomas inequívocos de la moderna historiografía extranjera sobre nuestra guerra civil -por ejemplo en Francia o en Bélgica- no aprendió nada ni le sirvió de escarmiento (ni a él ni a su progenitor por lo que se ve) la lección trágica de las brigadas internacionales, jóvenes y judíos (como él) en su mayoría, fanatizados por la ideológica comunista y que sirvieron de carne de cañón como suena, al ejército de la república, siguiendo las consignas bien precisas del padrecito Stalin.

¿Por que ese fanatismo guerra civilista en un escritor judío francés, extranjero en resumidas cuentas? ¿Por razones de sus orígenes judíos? Porque si no fuera así, vendría a ser, se me dirá aquí tal vez, la excepción que confirma la regla, pero está claro para mí que el problema que todas luces sigue arrastrando B-HL con España y con los españoles -por cuenta de nuestra guerra civil- no es un problema propiamente judío en cuanto tal sino el problema personal de un judío francés, el que él arrastra sin duda (en parte al menos) de su propio padre por lo que más arriba expongo. No hablo de oídas tampoco tratando se de este personaje,que conste. Conozco personalmente a B-HL. Fue en una feria del libro de Bruselas hce ya unos quince año en la que él estaba invitado -¿y como no? cabría decir- a dar una conferencia en el reciento de la feria, y que al final le chafaron (en parte) un grupo de “entartadores” -uno que era el jefe, Noel Godin, personaje conocido de los medias belgas, secundado por una colección de mujeres jovenees, que escenificaron su actuación a las mil maravillas hasta el desternillarse del publico presente -surgiendo y dispersándose de golpe como si fueran ratoncitos ( que me diga ratoncitas)-, y que acabaron metiéndole (endiabladamente) una tarta de crema por los ojos.

Y justo antes de aquel número, me acerqué al estrado donde se hallaba B-HL firmando autógrafos, para hacerles unas preguntas no recuerdo ya sobre qué, abordándole por cierto correcta y amablemente sin muestra de animosidad de mi parte alguna, y no se me olvidó su reacción de rechazo negándose a dirigirme la palabra como por un reflejo condicionado, como si me hubiera reconocido a través de los medios. Como si hubiera reconocido en mi a un enemigo, y no un enemigo cualquiera sino un enemigo íntimo en la medida que compartíamos -y compartimos- un mismo sino o denominador común de personas mediáticas tanto él como yo (para bien o para mal), que fue a no dudar lo que debió ver en mi y lo que le puso en guardia ante mi presencia. Un desafió personal que no me habrá quitado el sueño nunca después, ya digo, pero el que no dejé de recoger el guante, como lo vengo a demostrar de nuevo ahora.

Nunca creí en ese personaje, ni en la ideas y posturas que defendió (sucesivamente), ni en su trayectoria, por cierto no poco camaleónica. Y mucho menos en sus lecciones de moral rezumantes de moralina culpabilizante judeo/cristiana o judía a secas marca Wojtyla (del que B-HL es notorio devoto nota bene) Entre paréntesis en la conferencia suya a la que asistí no escatimó referencias (elogiosas) a Juan Pablo II, lo que tras el encuentro fallido entre él y yo -justo ates de dar inicio a su disertación- hizo que me diese (fatalmente) por aludido. Y ahora vuelve a las andadas, a leerles la cartilla (de moralidad) a sus desprevenidos lectores.

Pero esta vez ya sin convencimiento como si diera la batalla por perdida -en Alepo-, que es lo que traduce la amargura y el tono culpabilizados -contra Europa y sus habitantes- que destila este último escrito suyo. La compasión cristiana o judeo/cristiana, ese arma secreta que se demostró tan decisiva en Libia -y que B-HL tanbien esgrime- , no parece que esté dando ahora los resultados que algunos daban ya por descontado. Sin duda porque la opinión publica del planeta se aprendió la lección de una vez por todas.

Bernard-Henri Lévy y su leyenda. De flautista mágico -como su venerado papa polaco-, de judío magnífico y maravilloso, como un mágico tamborilero que se habría metido en un bolsillo al propio presidente (entonces) de la república francesa, Nicolás Sarkzoy convenciéndolo (él sólo) a atacar Libia, y probando así saber ocupar el centro de la escena de la actualidad más candente e incandescente, y pari passu sentirse como pez en el agua en lo mas hondo del misterio (judío) de la historia, como hubiera dicho el padre franco/argentino Julio Meinvielle (“horresco referens!”) ¡Menos lobo!

Una leyenda, ya digo. Y un personaje no poco estrafalario, lo que aquella esconde en cambio, que va de judío sionista por la vida, como otros van de mártires (judíos, cristianos musulmanes o lo que sean) Y que no se merece la credibilidad ni la solvencia moral -o ideológica o intelectual- que se le sigue otorgando en la gran prensa global (por lo que sea)

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