martes, junio 14, 2016

¿LOCO, ASESINO? GALEOTE, EL CURA JUSTICIERO

Ezra Pound a su llegada a Italia en el barco que le conducía de los Estados Unidos (en 1958) tras trece años de internamiento psiquiátrico. “Los Estados Unidos se han convertido en un país de locos”, declaró estentóreamente al desembarcar. Y confieso que me vi en el pasado repetidamente reflejado en el espejo (biográfico) del celebre poeta norteamericano: obligado a enfrentar en determinados momentos de mi trayectoria un reto mutatis mutandis comparable al suyo, léase, emplazado ante el dilema de ser condenado por la justicia o declarado mentalmente insano. Como lo acabó siendo el cura que mató por motivos de honor (sic) a su obispo. Que sacan extrañamente a relucir ahora los medios. ¿Por qué ahora?
Un fantasma recorre los medios españoles desde hace algo mas de un año. Y es el del cura asesino por motivos de honor (sic), un caso que exhumó en el recuerdo una obra de investigación histórica aparecida hace un año. Y me estoy refiriendo al caso del cura Galeote, el sacerdote (diocesano) que mató por honor (sic) al primer obispo de Madrid-Alcalá de un disparo, y que acabó sus días encerrado en un manicomio, en el de Leganés, donde moriría a la edad de ochenta y dos años. El caso tuvo enorme repercusión en su época, y se vería comparado en una célebre obra de Benito Pérez Galdos -por su impacto en la opinión y por interés (y el morbo) que produciría- a otro caso célebre, el crimen de Fuencarral, que marco al rojo la sociedad española a finales del siglo XIX.

El cura Galeote que arrastraba además (para mayor inri) la reputación de cura amancebado y avaricioso (y además excéntrico) se vio condenado a muerte -en sentencia firme del Tribunal Supremo- y al final por presiones eclesiásticas declarado irresponsable -en léxico penal inimputable- y se vería encerrado en un manicomio hasta el final de sus días. Para salvar su vida, reza la leyenda. Para salvar la reputación de la iglesia parece la versión mas concorde a la realidad como está en condiciones de confirmarlo -de su propia experiencia- el autor de estas líneas. O digamos que las dos versiones son perfectamente conciliables. La maquinaria judicial condenando a muerte al cura/asesino presionaba así indirectamente a que se viera declarado irresponsable penalmente para salvarle la vida a él, y a la vez la buena reputación de la institución eclesiástica, matando así dos pájaros de un tiro como quien dice.

El certificado de alienación o enajenación mental es una figura emblemática de la criminología moderna y también de nuestra Historia contemporánea. Y un caso de enajenado célebre lo fue el del poeta norteamericano Ezra Pound propagandista de guerra en la Italia de Mussolini hacia el final de la Segunda Guerra Mundial que tras la entrada de las tropas norteamericanas en la ciudad de Pisa donde fue capturado se vería internado en un campo de concentración y colocado en una tienda de campaña aislada a modo de jaula donde se vería atado en permanencia a un banco y obligado a soportar las luces de un potente reflector apuntándole al rostro noche y día durante dos semanas al cabo de las cuales se produjo su derrumbe psiquico, que los psiquiatras militares que de él se ocupaban certificaron de la forma mas seria del mudno como constitutivo de una figura de demencia.

Y eso ayudó decisivamente sin duda alguno, es cierto a salvarle la vida a su vuelta a los Estados Unidos, donde el indiscutible prestigio intelectual y artístico que era el suyo de mucho antes de la Segunda Guerra Mundial hizo que se movilizaran a su favor figuras influyentes de la política de las artes y de las letras. Ezra Pound, tras su liberación en la segunda mitad de la década de los cincuenta, se exilió voluntariamente en Italia donde moriría años mas tarde y la escena le sobreviviría en el recuerdo de su bajada del barco que le trasladó de los Estados Unidos a la península italiana, haciendo el saludo fascista, lo que contribuyó pari passu a su popularidad y a reforzar la leyenda de infamia -por cuenta de su pretendida condición de insano mental- que no dejaría de perseguirle hasta el final de sus días.

El autor de estas lineas se vio igualmente en un momento de su trayectoria en el trance de tener que enfrentar un reto de análogas características, emplazado fatalmente ante el dilema de verse condenado a una (larga) pena de prisión por tentativa de atentado (sic) contra la persona de un jefe de estado extranjero -in casu el papa Juan Pablo II- , o de verme internado en una institución psiquiátrica (sine die) una vez que me hubiera visto declarado inimputable por los psiquiatras encargados de examinar su caso, en virtud de un veredicto que se hubiera visto revestido  de todos los trazos de la decisión irrevocable (e inapelable)  ¡Oh manes de la democracia!

En dos ocasiones se me presento efectivamente el reto (supremo) al que aludo; la primera fue en Portugal ante el tribunal que me condenó a una pena de siete años tras concluir en favor de mi responsabilidad jurídica (léase de mi sanidad mental) después de mi transito -durante varias semanas- por el anexo psiquiátrico de la prisión de Lisboa en la que me vi detenido preventivamente antes de mi condena, una experiencia que superé sin excesivas dificultades no obstante y de la que retuve sobre todo una conversación interesante en extremo con uno de los miembros de la comisión -todos ellos académicos y universitarios de prestigio- encargados de examinarme por el tribunal que me juzgaba, el profesor Pedro Polonio, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Lisboa, quien en un momento dado de nuestro último encuentro -de gran tensión por momentos- me llegó a confesar que conmigo se estaba jugando (sic) su reputación científica y académica, y que al final, en el momento de despedirnos y al estrecharme la mano me declaró solemnemente “tem razao, senhor padre Krohn, vocé tem direito a sua liberdade interior”

El segundo envite de aquel reto tan capcioso e insidioso -y al mismo tiempo peligrosos- lo fue mi internamiento durante dos semanas tras mi detención en Brusela con ocasión de la visita del rey Juan Carlos en mayo del 2000, en el anxion psiquiátrico de la prisión de Forest -para más exactitud en la celda dicho anexo reservado a los casos más graves, léase a los mas locos de todos los locos (reales o presuntos) allí encerrados-, una prueba que igualmente superé, y tras lo que me vi (implícitamente) confirmado como estando en pleno uso y ejercicio de mis facultades mentales.

¿Por qué ahora? Por qué se agita precisamente ahora de nuevo ese fantasma del cura/asesino que acabo sus días en un manicomio? No creo en las meigas pero hay las, y me parece perfectamente legítimo que la conjetura que el articulo que ABC habrá dedicado recientemente a este caso -sin venir aparentemente a cuento- se haya visto indirectamente al menos suscitado por la recienta aparición de mi ultimo libro “Krohn, el cura papicida”

¿Papicida sinónimo de asesino, léase de asesino y de desquiciado? Esta claro que lo desmiente tanto nuestra historia (sacra o profana) como la memoria colectiva,. Del emperador Carlos V del saco de Roma. Como lo explico pormenorizadamente en mi último libro. Entre Escila y Caribdis. Entre la criminalización y la psiquitrización) igualmente injustas e insidiosas una y otra-, así habrá discurrido la trayectoria del autor de esas lineas.

Y el caso del cura asesino por motivos de honor (sic) que acabó sus días en un manicomio vino a ilustrármelo y a recordármelo. A toro pasado por supuesto. Por obra y gracia de aprendices de brujo que no me impresionan. En absoluto. Al rescate ellos sin duda de un iglesia (del concilio) que perdió gran parte de su cre dibilidad ezntre los fieles. Urbi et orbe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

https://hyrania.wordpress.com/2016/06/14/orlando-falsa-bandera/