sábado, agosto 13, 2016

FIDEL Y GADAFI

Que pague uno por todos, ley de hierro -o de bronce- de la historia universal. Y el coronel Gadafi pagó sin duda por todos los lideres tercermundistas que desafiaron a la primera potencia del planeta en los años de Pax Americana tras el final de la guerra fría (y de la caída del Muro) Todos ellos escarmentaron en cabeza ajena con el coronel libio, y acabaron agachando la cabeza, Fidel y su hermano Raúl entre ellos por supuesto. El único que no lo hizo -sin duda porque el combate de aquellos no era el suyo- lo fue el sirio Bachar el Assad. Y en esa mirada tan desorbitada que luce Fidel a sus noventa años, algunos nos sentimos en el derecho de ver reflejado el espanto de escenas como la de la foto, retransmitidas en directo al conjunto del planeta y que Fidel no dejó de seguir igualmente en directo sin duda alguna, como su hermano. Con ello todo se explica de la evolución reciente del régimen cubano
El Comandante y Líder Máximo cumple hoy noventa años. ¿Feliz Aniversario? Que se lo deseen los suyos. No fui nunca devoto de Fidel, y ahora tampoco. Sin duda (en gran parte) por razón de esa memoria familiar de españoles de Cuba que llevo conmigo a cuestas -de repatriados tras la independencia, descendiente incluso por la rama que decidió quedarse allí, del primer presidente que tuvieron de la república- que se habrá visto en cambio enterrada generación tras generación en la memoria colectiva de los españoles tras el 98. Como le ocurrió sin duda al propio Fidel y a los suyos, emigrantes en Cuba de después de la independencia (partidarios de los rojos nota bene durante nuestra guerra civil como lo fue el ochenta por ciento de los españoles de la isla) "Fidel Castro -escribió Umbral en su último libro “Amado Siglo XX”- fue una creación de todos nosotros", sobreentendido, nosotros los periodistas.

Y se admite comúnmente, es cierto, que el despegue de su trayectoria fulgurante -cuando aún se encontraba perdido y acosado en el monte como una alimaña (en Sierra Maestra), se lo dio una entrevista -con foto en la portada- que le dedicó el New York Times (febrero del 57) en los tiempos ya nota bene de la presidencia Eisenhower, que gravitó de su influjo innegable y más o menos cercano -y de su control y de supervisión permanente- sobre el triunfo de la revolución cubana (enero del 59) dos años mas tarde apenas. Fui pues anti-castrista militante (confiteor), por anticomunismo (“ambiental”) aunque en mi caso no fuera el único móvil, ya digo. Y lo fui además precoz, desde niño con once años apenas cuando seguí al minuto casi -con los limites en materia de comunicación que eran los de entonces-, como si me fuera la vida en ello, el fracaso del desembarco anti-castrista de Bahía de los Cochinos.

Antes aún, con nueve años seguí en la televisión española naciente -de la que en mi familia fuimos los pioneros de nuestro barrio- la cobertura triunfalista, favorable, apoteósica (así lo viví y lo experimenté desde luego) que reservo TVE a la entrada triunfal de Fidel en la Habana y de sus guerrilleros barbudos y de rosario al cuello, que me parece que aún lo estoy viendo. El desencanto de los medios españoles y del aparato de propaganda del régimen -y del grueso de la población en consecuencia- vino rápido, y a lo largo de los años, después, no dejé nunca de oír en la boca de mi difunto padre un comentario reprobador y despectivo de aquel alarde de beaterío de los guerrilleros castristas que acabaría revelándose rápido lo que era, no más que un ardid propagandístico sin duda dirigido especialmente a España y los españoles. Como si él mismo se hubiera sentido personalmente engañado (ideológicamene) y estafado por los alardes de religiosidad de aquellos guerrilleros y de su líder.

Como sin duda les ocurrió a muchos otros españoles de su generación. El régimen naciente en la isla del Caribe sobrevivió mal que bien a los últimos estertores de la guerra fría y de la crisis de los misiles y por vuelta de la segunda mitad de los setenta cuando yo hice mi entrada en la universidad su prestigio e influjo alcanzaban ya un cénit entre los universitarios españoles, reforzado por el mito naciente entonces -tras su muerte en Bolivia- del que habia sido uno de los hombres fuertes del nuevo régimen, el Che Guevara. La década siguiente (años setenta) la deificiación de Fidel -y su demonización en simultaneo- llegaría a su apogeo, con la erupcion guerrillera al sur del río Grande, que fue una de las secuelas principales del la consolidación del régimen castrista.

