martes, agosto 30, 2016

PSOE A PUNTO DE IMPLOSIÓN

Felipe González, desde hacía tres días a penas presidente electo -y con quien protagonicé un incidente meses antes en el aeropuerto de Orly en París-, recibe a Juan Pablo II en su primera visita a España (el 31 de octubre de 1982) Lo seguí desde la cárcel portuguesa donde me encontraba, preso desde el doce de mayo de mayo de aquel año por mi gesto de Fátima. La era felipista -de trece años y medio- que dio entonces comienzo se englobaría dentro de la era Wojtyla, uno de los pontificados mas largos de la la historia de la Iglesia católica. Un dato sobradamente elocuente de por sí que no sabrían negarme los adeptos españoles mas fanáticos del papa polaco. Entonces precisamente dio también comienzo (nota bene) mi larga expatriación, hasta hoy. Está claro como sea que no debo nada al PSOE -no sé si otros lo podrán afirmar con tanta rotundidad como el autor de estas líneas- lo que me da el derecho soberano de apostar por su implosión, que tantos indicios parecen presagiar al hilo de la crisis política a la que asistimos las horas que corren
No les debo nada. Ni a los unos ni a los otros. Un deber de memoria no obstante -como lo declaré en una charla sobre memoria histórica que di (octubre del 2011) en el pueblo jienense (entonces con alcalde PSOE) de Mancha Real, del que procedo por la vía paterna- me liga al PP en la medida que tras la transición y el fracaso de la UCD fue la formación que vino a acaparar y a representar sectores sociles de los mas extensos entre lo que se vería comprendido mi medio familliar y sociológico de origen. Al PSOE en cambio no me liga ni eso.

Un partido del que el ascenso en la sociedad y en la política española marcó mis años (treinta ya) de expatriación y extrañamiento. Y cuyo resurgir -con la misma siglas nota bene que ostentó durante los años de la República y lo que se siguió-, a cuarenta años ya de su derrota en la guerra civil, vendría a ser -algo que veo hoy claro mas que nunca- una de las imposiciones que la rendición de Franco a los aliados en el 45, -con sus cláusulas implícitas o secretas, y sus hojas de ruta y su calendario a corto, medio y largo plazo- acabaría trayendo consigo.

El PCE hizo oposición y sobre todo operó subversión -entre violenta e insidiosa-, como la extrema izquierda anti-soviética y como los separatistas vascos de la ETA (estos mas violentos que aquellos), el PSOE en cambio brilló por su ausencia en los años del tardo franquismo. En la Universitaria madrileña -doy fe de ello- su ausencia fue total desde luego. ¿Donde estaban? Pues de vacaciones o en los organismos del movimiento -o de los que estos quedaba- y podía dar muchos nombres. El mismo Felipe González -que pasÓ por Bélgica, en los sesenta concretamente, no como hubiera cabido esperar por la Universidad Libre de bruselas -de etiqueta laicista (y masónica) y librepensadora- sino por las facultades Notre Dame de la Paix, de Namur (Bélgica francófona), filiales de la Universidad Católica de Lovaina, gracias (nota bene) a una beca de uno de esos movimientos diocesanos de apostolado obrero -todos de izquierda o de extrema izquierda- que pulularon en el posconcilio inmediato en el seno de la sociedad española, fue el tapado de los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial en la política española del tardo franquismo y de la transición.

Y a ese titulo protegido del régimen -y del propio Franco- como lo recordaba un comentario en este blog no ce mucho. Perseguidos? Si, ma non troppo, como otros perseguidos que no jugaban interpretaban menos la partitura que les tocaba interpretar. Y pienso en particular en un líder joseantoniano/puro -falangista anti-régimen- que cuando se hizo detener por vez primera -a finales de los cincuenta o principios de los sesenta- le presentaron en la comisaria un formulario a rellenar, de (entre otras preguntas) dónde habían estado los suyos durante la guerra, y el jefe de la Social (léase Brigada Político Social) de entonces le salio al quite, “bueno -le vino a decir- eso ya nos encargamos nosotros de rellenarlo” Hasta el papa Juan Pablo II se interesó personalmente por el rojo -e hijo de rojos- Felipe González cuando su visita a España en octubre del 82 semanas antes del triunfo del PSOE en las elecciones generales que ganaron los socialistas por vez primera, al comienzo de la era felipista.

Una reliquia de la guerra civil interminable, de los Ochenta Años (como la bauticé por mi cuenta y riesgo), el PSOE. Y como tal un obstáculo o una hipoteca que sigue gravando el horizonte de futuro de España y los españoles a mas o menos largo plazo. Y ahora ¡oh sorpresa! nos vemos de pronto los españoles en una tesitura individual y colectivamente que pude acabar llevando a su desaparición, por imposición o por defunción política. Más o menos previsible, fatal e inevitable Y es que la crisis política por la que atraviesa España desde las elecciones de diciembre pasado habrá tenido la virtud o la ventaja -no hay mal que por bien no venga- de sacar a la luz esa polarización guerra civilista que arrastramos los españoles de lo mas hondo de nuestro pasado irresuelto en el siglo XX y que durante cuarenta años grosso modo -desde los tempos de la transición política tras la muerte de Franco- habrá conseguido en lo esencial pasar desapercibida o disimulada.

Con el bloqueo no obstante al que asistimos desde ya hace un rato esa fachada de apariencias habrá saltado en pedazos, y el mundo mira de pronto absorto ante esa polarización entre derechas e izquierdas, sin parangón en ningún otro país occidental -ni en Portugal siquiera- en el panorama político de la posguerra. Hasta el punto que despierta la atención de sectores de la opinión publica inglesa tal vez predispuestos -por rezones históricas (antiguas) contra España pero no menos caracterizados por una imparcialidad y una flema (marca “british”) proverbiales, de la que habrán dado muestras de antiguo tratándose de España y de sus asuntos, como lo ilustra esa vieja tradición de ingleses hispanistas, e incluso el que su sectarismo demagógico (de izquierdas) del que algunos de ellos haya podido hacer gala en el pasado se ve atenuado por el juego limpio (fair play) y esa flema tan “british” de la que carecen otros extranjeros marcados (al rojo) por esa pasión española (sic) de izquierdas -François Furet díxit- que se remonta a la guerra civil española.

Y botón de muestra de esa extrañeza ante el bloqueo político español al que asistimos lo ofrece un análisis reciente sobre la situación española del influyente diario londinense Financial Times, que por una vez se arriesga a meter baza en el juego político español y endilga al actual dirigente del PSOE (Sánchez) la responsabilidad mayor en el prolongación y en la resolución de la crisis. No les debo nada ya digo, y eso me confiere una libertad -tanto en el foro interno como en el plano de manifestación exterior- a la hora de augurar un fin cercano a esa formación política de la que siempre me sentí irreductiblemente extraño.

¿Afloraran los primeros signos de esa descomposición, de esa muerte por implosión o por extinción ya mañana en las primera botón de la investidura, como lo deja presagiar la división latente en el seno de ese partido de cara a la actitud a seguir entre el no (y no) a Rajoy y la abstención posibilista? La hipótesis no es de excluir en modo alguno desde luego. Y esa es mi apuesta

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