domingo, septiembre 04, 2016

¿PIJOS, FRIQUIS? ¡ROJOS Y MERCHEROS!

Manuel Fraga Iribarne, de uniforme del Movimiento en su calidad de ministro de Información y Turismo del régimen de Franco. “¡La calle es mía!” declaró más tarde con ocasión de los sucesos de Vitoria (marzo del 76) Y es innegable la fijación nostálgica que sigue operando esa frase entre algunos (en los que me incluyo) Friqui, pijo, en el lenguaje quinqui que la Real Academia acabo reconociendo (¡ay dolor!) es todo aquel -personas de orden por lo general- que no se encuentra a gusto o no del todo en una calle o un espacio público, coto resrvado de una indignación rampante (callejera) a la que venía a desembocar todo un mundo carcelario -con su jerga propia- en ciertos momentos de auge del caos y de anarquía en la España de estas últimas décadas, tras la Transición que siguió a la muerte de Franco
El portavoz en el Congreso del partido aun en el gobierno (en funciones) tiene mala prensa. Se diría de él un predestinado, como llamado de muy joven -¿de nacimiento?- a verse convertido en chivo expiatorio, en un espantajo o un pararrayos, por ser quien es y por ser como es, por razón de su forma de ser de su “talante” (como gustan de decir algunos) y de su temperamento. Rafael Hernando va de pijo (y con perdón) por la vida, que me diga en la imagen que consiguen dar de él ciertos medios que le son hostiles. De pijo de manual (sic), de pijo (sic) entre los pijos.

Como se vuelve a poner ahora de manifiesto con el linchamiento del que se habrá visto víctima en ciertos medios por cerrarle el pico (bien cerrado) -y cargado de argumentos- a Albert(o) Rivera en la última sesión de investidura No hizo más que soltarle verdades como puños, que además se merecía oir ese político/veleta en el hemiciclo, pero sus palabras caían a todas luces en saco roto para una gran parte de esa augusta asamblea, visiblemente indispuestos y predispuestos en contra suya.

Ya podía decir lo que quisiera, que no les entra. Aunque tampoco parece que a él eso le preocupe en demasía. Quiero decir que no parece desanimarle ni comerle la moralen lo que sea tantos años ya -más de lo que yo me pensaba- como lleva interviniendo en política activa (en el seno de su mismo partido) y en plan de perro ladrador además tan menudo. Un pijo de derechas. Punto. Asunto concluido. Ite missa est. Se acabó la misa (como los franceses dicen) Y es ese calificativo tan descalificador lo que sin duda me habrá movido a darle la tecla en su defensa.

 Y es que yo también me siento (de antiguo) un poco pijo, desde una época -el tardo franquismo-, cuando yo era aún muy joven y cuando esa palabra aún no había adquirido la connotación ideológica (beligerante) de la que se ve actualmente revestida. Yo era un pijo de los de chaqueta y corbata, en aquellos años de la resaca del mayo francés en las universidades y en un sector considerable de la juventud española , cuando a mi alrededor todos iban de pobres (y de progres) a la moda de entonces, a base de atuendos estudiados y de ropas caras por cierto que yo no podía permitirme o no tanto como algunos de ellos.

Un tanto influido en mi vestimenta desde luego por los de la TFP que hacían del llevar chaqueta y corbata y del lucir atuendos convencionales -como también del tratar a la gente de usted- hasta en pleno mes de agosto (madrleño) una cuestión de principio, léase de principios contra-revolucionarios, frente a una revolución ambiental de vestimentas y de mentalidades -la cuarta/revolución como la llamaba su mentor ideológico, el profesor Plinio- que hacia estragos en los países occidentales. Un pijo de corbatas de flor de lís -monárquicas a la francesa (horrresco referens!)- de pelo corto y bien afeitado, al autor de estas líneas entonces, que discurría por las aceras solo como un verso las más de las veces. Como un fantasma o un alma en pena para muchos. Y ya en la puerta de salida como quien dice -a punto de dar el salto al seminario de Ecône (en Suiza)- de aquella sociedad, de aquellos ambientes por los que había transitado entonces, a los que di la espalda conscientemente, sin arrepentirme hasta hoy de ello. Que si erré o me equivoqué en la decisión tan drástica aquella pienso honestamente que habré pagado ya con creces mis yerros o desvaríos.

Como sea, sigo (inquebrantablemente) fiel a aquella imagen de mi adolescencia y primera juventud, de joven de mi tiempo, de una época que viví intensamente a fe mía, por muy a contracorriente que lo hiciera. Nunca no obstante ni antes ni después oi que nadie me llamase pijo. Sí me habré visto en cambio tratado de friqui (sic) por escrito, otro calificativo emblemático y representativo en extremo de lo que di en llamar en alguna ocasión lenguaje “transicional” -léase, el surgido en la Transición- de un innegable signo guerra civilista. Toda una jerga aparte -de un tufo carcelario que tiraba para atrás- que venia a coincidir en resumidas cuentas con ese lenguaje cheli que tanto divulgó y publicitó Francisco Umbral y al que dedicó incluso alguno de sus libros, que no venia a ser menos el lenguaje de los quinqui en las cárceles españolas, que salió a la calle en estampida -entrando así en lenguaje y en la mentalidad reinante en la sociedad de las personas normales de la España de entonces- sin bridas de ningún tipo tras la muerte de Franco, como lo déjé registrado y debidamente documentado en el libro que dediqué a Umbral y a sus novelas guerra civilistas.

Ahora es pagano -escribieron de mí en unos foros de discusión “patriotas” hace algún tiempo-, de la tendencia Nueva Derecha (se lo dicen ellos) pero le ha quedado un punto friqui (sic) que le lleva a apoyar a algunos del PP frente al avance de los rojos. Punto. Lo que venía a ser una ilustración patente de la connotación ideológica de esa palabra friqui, como esa otra de pijos, y tantas otras de esa jerga merchera o quinquillera heredera a menudo del caló de los gitanos con los que aquellos compartieron de antiguo un mismo destino de marginalidad asocial y de disidencia -cultural y contra cultural- tan trágica y funesta y calamitosa. Friqui -entre las acepciones que le dedica (de lo mas seria) la Real Academia de la Lengua- es el que ejercita con exceso una afición, léase por ejemplo el Internet, o el darle a la tecla del ordenador que es lo que deben reprocharme algunos.

En el escurrimiento semántico no obstante del que ese termino se vería fatalmente objeto por razón de la mutación cultural e ideológica que se produjo en la España de las últimas décadas, friqui viene a ser el pijo de derechas que se refugia (cobardemente) detrás de una mesa de ordenador huyendo de una calle hostil e inhóspita y que en suma no les pertenece, coto cerrado por momentos de una indignación (rampante) callejera en sus mutiles formas mas o menos “pacificas” o violentas. O que dejó de pertenecerles al menos los suyos hace ya tanto. ¡Qué lejos ya en verdad aquellos tiempos (benditos) cuando un ministro del Interior podía decir -sin bravuconadas ni fanfarronería- que "la calle era suya"!

Y algunos por lo que se ve -dentro o fuera del partido en el poder- siguen (o seguimos) conservando una voluntad indomable de reconquistarla. ¿Pijos y friquis? ¡Rojos y “mercheros” los que así les llaman!

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