En mi libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera” situaba al castrismo y su expansión en la esfera internacional y en particular en el mundo de habla hispana -incluida España- en la serie de hitos que fueron jalonando la guerra civil española interminable, y sin duda que tendría que matizar mi juicio un poco. Castro, tras el celebre incidente con el embajador español Lojendio (20 de enero de 1960), no se decidió a romper con Franco y su régimen aleccionado sin duda por lo sectores que le eran afines en la Casa Blanca -todavía con Eisenhower de presidente-, ni Franco se decidió a romper con la Cuba castrista sin duda porque así se lo aconsejaron, o incluso prohibieron los norteamericanos, una imposición mas en la serie de ellas que las potencias aliadas anglosajonas impusieron al régimen de Franco tras su rendición en el 45.

Es cierto que el régimen de Castro no protagonizó directamente episodios o capítulos de guerra asimétrica en contra del régimen de Franco, acantonándose mayormente -salvedad hecha nota bene del santuario que siempre brindaron a los terroristas de la ETA- al terreno de la guerra de propaganda y del proselitismo (pro marxistas) y del estrellato ideológico y de la manipulación de la opinión publica -en particular entre españoles- en unas campañas jaleadas en los medios occidentales en las que la reivindicación ideológica marxista (leninista) no dejaba de jugar un papel dominante en una época marcada por la guerra fría, por su incidencia inevitable sobre todo -a modo de efecto colateral- en la guerra civil española interminable en la que la ideología marxista jugó desde el principio un papel (de combustible y detonador) determinante. Tras la caída del Muro y el derrumbe de la Unión Soviética todos vendieron la piel del oso y daban al régimen castrista muy poco tiempo de vida yendo incluso algunos hasta predecirle un fina análogo al de Ceausescu como así lo oí de mis propios oídos en una programa radiofónico español -pro castristas la víspera todavía (...)- que escuché desde Bélgica a seguir al triunfo de la revolución rumana.

Fidel -como Franco, cabe glosar- alcanzó a sobreponerse no obstante a un medio hostil, y a veinticinco años ya de la desaparición del bloque comunista -en suelo europeo me refiero- sigue aún en vida y en en el machito como quien dice de padre de la patria (y de la revolución) dando consejos y sermoneando a quien se presenta y cuando le da la gana. Su protagonismo mediático no viene menos no obstante a camuflar la evidencias, y en particular esa reconciliación anunciada y celebrada a bombo y platillo en la prensa global con la Casa Blanca -y su presidente, Barak Obama- en lo que no puede ser visto menos que como una rendición en toda regla, tratándose de un país -los Estados Unidos- que jugó siempre en al propaganda castrista un papel (de enemigo publico numero uno) análogo mutatis mutandis a ese otro (de Gran Satán) que vendrían a jugar en el Irán de Khomeiny tras el triunfo la revolución islámica. Fidel y su hermano Raúl habrán acabado al final de rodillas -por intermedio y con la bendición de su amigo el papa argentino (al que se habrá visto el plumero no sé ya cuantas veces)- ante el Imperio yanki encarnación del imperialismo (capitalista), discretamente no obstante sin que se notase demasiado.

Y a camuflarlo y hacer tragar la píldora a la legión de partidarios de la revolución cubana en el mundo entero, se empeña ahora a sus noventa años el Lider Maximo valiéndose del culto iconográfico que le sigue siendo tributado por muchos mundo a través tanto a nivel de los medios como de sus masa de adeptos colectiva e individualmente considerados. Y no dejo de estar convencido -a falta de pruebas tangibles- que en la claudicación final del régimen castrista haya jugado un papel disuasivo -de “schrekkenbild” como los alemanes le dicen- la trágica suerte que se vio reservada al socaire de las primaveras árabes al coronel libio Gadafi uno de los mejores amigos en la palestra de la política internacional de Fidel y aliado incondicional y gran propagandista como siempre lo fue de la Revolución Cubana. Cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar, reza el refrán, y si es cierto que Fidel aún luce las suyas, ni la expresión de su rostro es ya la misma ni él mismo es ya lo que era.

Una reliquia, lo más que viene a ser aún hoy Fidel- del orden internacional surgido de la paz de Yalta y del equilibrio de bloques en el que llegó a jugar un papel tan destacado. E incluso en esos ojos tan desorbitados que luce en permanencia en los documentos gráficos que se vienen difundiendo de él los últimos años, cabe ver reflejado el espanto de las escenas más crueles y macabras de la ejecución brutal y salvaje de su amigo el coronel libio. retransmitidas en directo al conjunto del planeta (por cuenta de la democracia) Otro amigo notorio del coronel libio, el abogado estrella francés Jacques Vergés, no sobreviviría a ello -entre paréntesis- ni unos meses tan siquiera.

Gadafi pagó por todos ellos. Por Fidel y los demás lideres tercermundistas del planeta. Pero sin duda todos ellos, a comenzar por Fidel escarmentaron en cabeza ajena y acabaron agachando la cabeza. El único que no se dejó intimidar por la muerte del coronel libio lo fue el sirio Bachar el Assad que se lo jugó todo a una carta -la carta rusa- y saldrá a no dudar del trance sin haberse puesto de rodillas (como Fidel) ante sus enemigos de antaño

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