sábado, febrero 14, 2015

REBELIÓN CONTRA FRANCISCO

El Abbé de Nantes, de convicciones monárquicas -maurrasianas- inquebrantables, al que conocí personalmente, trataba de resentidos a los clérigos franceses –él les llamaba “integristas- que entraron en rebelión contra el Vaticano y el papa Montini (Pablo VI) por culpa de la reforma litúrgica (y del Novus Ordo Missae) Reacción de resentimiento se puede igualmente calificar ahora la de algunos seglares y eclesiásticos ante el fracaso del proyecto de ley Gallardón sobre el aborto, del que sin duda echan en última instancia la culpa al papa Francisco que a todas luces se desentendía del tema. Un asunto que –como aquí ya saben- me deja un tanto indiferente (por razones que aquí ya tengo harto explicado) No en cambio, la amenaza -grave- que hace pesar la actitud demagógica e irresponsable del papa Francisco sobre el futuro a corto o medio plazo de nuestro continente, por culpa de lo que en él es a todas luces una opción preferencial por el Tercer Mundo o por el continente americano (o el africano) en detrimento de Europa, cuna de nuestra civilización. Un corolario en él a penas de la su opción preferencial por los pobres en resumidas cuentas
En el Vaticano a tenor de lo que se viene filtrando de unos días a esta parte tanto en la prensa española como en la francófona andan a la gresca. Hasta el punto que a creer al diario Le Figaro el papa argentino estaría haciendo frente a un movimiento in crescendo de resistencia pasiva del lado de la curia. Más aún, según el corresponsal religioso del diario El Mundo, Francisco (Primero) estaría arrostrando in complot –léase una tentativa de golpe- de los halcones conservadores (…) Mi primera reacción era la de pasar del tema, pasarlo por alto, inhibirme, abstenerme de tomar partido en un tema que a si a primera vista ni me viene ni me va, pero me rehago al instante porque bien mirado no es cierto que sea un tema que ni me va ni me viene.

La primera vez que cursé estudios en la Universidad Libre de Bruselas a poc de mi llegada aquí –en el curso del 87-88 y del que se siguió- me abrí en alguna ocasión a alguno de mis interlocutores sobre mi pasado eclesiástico y una de las veces la persona a la que se lo confié me puso en guardia contra lo que le parecía una reacción frecuente curas curas/arrepentidos a tenor de los que había tratado y era –según ella- que guardaban a todas luces una cuenta pendiente con la institución eclesiástica léase con la iglesia católica, lo que a todas luces le parecía poner en entredicho sus trayectorias o privarles de credibilidad (personal) en resumidas cuentas. Y esa objeción gravito más o menos conscientemente en mi sin duda alguna a partir de entonces y me guio sin duda no poco a la hora de preferir abstenerme de entrar al trapo en polémicas o contenciosos de cerca o de lejos relacionados con la religión y o con el fenómeno religioso. Hoy creo que ya es hora (sobrada) de dejar de lado esos escrúpulos y complejos.

Se es lo que se es, independientemente de lo que se fue o de lo que se haya sido, y mi pasado eclesiástico –de notoriedad pública- como lo fue (comparaciones odiosas) el de un personaje tan atípico y desconcertante como Casanova o el del mismo Stalin en las antípodas, por lo que representan, el uno del otro (…)- no tiene por qué impedirme echar mi cuarto a espadas o mete bazas en temas o asuntos del interés general y más aún si se revisten de tanta trascendencia como los riesgos o perspectivas a tenor de la informaciones de los medios a las que aludo de un implosión de la institución eclesiástica –léase del Vaticano- a más o menos corto plazo. Y si el vernos enfrascados en esas polémicas nos puede valer procesos de intención (como los franceses dicen) De resentimiento o de sed de revancha o de estar predispuestos en contra de la institución etcétera, etcétera (…) Qué le vamos hacer, qué se piense lo que se quiera (…)
El drama de los refugiados sirios inseparable de las tragedias de la inmigración clandestina tiene su origen en la desestabilización de aquella zona geográfica a manos de los gobierno occidentales –en particular de los Estados Unidos- a raíz de las primaveras árabes, y se ve agravado por la presión de los fanáticos islamista que sueñan con una Europa islamizada. ¿Sería mucho pedirle al papa Francisco –por muy “argentino universal” que le presenten sus más forofos partidarios-, soberano de un estado (europeo) reconocido, el tenerlo en cuenta a la hora de dar rienda suelta a sus denuncias tan demagógicas, cargadas de los presagios más negro y aciagos?
José Manuel Vidal, corresponsal religioso del diario El Mundo, es un entusiasta del papa actual casi en la misma medida que se mostró crítico –algo de lo que fui testigo de primera mano a mi paso (durante casi cinco años de colaboración diaria ininterrumpida) por Periodista Digital- durante el pontificado de su predecesor al que ahora presenta formando una piña con su sucesor frente a la rebelión (como él lo presenta) de los halcones de la cura. Y lo es también a la medida de la devoción rayana en la papolatría (y con perdón) de la que dio muestras –y de la que tomé nota- cuando la beatificación de Juan Pablo II –porque después, en la canonización ya le había perdido yo un poco la pista- delante del féretro y del cuerpo (“incorrupto”) presente del papa polaco, como transportado en éxtasis o poco menos a la vista de la afluencia enorme de devotos (mayormente polacos hasta prueba de lo contrario) del papa Wojtyla y de las coronas de flores que se amontonaban en su tumba.

Y acorde a lo que él ahora afirma, un sector de curiales de mentalidad conservadora y sin duda también otro sector considerable de católicos españoles de a pie entre los que se cuenta sin duda obispos –como el de Alcalá de Henares- se sintieron a a todas luces defraudados y abandonados como novia de rancho y se quedaron resentidos por la retirada del proyecto de ley en materia de aborto y la dimisión de del ministro Gallardón que lo patrocinaba –con el que se habían mostrado no poco críticos hasta entonces sin embargo-, y el estado de espíritu del que ahora dan muestras me hace pensar un poco al de algunos católicos franceses ante la reforma litúrgica en los años que inmediatamente siguieron al concilio vaticano segundo. Lo habían cifrado todo, toda su vida, sus sueños, su esperanzas, su visión del mundo y de las cosas en la liturgia tradicional católica de antes del concilio –y de antes incluso del pontificado de Pío XII- y todo el mundo de ideas y de dogmas que la sostenían (o apuntalaban) y el ver que todo aquello se venia de pronto abajo, les hizo entrar en rebelión (a la desesperada)

Por una reacción de resentimiento: es lo que les reprochaba otro clérigo tradicionalista francés, el Abbé de Nantes –maurrasiano ante/el/altísimo y hasta el final de sus días lo que siempre admiré en él (…)- que acabo sorteando aquellos años los peligros de la desobediencia mejor que ellos, que él calificaba de “integristas”, y se mantuvo (por los pelos) dentro de la obediencia canónica aunque a la larga –hacia el final de su vida- acabaría cayéndosele a él también el cielo encima, el de los problemas canónicos -sanciones y medidas disciplinarias-, como si fuera su sino fatal, el de su postura de fondo ante la vida y de sus ideas (…)

Resentimiento –que me deja un tanto indiferente por razones que aquí tengo ya harto explicado- de los anti-abortistas, españoles y de otros países en la “fronda” (curial) a la que estaría haciendo ahora frente –a tenor de que se viene publicando- el papa Francisco, el argentino. Y resentimiento también (por partida doble) sin duda de los que ven en él –algo que no dejo de compartir yo también lo confieso- un papa “progre”, de izquierdas, por razón de sus orígenes, de su lugar de nacimiento que me diga y de su pasado –el de una carrera eclesiástica iniciada a la sombra del que fue longevo general de la Compañía el vasco (anti-franquista) padre Arrupe, protector notorio de la teología de la liberación y propagandista –como el papa actual-de la opción preferencial por los pobre.

La opción preferencia por lo pobres en termino geoestratégicos –de política eclesial o religiosa aunque solo sea-, en la situación actual del mundo, de Europa y de América, se traduce (¡ay dolor!) por una opción preferencial por el tercer mundo o el cuarto -quart/monde como llaman irónicamente a lo más bajo de la sociedad en Bélgica - y los que sean, y en definitiva por América –en particular por debajo del rio Grande- en detrimento de Europa, en la hora tan crítica por la que atraviesa el viejo continente amenazado de sustitución –de las poblaciones originarias por otros advenedizas (no europeas) de resultas de la inmigración en masa que se reviste –pasados cuarenta años dese que empezó a cobrar forma y tamaño el fenómeno- todos los visos de una invasión silenciosa.

Y eso –según las malas lenguas- explicaría la actitud que muchos juzgan de ingenua, irrealista irresponsable y demagógica y pueril y sentimental del papa actual frente al problema de la inmigración, acorde al pauperismo (bíblico) victimista del que viene haciendo ala en sus gestos y alocuciones desde que accedió al trono/pontificio. Globalización (sic) de la indiferencia, denuncia (escandalizado) el papa argentino rasgándose escandalizado las vestiduras ante los dramas que se viven regularmente –nota bene desde que estallaron las primaveras árabes- y se desató la inseguridad y se generalizaron os conflictos en aquella región del globo.

Lo mismo se le podría reprochar –devolviéndole la piedra- frente a los peligros que acechan a un continente cuna de una civilización que en razón de su cargo y su investidura debería sentirse llamado a defender por encima del todo como hicieron su predecesores a través de los siglos. En su lugar, el papa Francisco parece contribuir con sus gestos y palabra a la auto demolición, no de la institución que representa sino de la cultura y civilización –europea y occidental- que debería defender a todo precio y por encima de todas las cosas.

Ocurre que la iglesia católica contra todas las apariencias no es (ya) una institución, o al menos no es una institución como otro cualquiera, sino una institución en estado de auto demolición –como lo confeso en un discurso memorable su predecesor Pablo VI- y que como tal contribuye a la demolición (corrosiva) de todo lo que toca. Es lo que pienso, sí. Y que se piense de mí lo que se quiera (…)

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